Capítulo 26

– Ni siquiera nos permitió que le lleváramos en la silla de ruedas -les dijo la enfermera responsable de urgencias.

En su placa ponía que era la hermana Darla Magnana, y estaba enojadísima por la forma en que Richard Davies había abandonado el hospital. Los pacientes tenían que marcharse en sillas de ruedas, y tenían que ir acompañados de un miembro adecuado del hospital que los llevara hasta el coche. No se contemplaba la posibilidad de que rehusaran ese servicio, y si lo hacían, no les daban el alta. Ese caballero en particular había salido del hospital por sus propios medios, sin esperar a que le dieran el alta. Por lo tanto, el hospital no se podía hacer responsable si las heridas le empeoraban o le causaban más problemas. La hermana Darla Magnana confiaba en que les hubiera quedado claro:

– Cuando le decimos a alguien que tiene que pasar la noche en observación es porque tenemos buenas razones para hacerlo -declaró.

Lynley solicitó hablar con el médico que se había ocupado de Richard Davies, y ese caballero -un médico interno con cara de preocupado y con barba de varios días-les informó, a él y a Havers, de la gravedad de las heridas: fractura múltiple del cúbito derecho, fractura única del maléolo. «Brazo derecho y tobillo derecho», le especificó el doctor a Havers cuando ésta le preguntó: «¿Fracturas de qué?». Prosiguió diciendo: «Cortes y abrasiones en las manos. Posible conmoción cerebral. Tuvieron que ponerle algunos puntos en la cara. Sin embargo, en un sentido general, tuvo mucha suerte. Podría haber sido un accidente mortal».

Lynley pensaba en todo eso mientras él y Havers salían del hospital, después de que les hubieran dicho que Richard Davies había abandonado el hospital acompañado de una mujer en un estado muy avanzado de embarazo. Se dirigieron al Bentley llamaron a Leach y éste les informó de que Winston Nkata había dado el nombre de Noreen McKay a los de la sala de incidencias para que pudieran contrastarlo con la lista de la Dirección General de Tráfico. Leach tenía los resultados: Noreen McKay tenía un Toyota RAV4 último modelo. Era su único vehículo.

– Si no encontramos nada satisfactorio en los informes de la prisión, tendremos que volver al Humber -dijo Leach-. Traigan el coche para que podamos examinarlo.

– De acuerdo -respondió Lynley-. ¿Y por lo que respecta al ordenador de Eugenie Davies, señor?

– Ocúpense de eso más tarde. Después de que hayamos examinado ese coche. Y hablen con Foster. Quiero saber dónde estaba esta tarde.

– Estoy seguro de que no estaba empujando a su prometido bajo las ruedas del autobús -señaló Lynley, a pesar de que el sentido común le decía que no hiciera o dijera nada que pudiera hacer que Leach recordara sus propias transgresiones-. En el estado en que se encuentra, habría llamado demasiado la atención de los testigos.

– Limítese a interrogarla, inspector. Y traiga ese coche.

Leach les dio la dirección de Jill Foster. Era un piso que se encontraba en Shepherd's Bush. Los de información le dieron el número de teléfono de esa dirección, y en menos de un minuto ya sabía lo que se había imaginado tan pronto como Leach le asignara la tarea: Jill no estaba en casa. Habría llevado a Davies a su propio piso de South Kensington.

Mientras giraban por Park Lane para recorrer el último tramo que les faltaba desde Gower Street hasta South Kensington, Havers comentó:

– ¿Sabes, inspector? Sólo tenemos dos sospechosos con respecto a lo de esta tarde: Gideon o Robson. Pero si lo hizo uno de los dos, la pregunta ¿Por qué? seguiría sin respuesta.

Si es la palabra clave -respondió Lynley.

Obviamente, Havers captó sus dudas, ya que le preguntó:

– No crees que lo empujara ninguno de los dos, ¿verdad?

– Los asesinos casi siempre eligen los mismos medios -remarcó Lynley.

– Pero un autobús es un vehículo -repuso Havers.

– No obstante, no es un coche y un conductor. Y no es ese coche, el Humber. Ni tampoco es un coche antiguo. Ni ha tenido unas consecuencias tan graves como en los otros casos, teniendo en cuenta lo que le podría haber sucedido.

– Y nadie vio el empujón -dijo Havers pensativa-. Al menos, de momento.

– Me apuesto lo que quieras a que no lo vio nadie, Havers.

– De acuerdo. Así pues, volvamos a Davies. Davies localizando a Kathleen Waddington antes de ir a por Eugenie. Davies dispuesto a librarse de Webberly para que nuestras sospechas recayeran sobre Katja Wolff. Davies lanzándose bajo las ruedas de un autobús porque tiene la sensación de que no nos estamos tomando muy en serio la posibilidad de que Katja Wolff sea sospechosa. De acuerdo. Lo entiendo. Pero la pregunta es: ¿por qué?

– Por Gideon. No puede ser por otra cosa. Porque Eugenie debía de representar algún tipo de amenaza para Gideon, y Davies sólo vive para Gideon. Si, tal y como sugeriste, Barbara, en verdad tenía la intención de convencerle para que dejara de tocar…

– Me gusta la idea, pero ¿a ella qué más le daba? Lo que quiero decir es que parecería más lógico que ella prefiriera que Gideon siguiera tocando, ¿no crees? En el desván tenía todo el historial de la carrera de su hijo. No cabe ninguna duda de que valoraba que siguiera tocando. ¿Por qué estropearlo?

– Quizá no tuviera intención de estropearlo -replicó Lynley-. Pero tal vez lo hubiera estropeado, sin ella saberlo, si se hubiera reunido de nuevo con Gideon.

– Así pues, ¿la mató Davies? ¿Por qué no se limitó a decirle la verdad? ¿Por qué no le dijo simplemente «Un momento, mujer. Si vuelves a ver a Gideon, todo habrá acabado, profesionalmente hablando…»?

– Quizá se lo dijera -apuntó Lynley-. Y tal vez ella le respondiera: «No tengo elección, Richard. Han pasado muchos años y ha llegado el momento…».

– ¿De qué? -preguntó Havers-. ¿De una reunión familiar? ¿De que les diera una explicación de por qué les había abandonado? ¿De que anunciara que iba a liarse con el comandante Wiley? ¿De qué?

– De algo -contestó Lynley-. De algo que quizá nunca averigüemos.

– Y eso nos sirve de gran ayuda -remarcó Havers-. Nos ayuda a inculpar a Richard Davies y a meterle en la cárcel. En el caso de que sea nuestro hombre. Además, no tenemos ninguna prueba. Tiene coartada, inspector. ¿Lo recuerdas?

– Estaba durmiendo. Con Jill Foster. Quien, probablemente, también estaba durmiendo. Por lo tanto, podría haber salido y regresado sin que ella se enterara, Havers. Podría haber usado su coche y después haberlo dejado en el mismo sitio.

– Volvemos al coche.

– Es lo único que tenemos.

– De acuerdo. Bien. Los del departamento no suelen equivocarse con esas cosas, inspector. Pero el hecho de que tenga acceso al coche no creo que pueda considerarse como una prueba.

– El acceso solo, no -asintió Lynley-. Pero no sólo cuento con eso.

Загрузка...