Agradecimientos

Nunca podría haber completado un proyecto de esta envergadura en el tiempo del que disponía sin la contribución y la ayuda de diversas personas, tanto de los Estados Unidos como de Inglaterra.

En Inglaterra, me gustaría expresar mi gratitud a Louise Davies, directora de Norland College, por haberme permitido observar a las niñeras en prácticas y por darme información previa sobre la vida profesional de las mismas; a Godfrey Carey, abogado, Joanna Corner, abogada, y Charlotte Bircher del Colegio de Formación de Abogados, ya que todos ellos contribuyeron en gran medida a que comprendiera la jurisprudencia británica; a la hermana Mary O'Gorman del convento de la Asunción en Kensington Square por permitirme el acceso al convento y a la capilla, y por proporcionarme dos décadas de información sobre la plaza en sí; al comisario jefe Paul Scotney de la Policía Metropolitana (Comisaría de Belgravia) por ayudarme con los procedimientos policiales y por demostrarme una vez más que el público que más perdona entre mis lectores se encuentra entre las filas de la policía británica; al inspector jefe Pip Lane, que siempre ha actuado con generosidad como intermediario entre la policía local y yo; a John Oliver y Maggie Newton de la prisión de Holloway por la información sobre el sistema penal de Inglaterra; a Swati Gamble por todo lo que va desde los horarios de autobuses hasta la localización de hospitales con departamentos de urgencias; a JoAnn Goodwin del Daily Mail por ayudarme con las leyes que se ocupan de la cobertura periodística de las investigaciones de asesinato y de los juicios; a Sue Fletcher por prestarme generosamente los servicios del beneficioso Swati Gamble; y a mi agente, Stephanie Cabot, de la agencia William Morris, para quien no existe ningún obstáculo imposible de superar.

En los Estados Unidos, quiero expresar mi más profundo agradecimiento a Amy Sims de la Filarmónica del condado de Orange, quien se tomó la molestia de asegurarse de que yo fuera capaz de escribir sobre el violín con un nivel adecuado de exactitud; a Cynthia Faisst, que me permitió asistir a algunas clases de violín; al doctor Gordon Globus, que me ayudó a comprender mejor la amnesia psicogénica y los protocolos terapéuticos; al doctor Tom Ruben y al doctor Robert Greenburg, que me proporcionaron información médica siempre que la necesité, y a mis alumnos de escritura creativa, que escucharon los primeros capítulos de la novela y cuya opinión me fue de gran ayuda.

Estoy especialmente en deuda con mi maravillosa ayudante, Dannielle Azoulay, sin la que habría sido incapaz de redactar el borrador de esta larga novela en diez meses. La ayuda de Dannielle en todas las áreas -desde hacer las investigaciones necesarias hasta ocuparse de los recados- fue completamente crucial para mi bienestar y mi salud y, en consecuencia, quiero expresarle mis más efusivas gracias.

Por último, quiero darle las gracias, como siempre, a mi editora -Kate Miciak -con la que trabajo desde hace tiempo y que siempre me formuló las mejores preguntas sobre los cambios más complicados del argumento; a mi agente literario de los Estados Unidos -Robert Gottlieb de Trident Media- que me representa con energía y creatividad; a mi colega Don McQuinn, que cortésmente se ofreció a escuchar todos mis miedos y dudas; y a Tom McCabe, que tuvo la gentileza de bajarse del tren creativo siempre que fue necesario.

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