4

Cuando volvió a su despacho, Pierce encendió las luces con la mano. El interruptor por reconocimiento de voz era una chorrada y lo sabía. Lo habían instalado con el único fin de impresionar a los potenciales inversores a los que Charlie Condon les mostraba la compañía cada pocas semanas. Era un artificio. Como el sinfín de cámaras, como Vernon. Pero Charlie aseguraba que todo eso era necesario, que simbolizaba la naturaleza vanguardista de su investigación. Decía que ayudaba a que los inversores visualizaran los proyectos y la importancia de la compañía. Les hacía sentirse bien antes de extender un cheque.

De todos modos, para Pierce el resultado era que a veces las oficinas le parecían desalmadas en la misma medida que de alta tecnología. Había empezado con la empresa en un almacén de renta baja de Westchester, donde tenía que tomar las lecturas de los experimentos entre despegues y aterrizajes del aeropuerto LAX. Sin empleados. Ahora tenía tantos que necesitaba un jefe de personal. Antes conducía un Volkswagen escarabajo de los antiguos, con el guardabarros abollado. Y ahora conducía un BMW. Sin duda alguna, él y Amedeo habían recorrido un largo camino. Pero cada vez con más frecuencia se dejaba llevar por recuerdos de aquel almacén laboratorio supeditado a los vuelos de la pista 17. Su amigo Cody Zeller, que siempre buscaba una referencia cinematográfica, le había dicho en una ocasión que «pista 17» sería su «Rosebud», las últimas palabras susurradas por sus labios agonizantes. Al margen de otras similitudes con Ciudadano Kane, Pierce no descartaba que Zeller tuviera razón en eso.

Se sentó ante su escritorio y pensó en llamar a Zeller y decirle que había cambiado de idea respecto a lo de salir. También consideró la posibilidad de telefonear a la casa para ver si Nicole quería hablar. Claro que sabía que no podía hacerlo. Ese paso le correspondía darlo a ella y Pierce tenía que esperar, tenía que esperar algo que tal vez nunca sucedería.

Sacó la libreta de su mochila y llamó al número para acceder al buzón de voz desde una localización remota. Marcó la contraseña y averiguó que tenía un mensaje nuevo. Lo reprodujo y escuchó la voz nerviosa de un hombre a quien no conocía.


Ah, sí, hola, me llamo Frank. Estoy en el Península. Habitación seiscientos doce. Así que llámame cuando puedas. He sacado tu número del sitio Web y quería saber si estás disponible esta noche. Ya sé que es tarde, pero pensé que podía probarlo. Bueno, soy Frank Behmer, habitación seiscientos doce del Península. Espero tener noticias tuyas pronto.


Pierce borró el mensaje, pero una vez más sintió la extraña magia de hallarse secretamente en el mundo oculto de otra persona. Se lo pensó un momento y luego llamó a Información para solicitar el teléfono del Península de Beverly Hills. Frank Behmer estaba tan nervioso al dejar el mensaje, que no había facilitado el número del hotel.

Pierce llamó al hotel y preguntó por Behmer, en la habitación 612. Contestaron al cabo de cinco timbrazos.

– ¿Hola?

– ¿Señor Behmer?

– ¿Sí?

– Hola, ¿ha llamado por Lilly?

Behmer dudó antes de contestar.

– ¿Quién es?

Pierce no dudó porque había previsto la pregunta.

– Me llamo Hank. Llevo las llamadas de Lilly. Está bastante ocupada ahora, pero estoy tratando de localizarla.

– Sí, he probado en su móvil, pero no contesta.

– ¿El móvil?

– El que sale en la Web.

– Ah, entiendo. Verá, es que aparece en varios sitios. ¿Le importa que le pregunte de cuál sacó usted el número? Tratamos de averiguar cuál es más eficaz, no sé si me explico.

– Lo vi en el sitio de L. A. Darlings.

– Ah, L. A. Darlings. Sí. Es una de nuestras mejores webs.

– Es ella de verdad la que sale allí, ¿no? En la foto.

– Ah, sí, señor, es ella de verdad.

– Preciosa.

– Sí. De acuerdo, bueno, como le he dicho le pediré que le llame en cuanto la localice. No debería tardar mucho. Pero si no tiene noticias mías o de Lilly en una hora, tendrá que ser en otra ocasión.

– ¿En serio? -La desilusión se percibía en la voz del hombre.

– Está muy ocupada, señor Behmer. Pero haré todo lo posible. Buenas noches.

– Bueno, dígale que sólo estoy en la ciudad por negocios durante unos días y que la trataría muy bien, no sé si me explico.

Esta vez había una leve nota de súplica en la voz del hombre que hizo que Pierce se sintiera culpable por el subterfugio.

Sintió que de repente sabía demasiado de Behmer y de su vida.

