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La taberna era mucho más primitiva que las de Mikonos, con un aparato de televisión, en blanco y negro, cuyas imágenes ondeaban como una bandera a la que nadie saludaba, y con unos clientes que eran viejos campesinos tan altivos que ni siquiera prestaban atención a los turistas, incluso en el caso de que se tratara de lindas muchachas inglesas, con un caftán azul, pelirrojas, y con un brazalete de oro. Pero en la historia que Joseph se estaba inventando ahora, eran Charlie y Michel que cenaban a solas en la grill-room de un parador situado en las afueras de Nottingham, que les había abierto las puertas en méritos del soborno pagado por Michel. El patético automóvil de Charlie se encontraba, como de costumbre, incapacitado para circular, y guardado en su garaje favorito de Camden. Pero Michel tenía un Mercedes lujoso, y ésta era la marca que le gustaba más. Michel tenía su Mercedes aparcado en la puerta trasera del teatro, y a bordo del Mercedes se llevó inmediatamente a Charlie, en un viaje de diez minutos, bajo la sempiterna lluvia de Nottingham. Y no hubo pasajera pataleta de Charlie, fuere aquí fuese allá, no hubo perecederas dudas de la muchacha, capaces de poner freno al impulso de la narración de Joseph.

Joseph dijo:

- Michel lleva guantes de conducir, para conducir. Es una de sus manías. Si te fijas en ello, nada dices al respecto.

Charlie pensó: «Sí, guantes con orificios en el dorso.» Preguntó:

- ¿Y qué tal conduce?

- No es un conductor nato, pero esto es algo que tú no se lo reprochas. Le preguntas dónde vive, y te contesta que ha llegado en automóvil desde Londres para verte. Le preguntas cuál es su ocupación y te contesta: «Estudiante.» Le preguntas dónde estudia y te contesta: «En Europa.» Lo dice de tal manera que parece insinuar que Europa es un sitio malo. Cuando insistes en tus preguntas sobre el mismo tema, aun cuando no lo haces con excesivo interés, te dice que sigue cursos semestrales en diversas ciudades, según sea el estado de su ánimo y el profesor que dirija el curso. Dice que los ingleses no comprenden este sistema de estudio. Cuando pronuncia la palabra «inglés», lo hace de tal manera que te parece hostil; tú no sabes por qué te parece hostil, pero así te parece. Hazme más preguntas.

- ¿Dónde vive ahora?

- Es un tanto evasivo al respecto, igual que yo. Con vaguedad, dice que a veces vive en Roma, a veces en Munich, un poco en París, en cualquier sitio, según decida. También en Viena. No dice que viva enclaustrado, pero deja claramente establecido que no está casado, lo cual no te desagrada.

Joseph sonrió y retiró la mano. Siguió:

- Tú le preguntas qué ciudad le gusta más, y él no contesta por estimar que la pregunta es frívola. Le preguntas qué disciplina estudia, y te contesta: «La libertad.» Le preguntas de qué país es y él te contesta que su patria está, en la actualidad, ocupada por el enemigo. ¿Cuál es tu reacción ante todo eso?

- Confusión.

- De todas maneras, llevada por tu habitual tozudez, vuelves a insistir y Michel pronuncia la palabra Palestina. Con pasión. En su voz, la palabra Palestina es un reto, es un grito de guerra: Palestina.

Joseph tenía la mirada tan fija en Charlie que ésta no pudo reprimir una risita nerviosa, después de lo cual apartó la mirada. Joseph dijo:

- Debo recordarte que en los tiempos en que ocurre todo lo anterior tú estás seriamente liada con Alastair, pero éste se encuentra en Argyll, para tu tranquilidad, interpretando un corto comercial que anuncia un producto de consumo carente de todo valor, y te consta que Alastair convive con la actriz que interpreta el corto junto con él. ¿De acuerdo?

- De acuerdo.

Y con la consiguiente sorpresa, Charlie se dio cuenta de que se había sonrojado. Joseph

dijo:

- Y ahora te ruego que me digas, por favor, lo que la palabra Palestina, pronunciada de la manera antes dicha por un muchacho ardiente, significa para ti en un parador de Nottingham, durante una noche lluviosa. Digamos que es él mismo quien te lo pregunta. Si te lo pregunta. ¿Por qué no ha de preguntártelo?

Charlie pensó: «¡0h Dios!, ¿Cómo se puede dar tantas vueltas a un mismo asunto?» Contestó:

- Los admiro.

- Llámame Michel, por favor.

- Los admiro, Michel.

- ¿Por qué?

- Por sus sufrimientos.

Charlie se sintió un poco tonta, después de esta contestación, y añadió:

- Por su perseverancia.

- Tonterías. Nosotros, los palestinos, no somos más que un hatajo de terroristas carentes de educación, que hubiéramos debido acostumbrarnos hace ya mucho tiempo a la pérdida de nuestra patria. No somos más que ex limpiabotas y vendedores ambulantes, no somos más que delincuentes juveniles con metralletas y viejos que se niegan a olvidar. Dime tu opinión. Para mí es de gran importancia. Recuerda que todavía te llamo Joan.

Charlie dejó de respirar. «Bueno: a fin de cuentas de algo me sirvieron mis fines de semana revolucionarios.» Contestó:

- Muy bien, de acuerdo, ahí va. Los palestinos, vosotros los palestinos, sois un pueblo pacifico y decente, dedicado a la agricultura y con grandes tradiciones, que injustamente fuisteis privados de vuestras tierras y vuestra patria, desde 1948, con la sola finalidad de apaciguar al sionismo, y de dejar bien sentada una base de Occidente en Arabia.

- Tus palabras no me desagradan, ni mucho menos. Prosigue, por favor.

Fue maravilloso para Charlie descubrir lo mucho que recordaba, al impulso de la perversa presión que Joseph ejercía en ella. Párrafos de olvidados panfletos, conferencias de entusiastas, discursos de luchadores por la libertad, páginas de libros leídos a medias, todo acudía a su memoria cual fieles aliados en un momento de apuro. Dijo:

- Sois el invento surgido de un complejo de culpabilidad europeo con respecto a los judíos… Os han obligado a pagar el holocausto en el que vosotros no participasteis… Sois víctimas de una política racista e imperialista, antiárabe, empeñada en un comportamiento de desposición y destierro…

En voz baja, Joseph apuntó:

- Y asesinato.

- Y asesinato.

Charlie volvió a vacilar, y se fijó en la extraña mirada fija en ella y, lo mismo que le ocurrió en Mikonos, de repente comprendió que ignoraba en absoluto el significado de aquella mirada. En tono frívolo, Charlie dijo:

- De todas maneras, esto es lo que los palestinos sois. -Al advertir que Joseph nada decía a estas palabras, Charlie añadió-: Y te lo digo porque lo preguntas, que conste.

Charlie siguió mirando a Joseph, en espera de que le diera una indicación que le revelara qué era lo que ella debía ser. Bajo el influjo de la presencia de Joseph, Charlie había relegado sus convicciones a las vivencias de una existencia anterior. Y estaba dispuesta a decir sólo lo que Joseph quisiera.

Como si jamás se hubieran sonreído el uno al otro en el curso de toda su existencia, Joseph dijo en tono de mando:

- Advierte que Michel no dice frivolidades. Advierte cuán rápidamente se ha dirigido a la faceta seria de tu personalidad. En ciertos aspectos, Michel también es meticuloso. Por ejemplo, esa noche lo ha preparado todo: la comida, el vino, las velas e incluso la conversación. Bien podemos decir que, con una eficiencia de puro estilo israelí, ha montado una campaña completa para capturar él solito a su Joan.

Fija la vista en su brazalete, como si lo estudiara, Charlie repuso gravemente:

- Lamentable.

