12

A la hora de la cita, Pierce eligió un teléfono público que estaba al lado de Smooth Moves y llamó al número de Robín. Dando la espalda al teléfono, vio que al otro lado de Lincoln había un gran complejo de apartamentos llamado Marina Executive Towers. Sólo que el edificio no podía calificarse de torre o torres. Era ancho y achaparrado: tres pisos de apartamentos encima de un garaje. El complejo ocupaba media manzana y su longitud quedaba disimulada por los tres tonos pastel diferentes en que estaba pintada la fachada: rosa, azul, amarillo. Una pancarta colgada del tejado anunciaba alquileres de corta duración para ejecutivos con servicio de asistencia gratuita. Pierce se dio cuenta de que era un lugar perfecto para el negocio de una prostituta. El complejo de apartamentos era tan grande y el desfile de inquilinos tan incesante que una procesión de hombres diferentes entrando y saliendo no sería advertido ni llamaría la atención de otros residentes.

Robín contestó después de tres timbrazos.

– Soy Henry. He llamado…

– Hola, pequeño. Deja que te eche un vistazo.

Sin tratar de resultar demasiado obvio, Pierce examino las ventanas del edificio que se alzaba al otro lado de la calle, en busca de alguien más que lo estuviera observando. No vio a nadie ni ningún movimiento en las cortinas, pero reparó en que varios apartamentos tenían cristal de espejo. Se preguntó si habría más de una mujer como Robin trabajando en el edificio.

– Veo que tienes mi batido -dijo ella-. ¿Lleva ese polvo energético?

– Sí, lo han llamado lanzacohetes. ¿Es lo que querías?

– Eso es. Vale, me gusta tu aspecto. No eres poli, ¿verdad?

– No, no lo soy.

– ¿Seguro?

– Sí.

– Pues dilo. Estoy grabando esto.

– No soy agente de policía, ¿vale?

– Muy bien, entonces sube. Cruza la calle hasta el edificio de apartamentos y en la puerta principal pulsa el timbre del doscientos tres. Te veo enseguida.

– De acuerdo.

Pierce colgó y siguió las instrucciones. Cuando pulsó el botón del 203, la cerradura de la puerta zumbó sin que Robin preguntara nada por el interfono. Dentro, Pierce no encontró las escaleras, así que subió en ascensor. El apartamento de Robin estaba a dos puertas del ascensor.

La joven abrió la puerta antes de que Pierce tuviera ocasión de llamar. Había una mirilla y probablemente ella había estado observando. Robin cogió el batido e invitó a Pierce a entrar.

La casa tenía pocos muebles y a primera vista carecía de cualquier objeto personal. Únicamente había un sofá, una silla, una mesita de café y una lámpara de pie. Pierce vio en la pared una reproducción de museo enmarcada. Parecía medieval: dos ángeles guiaban a los que acababan de fallecer hacia la luz que se abría al final del túnel.

Cuando Pierce entró vio que las puertas de cristal que daban al balcón tenían una película de espejo. Daban casi directamente a la tienda de Smooth Moves.

– Yo podía verte, pero tú a mí no -dijo Robin desde detrás de él-. He visto que mirabas.

Pierce se volvió hacia ella.

– Sentía curiosidad por la puesta en escena. Bueno, por cómo trabajabas esto.

– Pues ahora ya lo sabes. Siéntate.

Ella se sentó en un sofá y le hizo un gesto para que se acomodara a su lado. Pierce lo hizo. Trató de mirar en torno a sí. El lugar le recordaba a una habitación de hotel, aunque suponía que la atmósfera no era lo más importante para la actividad que normalmente se desarrollaba en el apartamento. Sintió que la mano de Robin le agarraba la mandíbula y le giraba la cara hacia ella.

– ¿Te gusta lo que ves? -preguntó.

Estaba casi seguro de que era la mujer de la foto de la página Web, aunque le costaba tener la certeza porque no la había estudiado durante tanto tiempo ni con tanta frecuencia como la foto de Lilly.

Robin iba descalza y llevaba una camiseta corta y unos shorts de pana rojos, tan minúsculos, que un bañador habría sido más recatado. No llevaba sujetador y tenía pechos grandes, probablemente como resultado de implantes. Los pezones se dibujaban claramente bajo la camiseta. El pelo rubio, con la raya al medio, le caía a los lados de la cara en rizos. No llevaba maquillaje, a juicio de Pierce.

– Sí, me gusta -contestó.

– La gente me dice que me parezco a Meg Ryan.

Pierce asintió, aunque no veía el parecido. La estrella de cine era mayor, pero su mirada era mucho más suave.

– ¿Me has traído algo?

