Pierce levantó la mirada cuando entró el detective Renner. Trató de contener su ira, consciente de que con cuanta más calma manejara la situación, antes podría irse a casa. De todos modos, más de dos horas en una sala de dos metros y medio por dos metros y medio con nada más que una página de deportes de hacía cinco días para leer le estaba agotando la paciencia. Ya le habían tomado declaración en dos ocasiones. La primera vez, los agentes de patrulla que habían respondido a la llamada de Wainwright y la segunda, Renner y su compañero cuando éstos habían llegado al apartamento. Uno de los agentes de patrulla lo había conducido entonces a la comisaría de la División del Pacífico y lo había encerrado en la sala de interrogatorios.
Renner llevaba una carpeta en la mano. Se sentó frente a Pierce, al otro lado de la mesa, y la abrió. Pierce vio algún tipo de formulario policial con texto escrito a mano en todas las casillas. Renner miró el formulario durante un periodo desmesurado y luego se aclaró la garganta. Parecía un poli que había estado en infinidad de escenas de crímenes. De cincuenta y constitución todavía firme, a Pierce le recordó a Clyde Vernon por su aspecto taciturno.
– ¿Tiene usted treinta y cuatro años?
– Sí.
– Vive en el dos mil ochocientos de Ocean Way, apartamento doce cero uno.
– Sí.
Esta vez la exasperación se filtró en la voz de Pierce. Los ojos de Renner subieron momentáneamente a los suyos y luego volvieron a fijarse en el formulario.
– Pero ésa no es la dirección que consta en su licencia de conducir.
– No, acabo de mudarme. Ocean es mi nuevo domicilio. Antes vivía en Amalfi Drive. Mire, es más de medianoche. ¿De verdad me ha tenido aquí esperando todo este tiempo para hacerme estas preguntas obvias? Ya he declarado. ¿Qué más quiere?
Renner se recostó en su silla y miró a Pierce con severidad.
– No, señor Pierce, le tengo aquí porque he de conducir una investigación a fondo de lo que parece ser la escena de un crimen. Estoy seguro de que no le molesta eso.
– No me molesta eso. Me molesta que me tengan aquí como a un sospechoso. He tratado de abrir esa puerta y estaba cerrada. He llamado y no ha venido nadie.
– Lo siento. No había ningún detective en la oficina. Es medianoche. Pero el agente de patrulla no debería haber cerrado la puerta, porque usted no está detenido. Si quiere presentar una queja personal contra él o contra mí, iré a buscarle los formularios necesarios para que los rellene.
– No quiero presentar ninguna queja, ¿de acuerdo? No quiero ningún formulario. ¿Podemos ocuparnos de esto para que pueda irme de aquí? ¿Era de ella la sangre?
– ¿Qué sangre?
– La de la cama.
– ¿Cómo sabe que es sangre?
– Lo supongo. ¿Qué otra cosa podría ser?
– Dígamelo usted.
– ¿Qué? ¿Qué se supone que significa eso?
– Era una pregunta.
– Espere un momento. Acaba de decir que no era un sospechoso.
– He dicho que no está detenido.
– Entonces ¿está diciendo que no estoy detenido, pero que soy sospechoso en esto?
– Yo no estoy diciendo nada, señor Pierce. Sólo estoy haciendo preguntas para tratar de formarme una idea de lo que ha ocurrido en ese apartamento y lo que está sucediendo ahora.
Pierce contuvo su creciente rabia. No dijo nada. Renner consultó el formulario y habló sin levantar la mirada.
– Veamos, en la declaración que ha hecho antes, dice que ese teléfono nuevo de Ocean Way pertenecía antes a la mujer a cuyo apartamento ha ido esta tarde.
– Exactamente. Por eso estaba allí. Para averiguar qué le había sucedido.
– ¿Conoce a esta mujer, Lilly Quinlan?
– No, no la he visto nunca.
– ¿Nunca?
– En mi vida.
– Entonces ¿por qué hace esto? Ir a su apartamento, meterse en problemas. ¿Por qué no se limitó a cambiar el número? ¿Qué le importaba?
– Le diré que en las últimas dos horas me he estado haciendo la misma pregunta. Mire, uno trata de saber de alguien, de hacer algún bien y ¿qué consigue? Que la policía lo encierre dos horas en una sala.
Renner no dijo nada. Dejó que Pierce echara pestes.
– ¿Qué importa por qué me preocupé o si tenía o no un motivo para hacer lo que hice? ¿No debería ocuparse de lo que le sucedió a ella? ¿Por qué me está planteando las preguntas a mí? ¿Por qué no está sentado en esta sala Billy Wentz y no yo? Ya le he hablado de él.
– Hablaremos con Billy Wentz, señor Pierce. No se preocupe. Pero ahora mismo estoy hablando con usted.