- Entretanto, te dice que eres la más brillante actriz del mundo, lo cual, supongo, no te desagrada en absoluto. Insiste en confundirte con santa Juana, por lo que te llama Joan, pero en estos momentos ya no te irrita tanto como antes que la vida y el teatro formen una sola unidad para Michel. Te dice que santa Juana ha sido su heroína favorita desde el primer día en que leyó algo a ella referente. Era una mujer, y, a pesar de ello, supo despertar la conciencia de clase entre los campesinos franceses, y les dirigió en su batalla contra los invasores ingleses, imperialistas y opresores. Era una auténtica revolucionaria que supo encender la llama de la libertad en los pueblos oprimidos del mundo. Transforma en héroes a los esclavos. Esto es el resumen del análisis crítico de Michel. La voz de Dios dirigiéndose a Juana no es más que la conciencia revolucionaria de la propia Juana que la impulsa a ofrecer resistencia a los colonialistas. Desde luego, no puede ser la verdadera voz de Dios, debido a que Michel ha concluido que Dios ha muerto. ¿No te habías dado cuenta de todo lo anterior, al interpretar el papel de Juana de Arco?

Charlie seguía toqueteando el brazalete. A la ligera, contestó:

- Es posible que no me hubiera dado cuenta de algunos de estos aspectos.

Charlie levantó la cabeza y vio en Joseph una granítica expresión de desaprobación. Charlie exclamó:

- ¡Oh, Dios!

Joseph dijo:

- Charlie, te advierto muy sinceramente que jamás debes burlarte de Michel mediante tu occidental ingenio. Su sentido del humor es cambiante, y deja de existir en cuanto se centra en chistecitos acerca de su persona, principalmente cuando es una mujer quien los hace.

Joseph hizo una pausa para que su advertencia calara hondo. Siguió:

- Bueno… La comida es horrorosa, pero a ti te da absolutamente igual. Michel ha pedido carne, ignorando que tu estás pasando una de tus temporadas de vegetariana. Masticas unas pequeñas porciones de carne para no ofender a Michel. En una carta escrita posteriormente, le dirás que fue el peor bistec que comiste en tu vida, y, al mismo tiempo, el mejor. Sólo puedes prestar atención, mientras Michel habla, a su voz animada y apasionada, y a su bello rostro árabe iluminado por la luz de las velas. ¿De acuerdo?

Charlie dudó, sonrió y dijo:

- Eso.

- Te ama, está enamorado también de tu talento, y ama a santa Juana. Te dice: «Para los colonialistas británicos, Juana de Arco era una delincuente, cual lo han sido todos los luchadores por la libertad. Lo fue George Washington, lo fue Mahatma Gandhi, y también lo fue Robin Hood. De la misma forma que también lo son los luchadores por la libertad de Irlanda.» Tú te das cuenta de que Michel no expresa ideas que sean exactamente nuevas, pero su apasionada voz oriental, tan rebosante de… ¿naturalidad animal, digamos?, da a las ideas que expresa cierto carácter hipnótico que te impresiona, y da nueva vida a los viejos clisés. Es algo así como volver a descubrir el amor. Michel te dice: «Para los ingleses, todo aquel que lucha contra el terror del colonialismo es un terrorista; los británicos son mis enemigos, sí, todos salvo tú. Los británicos entregaron mi patria a los sionistas, mandaron allá a los judíos de Europa con la orden de convertir el Este en Oeste. Les dijeron: "Id allá y domesticad el Oriente en nuestro beneficio, los palestinos son basura, pero serán buenos esclavos para vosotros." Los viejos colonizadores británicos estaban cansados y derrotados, por lo que nos entregaron a los nuevos colonizadores, que tenían las ansias v la brutalidad precisas para cortar el nudo gordiano. Los británicos dijeron a los judíos: "No os preocupéis por el asunto árabe, que nosotros miraremos hacia otro lado, mientras vosotros os encargáis de ellos."» Escucha. ¿Me escuchas?

Joseph, ¿acaso he dejado de escucharte siquiera un instante? Joseph prosiguió:

- Michel es un profeta para ti, esa noche. Con anterioridad, nadie había concentrado sobre ti, sola, la plena fuerza de su fanatismo. Su convicción, su entrega y su devoción resplandecen en él, mientras habla. Desde luego, desde un punto de vista teórico, esta predicando a una convencida de antemano, pero, desde un punto de vista práctico, está poniendo un corazón humano en el vago cajón de sastre de tus izquierdistas principios. Esto es algo que tu le dices en una carta escrita más tarde, prescindiendo de que sea o no sea lógico que un cajón de sastre contenga un corazón. Quieres que te sermonee, quieres que ataque tu británico sentido de culpabilidad, y es lo que Michel hace. Tu protector cinismo queda totalmente apartado. Te sientes renacida. ¡Cuán lejos está Michel de los prejuicios de la clase media, prejuicios que aún no han sido erradicados! ¡Cuán lejos se encuentra de tus simpatías occidentales, tan perezosamente adquiridas!

Joseph hizo una pausa y dijo en voz baja, como si Charlie hubiera formulado una pregunta:

- ¿Dime?

Charlie meneó negativamente la cabeza, v Joseph volvió a lanzarse, rebosando el fervor propio de su árabe personaje:

- Michel ignora totalmente que en teoría tú ya estás de su parte. Exige que te obsesiones del todo con su causa, que te conviertas de nuevo a ella. Te dice estadísticas como si tú fueras culpable de los números. Más de dos millones de árabes cristianos y musulmanes expulsados de su patria, desde 1948. Sus casas y sus pueblos fueron arrasados, y te dice los correspondientes números, sus tierras expropiadas en méritos de leyes en las que los acabe; no tuvieron ni voz ni voto, y te recita el número de dunams (un dunam equivale a mil metros cuadrados). Tú se lo has preguntado y él te lo ha dicho. Y cuando estos árabes llegan al exilio, sus propios hermanos árabes los asesinan y los tratan como a chusma, y los israelíes bombardean sus campamentos debido a que los palestinos siguen resistiendo. Si, ya que resistirse a ser desposeído es ser un terrorista, en tanto que colonizar, bombardear a refugiados, diezmar la población, esto no es más que una lamentable necesidad política. Si, ya que diez mil árabes muertos valen menos que un judío muerto. Escucha.

Joseph se inclinó al frente y cogió a Charlie por la muñeca:

- En Occidente no hay ni un solo liberal que dude en hablar en contra de las injusticias de Chile, Sudáfrica, Polonia, Argentina, Cambodia, Irán, Irlanda del Norte, o cualquier otro territorio que esté de moda.

La presión de la mano de Joseph sobre la muñeca de Charlie se intensificó:

- Sin embargo, ¿quién tiene la pura y simple valentía de manifestar en voz alta el acto más cruel y burlesco de toda la historia, consistente en que Israel, en treinta años, ha convertido a los palestinos en los nuevos judíos de la tierra? ¿Sabes cómo los sionistas calificaban a mi país, antes de apoderarse de él? Pues decían: «Es una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra.» ¡No existimos! Mentalmente, los sionistas ya habían cometido un genocidio, sólo les faltaba cometerlo de hecho. Y vosotros, los ingleses, fuisteis los arquitectos de esa gran visión. ¿Sabes cómo nació Israel? Una potencia europea regaló a un grupito de judíos un territorio árabe. Y no consultó ni a un solo habitante de dicho territorio. Y esta potencia fue la Gran Bretaña. ¿Quieres que te cuente cómo nació Israel? ¿Es demasiado tarde, quizá? ¿Estás cansada, acaso? ¿Tienes que regresar a tu hotel?