– Sé a qué se refiere -dijo-. Adiós.

– Adiós.

Pierce colgó. Trató de dejar de lado sus recelos. No sabía qué estaba haciendo ni por qué, pero algo lo arrastraba por un camino. Reinició el ordenador y conectó la línea telefónica. Se conectó a Internet y probó con diversas configuraciones hasta que tecleó www.la-darlings.com y accedió al sitio.

La primera página era de texto, un formulario de advertencia-exención en el que se explicaba que el sitio Web contenía material explícito sólo para adultos. Al hacer clic en el botón de entrada, el visitante declaraba que tenía más de dieciocho años y que no se sentía ofendido por la desnudez o el contenido adulto. Sin leer la letra pequeña, Pierce hizo clic en Entrar y la pantalla mostró la página principal del sitio Web. En el margen izquierdo aparecía la foto de una mujer desnuda que se tapaba con una toalla y tenía un dedo delante de los labios en una pose de «no se lo digas a nadie». El título de la página era de color magenta, en letra grande.


L. A. darlings

UN DIRECTORIO LIBRE DE ENTRETENIMIENTO Y SERVICIOS PARA ADULTOS


Debajo había una fila de pestañas rojas con los servicios que se ofrecían, que iban desde las chicas de compañía clasificadas por raza y color del pelo hasta el masaje y expertos en toda clase de orientaciones sexuales. Incluso se ofrecía la opción de contratar estrellas del porno para sesiones privadas. Pierce sabía que existían infinidad de sitios como ése en toda la Red. Probablemente no había proveedor de servicios de Internet en ninguna ciudad que no tuviera al menos un sitio de esas características, el equivalente de un burdel on-line. Él nunca se había tomado el tiempo de explorar uno, aunque sabía que Charlie Condon en una ocasión había utilizado un sitio así para contratar a una acompañante para un potencial inversor. Era una decisión que lamentó y que no volvió a repetirse: antes de que se produjera ningún acto sexual, la chica de compañía ya había drogado, emborrachado y robado al inversor. Huelga decir que éste no invirtió en Amedeo Technologies.

Pierce hizo clic en la sección de acompañantes rubias sin ninguna razón especial, salvo que era un lugar para empezar a buscar a Lilly. La página se abrió en dos mitades. En el lado izquierdo de la pantalla había un panel deslizante con thumbnails de las acompañantes rubias con sus nombres debajo de cada foto. Al hacer clic en una de las imágenes de tamaño reducido se abría la página de la chica en el marco de la derecha, con la foto ampliada.

Pierce fue deslizándose por el panel, leyendo los nombres. Había casi cuarenta chicas, pero ninguna se llamaba Lilly. Lo cerró y pasó a la sección de las morenas. Hacia la mitad de los thumbnails se encontró con la foto de una chica que se hacía llamar Tigresa Lilly. Hizo clic en la foto y su página se abrió a la derecha. Comprobó el número de teléfono, pero no coincidía con el suyo.

Cerró la página y volvió al panel de thumbnails. Más abajo había otra chica de compañía llamada simplemente Lilly. Hizo clic en su página y comprobó el número. El mismo. Había encontrado a la Lilly cuyo teléfono había heredado.

La foto del anuncio era la de una mujer en la mitad de la veintena. La joven tenía el pelo oscuro, largo hasta los hombros, y ojos castaños. Muy bronceada. Estaba arrodillada en una cama con barrotes de latón, desnuda bajo un negligé negro de malla. Las curvas de sus pechos eran claramente visibles. Las marcas del bronceado en su entrepierna, también. La chica miraba directamente a la cámara y sus labios gruesos formaban lo que Pierce pensó que era un mohín seductor.

Si no habían retocado la foto y si de verdad era Lilly, entonces era preciosa, como había dicho Frank Behmer. Pura fantasía, un sueño de chica de compañía. Pierce comprendió por qué su teléfono no había cesado de sonar desde que lo había conectado. La abundante competencia en ese sitio y en otros de la Red no importaban. Un hombre bajando por la columna de fotos difícilmente habría pasado por ésta sin levantar el teléfono.

Había una cinta azul bajo la imagen. Pierce colocó el cursor encima y apareció una leyenda emergente que decía: «Foto verificada por el equipo», lo cual significaba que la modelo de la foto era realmente la mujer que había puesto el anuncio. En otras palabras, obtendrías lo que veías si contratabas a la chica de compañía. Supuestamente.

– Verificador de fotos -musitó Pierce-. No es un mal trabajo.

Sus ojos pasaron al anuncio que había debajo de la imagen y lo leyó.


