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Su primer impulso era el de enroscarse en el suelo en la misma posición que el cadáver del congelador, pero Pierce sabía que derrumbarse bajo la presión del momento equivalía a asegurar su muerte. Abrió la puerta y entró en su apartamento, temblando de miedo y rabia y con la certeza de que él mismo era la única persona de la que podía fiarse para salir del oscuro túnel en el que se hallaba. Se prometió que se levantaría del suelo. Y lo haría luchando.

Como para subrayar su promesa, cerró el puño y derribó la lámpara de pie nueva que Mónica Purl había ordenado que colocaran junto al sofá. Su golpe la envió contra la pared, donde la delicada pantalla beige se cayó y la bombilla se hizo añicos. La lámpara resbaló por la pared hasta el suelo como un boxeador grogui.

– ¡Joder!

Se sentó en el sofá, pero se levantó de inmediato. Todos sus pistones estaban funcionando. Acababa de trasladar y esconder un cadáver, una víctima de asesinato. De algún modo quedarse sentado parecía la opción menos inteligente.

Sin embargo, sabía que tenía que hacerlo. Tenía que sentarse y examinar el problema. Tenía que pensar como un científico, no como un detective. Los detectives se mueven de una forma lineal. Avanzan de una pista a la siguiente y después componen la imagen. Pero en ocasiones las pistas formaban la imagen equivocada.

Pierce era un científico. Sabía que tenía que valerse de aquello que siempre le había funcionado. Tenía que enfocar el problema de la misma forma en que había abordado y resuelto la cuestión del registro del coche. Desde abajo. Debía encontrar las puertas lógicas, los lugares donde los cables se cruzaban, arrancar la carcasa y estudiar el diseño, la arquitectura. Olvidarse del pensamiento lineal y aproximarse a la cuestión desde ángulos completamente nuevos. Observar la cuestión y después darle la vuelta y mirarla bajo la lupa. La vida era un experimento que se llevaba a cabo en condiciones no controladas, una larga reacción química tan impredecible como vibrante, Pero la trampa que le habían tendido era diferente, se había urdido en circunstancias controladas. Las reacciones eran predecibles y esperables. Ahí estaba la clave, eso significaba que era algo que podía desbaratarse.

Volvió a sentarse y sacó su libreta de la mochila. Estaba listo para escribir y listo para atacar. El primer objeto de su escrutinio era Wentz, un hombre al que no había visto nunca antes del día de la agresión, un hombre que según la idea inicial era el eje del montaje. La cuestión era ¿por qué Wentz había elegido a Pierce para colgarle un asesinato?

Tras unos minutos de girarlo, molerlo y mirarlo desde ángulos opuestos, Pierce llegó a discernir cierta lógica en el caso.

Conclusión 1. Wentz no había elegido a Pierce. No había ninguna conexión lógica o relación que sostuviera esa tesis. Aunque en ese momento existía animadversión, los dos hombres no se conocían cuando el plan ya estaba en marcha. Pierce estaba seguro de eso. Y esa conclusión llevaba a la hipótesis de que Pierce había tenido que ser elegido para Wentz por alguien que no era Wentz.

Conclusión 2. Había una tercera parte en la trama. Wentz y el hombre musculoso llamado Dosmetros eran sólo herramientas, piezas del engranaje de la trampa. Detrás del asunto estaba la mano de alguien más.

La tercera parte.

Pierce reflexionó. ¿Qué necesitaba la tercera parte para construir la trampa? La trama era compleja y se basaba en los movimientos predecibles de Pierce en un entorno fluido. El sabía que en condiciones controladas uno podía fiarse de las moléculas. ¿ Y de él? Le dio la vuelta a la pregunta y la contempló otra vez. Entonces llegó a un conocimiento básico acerca de él mismo y la tercera parte.

Conclusión 3. Isabelle. Su hermana. La trampa había sido orquestada por una tercera persona con conocimiento de su vida íntima, lo cual lo llevaba a una comprensión de cómo iba a reaccionar con casi total seguridad bajo ciertas circunstancias controladas. Las llamadas de clientes a Lilly eran el elemento incitador del experimento. La tercera parte sabía cómo reaccionaría Pierce, sabía que investigaría y perseguiría el fantasma de su hermana. Por tanto, la tercera parte conocía sus fantasmas. La tercera parte sabía de Isabelle.

Conclusión 4. El número equivocado era el número correcto. No le habían asignado al azar el número de Lilly Quinlan. Había sido algo intencionado. Era parte de la trampa.

Conclusión 5. Mónica Purl. Formaba parte de la trampa. Ella había encargado el servicio telefónico. Ella tenía que haber solicitado específicamente el número que pondría en marcha la caza.

Pierce se levantó y empezó a pasear. Su última conclusión lo cambiaba todo. Si la trampa estaba ligada a Mónica, entonces estaba ligada a Amedeo, lo cual suponía que formaba parte de una conspiración de orden superior. No se trataba de colgarle un asesinato a Pierce, se trataba de otra cosa. En este sentido, Lilly Quinlan era como Wentz: una herramienta de la trampa, un diente del engranaje. Su asesinato había sido simplemente un medio para llegar a Pierce.