Al principio pensó que ella estaba hablando del batido, pero luego se acordó del dinero.

– Sí, lo tengo aquí.

Se recostó en el sofá para buscar en el bolsillo. Tenía los cuatrocientos preparados en billetes de veinte, tal y como habían salido del cajero. Ésta era la parte que se había preparado. No le importaba perder los cuatrocientos, pero no quería dárselos a Robin y que luego ella lo echara cuando le explicara la verdadera razón que lo había llevado hasta allí.

Sacó el dinero para que pudiera verlo y sabía que estaba lo bastante cerca de ella para que lo cogiera.

– ¿Es la primera vez, pequeño?

– ¿Perdona?

– ¿Con una chica de compañía? ¿La primera vez?

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque se supone que has de ponerlo en un sobre para mí. Como un regalo. Es un regalo, ¿no? No me estás pagando para que haga nada.

– Sí, eso es. Un regalo.

– Gracias.

– ¿Es eso lo que significa la R en RN, regalo?

Ella sonrió.

– De verdad que eres nuevo en esto. Significa relación de novia, cariño. Una relación de novia absolutamente positiva. Significa que consigues lo que quieres, como con tu novia antes de que fuera tu mujer.

– No estoy casado.

– No importa.

Ella se estiró para alcanzar el dinero mientras lo decía, pero Pierce apartó la mano.

– Eh, antes de que te dé este… regalo, he de decirte algo.

Todas las luces de alarma se encendieron al mismo tiempo en el rostro de Robin.

– No te preocupes, no soy poli.

– Entonces, ¿qué?, ¿no quieres usar goma? Olvídalo ésa es la regla número uno.

– No, no es eso. De hecho, ni siquiera quiero tener relaciones sexuales contigo. Eres muy atractiva, pero lo único que quiero es información.

Robin se tensó. A Pierce le pareció más alta, pese a que estaba sentada.

– ¿De qué coño estás hablando?

– He de encontrar a Lilly Quinlan. Tú puedes ayudarme.

– ¿Quién es Lilly Quinlan?

– Vamos, la nombras en la página Web. ¿Dobla tu placer? Ya sabes de quién estoy hablando.

– Tú eres el tío de anoche. Llamaste anoche.

Pierce asintió.

– ¡Lárgate de aquí!

La joven se levantó con rapidez y caminó hacia la puerta.

– Robin, no abras esa puerta. Si no hablas conmigo, hablarás con la poli. Ése es mi próximo paso.

Ella se volvió.

– A la poli no le importa una mierda.

Pero no abrió la puerta. Se limitó a quedarse allí, enredada y esperando, con una mano en el pomo.

– Quizá ahora no, pero se preocuparán si yo acudo a ellos.

– ¿Por qué? ¿Quién eres tú?

– Tengo influencia -mintió-. Es cuanto necesitas saber. Si yo acudo a la poli, ellos vendrán a verte. No serán tan amables como yo… y no te pagarán cuatrocientos dólares por tu tiempo.

Pierce dejó el dinero en el sofá donde estaba sentada ella. Vio que sus ojos iban hacia los billetes.

– Sólo información, es lo único que quiero. Es sólo para mí.

Esperó y después de un largo silencio Robin se acercó al sofá y agarró el dinero. De algún modo encontró sitio para guardarlo en sus minúsculos shorts. Cruzó los brazos y se quedó de pie.

– ¿Qué información? Apenas la conocía.

– Sabes algo. Hablas de ella en pasado.

– No sé nada. Lo único que sé es que se ha ido. Ella simplemente… desapareció.

– ¿Cuándo fue eso?

– Hace más de un mes. De repente desapareció sin más.

– ¿Por qué todavía mantienes su nombre en tu página si hace tanto que se fue?

– Has visto su foto. Ella trae clientes. A veces se quedan conmigo.

– Muy bien, ¿cómo sabes que su desaparición fue tan repentina? A lo mejor hizo las maletas y se fue.

– Lo sé porque estaba hablando por teléfono con ella y al cabo de un rato no se presentó. Por eso.

– ¿Presentarse para qué?

– Teníamos un trabajo. Un trío. Ella lo arregló y me llamó. Me dijo la hora y luego no se presentó. Yo estaba allí, y entonces llegó el cliente y no le hizo ninguna gracia. Para empezar no había sitio para aparcar, después ella no estaba allí y yo tuve que rebuscar para encontrar a otra chica que viniera aquí a mi apartamento… Y no hay otras chicas como Lilly, y él quería a Lilly. Joder, fue un fiasco, eso es lo que fue.

– ¿Dónde pasó?