Deseos especiales

Hola, caballeros. Me llamo Lilly y soy la chica de compañía más relajante, complaciente y sensata de todo el Westside. Tengo 23 años, 86-63-86 (todo natural), 1,55 y 45 kilos. Y no fumo. Soy parte española y parte italiana y ¡todo americana! Así que si estás buscando el mejor rato de tu vida, llámame y ven a visitarme a mi casita junto a la playa. Nunca tengo prisa y la satisfacción está garantizada. Se atienden todos los deseos especiales. Y si quieres doblar tu placer, visita la página de mi amiga Robin en la sección de Rubias. Trabajamos juntas, en equipo. Contigo o en nosotras. Amo mi trabajo y amo trabajar. Así que llámame.

Sólo llamadas locales. Sólo VIP.


Debajo del anuncio estaba el número de teléfono asignado al apartamento de Pierce, así como un teléfono móvil.

Pierce levantó el auricular y marcó el número del móvil. Le salió el buzón de voz.


Hola, soy Lilly. Deja tu nombre y número y te llamaré enseguida. No devuelvo llamadas a teléfonos de pago. Y si estás en un hotel no te olvides de decirme tu nombre completo o no dejarán pasar mi llamada. Gracias. Espero verte muy pronto. Adiós.


Pierce había llamado antes de saber qué quería decir. Sonó el bip y empezó a hablar.

– Ah, sí, Lilly, me llamo Henry. Resulta que tengo un problema porque tengo tu antiguo número de teléfono. Lo que quiero decir es que la compañía telefónica me lo ha dado… Está en mi apartamento y…, no sé, me gustaría hablar contigo de eso.

Soltó el número y colgó.

– ¡Mierda!

Sabía que había sonado como un idiota. Ni siquiera estaba seguro de por qué la estaba llamando. Si había renunciado al número no había nada que pudiera hacer para ayudarlo, salvo quitarlo del sitio Web. Y esa idea planteó la primera pregunta. ¿Por qué su número continuaba en la Red?

Miró la foto de la pantalla otra vez. La examinó. Lilly era increíblemente seductora y sintió el hambre creciente del deseo. Finalmente un único pensamiento se abrió paso: «¿Qué estoy haciendo?»

Era una buena pregunta. Sabía que lo que tenía que hacer era desconectar el ordenador, conseguir un número nuevo el lunes, concentrarse en el trabajo y olvidarse de todo el asunto.

Pero no podía. Volvió al teclado, cerró la página de Lilly y retrocedió hasta la página principal. Abrió otra vez el panel de Rubias y fue bajando hasta que encontró un thumbnail con el nombre de Robin debajo.

Cargó la página. La mujer llamada Robin era rubia, como decía el anuncio. Estaba desnuda boca arriba en una cama, con pétalos de rosa en el abdomen y también distribuidos estratégicamente para cubrir parcialmente sus pechos y su entrepierna. Lucía una sonrisa de carmín rojo. Había una cinta azul debajo de la foto que indicaba que ésta había sido verificada. Siguió bajando hasta el anuncio.

Belleza americana

Hola, caballeros. Mi nombre es Robin y soy la chica con la que habéis estado soñando. Soy rubia auténtica y con ojos azules, una chica americana cien por cien. Tengo 24 años, 96-76-91 y casi metro ochenta. No fumo, pero me encanta el champán. Puedo ir a tu casa o puedes venir tú. No importa porque nunca tengo prisa. RN absolutamente positiva. Y si quieres doblar tu placer visita la página de mi amiga Lilly en la sección de Morenas. Trabajamos juntas en equipo, contigo o en nosotras. Así que llámame. Satisfacción garantizada.

Sólo VIP, por favor.


Había un número de teléfono y el de un busca en la parte inferior del anuncio. Sin pensárselo mucho, Pierce los anotó en su libreta. Luego volvió a la foto. Robin era atractiva, pero no de la manera dolorosa en que lo era Lilly. Robin tenía líneas afiladas en la boca y una mirada más fría. Estaba más en la línea de lo que Pierce siempre había pensado que encontraría en un sitio así. Lilly no.

Pierce releyó el anuncio y se quedó pensando qué significaría «RN absolutamente positiva». No tenía ni la menor idea. Entonces cayó en la cuenta de que los anuncios de ambas páginas -el de Robin y el de Lilly- habían sido redactados por la misma persona, como indicaban las frases idénticas y la estructura repetitiva. También se fijó en que la cama de barrotes era la misma en ambas fotos. Abrió la ventana Historial y rápidamente pasó a la página Web de Lilly para confirmarlo.

La misma cama. No sabía qué significaba eso, salvo quizá la confirmación de que las dos mujeres trabajaban juntas.

La principal diferencia que detectó en el anuncio era que Lilly sólo atendía clientes en su casa. Robin trabajaba también a domicilio. De nuevo, no sabía si esto tenía algún significado en el mundo en el que ellas vivían y trabajaban.

Se acomodó en la silla, observando la pantalla del ordenador y preguntándose qué hacer a continuación. Miró el reloj. Eran casi las once.