Mientras daba las contestaciones pedidas, Charlie tuvo tiempo de maravillarse ante la paradoja de un hombre capaz de bailar con tantas y tantas de sus muchas sombras, y, a pesar de ello, mantener el equilibrio. Entre los dos ardía una vela. Estaba clavada en el cuello de una vieja y grasienta botella negra, y sometida al constante ataque de un moscardón ebrio, que Charlie apartaba de vez en cuando con el dorso de la mano, con lo cual su brazalete despedía destellos. A la luz de la vela, mientras Joseph desarrollaba su historia alrededor de Charlie, ésta contemplaba la cara recia y disciplinada de Joseph, alternándola con la de Michel, cual si se tratara de dos caras impresas en una misma placa fotográfica.

- Escucha. ¿Me escuchas?

- Joseph, te estoy escuchando. Michel, te estoy escuchando.

- Nací en el seno de una patriarcal familia en un pueblo situado cerca de El Jalil, ciudad a la que los judíos llaman Hebrón. -Hizo una pausa, con la recia mirada de sus ojos negros fija en Charlie, y repitió-: El Jalil. -Volvió a callar. Y habló de nuevo-: Recuerda el nombre, es de gran importancia para mí que lo recuerdes, y lo es por muchas razones. Recuérdalo: El Jalil. ¡Dilo!

Charlie lo dijo: «El Jalil.»

- El Jalil es un gran centro de pura fe islámica. En arábigo, la palabra significa «amigo de Dios». El pueblo de El Jalil, o Hebrón, es la élite de Palestina. Y te voy a contar un chistecito que te dará mucha risa. Existe la creencia de que el único lugar del que los judíos jamás fueron expulsados es la montaña de Hebrón, que se alza al sur de la ciudad. Por lo tanto, es muy posible que por mis venas corra sangre judía. Y esto no me avergüenza. No soy antisemita, sólo soy antisionista. ¿Me crees?

Joseph no esperó a que Charlie le asegurase que le creía, debido a que no lo necesitaba.

- En casa éramos seis hermanos; o sea, cuatro chicos y dos chicas. Yo soy el menor. Todos trabajábamos la tierra; mi padre era el mukhtar, o jefe, nombrado por el consejo de los ancianos. Nuestro pueblo era famoso por sus higos y sus uvas, por sus guerreros y por sus mujeres, mujeres tan hermosas y tan obedientes como tú. La mayor parte de los pueblos son famosos solamente por una cosa. El mío lo es por muchas.

Charlie murmuró:

- Sí, claro, ¿cómo no?

Pero su interlocutor estaba muy lejos, pero que muy lejos, de ser susceptible a ironías.

- Sin embargo, mi pueblo era famoso sobre todo por los sabios consejos que daba mi padre, quien tenía la convicción de que los musulmanes debieran formar una sociedad conjuntamente con los cristianos y los judíos, de la misma forma que sus respectivos profetas vivían en armonía, todos juntos, bajo un mismo Dios. Y te hablo mucho de mi padre, mi familia y mi pueblo. En esta ocasión y en muchas otras posteriores. Mi padre admiraba a los judíos. Había estudiado el sionismo, y le gustaba invitar a judíos a nuestro pueblo para hablar con ellos. Obligó a mis hermanos mayores a aprender el hebreo. De niño escuchaba por la noche a los hombres cantando viejas canciones de guerra. De día, llevaba por la brida el caballo de mi abuelo al río, y escuchaba cuentos de viajeros y trashumantes. Cuando te describo este paraíso, te causo la sensación de recitarte auténtica poesía. Sí, sé hacerlo. Tengo el don preciso para ello. Te cuento que en la plaza de mi pueblo bailábamos el dabke y escuchábamos el oud, mientras los viejos jugaban al chaquete y fumaban sus narjeels.

Esta última palabra nada significaba para Charlie, pero tuvo la prudencia suficiente para no interrumpir a Joseph.

- En realidad, tal como voluntariamente reconozco ante ti, poco recuerdo de todo lo que te he contado. En realidad, te estoy contando los recuerdos de mis mayores, ya que ésta es la manera en que nuestras tradiciones perviven en el exilio de los campamentos. A medida que pasan las generaciones, nos vemos obligados más y más a vivir nuestra patria al través de los recuerdos de los viejos. Los sionistas te dirán que no teníamos una cultura y que no existíamos. Te dirán que estábamos degenerados, que vivíamos en chozas de adobe y que íbamos cubiertos de apestosos harapos. Te dirán palabra por palabra lo mismo que, en pasados tiempos, los antisemitas decían de los judíos en Europa… La verdad, en ambos casos, es que éramos un pueblo noble.

La oscura cabeza que Charlie tenía ante sí efectuó un movimiento afirmativo, indicando que las dos personalidades estaban de acuerdo en lo tocante a esta última realidad.

- Te cuento nuestra vida campesina, y los muchos intrincados sistemas mediante los cuales se mantenía el comunitario vivir en nuestro pueblo, te cuento la cosecha de la uva, te cuento que la población entera iba a los viñedos, siguiendo las órdenes del mukhtar, mi padre. Te explico que mis hermanos mayores comenzaron su formación en una escuela que vosotros, los ingleses, establecisteis en el Mandato. Te reirás, pero la verdad es que mi padre también creía en los ingleses. Te cuento que en la casa destinada a invitados, en nuestro pueblo, había café caliente a todas horas, de día y de noche, para que nadie dijera que el pueblo era pobre o que nosotros no tratábamos con la debida hospitalidad a los forasteros. ¿Quieres saber qué le ocurrió al caballo de mi abuelo? Lo vendió para comprarse un rifle, con la finalidad de matar sionistas cuando atacaran el pueblo. Pero pasó todo lo contrario: los sionistas mataron a tiros a mi abuelo. Y obligaron a mi padre a estar al lado de ellos, de los sionistas, cuando mataron a mi padre. A mi padre, que había tenido fe en ellos.

- ¿Es verdad esto?

- Por supuesto.

Pero Charlie no pudo determinar si la contestación se la había dado Joseph o Michel, y le constaba que quien le contestó quería que no lo supiera.

- Cuando me refiero a la guerra del 48, la llamo «La Catástrofe». Jamás hablo de la guerra, siempre hablo de la Catástrofe. Carecíamos de organización, y no podíamos defendernos del agresor armado. Nuestra cultura se desarrollaba en pequeñas comunidades, todas independientes, y lo mismo cabe decir de nuestra economía. Pero, al igual que los judíos de Europa antes de su holocausto, carecíamos de unidad política, lo cual fue nuestra perdición. Con excesiva frecuencia nuestras pequeñas comunidades peleaban entre sí, lo cual es característico de los árabes, estén donde estén, y quizá también de los judíos. ¿Sabes lo que hicieron los sionistas en mi pueblo, debido a que no huimos, dejándolo abandonado, como hicieron nuestros vecinos?

Charlie no lo sabía, pero ello carecía de importancia debido a que quien le hablaba no le prestaba la menor atención.

- Llenaron de gasolina y explosivos varios barriles, y los soltaron colina abajo, con lo que nuestras mujeres y los niños murieron abrasados. Podría hablarte durante una semana entera, sólo de las torturas a que mi gente ha sido sometida. Manos cortadas. Mujeres violadas y quemadas vivas. Niños cegados.

Una vez más, Charlie examinó profundamente a aquel hombre para saber si realmente creía sus propias palabras. Pero el hombre no le dio clave alguna, como no fuera la de una intensa solemnidad en su expresión, solemnidad que armonizaba bien con cualquiera de sus maneras de ser.

- Ahora, si te murmuro las palabras.Deir Yasseen», ¿sabes lo que te digo, sabes lo que significan?

- No, Michel; jamás las había oído.

Pareció complacido. Dijo:

- Pues en este caso, debes preguntarme. ¿Qué significa Deir Yasseen?

Charlie así lo hizo:

- Por favor, señor, dígame qué significa Deir Yasseen.