Dejando momentáneamente de lado el horror que ello representaba, Pierce volvió a sentarse y consideró la pregunta más elemental. Aquella cuya respuesta lo explicaría todo. ¿Por qué?

¿Por qué era Pierce el objetivo de la conspiración?

¿Qué querían?

Lo giró y lo miró desde otro ángulo. ¿Qué ocurriría si el plan tenía éxito? A la larga sería detenido, juzgado y -muy posiblemente- condenado. Sería encarcelado, posiblemente incluso condenado a muerte. A corto plazo se produciría el interés de los medios de comunicación y el escándalo, la caída en desgracia. Maurice Goddard y su dinero desaparecerían. Amedeo Technologies quebraría.

Le dio de nuevo la vuelta y la pregunta se centró en los medios para conseguir el fin. ¿Por qué tomarse tantas molestias? ¿Para qué elaborar la trama? ¿Por qué matar a Lilly Quinlan y organizar un vasto plan que podía venirse abajo en cualquiera de sus pasos? ¿Por qué no matar simplemente a Pierce? Matar a Pierce en lugar de a Lilly Quinlan y conseguir lo mismo con medios mucho más simples. Volvería a estar fuera de juego, Goddard también abandonaría y Amedeo también quebraría.

Conclusión 6. El objetivo es diferente. No es Pierce ni Amedeo. Es otra cosa.

Como científico, Pierce disfrutaba al máximo de los momentos de lucidez al mirar al microscopio, el momento en que las cosas cobraban sentido, cuando las moléculas se combinaban en su orden natural, de la manera que sabía que lo harían. Era la magia que encontraba en su vida cotidiana.

Un momento de similar lucidez le invadió cuando miró al océano. Fue un momento en que vio la imagen completa y supo del orden natural de las cosas.

– Proteus -susurró.

Querían Proteus.

Conclusión 7. La trampa estaba diseñada para arrinconar de tal manera a Pierce que no tuviera otra salida que darles lo que ellos deseaban. El proyecto Proteus. Pierce cambiaría Proteus por su libertad, por recuperar su vida.

Retrocedió. Quería estar seguro. Volvió a estudiar el caso y de nuevo surgió Proteus. Se inclinó hacia adelante y se peinó el pelo con los dedos. Estaba mareado. No por su conclusión de que Proteus era el objetivo último, sino porque había dado rápidamente un último salto. Había cabalgado la ola de lucidez hasta la orilla. Lo había entendido. Finalmente tenía la imagen completa y en medio de ella estaba la tercera parte. Le estaba sonriendo, con ojos brillantes y hermosos.

Conclusión 8. Nicole.

Ella era el vínculo. Ella conectaba todos los puntos. Ella tenía conocimiento secreto del proyecto Proteus porque él se lo había dado: ¡le había hecho toda la puta presentación! Y ella conocía su historia más secreta, la historia verdadera y completa de Isabelle que nunca le había contado a nadie más.

Pierce negó con la cabeza. No podía creerlo, pero lo creía. Sabía que cuadraba. Supuso que habría acudido a Elliot Bronson o quizá a Gil Franks, el cacique de Midas Molecular. Tal vez había acudido a la DARPA. No importaba. Lo que estaba claro era que lo había traicionado, había explicado el proyecto, había acordado robarlo o quizá simplemente demorarlo lo justo para que pudiera ser replicado y llevado a una oficina de patentes por otro competidor antes de que lo hiciera él.

Cruzó los brazos con fuerza ante el pecho y la náusea remitió.

Sabía que necesitaba un plan. Necesitaba poner a prueba sus conclusiones de algún modo y luego reaccionar a los descubrimientos. Era el momento de un poco de AE, tiempo de experimentar.

Sólo había un modo de hacerlo, decidió. Iría a verla, se enfrentaría a ella, averiguaría la verdad.

Recordó su promesa de luchar. Decidió asestar su primer golpe. Cogió el teléfono y llamó al despacho de Jacob Kaz. Era tarde, pero el abogado de patentes seguía allí y respondió a la llamada enseguida.

– Henry, has estado fantástico hoy -dijo a modo de saludo.

– Tú también has estado muy bien, Jacob.

– Gracias. ¿En qué puedo ayudarte?

– ¿Está listo el paquete?

– Sí. Ya está. Lo terminé anoche. Lo único que falta es presentarlo. Voy a viajar el sábado, visitaré a mi hermano en el sur de Maryland y tal vez a algunos amigos que tengo en Baileys Crossroads, en Virginia, y estaré allí el lunes a primera hora para presentar la solicitud. Como le he dicho a Maurice hoy. El plan sigue en pie.

Pierce se aclaró la garganta.

– Hemos de cambiar el plan.

– ¿Sí? ¿Por qué?

– Jacob, quiero que cojas un vuelo nocturno. Quiero que lo presentes todo mañana a primera hora. En cuanto abran.

– Henry, yo… Va a salir un poco caro coger un vuelo esta noche sin previo aviso. Normalmente viajo en Business y eso…

– No me importa lo que cueste. No me importa dónde te sientes. Quiero que vueles esta noche. Llámame por la mañana, en cuanto lo hayas presentado.