Abruptamente se inclinó y levantó el teléfono. Tras comprobar sus notas, llamó al número de la página de Robin. Se impacientó y ya estaba a punto de colgar cuando, después del cuarto timbrazo, contestó una mujer con voz ronca y de dormida.

– Eh, ¿Robin?

– Sí.

– Lo siento, ¿te he despertado?

– No, estoy despierta. ¿Quién es?

– Eh, me llamo Hank. Esto, te he visto en tu página de L. A. Darlings. ¿Te estoy llamando demasiado tarde?

– No, está bien. ¿Qué es Amedeo Techno?

Comprendió que ella tenía identificador de llamadas y tuvo una punzada de miedo. Miedo al escándalo, a que gente como Vernon conociera algo secreto de él.

– En realidad, es Amedeo Technologies. En tu pantalla no cabe el nombre completo.

– ¿Es ahí donde trabajas?

– Sí.

– ¿Eres el señor Amedeo?

Pierce sonrió.

– No, no hay ningún señor Amedeo. Ya no.

– ¿De veras? Lástima. ¿Qué le pasó?

– Amedeo era Amedeo Avogadro. Era un químico que hace unos doscientos años fue el primero en entender la diferencia entre moléculas y átomos. Era una distinción importante, pero no lo tomaron en serio durante al menos cincuenta años, hasta después de muerto. Simplemente era un hombre adelantado a su tiempo. La empresa se llama así por él.

– ¿A qué te dedicas? ¿Juegas con átomos y moléculas?

La escuchó bostezar.

– Más o menos. Yo también soy químico. Estamos construyendo un ordenador con moléculas. -Pierce bostezó.

– ¿ Ah sí? Genial.

Pierce sonrió otra vez. La joven no parecía ni impresionada ni interesada.

– Da igual, la razón por la que te llamo es porque veo que trabajas con Lilly. ¿La acompañante morena?

– Trabajaba.

– ¿Ya no?

– No, ya no.

– ¿Qué sucedió? He estado intentando llamarla y…

– No voy a hablar de Lilly contigo. Ni siquiera te conozco.

La voz de Robin había cambiado. Había adquirido un matiz más cortante. Pierce sabía por instinto que podía perderla si no jugaba bien sus cartas.

– Vale, lo siento. Sólo preguntaba porque me gustaba.

– ¿Estuviste con ella?

– Sí, un par de veces. Parecía buena chica y me preguntaba dónde se habrá ido. Eso es todo. La última vez propuso que tal vez podríamos estar los tres juntos. ¿Crees que puedes pasarle un mensaje?

– No. Se fue hace mucho y lo que le haya pasado… simplemente le ha pasado. Eso es todo.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué le pasó exactamente?

– ¿Sabes? Me estás empezando a asustar con tantas preguntas y el caso es que no tengo que hablar contigo. Así que por qué no pasas la noche con tus propias moléculas.

La chica colgó.

Pierce se quedó sentado con el auricular todavía pegado a la oreja. Estuvo tentado de volver a llamar, pero sabía que sería infructuoso tratar de obtener algo de Robin. Lo había estropeado por la forma en que había manejado el asunto.

Al final colgó y pensó en lo que había averiguado. Miró la foto de Lilly que continuaba en la pantalla de su ordenador. Pensó en el críptico comentario de Robin acerca de que a ella le había ocurrido algo.

– ¿Qué te pasó?

Retrocedió hasta la página principal del sitio Web e hizo clic en una pestaña llamada «Anúnciese con nosotros». Conducía a una página con instrucciones para colocar anuncios en el sitio. Podía hacerse a través de la Web, proporcionando un número de tarjeta de crédito, texto del anuncio y una fotografía digital, pero para recibir la cinta azul que indicaba que la foto había sido contrastada, la anunciante tenía que entregar todos los materiales en persona de manera que pudiera confirmarse que era la mujer de la fotografía. La dirección física del sitio Web estaba en Sunset Boulevard, en Hollywood. Aparentemente eso es lo que habían hecho Lilly y Robin. La página informaba de que el horario de oficina era de lunes a viernes, de nueve a cinco y los sábados de diez a tres.

Pierce escribió las direcciones y horarios en la libreta. Estaba a punto de desconectarse del sitio cuando decidió abrir otra vez la página de Lilly. Imprimió en color su foto en la Desk Jet. Acto seguido apagó el ordenador y desconectó la línea. De nuevo una voz interior le dijo que ya había ido demasiado lejos. Era hora de cambiar de número de teléfono y olvidarse del asunto.

Pero otra voz -una voz más fuerte del pasado- le ordenaba otra cosa.

– Luces -dijo.

La oficina quedó a oscuras. Pierce no se movió. Le gustaba la oscuridad. A oscuras era como mejor pensaba.

Загрузка...