- Una vez más te contesto como si lo hubiera visto con mis propios ojos ayer mismo. El día 9 de abril de 1948, en el pequeño pueblo árabe de Deir Yasseen, doscientos cincuenta y cuatro habitantes del pueblo, mujeres, viejos y niños, fueron asesinados por los pelotones terroristas de Sión, mientras los hombres jóvenes trabajaban en los campos. Mujeres preñadas tuvieron que sufrir que asesinaran a sus hijos nonatos, en su propio vientre. La mayoría de los cadáveres fueron arrojados a un pozo. Pocos días después, casi medio millón de palestinos habían huido de su propio país. El pueblo de mi padre fue una excepción. Mi padre dijo: «Nos quedamos aquí, ya que si vamos al exilio, los sionistas jamás nos permitirán volver.» Mi padre incluso creía que vosotros, los ingleses, volveríais para protegernos. No alcanzaba a comprender que vuestras ambiciones imperialistas necesitaban implantar en el Oriente Medio, en el mismísimo corazón del Oriente Medio, un obediente aliado.

Charlie sintió en ella la mirada de Joseph, y se preguntó si aquel hombre era consciente del interior retraímiento del espíritu de Charlie, y si el hombre había tomado la decisión de hacer caso omiso de ello. Sólo después, Charlie pensó que Joseph provocaba voluntariamente tal retraímiento, con la finalidad de que se pasara al campo opuesto.

- Durante casi veinte años, a partir de la Catástrofe, mi padre se mantuvo arraigado en los restos de mi pueblo. Algunos le tildaban de colaboracionista. Esa gente no sabía nada de nada. Esa gente no había sentido la bota del sionista en el cuello. En los alrededores de mi pueblo, en las regiones contiguas, la gente era expulsada, golpeada y detenida. Los sionistas confiscaban sus tierras, arrasaban sus casas con los tractores, y fundaban asentamientos sobre el terreno devastado, y en estos asentamientos prohibían que morasen árabes. Pero mi padre era pacífico y sabio, lo que le permitió, durante cierto tiempo, mantener a los sionistas alejados de nosotros.

Una vez más, Charlie sintió deseos de preguntarle: «¿Y eso es verdad?» Pero tampoco en esta ocasión tuvo tiempo para ello.

- Pero en la guerra del 67, cuando vimos que los tanques se acercaban a nuestro pueblo, también nosotros emprendimos la huida. Con lágrimas en los ojos, nuestro padre nos reunió, y nos dijo que juntáramos todo lo que teníamos. Nos dijo: «Ahora, comenzarán los pogroms.» Yo era el más joven y no sabía nada de nada, por lo que le pregunté: «Padre, ¿qué es un pogrom?» Y me contestó: «Es lo que los occidentales hicieron a los judíos, y precisamente por esto es lo que ahora los sionistas nos hacen a nosotros; los sionistas han conseguido una gran victoria y podrían ser generosos; pero en su política no hay virtudes.» Hasta el fin de mis días recordaré cómo mi altivo padre penetró en la miserable choza que entonces era nuestro hogar. Durante largo rato estuvo quieto ante la entrada de la choza, reuniendo el valor preciso para entrar. No lloró, pero se pasó varios días sentado en una caja de madera que contenía sus libros, y nada comió. Creo que mi padre, en el curso de aquellos días, se avejentó veinte años. Dijo: «He penetrado en mi tumba; esta choza es mi tumba.» Desde el momento en que entramos en Jordania nos convertimos en apátridas, sin documentación, sin derechos, sin futuro, sin trabajo. ¿La escuela a la que me mandaron? Era una barraca hecha con latas, llena de moscas y de niños mal alimentados. Recibo enseñanzas de Al Fatah. Son muchas las cosas que tengo que aprender. Me enseñan el manejo de las armas de fuego. Me enseñan a luchar contra los agresores sionistas.

Hizo una pausa y Charlie, al principio, pensó que le sonreía, pero en su rostro no había alegría. Con voz tranquila, dijo a Charlie:

- Lucho, luego existo. ¿Sabes quién dijo estas palabras, Charlie? Un sionista. Un sionista patriota, amante de la paz, idealista, que ha matado a muchos ingleses y a muchos palestinos, mediante métodos terroristas; ahora bien, debido a que es un sionista, no es un terrorista, sino un héroe y un patriota. ¿Sabes quién era este sionista cuando pronunció estas palabras, este sionista civilizado y amante de la paz? Era el primer ministro de un país llamado Israel. Procedente de Polonia. Tú, que eres una inglesa bien educada, ¿puedes decirme a mí, que soy un campesino apátrida, de qué manera un polaco llegó a ser el jefe político de mi patria, Palestina, un polaco que sólo existe debido a que lucha? ¿Puedes explicarme, por favor, en méritos de qué principio de la justicia inglesa, de la inglesa imparcialidad y del juego limpio inglés, este hombre gobierna mi país? ¿Y nos llama terroristas?

La pregunta resbaló de la mente de Charlie, antes de que pudiera analizarla. Charlie no estimó que la pregunta constituyera un reto, sino que ello quedó de relieve por sí mismo, gracias al caos que su interlocutor estaba creando en ella. Charlie le preguntó:

- ¿Y tú puedes decírmelo?

No contestó; sin embargo, no se comportó como si no hubiera oído la pregunta. La recibió. Charlie tuvo una pasajera impresión de que la había estado esperando. Luego, el interlocutor de Charlie se irguió, en un movimiento poco agradable, soltó una carcajada, cogió el vaso y lo levantó en brindis a Charlie, a quien ordenó:

- Brinda conmigo. Vamos: levanta tu vaso. Son los vencedores quienes escriben la historia. ¿Habías olvidado un hecho tan simple como éste? ¡Bebe conmigo!

Obediente, Charlie levantó el vaso.

El hombre dijo:

- Brindo por el menudo y valeroso Israel, por su increíble capacidad de supervivencia, gracias al subsidio norteamericano de siete millones de dólares diarios, y gracias a todo el poder del Pentágono bailando al son de Israel.

Sin beber, dejó el vaso en la mesa. Charlie hizo lo mismo. Con este gesto, con el consiguiente alivio de Charlie, pareció que el melodrama terminara, por el momento.

- Y tú, Charlie, escuchas. Admirada y pasmada por su romanticismo, por su belleza, por su fanatismo. No es un hombre reticente. No tiene las inhibiciones occidentales. ¿Tiene éxito el trasplante antes dicho o quizá el tejido de tu imaginación rechaza algo tan perturbador?

Charlie cogió la mano de Joseph y comenzó a explorar la palma con la punta de sus dedos. Para ganar tiempo, Charlie le preguntó:

- ¿Y domina el inglés hasta el punto de poder decir todo esto?

- Tiene un vocabulario plagado de palabras en jerga, y una impresionante cantidad de frases de vacía retórica, de estadísticas dudosas, y de citas tendenciosamente utilizadas. A pesar de esto, comunica la excitación propia de una mente joven, apasionada, y en constante formación.

- ¿Y qué hace Charlie durante todo ese tiempo? Sí, ¿qué hago? ¿Me estoy quieta y pasmada, con cara de boba, pendiente de todas y cada una de sus palabras? ¿Le animo a seguir hablando? ¿Qué hago?

- De acuerdo con el libreto, tu actuación carece de toda importancia. Michel te tiene medio hipnotizada, al otro lado de la vela. Esto es lo que tú le dices en una de las cartas que más adelante le escribirás. «Mientras viva recordaré tu noble rostro, iluminado por la luz de la vela, en la primera noche que estuvimos juntos.» ¿Crees que estas frases son un poco exageradas o ridículas quizá?

Charlie soltó la mano de Joseph, y dijo:

- ¿A qué cartas te refieres? ¿De dónde recibo tales cartas?

- Por el momento, dejemos establecido que tú, más tarde, le escribes cartas. Y permíteme que te lo vuelva a preguntar: ¿te parece eficaz lo que te he dicho? ¿O estimas que debiéramos despedir al autor del libreto e irnos a casa?