Renner se quedó en silencio un momento mientras se rascaba la frente con dos dedos.
– Vuelva a explicarme cómo supo que existía este apartamento.
Las primeras declaraciones de Pierce habían estado repletas de ocultaciones de la verdad concebidas para esconder las ilegalidades que había cometido. Pero la historia que había contado acerca de cómo había encontrado el apartamento era una mentira completa pergeñada para mantener a Robin al margen de la investigación. Había cumplido su promesa de no descubrirla como una fuente de información. De todo lo que había dicho en las últimas cuatro horas, era la única cosa que le hacía sentirse bien.
– En cuanto conecté mi teléfono empecé a recibir llamadas de hombres que buscaban a Lilly. Algunos eran anteriores clientes y querían verla otra vez. Traté de conversar con ellos para ver si podía descubrir algo acerca de ella. Hoy un hombre me habló del apartamento y me dijo dónde estaba. Así que fui.
– Ya veo, y ¿cuál era el nombre de ese antiguo cliente?
– No lo sé, no me lo dijo.
– ¿Tiene identificador de llamadas en su teléfono nuevo?
– Sí, pero llamaba desde un hotel. Lo único que decía el identificador era que la llamada era del Ritz-Carlton.
Allí hay muchas habitaciones. Supongo que estaba en una de ellas.
Renner asintió.
– Y el señor Wainwright ha dicho que usted ya lo había llamado esta mañana para preguntarle acerca de la señorita Quinlan y otra propiedad que le alquilaba.
– Sí, una casa en Altair. Ella vivía allí y trabajaba en el apartamento de al lado de Speedway. Era en el apartamento donde se citaba con los clientes. Cuando le dije que había desaparecido él fue y vació la casa.
– ¿Había estado antes en el apartamento?
– No, nunca. Ya se lo he dicho.
– ¿Y en la casa de Altair? ¿Ha estado allí?
Pierce eligió sus palabras como si eligiera qué pasos dar por un campo minado.
– Fui allí y nadie contestó cuando golpeé la puerta. Por eso llamé a Wainwright.
Confiaba en que Renner no hubiera notado el cambio en su voz. El detective estaba formulando muchas más preguntas que durante la declaración inicial. Pierce sabía que estaba en terreno traicionero. Cuanto menos dijera más posibilidades tenía de salir indemne.
– Estoy tratando de establecer la secuencia de los hechos -dijo Renner-. Nos ha dicho que primero fue a ECU en Hollywood. Allí consiguió el nombre de Lilly Quinlan y la dirección de un apartado de correos en Santa Monica. Fue allí y utilizó eso que usted ha llamado ingenio social para…
– Ingeniería. Ingeniería social.
– Lo que sea. Usted le sonsacó la dirección de la casa al tipo del servicio postal, ¿verdad? Primero fue a la casa, después llamó a Wainwright y por último fue a verlo al apartamento. ¿Es correcto todo esto?
– Sí.
– Ahora bien, usted ha dicho en las dos declaraciones que ha hecho esta noche que llamó y no encontró a nadie en la casa, de modo que se fue. ¿Es eso cierto?
– Sí, es cierto.
– Entre el momento en que llamó y no encontró a nadie en casa y abandonó la propiedad, ¿entró en la casa de Altair, señor Pierce?
Allí estaba. La gran pregunta. Requería un sí o un no. Requería una respuesta verdadera o una mentira que podría descubrirse con facilidad. Tenía que dar por supuesto que había dejado huellas en la casa. Recordó concretamente los tiradores del escritorio de persiana. El correo que había revisado.
Les había dado la dirección de Altair hacía más de dos horas. Por lo que sabía, ya habían estado allí y ya tendrían sus huellas. La pregunta podía ser una trampa para atraparle.
– La puerta estaba abierta -dijo Pierce-. Entré para asegurarme de que ella no estaba allí. Por si necesitaba ayuda o algo.
Renner estaba ligeramente inclinado sobre la mesa. Sus ojos buscaron los de Pierce y establecieron contacto.
– ¿Estuvo dentro de esa casa?
– Sí.
– ¿Por qué no nos lo dijo antes?
– No lo sé. No creí que fuera necesario. Estaba tratando de ser breve. No quería quitarle tiempo a nadie, supongo.
– Bueno, gracias por pensar en nosotros. ¿Qué puerta estaba abierta?
Pierce vaciló un instante, pero sabía que debía responder.
– La de atrás.
Lo afirmó como un delincuente que se declara culpable. Tenía la cabeza baja, lo dijo en voz baja.
– ¿Disculpe?
– La puerta de atrás.
– ¿Tiene la costumbre de ir a la puerta de atrás de la casa de un perfecto desconocido?