– En su lugar de citas. Ella no trabajaba en ningún otro sitio. Ni a domicilio, ni siquiera aquí. Yo siempre tenía que ir a donde ella estaba. Aunque fueran mis clientes los que querían el doble, teníamos que ir a su apartamento, o no se hacía.

– ¿Tienes llave de su apartamento?

– No. Ya te he dado bastante por los cuatrocientos. Habría sido más fácil follar y olvidarte. Se acabó.

Pierce buscó de mala gana en el bolsillo y sacó el resto de lo que tenía en efectivo. Doscientos treinta dólares. Lo había contado en el coche. Se lo dio a ella.

– Entonces coge esto, porque no he terminado. Algo le ocurrió a Lilly y voy a averiguarlo.

Robin cogió el dinero y se lo guardó sin contarlo.

– ¿Por qué te preocupas?

– Tal vez porque nadie más lo hace. Bueno, si no tienes llave de su apartamento, ¿cómo sabes que ella no se presentó esa noche?

– Porque estuve quince minutos llamando y luego esperé veinte minutos con el cliente. Te digo que no estaba allí.

– ¿Sabías si tenía alguna cita antes del trabajo contigo?

Robin lo pensó un momento antes de responder.

– Ella dijo que tenía algo que hacer, pero no sé si era con un cliente. Losé porque yo quería hacerlo más temprano, pero Lilly dijo que estaba ocupada con algo a esa hora. Así que quedamos cuando ella quería, y por eso tendría que haber estado allí, pero no estaba.

Pierce trató de imaginar qué preguntas haría un policía, pero no sabía cómo abordaría el caso la policía. Pensó en ello como si fuera un problema del trabajo, decidió aplicar su enfoque riguroso habitual para resolver problemas y construir teorías.

– O sea que antes de encontrarse contigo tenía que hacer algo -dijo-. Ese algo podría haber sido citarse con un cliente. Y como dices que no trabajaba en otro sitio que no fuera el apartamento, ella tenía que haberse encontrado con el cliente en el apartamento. En ningún otro lugar, ¿verdad?

– Eso es.

– Así que cuando fuiste allí y llamaste a la puerta ella podría haber estado dentro con ese cliente o tal vez estaba sola y simplemente no contestó.

– Supongo, pero ya debería haber terminado y tendría que haber contestado. Estaba todo concertado. Así que a lo mejor no era un cliente.

– O a lo mejor no la dejaron contestar. Quizá no podía contestar.

Esto pareció darle que pensar a Robin, como si se hubiera dado cuenta de lo cerca que había estado del destino de Lilly.

– ¿Dónde está ese apartamento?

– En Venice. Cerca de Speedway.

– ¿Cuál es la dirección exacta?

– No me acuerdo, sólo sé cómo llegar.

Pierce asintió. Pensó en qué más necesitaba preguntarle a Robin. Tenía la sensación de que tenía una sola ocasión con ella. No habría segundas oportunidades.

– ¿Cómo os juntasteis para hacer estos, eh…, números?

– Teníamos un enlace en el sitio Web. Si la gente nos quería a las dos, preguntaba y lo organizábamos si las dos estábamos disponibles.

– Me refería a cómo os conocisteis para poner el vínculo en la Web. ¿Cómo la conociste?

– Nos conocimos en una sesión y de algún modo surgió. Surgió de ahí.

– ¿Una sesión? ¿A qué te refieres?

– De modelos. Era una escena chica-chica y nos conocimos en el estudio.

– ¿Para una revista?

– No, para una Web.

Pierce pensó en la puerta que había abierto en Entrepeneurial Concepts.

– ¿Era uno de los sitios Web de Entrepeneurial Concepts?

– Mira, no importa qué…

– ¿Cuál era el nombre del sitio?

– Se llamaba algo así como Fetisch Castle punto esto o lo otro. No lo sé. No tengo ordenador. ¿Qué importa?

– ¿Dónde fue la sesión? ¿En Entrepeneurial Concepts?

– Sí, en los estudios.

– O sea que conseguiste el trabajo a través de L. A. Darlings y el señor Wentz, ¿verdad?

Pierce vio que los ojos de la joven destellaban ante la mención del nombre, pero ella no dijo nada.

– ¿Cómo se llama de nombre?

– No voy a hablar de él contigo. No puedes decirle que conseguiste información de mí, ¿entiendes?

Pierce pensó que esta vez había visto un brillo de miedo en los ojos de Robin.

– Todo lo que me digas aquí es confidencial. Te lo prometo. ¿Cómo se llama?

– Mira, tiene contactos y hay gente que trabaja para él que es muy peligrosa. Él es peligroso. No quiero hablar de él.

– Sólo dime su nombre y no te haré más preguntas, ¿de acuerdo?