Charlie tomó un sorbo de vino. Luego otro. Y dijo:

- Es eficaz. Sí, por el momento se puede representar, esa obra.

- ¿Y la carta? ¿No te parece demasiado? ¿Eres capaz de aguantar el escribir cartas así?

- Si no se puede dejarlo todo expresado en una carta, ¿de qué otra manera podrás hacerlo?

- Excelente. En consecuencia, esto es lo que tú le escribes, y ésta es la manera en que todo se desarrolla. Con la salvedad de un pequeño detalle. Este no es tu primer encuentro con Michel.

Sin hacer comedia, Charlie dejó bruscamente el vaso sobre la mesa.

Una nueva excitación se había apoderado de Joseph. Inclinándose hacia adelante, de manera que la luz de la vela iluminó sus bronceadas sienes, causando la impresión de que fuera la luz del sol incidiendo en un casco de bronce, Joseph dijo:

- Escucha. -Hizo una pausa y repitió-: Escucha. ¿Me escuchas? Una vez más, Joseph no se tomó la molestia de esperar la contestación. Dijo-: Una cita de un filósofo francés: «El mayor delito es no hacer nada debido a que tememos que sólo podamos hacer un poco.» ¿No te suena la frase?

En voz baja, Charlie exclamó:

- ¡Oh, Dios!

Y, llevada por un impulso, cruzó protectora mente los brazos sobre su pecho. Joseph inquirió:

- ¿Quieres que prosiga? -De todas maneras, prosiguió-: ¿No te recuerda a nadie esta frase? «Sólo hay una guerra de clases, y esta guerra de clases es la que se da entre los colonizadores y los colonizados, entre los capitalistas y los explotados. Nuestra tarea es llevar la guerra al terreno de aquellos que la inician. Al terreno de los millonarios racistas, que creen que el Tercer Mundo es una granja de su propiedad privada. Al terreno de los corruptos jeques petroleros que han vendido la primogenitura del mundo árabe.»

Joseph hizo una pausa, y observó cómo la cabeza de Charlie resbalaba por entre sus manos. Esta musitó:

- Basta, Joseph. Esto es ya demasiado. Vayamos a casa.

- «Al terreno de los belicistas imperialistas que arman a los agresores sionistas. Al terreno de la insensata burguesía occidental que es inconsciente esclava de su sistema y perpetuadora del mismo.» -Joseph hablaba casi en un murmullo, pero precisamente debido a ello su voz era mas penetrante-. «Nos dicen que no debemos atacar a las mujeres y a los niños. Pero yo os digo que la inocencia ha dejado de existir. Por cada niño que muere de hambre en el Tercer Mundo, hay en Occidente un niño que ha robado la comida de aquél.»

Charlie, ahora tremendamente segura de la situación en que se encontraba, dijo por entre los dedos con que se cubría la cara:

- Basta. Esto es excesivo. Me rindo.

Pero Joseph prosiguió su recitado:

- «Cuando tenía seis años de edad, me echaron de mi tierra. Cuando tenía ocho años me alisté al Ashbal.» Vamos, Charlie: pregunta qué es el Ashbal. Si, tú eres quien debe formular la pregunta. Y la formulaste. ¿Y qué te contesté?

Por entre sus dedos, Charlie repuso:

- La milicia infantil. Voy a vomitar, ahora mismo, Joseph.

- «A los diez años de edad estuve agazapado en un refugio construido con nuestras propias manos, mientras los sirios bombardea ban nuestro campamento. Cuando yo tenía quince años, mi madre y mi hermana fueron asesinadas por los sionistas, en el curso de un ataque aéreo.» Prosigue, Charlie. Termina tú misma mi historia.

Charlie había vuelto a coger la mano de Joseph, en esta ocasión con las dos suyas, y la golpeaba suavemente contra la mesa, como si de esta manera quisiera reñirle. Joseph le recordó:

- «Si se puede bombardear a los niños, los niños también pueden luchar.» ¿Y si esa gente coloniza? ¿Qué? ¡Prosigue! Casi sin querer, Charlie repuso:

- Hay que matarla.

- ¿Y si las madres del mundo agresor alimentan a sus hijos para poderles enseñar después a robarnos la tierra y a bombardear a nuestros compatriotas en el exilio?

- En este caso, las madres están en primera línea de fuego, juntamente con sus maridos, Joseph.

- ¿Y qué debemos hacer nosotros?

- Debemos matarlas también. Pero yo no le creí, cuando me contó todo lo que has dicho, y tampoco ahora le creo.

Joseph hizo caso omiso de la protesta de Charlie. Ahora Joseph estaba declarando, en nombre del otro, su eterno amor a Charlie:

- Escucha, por los orificios del negro casco que me había puesto, mientras te transmitía mi mensaje en el curso de la conferencia, observé cómo me mirabas entusiasmada. Observé tu cabeza pelirroja. Tus fuertes y revolucionarias facciones. ¿Y acaso no fue paradójico que, en la primera ocasión en que nos vimos, yo estuviera en el escenario y tú te encontraras entre el público?

- ¡Yo no estaba entusiasmada! Contrariamente, pensaba que te estabas excediendo, y sentía deseos de decírtelo.

Pero Joseph no permitió que Charlie le enmendara la plana:

- Fueran cuales fuesen tus sentimientos en aquella ocasión, ahora, aquí, en el motel de Nottingham, sometida a mi hipnótica influencia modificaste tus recuerdos. Y me dices que, a pesar de no haber podido ver mi cara, mis palabras quedaron para siempre grabadas en tu memoria. ¿Por qué no? ¡Charlie, así consta en la carta que me dirigiste!

Pero Charlie no estaba dispuesta a ceder. No, todavía no. De repente, y por primera vez desde el instante en que Joseph comenzó su relato, Michel se había convertido para Charlie en un ser independiente y vivo. Charlie se dio cuenta de que hasta el presente instante se había servido, inconscientemente, de las facciones de Joseph para dar vida a su imaginario amante, y de la voz de Joseph para dar carácter a sus declamatorias manifestaciones. Pero ahora, igual que una célula que se divide, los dos, hombres eran seres independientes y en contradicción, y Michel había adquirido su propia dimensión en la realidad. Charlie le volvió a ver en la sala de conferencias, con el suelo sin barrer, y con la fotografía de Mao, en viejo papel que ya se curvaba, y con los rayados bancos de escuela. Vio las filas de distintas cabezas con peinados que iban desde el de estilo afro al estilo Jesús, y volvió a ver a Long Al, laciamente sentado, en estado de aburrida embriaguez. Y en el estrado vio la figura aislada e indescifrable del valeroso representante de Palestina, un poco más bajo que Joseph, y quizá un poco más recio, aunque era difícil determinarlo, tal como iba, con su negra máscara, su ancha blusa caqui y su kaffiyeh blanco y negro, aunque ciertamente era más joven y, desde luego, más fanático. Recordó sus labios de pez, con expresión airada, debajo del casco. Se acordó del pañuelo rojo desafiantemente liado al cuello, y las manos enguantadas con las que subrayaba sus palabras y argumentaciones. Principalmente, recordó su voz, que no era gutural, como Charlie había previsto, sino de tono literario y cortés, en macabro contraste con su sanguinario mensaje tan impropio de Joseph. Recordó que se detenía, con el fin de volver a estructurar una frase, impulsado por sus deseos de expresarse con gramatical corrección: «Las armas y el regreso son una misma cosa para nosotros…; es imperialista todo aquel que no nos ayuda en nuestra revolución…, no actuar es apoyar la injusticia.»

En el mismo tono de leve rememoración, Joseph dijo:

- Me enamoré de ti inmediatamente. O, por lo menos, esto es lo que ahora te digo. Tan pronto terminé la conferencia, pregunté quién eras, pero me sentí incapaz de abordarte delante de tanta gente. También me di cuenta de que no podía mostrarte mi rostro, rostro que es una de mis mejores armas, En consecuencia, decidí ir a tu encuentro en el teatro. Hice indagaciones y te localicé en Nottingham. Y allá fui: te amo infinitamente, Michel.