– ¿Algo va mal, Henry? Pareces un poco…

– Sí, algo va mal, Jacob, por eso te envío esta noche.

– Bueno, ¿ quieres que hablemos? Tal vez pueda ayudar.

– Puedes ayudar subiendo a ese avión y presentándolo todo mañana a primera hora. No puedo decirte nada más ahora. Sólo ve allí, presenta los papeles y llámame. No importa la hora que sea. Llámame.

– Muy bien, Henry, lo haré. Lo prepararé todo ahora mismo.

– ¿A qué hora abre la oficina?

– A las nueve.

– Perfecto, entonces te llamaré poco más de las seis, hora de aquí. Y ¿Jacob?

– ¿Sí, Henry?

– No le digas a nadie más que a tu mujer y tus hijos que te vas esta noche, ¿de acuerdo?

– Eh… ¿y Charlie? Hoy ha dicho que tal vez me llamaría esta noche para revisar las últimas…

– Si Charlie te llama, no le digas que te vas hoy. Si llama después de que te hayas marchado, dile a tu mujer que le diga que has tenido que salir por otro cliente. Una emergencia.

Kaz se sumió en un largo silencio.

– ¿Has entendido esto, Jacob? No estoy diciendo nada de Charlie. Es sólo que en este momento no puedo fiarme de nadie. ¿Lo entiendes?

– Sí, lo entiendo.

– Muy bien, te dejo para que puedas llamar al aeropuerto. Gracias, Jacob. Llámame desde Washington.

Pierce apagó el teléfono. Se sentía mal por poner en entredicho a Charlie Condon a ojos de Kaz, pero sabía que no podía correr riesgos. Volvió a descolgar y llamó a la línea directa de Condon. Seguía allí.

– Soy Henry.

– Acabo de ir a buscarte a tu despacho.

– Estoy en casa, ¿qué ocurre?

– Pensé que tal vez querías despedirte de Maurice. Pero ya se ha ido. Mañana vuelve a Nueva York, pero dijo que quería hablar contigo antes de marcharse. Llamará por la mañana.

– Bien. ¿Habéis cerrado el trato?

– Tenemos un preacuerdo. Al final de la semana próxima tendremos los contratos.

– ¿Cómo ha salido?

– Conseguí los veinte, pero por tres años. El desglose es dos millones de entrada y luego un millón cada dos meses. Él será el presidente del consejo y se queda diez puntos. Los puntos se le confieren según un calendario. Se queda con un punto por el primer pago y luego un punto más cada cuatro meses. Si pasa algo y él se retira, se va sólo con los puntos que ha acumulado. Nos reservamos una opción de recompra de un año al ochenta por ciento.

– Bien.

– ¿Sólo bien? ¿No estás contento?

– Es un buen acuerdo, Charlie. Para nosotros y para él.

– Yo estoy muy contento, y él también.

– ¿Cuándo tendremos el primer pago?

– El periodo de fideicomiso es de treinta días. Un mes, después subida de sueldo para todos, ¿no?

– Sí.

Pierce sabía que Condon esperaba entusiasmo, cuando no euforia, por el contrato. Pero Pierce no podía dárselos. Ni siquiera sabía dónde estaría dentro de un mes.

– Bueno, ¿adonde te has ido? -preguntó Condon.

– Ah, a casa.

– ¿A casa? ¿Por qué? Pensaba que íbamos a…

– Tengo cosas que hacer. Escucha, ¿han preguntado por mí Maurice o Justine? ¿Algo más sobre el accidente?

Se produjo un silencio mientras Condon pensaba sobre el particular.

– No, de hecho pensaba que tal vez sacarían a relucir otra vez que querían el atestado del accidente, pero no lo han hecho. Creo que estaban tan anonadados con lo que han visto en el laboratorio que ya no se han preocupado más por lo que te ha pasado en la cara.

Pierce recordó el color morado del rostro de Goddard en las gafas de resonancia térmica.

– Eso espero.

– ¿No piensas contarme qué te pasó?

Pierce vaciló. Se estaba sintiendo culpable por ocultarle cosas a Condon. Pero tenía que mantener la cautela.

– Ahora mismo no, Charlie. No es el momento.

La respuesta detuvo la réplica de Condon, y en el silencio Pierce sintió el daño que estaba infligiendo a la relación entre ambos. Si al menos hubiera una forma de estar seguro respecto a Condon. Si hubiera una pregunta que pudiera formular… Pero sus habilidades de ingeniería social le habían abandonado y eso dejó sólo el silencio.

– Bueno -dijo Condon-. Me voy a ir. Felicidades, Henry. Hoy ha sido un gran día.

– Felicidades, Charlie.

Después de colgar, Pierce sacó el llavero para comprobar algo. No las llaves del candado, pues las había dejado en el almacén, ocultas encima de una señal de salida de emergencia de la tercera planta. Revisó una vez más el llavero para asegurarse de que todavía tenía la llave de la casa de Amalfi Drive. Si Nicole no estaba en casa, iba a entrar de todos modos. Y la esperaría.

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