– Billy. Se llama Billy Wentz. Es muy peligroso, ¿vale?

– Gracias.

Pierce se levantó y echó un vistazo por el apartamento. Caminó hasta la esquina de la sala de estar y miró por un pasillo que supuso que conducía al dormitorio. Le sorprendió averiguar que había dos dormitorios con un baño en medio.

– ¿Por qué tienes dos dormitorios?

– Comparto el apartamento con otra chica. Cada una tiene el suyo.

– ¿Del sitio Web?

– Sí.

– ¿Cómo se llama?

– Cleo.

– También fue Billy Wentz quien la puso contigo.

– No, fue Grady.

– ¿Quién es Grady?

– Trabaja con Billy. Él es el que de verdad maneja el cotarro.

– ¿Por qué no haces dobles con Cleo? Sería más fácil.

– Probablemente lo haré. Pero ya te he dicho que conseguía mucho trabajo de Lilly. No hay muchas chicas como ella.

Pierce asintió.

– No vives aquí, ¿verdad?

– No, trabajo aquí.

– ¿Dónde vives?

– No te lo voy a decir.

– ¿Tienes ropa aquí?

– ¿A qué te refieres?

– ¿Tienes otra ropa aparte de eso? -Hizo un ademán hacia la ropa que llevaba puesta-. ¿Y dónde están tus zapatos?

– Sí, me cambio cuando llego aquí. No salgo vestida así.

– Bien. Cámbiate y vámonos.

– ¿De qué estás hablando? ¿Adonde?

– Quiero que me enseñes dónde trabaja Lilly. O trabajaba.

– Ni hablar, tío. Ya tienes tu información. Esto es todo.

Pierce miró el reloj.

– Mira, has dicho cuatrocientos la hora. Llevo aquí veinte minutos como mucho. Eso significa que me quedan cuarenta minutos o me devuelves dos tercios del dinero.

– No funciona así.

– Hoy funciona así.

Ella lo miró enfadada un largo momento y luego pasó por delante de él en silencio para ir a la habitación a cambiarse. Pierce caminó hasta las puertas del balcón y miró al otro lado de la calle.

Vio a un hombre de pie en el teléfono público enfrente de Smooth Moves, con un batido en la mano y mirando a las ventanas del edificio en el que se hallaba Pierce. Otro batido, otro cliente. Se preguntó cuántas mujeres trabajaban en el edificio. ¿Todas trabajaban para Wentz? ¿Era Wentz el dueño del edificio? Tal vez incluso tenía una parte de la tienda que vendía los batidos.

Se volvió para preguntarle a Robin acerca de Wentz y por el ángulo en el que se hallaba pudo mirar por el pasillo y a través de la puerta abierta de la habitación. Robin estaba desnuda y poniéndose unos vaqueros ajustados Por encima de las caderas. Sus pechos perfectamente bronceados colgaban pesadamente cuando se dobló para vestirse.

Cuando se levantó para subirse la cremallera por encima de su abdomen plano y el pequeño triángulo de vello dorado, miró directamente a Pierce a través de la puerta. Robin no parpadeó, sino que puso una cara desafiante. Se inclinó hacia la cama y cogió una camiseta blanca que se puso por encima de la cabeza sin hacer ningún movimiento para girarse u ocultar su desnudez a Pierce.

Salió del dormitorio y se puso un par de sandalias que sacó de debajo de la mesita de café.

– ¿Te ha gustado? -preguntó.

– Sí. Supongo que no hace falta que te lo diga. Tienes un cuerpo precioso.

Ella pasó por delante de Pierce hasta la cocina americana. Abrió un armario de encima del fregadero y sacó un bolsito negro.

– Vamos. Te quedan treinta y cinco minutos. -Caminó hasta la puerta del apartamento, la abrió y salió al pasillo.

Pierce la siguió.

– ¿Quieres tu batido?

Estaba en la barra de la cocina.

– No, aborrezco los batidos. Engordan. Mi vicio es la pizza. La próxima vez tráeme pizza.

– Entonces ¿por qué has pedido un batido?

– Sólo era una forma de ponerte a prueba, de ver qué harías por mí.

«Y de establecer control», pensó Pierce, pero no lo dijo. Un control que no siempre duraba mucho una vez que el dinero había cambiado de manos y la chica se había quitado la ropa.

Pierce salió al pasillo y volvió a mirar el lugar donde Robin trabajaba. Sintió desazón, tristeza incluso. Pensó en la página Web. ¿Qué era una relación de novia absolutamente positiva y cómo podía surgir de un lugar semejante?

Cerró la puerta, se aseguró de que quedaba trabada y luego siguió a Robin al ascensor.

Загрузка...