Como si quisiera disculparse, Joseph dio exageradas muestras de preocuparse por el bienestar de Charlie, le llenó el vaso, pidió café, tras preguntarle cómo le gustaba más - resultó ser con un poco de leche-, le preguntó si deseaba ir al lavabo, obteniendo la contestación de que no, gracias. En la pantalla de televisión se veía un boletín de noticias, en el que un sonriente político descendía por la escalerilla de un avión. El político consiguió llegar al suelo, sin contratiempos.

Terminadas estas muestras de solicitud, Joseph miró significativamente a su alrededor, en la taberna, y luego miró a Charlie. A continuación, la voz de Joseph se convirtió en la mismísima esencia del sentido práctico:

- En consecuencia, Charlie, te conviertes de la Joan, la Juana de Arco, de Michel, en su gran amor, en su obsesión. Los empleados del motel ya se han ido, y estamos los dos solos en el comedor. Tu admirador sin máscara y tú. Ha pasado ya la medianoche y yo te he estado hablando durante demasiado tiempo, a pesar de que ni siquiera he comenzado a explicarte los sentimientos de mi corazón, ni a preguntar acerca de tu vida, a pesar de que te amo más que a nadie en mi vida, de que una experiencia semejante es totalmente nueva para mi, etcétera. El día siguiente es domingo, y tú estás libre, en tanto que yo he alquilado una habitación en el hotel. No hago el menor intento de persuadirte. No, no es éste mi estilo. Quizá sienta demasiado respeto hacia tu dignidad. O quizá mi orgullo me impida el intento de persuasión. O bien tú vienes a mí, como un verdadero compañero de armas, una amante libre, en una relación de soldado a soldado, o bien no te comportas de tal manera. ¿Cómo reaccionas? ¿Te muestras súbitamente impaciente por regresar al Astral Commercial Hotel, junto a la estación ferroviaria?

Charlie le miró fijamente y luego apartó la mirada. En la cabeza le bullían diez o doce respuestas cómicas, pero decidió prescindir de ellas. La figura del encapuchado en la sala de conferencias volvió a ser una abstracción. Era Joseph, y no un extraño, quien le había formulado la pregunta. ¿Y qué podía contestar Charlie, cuando en su imaginación ya estaban los dos juntos en cama, descansando Joseph su cabeza sobre el hombro de Charlie, teniendo Joseph su fuerte cuerpo con cicatrices junto al de Charlie, mientras ésta averiguaba la verdadera manera de ser de Joseph?

Joseph dijo:

- A fin de cuentas, Charlie, según tus propias declaraciones, te has acostado con hombres por mucho menos que esto.

Charlie, pareciendo de repente muy interesada en el salero de plástico, repuso:

- ¡Oh, sí, por muchísimo menos!

- Luces la costosa joya que te ha regalado. Te encuentras sola en una ciudad aburrida. Llueve. Ese hombre ha sabido halagar a la actriz, ha sabido despertar tus revolucionarios impulsos. ¿Cómo vas a rechazarle?

Charlie recordó a Joseph:

- Y también me ha dado de comer. A pesar de que yo estaba pasando una temporada vegetariana.

- Creo que ese hombre representa cuanto una aburrida muchacha occidental puede soñar.

Incapaz de mirarle siquiera, Charlie musitó:

- Joseph, por el amor de Dios!…

Mientras con una seña pedía que le entregaran la cuenta, Joseph dijo en tono decisorio:

- Muy bien. Felicidades. Por fin has encontrado tu alma gemela.

En los modales de Joseph había aparecido bruscamente una expresión de misteriosa brutalidad. Charlie tuvo la ridícula sensación de que su asentimiento había irritado a Joseph. Observó cómo pagaba la cuenta y cómo se guardaba el recibo en el bolsillo. Detrás de Joseph, Charlie salió al aire nocturno. Charlie pensó: «Soy una muchacha comprometida dos veces. Si amas a Joseph, dedícate a Michel. Como un alcahuete me ha vendido a su fantasma en el teatro de la realidad.»

Mientras entraban en el automóvil, Joseph dijo sin dar importancia a sus palabras:

- En la cama, te dice que su verdadero nombre es Salim, aunque ello constituye un gran secreto. Prefiere ser Michel. Ello se debe, en parte, a razones de seguridad, y, en parte, a que ya está levemente enamorado de la decadencia europea.

- Y a mí me gusta más Salim.

- Pero le llamas Michel.

«Lo que queráis», pensó Charlie. Pero la pasividad de Charlie era un engaño, incluso para ella misma, por cuanto sentía el nacimiento de la ira, que se iba alzando, muy lejos todavía, pero real.

El motel parecía un bloque de una fábrica, de poca altura. Al principio no encontraron espacio donde aparcar, pero después, un minibús Volkswagen, blanco, salió y dejó espacio para ellos. Charlie vio la figura de Dimitri al volante del minibús. Con las orquídeas en la mano, tal como Joseph le había dicho, Charlie esperó a que Joseph se pusiera el blazer rojo, y luego le siguió por el aparcamiento hasta la puerta de entrada. Joseph llevaba la bolsa de viaje de Charlie, así como su propia elegante cartera negra de hombre de negocios. Charlie le siguió a cierta distancia, con desgana. En el vestíbulo, mirando de soslayo, vio a Raoul y a Rachel en pie, bajo la deficiente luz, leyendo los programas de excursiones para el día siguiente. Charlie les dirigió una furiosa mirada. Joseph fue a recepción, y Charlie se puso junto a él, para ver cómo firmaba en el libro de registro, a pesar de que Joseph le había dado estrictas instrucciones de que no lo hiciera. El nombre era árabe, la nacionalidad libanesa, y las señas, las de un apartamiento en Beirut. Los modales de Joseph eran desdeñosos, los propios de un hombre de alta posición, que muy pronto se sentía ofendido. Charlie se dijo: «Sabes hacerlo bien.» Pero se lo dijo, en su fuero interno, con desgana, y esforzándose en odiarle. Joseph fue parco en sus ademanes, aunque con mucho estilo en ellos, identificándose con el papel que representaba. El aburrido recepcionista en servicio nocturno lanzó una lujuriosa mirada a Charlie, pero no dio muestra alguna de aquella falta de respeto a que Charlie estaba acostumbrada. Un empleado cargaba su equipaje en una enorme carretilla de hospital. «Visto un caftán azul, luzco un brazalete de oro, llevo ropa interior de Persephone, de Munich, y morderé al primer palurdo que me trate de fulana.» Joseph la tomó del brazo, y la mano de Joseph quemaba en el brazo de Charlie. La muchacha apartó el brazo de un tirón. «¡No sobes!» A los sones de gregoriano canto plano, difundido por ocultos altavoces, siguieron la carretilla con el equipaje a lo largo de un túnel gris, con puertas pintadas en tonalidades pastel. Su dormitorio era de la categoría grande luxe, lo cual significaba que tenía un aspecto tan estéril como un quirófano, y una cama de matrimonio.

Con furiosa hostilidad, Charlie exclamó:

- ¡Cristo! -Y miró furiosa a su alrededor.

El mozo del motel le dirigió una sorprendida mirada, pero Charlie hizo caso omiso de él. La muchacha vio un cuenco con fruta, un cubo con hielo, dos vasos y una botella de vodka esperando junto a la cama. También había un jarrón para las orquídeas. Charlie arrojó las orquídeas al jarrón. Joseph dio una propina al mozo, la carretilla emitió un gemido de despedida, y, de repente, los dos se encontraron solos, ante una cama del tamaño de un campo de fútbol, en tanto que dos minotauros, al carboncillo, y debidamente enmarcados, suministraban un ambiente de erotismo de buen tono, mientras que un balcón proporcionaba una perfecta vista del aparcamiento. Charlie sacó la botella de vodka del cubo de hielo, se sirvió un buen trago y se dejó caer desmadejadamente en el borde de la cama. Dijo:

- Salud, muchacho.