– No, pero ésa era la puerta que no estaba cerrada con llave. La de delante sí lo estaba. Le he dicho que quería ver si había algún problema.
– Eso es. Quería ser un rescatador, un héroe.
– No eso, sólo quería…
– ¿Qué encontró en la casa?
– Poca cosa. Comida estropeada, una pila enorme de correo. Seguro que ella no había estado allí en mucho tiempo.
– ¿Se llevó algo?
– No.
Lo dijo sin dudar, sin pestañear.
– ¿Qué tocó?
Pierce se encogió de hombros.
– No lo sé. Algo del correo. Hay un escritorio. Abrí algunos cajones.
– ¿Esperaba encontrar a la señorita Quinlan en un cajón de escritorio?
– No, sólo…
No terminó. Se recordó a sí mismo que estaba caminando en una cornisa. Tenía que mantener la máxima concisión posible en las respuestas.
Renner cambió de postura, acomodándose en la silla, y también cambió la táctica de interrogatorio.
– Dígame una cosa. ¿ Cómo supo que tenía que llamar a Wainwright?
– Porque es el casero.
– Sí, pero ¿cómo lo sabía usted?
Pierce se quedó de piedra. Sabía que no podía dar una respuesta que se refiriera en modo alguno a la agenda de teléfonos o al correo que se había llevado de la casa. Pensó en la agenda escondida detrás de.pilas de papel en la sala de fotocopias de su oficina. Por primera vez sintió que se formaba un sudor frío en su cuero cabelludo.
– Eh, creo… no, sí, estaba escrito en algún lugar en el escritorio de su casa. Creo que era una nota.
– ¿Se refiere a una nota que estaba a la vista?
– Sí, eso creo. Yo…
De nuevo se detuvo antes de darle a Renner algo con lo que el detective pudiera golpearle. Pierce bajó la mirada. Estaban conduciéndolo a una trampa y tenía que pensar en una vía de escape. Lo de la nota había sido un error, pero ya no podía retroceder.
– Señor Pierce, acabo de llegar de esa casa en Altair y he mirado en ese escritorio. No he visto ninguna nota.
Pierce asintió como si estuvieran de acuerdo, a pesar de que había dicho lo contrario.
– ¿Sabe lo que era?, era mi propia nota en lo que estaba pensando, la que escribí después de hablar con Vivían. Fue ella quien me habló de Wainwright.
– ¿Vivían? ¿Quién es Vivían?
– La madre de Lilly. Vive en Tampa, Florida. Cuando ella me pidió que buscara a Lilly me dio algunos nombres y contactos. Acabo de recordar que fue de allí de donde saqué el nombre de Wainwright.
Las cejas de Renner se alzaron otra vez en su frente cuando registró de nuevo su sorpresa.
– Todo esto es información nueva, señor Pierce. ¿Ahora me está diciendo que la madre de Lilly Quinlan le pidió que buscara a su hija?
– Sí, dijo que la policía no estaba haciendo nada. Me pidió que hiciera lo que pudiera.
Pierce se sintió bien. La respuesta era cierta, o al menos más cierta que la mayoría de las cosas que estaba diciendo. Pensó que tal vez podría salir airoso de la situación.
– ¿Y la madre tenía en Tampa el nombre del casero de su hija?
– Bueno, creo que obtuvo algunos nombres y contactos de un detective privado al que había contratado previamente para localizar a Lilly.
– Un detective privado.
Renner miró la declaración que tenía delante como si se reprendiera por no haber encontrado en la declaración una referencia al investigador privado.
– ¿Conoce su nombre?
– Philip Glass. Tengo su número anotado en una agenda que está en mi coche. Mi coche está al lado del apartamento. Lléveme allí y se lo daré.
– Gracias, pero resulta que ya conozco al señor Glass y sé cómo contactar con él. ¿Ha hablado con él?
– No. Le dejé un mensaje, pero no contestó. Pero por lo que me dijo Vivían, no había tenido mucho éxito en encontrar a Lilly. No esperaba mucho de él. No sabía si era bueno o simplemente la estaba estafando, ¿sabe?
Renner tenía la oportunidad de decirle lo que sabía de Glass, pero el detective no la aprovechó.
– ¿Qué hay de Vivian? -preguntó en cambio.
– También tengo su número en el coche. Le daré todo lo que tengo en cuanto pueda salir de aquí.
– No, me refiero a Vivian en Florida. ¿Cómo supo la forma de contactar con ella?
Pierce tosió. Era como si le hubieran dado una patada en el estómago. Renner lo había vuelto a atrapar. La agenda otra vez. No podía mencionarla. Su respeto por el detective taciturno estaba aumentando al mismo tiempo que sentía que su mente se combaba por el peso de sus propias mentiras y ofuscación. Sólo veía una salida.