Joseph se hallaba de pie, contemplando sin expresión en el rostro a Charlie, y repuso, a pesar de que no tenía el vaso en la mano:

- Salud.

- Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Nos dedicamos a hacer una partid¡ta de naipes? ¿O es ésta la gran escena para la que hemos comprado las entradas?

Alzando la voz, Charlie prosiguió:

- Quiero decir, ¿quién diablos somos en este caso concreto? Lo quiero saber sólo a título informativo. ¿Quiénes somos? ¿Lo entiendes? ¿Quiénes?

- Sabes muy bien quiénes somos, Charlie. Somos dos enamorados gozando de nuestra luna de miel en Grecia.

- Pues yo pensaba que estábamos en un motel de Nottingham.

- Estamos interpretando los dos papeles al mismo tiempo. Pensaba que lo habías comprendido. Estamos construyendo el pasado y el presente.

- Debido a que tenemos muy poco tiempo a nuestra disposición.

- Digamos que se debe a que hay vidas humanas en peligro.

Charlie tomó otro trago de vodka, y observó que tenía la mano firme como una roca, ya que así se le ponía la mano cuando Charlie se malhumoraba seriamente. Charlie corrigió a Joseph:

- Vidas judías, querrás decir.

- ¿Es que son diferentes de las otras vidas?

- ¡Pues sí, si, señor! ¡Santo cielo! Quiero decir que Kissinger puede bombardear a los camboyanos hasta hartarse, y nadie pestañea siquiera. Los Israelíes pueden despedazar palestinos a placer. Pero si alguien mata a un par de conejos en Frankfurt o cualquier otro sitio, ello es un desastre internacional de primera división especial, ¿no es así?

Charlie tenía la vista fija en un punto situado más allá del cuerpo de Joseph, como si contemplara a un invisible enemigo, pero a pesar de este enfoque visual, Charlie pudo ver que Joseph daba un firme paso hacia ella, y, durante un feliz instante, Charlie pensó que Joseph se disponía a dejarla sin opciones, de una vez para siempre. Pero, contrariamente, Joseph pasó junto a la muchacha, llegó al balcón y abrió las puertas, quizá debido a que quisiera que el zumbido del tránsito ahogara la voz de Charlie.

Fija la vista en el exterior, sin el más leve matiz de emoción en la voz, Joseph dijo: -Todo son desastres. Pregúntame lo que sienten los habitantes de Kiryat Shmonah, cuando los palestinos los bombardean. Pregunta a los habitantes de los kibbutz qué sienten cuando oyen el silbido de los cohetes Katiuska, cuando llegan de cuarenta en cuarenta, mientras esconden a sus hijos en refugios, diciéndoles que sólo se trata de un juego.

Joseph hizo una pausa y emitió un suspiro de aburrimiento, como si ya hubiera oído demasiadas veces sus propias argumentaciones. En tono más práctico, Joseph añadió:

- De todas maneras, la próxima vez que utilices esta argumentación, recuerda que Kissinger es judío. Esto es también impontante en el un tanto primitivo arsenal argumentativo de Michel.

Charlie se llevó los nudillos a la boca y descubrió que estaba llorando. Joseph se acercó y se sentó a su lado, en la cama, y Charlie esperó que le pusiera el brazo alrededor de los hombros, o que le ofreciera sabias razones una vez más, o, sencillamente, que la poseyera, que era lo que más hubiera gustado a Charlie. Pero Joseph no hizo ninguna de estas cosas. Se limitó a dejarla llorar, hasta que, poco a poco, Charlie tuvo la falsa impresión de que Joseph había acoplado su humor al de ella, y que los dos lloraban juntos. Con mucha mayor eficacia que las palabras, el silencio de Joseph causaba la impresión de mitigar lo que los dos tenían que hacer. Durante largo tiempo, durante lo que pareció siglos, estuvieron los dos así, sentados el uno al lado del otro, hasta que Charlie permitió que su sensación de ahogo se desvaneciera en un suspiro de agotamiento. Pero no por ello Joseph se movió, ni hacia ella, ni alejándose de ella.

Desesperada y cogiendo una vez más la mano de Joseph, Charlie dijo: -Joseph, ¿quién diablos eres? ¿Qué sientes en el interior de este laberíntico amasijo de alambre de espino?

Charlie levantó la cabeza y comenzó a prestar atención a los sonidos producidos por otros seres en las habitaciones vecinas. Oyó los suplicantes vagidos de un niño insomne. Oyó una estridente discusión conyugal. Y también oyó el sonido de pasos en el balcón. Volvió la vista y vio a Rachel, vestida con mono de deporte, de tela de rizo, armada con una bolsa para el tocador y un termo, y de esta guisa penetraba en el dormitorio.

Charlie yacía despierta, tan agotada que no podía conciliar el sueño. Nottingham jamás fue así. Del cuarto contiguo llegaba el apagado sonido de una voz que hablaba por teléfono, y a Charlie le pareció reconocer aquella voz. Charlie yacía en brazos de Michel. Charlie yacía en brazos de Joseph. Charlie añoraba a Al. Charlie se encontraba en Nottingham con el amor de su vida. Charlie se encontraba a salvo en su propia cama en Camden, y también se hallaba aún en el cuarto que su maldita madre todavía llamaba el cuarto de los niños. Charlie yacía tal como había yacido el día en que su caballo la derribó, contemplando la película de su vida y explorando su mente tal como había explorado dubitativamente su propio cuerpo, miembro a miembro, para saber si había padecido lesiones. A kilómetros de distancia, al otro lado de la cama, Rachel leía una obra de Thomas Hardy, en edición de bolsillo, a la luz de una menuda lamparilla.

Charlie preguntó:

- ¿A quién tiene, Rachel? ¿Quién le zurce los calcetines y le limpia las pipas?

- Mejor será que se lo preguntes a él, querida.

- ¿Eres tú?

- Daría mal resultado. A la larga daría mal resultado, ¿no crees?

Medio adormilada, Charlie intentaba descifrar el enigma de aquel hombre. Dijo:

- ¿Ha sido un luchador, no es cierto?

Muy satisfecha, Rachel repuso:

- El mejor. Y todavía lo es.

- ¿Y cómo encontraba las ocasiones de luchar?

Sin dejar de estar inmersa en la lectura de su libro, Rachel con-testó:

- Los demás se las proporcionaban.

Charlie decidió formular una pregunta audaz:

- ¿Tuvo esposa, en otros tiempos? ¿Qué fue de ella? Rachel repuso:

- Lo siento mucho. Mil perdones, querida.

Haciendo caso omiso de la chasqueante contestación, Charlie musitó: -¿Y esta esposa se tiró por la ventana o la empujaron? Da igual. Pobre tía, seguramente tenía que comportarse como seis camaleones, sólo para ir en autobús con él. Charlie se quedó inmóvil durante un rato. Luego preguntó:

- ¿Y cómo te metiste en este lío, Rachel?

Con la consiguiente sorpresa de Charlie, Rachel dejó el libro apoyado en su estomago y contestó la pregunta. Dijo que sus padres eran judíos ortodoxos de Pomerania. Después de la guerra se trasladaron a Macclesfield y ganaron mucho dinero en la industria textil. Tranquilamente, Rachel dijo:

- Si, con sucursales en toda Europa, y un lujoso piso en Jerusalén.

Habían querido que Rachel estudiara en Oxford y que luego pasara a trabajar en la empresa familiar, pero Rachel prefirió estudiar la Biblia y la historia de los judíos, en la Universidad Hebrea.

Cuando Charlie insistió para que Rachel le contara el paso siguiente, la muchacha se limitó a contestar:

- Sencillamente, ocurrió.

Charlie quiso saber el cómo y el porqué:

- ¿Quién te inició, qué te dijeron?

Rachel no quiso decirle el cómo ni el quién, aunque sí el porqué. Dijo que conocía bien Europa y conocía asimismo el antisemitismo. Y quería demostrar a aquellos engreídos sabra, pequeños héroes de guerra, que conoció en la universidad, que ella podía luchar por Israel tan bien como un muchacho.

Arriesgándose más, Charlie preguntó: -¿Y Rose?

- Rose era una muchacha complicada -repuso Rachel, como si ella no lo fuera. Rose había pertenecido a las juventudes sionistas en la República de Sudáfrica, y había ido a Israel sin saber exactamente si acaso no le hubiera valido más quedarse en Sudáfrica y luchar contra el apartheid.

Rachel explicó:

- Y Rose lucha con tanto más empeño por cuanto no sabe todavía qué hubiera debido hacer.

Y, a continuación, con un enérgico movimiento que indicaba que la conversación había terminado, volvió a sumirse en la lectura de Mayor of Casterbridge.

«Un empacho de ideales -pensó Charlie-. Y hace dos días yo no tenía ideal alguno.» Se preguntó si acaso ahora tenía algún ideal. Pensó que se lo volvería a preguntar mañana por la mañana. Durante un rato, adormilada, imaginó leer los siguientes titulares: «FAMOSA IMAGINATIVA ENCUENTRA LA REALIDAD», «JUANA DE ARCO QUEMA A UN ACTIVISTA PALESTINO». «Bueno, Charlie; pues sí: buenas noches.»

El dormitorio de Becker se hallaba un poco más allá, en el mismo pasillo, y tenía dos camas, lo cual era lo más que el hotel se acercaba a reconocer la posibilidad de que en el mundo hubiera personas no aparejadas. Becker yacía en una de las camas y contemplaba la otra, separada de la suya por la mesilla con teléfono. Faltaban diez minutos para la una y media, y la una y media era el momento señalado. El conserje de guardia nocturna había recibido su propina, prometiendo pasar la llamada. Becker estaba plenamente despierto, como a menudo le ocurría a aquella hora. Estaba habituado a pensar con gran rapidez y a dejar de pensar muy lentamente, a tenerlo todo en el primer plano de su mente y a olvidar lo que había detrás, o lo que no había detrás. El teléfono sonó a la hora convenida, y la voz de Kurtz saludó a Becker. Este se preguntó dónde diablos estaría Kurtz. Oyó música de altavoz al fondo, y aventuró correctamente que Kurtz se encontraba en un hotel. En Alemania, recordó, ya que sólo un hotel alemán es capaz de establecer comunicación con un hotel de Delfos. Kurtz hablaba en inglés, debido a que con ello llamaba menos la atención, y lo hacía en un tono tranquilo, para no alarmar a un posible escucha. Becker le dijo que sí, que todo se desarrollaba a pedir de boca. Las conversaciones se sostenían en un buen ambiente, y no esperaba que se produjeran dificultades, por el momento. Becker se preguntó por el último producto.

Y Kurtz, en el tono altisonante que solía emplear para lanzar al combate a sus tropas más rezagadas, repuso:

- Contamos con colaboraciones de primerísimo orden. Cuando quieras ven a visitar el almacén, y te aseguro que el producto no te defraudará. Y tengo que decirte otra cosa.

Por norma general, Becker rara vez terminaba sus conversaciones telefónicas con Kurtz, y lo mismo hacía éste en las conversaciones con el primero. Se daba la rara circunstancia de que cada uno de ellos hacía lo posible para ser el primero en dejar de hablar con el otro. Sin embargo, en esta ocasión, Kurtz escuchó hasta el final, y lo mismo hizo Becker. Pero éste, cuando colgó el teléfono vio sus atractivas facciones reflejadas en el espejo, y las estuvo contemplando un rato, con notable desagrado. Instantes hubo en que le parecieron las luces de un buque pirata, y sintió el morboso y avasallador deseo de apagarlas de una vez para siempre: o ¿Quien diablos eres? ¿Qué es lo que sientes?» Becker se acercó al espejo. «Siento lo mismo que sentiría si estuviera contemplando a un amigo muerto y alentara esperanzas de que resucitara. Siento lo mismo que si estuviera buscando mis viejas esperanzas en otra persona, y lo hiciera sin el menor éxito. Siento que soy un actor, tal como lo eres tú, rodeándome a mí mismo de versiones de mi propia identidad, debido a que, por razones ignoradas, el personaje original, se perdió en el camino. Aunque, en realidad, nada siento, debido a que los sentimientos verdaderos son subversivos y atentan contra la disciplina militar. En consecuencia, no siento, sin embargo lucho, luego existo.»

En la ciudad, Becker caminaba con impaciencia, a largos pasos, mirando fijamente al frente, como si caminar le aburriera, y como si la distancia, como siempre, fuera demasiado corta. Era una ciudad que esperaba ser atacada, y durante más de veinte años Becker había conocido muchas ciudades, demasiadas, en estas mismas circunstancias. Las gentes habían huido de las calles, a los oídos no llegaban voces de niños. Derriba las casas. Dispara contra todo lo que se mueva. Los coches y camionetas que se veían habían sido abandonados por sus dueños, y sólo Dios sabe cuándo dichos dueños volverían a echar la vista encima a sus vehículos. De vez en cuando, la rápida mirada de Becker penetraba deslizándose en un portal abierto o en una calleja sin luces, pero el acto de observar era habitual en el, y no por ello menguaba la velocidad de su paso. Al llegar a un cruce, Becker alzó la cabeza para leer en la placa el nombre de la calle, pero una vez mas siguió adelante a paso vivo, antes de penetrar muy deprisa en un solar en construcción. Allí había un minibús, aparcado entre montones de ladrillos. Palos destinados a sostener alambres para tender la ropa a secar se inclinaban en los alrededores del minibús, de manera que disimulaban la existencia de una antena de unos treinta pies. Del interior del mini-bus salía una música suave. Se abrió la puerta del vehículo, el cañón de una pistola apuntó a la cara de Becker, como un ojo que le escrutara, la pistola desapareció. Una voz respetuosa dijo:

- Shalom.

Becker entró en el minibus y cerró la puerta. La música no con-seguía superar el irregular parloteo de un pequeño teletipo. David el operador de la casa de Atenas, estaba agazapado junto al aparato. Le acompañaban dos de los chicos de Litvak. Limitándose a efectuar un movimiento de saludo con la cabeza, Becker se sentó en el banco con almohadillas, y comenzó a leer el montón de hojas de teletipo que habían sido arrancadas antes de su llegada.

Los muchachos le miraban con respeto. Becker tenía la impresión de que aquellos chicos contaban vorazmente las cintas de sus medallas, y que probablemente sabían sus actos de heroísmo mucho mejor que él mismo.

El más audaz de los dos muchachos osó decir:

- Es guapa la chica, Gadi.

Becker no le hizo caso. A veces, Becker subrayaba un párrafo, otras veces subrayaba una fecha. Cuando hubo terminado, entregó los papeles a los muchachos, y les ordenó que le formularan preguntas, hasta que quedó en la certeza de haberse aprendido bien cuanto debía aprenderse.

Al salir del minibús, Becker se detuvo, en contra de su voluntad. junto a una ventana, y oyó las alegres y juveniles voces que hablaban de él.

El más audaz de los dos muchachos dijo:

- Gavron le reserva un cargo de director general. Si, dirigir a una nueva fábrica textil cerca de Haifa.

El otro repuso:

- Excelente. En este caso lo que debemos hacer es retirarnos y dejar que Gavron nos convierta en millonarios.


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