Miércoles 28 de Noviembre

El hipódromo estaba a un par de kilómetros del centro de Visby. Cuando Knutas y Karin giraron para subir la cuesta que iba hasta las caballerizas estuvieron a punto de chocar con un caballo con sulky. El imponente animal castrado resopló y reculó hacia un lado. Las palabras expertas del jockey lo tranquilizaron. Knutas bajó del coche y el olor a caballo y a estiércol le inundó las fosas nasales. Miró hacia el hipódromo, que estaba semioculto entre la helada neblina. Las gradas apenas se veían entre los bancos de niebla.

A ambos lados de la explanada se alzaban las cuadras, dispuestas en hileras. En un cercado había un caballo trotando a paso corto en un volt. Una especie de construcción de hierro lo mantenía en el carril y regulaba su paso.

– Se llama Horsewalker -le explicó Karin al observar el gesto pensativo de Knutas-. Los caballos que no van a salir pueden hacer ejercicio en él. Puede que hayan tenido una lesión, un resfriado o cualquier otra cosa que haga que no puedan entrenar tan fuerte como de costumbre. Ingenioso, ¿no?

Ella fue la primera en entrar en la cuadra.

A los caballos acababan de echarles el forraje del mediodía y todo lo que se oía era el apacible murmullo de sus bocas y alguna que otra patada. Parecía que reinaba el orden. El suelo estaba limpio y los boxes estaban bien cerrados con cerradura. Los ronzales colgaban de los ganchos por la parte de fuera de las puertas. Las repisas estaban llenas de objetos dispuestos en líneas bien ordenadas: frascos con linimento y aceite para bebés, tijeras, rollos de tela adhesiva, raspadores para los cascos. Los protectores para las patas estaban apilados en cestas, al igual que las vendas en rollos, los cepillos y otros útiles para almohazar. En el suelo, en un rincón, había un recipiente con fustas. Un gatito negro estaba durmiendo en un cajón de forraje. En la ventana había una radio con el volumen bajo.

A Sven Ekholm, jockey y dueño de la caballeriza, con el que habían concertado una cita, no se lo veía por allí. Una de las chicas que trabajaba en la cuadra los guió hasta una puerta cerrada que conducía al cuarto donde solían tomar el café.

Ekholm estaba sentado con los pies encima de la mesa redonda hablando por teléfono. Les hizo un gesto para que tomaran asiento. La luz del día hacía lo que podía para atravesar las polvorientas ventanas. El mantel rojo de hule tenía manchas secas de café. La mesa estaba abarrotada de papeles, montones de revistas de caballos, tarros de vitaminas, tazas, vasos, botas de montar sucias, botas de goma y carpetas. El techo estaba lleno de telarañas. En un rincón había una pequeña cocina con un par de placas, un microondas sucio y una cafetera llena de polvo. Las paredes estaban cubiertas con fotos de la llegada a la meta de distintos caballos y encima de un armario había un montón de rosas secas. No era difícil notar a qué se daba prioridad en aquel mundo.

Ekholm bajó los pies de la mesa y dejó de hablar por teléfono.

– Hola y bienvenidos. ¿Quieren un café?

Aceptaron. Ekholm era un hombre atractivo de unos cuarenta años. Era musculoso y se movía con agilidad. Llevaba el cabello negro revuelto. Vestía pantalones negros y un polo gris. Con algunas dificultades consiguió encontrar un par de tazas limpias, y, después de un rato, se encontraron cada uno con su taza de café y un bote de plástico con galletas de jengibre delante de ellos.

– ¿Puede hablarnos de Fanny Jansson? -empezó Karin-. Por lo que sabemos pasaba una gran parte de su tiempo en la cuadra.

Sven Ekholm se recostó en el respaldo de la silla.

– Es una chica espabilada que trabaja duro. No habla mucho, pero tiene buena mano con los caballos.

– ¿Cuánto tiempo pasa aquí? -preguntó Knutas.

– ¿Cuánto tiempo pasa en la cuadra, quiere decir? -preguntó el jockey sin esperar respuesta-. Vendrá unas cuatro o cinco veces a la semana, creo yo.

– ¿Cuándo fue la última vez que estuvo aquí?

– Sí, ¿cuándo fue la última vez que estuvo aquí? -repitió Sven Ekholm-. La última vez que la vi sería el jueves o el viernes de la semana pasada.

– ¿Parecía normal?

– Sí, ¿parecía normal? -Ekholm se frotó la barbilla-. Yo estaba muy ocupado, así que no hice más que saludarla deprisa. Tal vez sea mejor que hablen con el personal que trabaja en la caballeriza, ellos tratan más con ella que yo.

– ¿Cobra Fanny algo por trabajar aquí?

– ¿Que si cobra algo por trabajar aquí? No, las chicas que trabajan en las cuadras no cobran, vienen aquí porque les gusta ocuparse de los caballos. Arreglarlos y limpiarlos y eso. Las muchachas de esa edad son así.

Sven Ekholm dio un rápido sorbo de café.

– ¿Cuánto tiempo lleva Fanny trabajando aquí en la cuadra?

– ¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? No sé, un año quizá.

– ¿Mantenía una relación particularmente buena con alguno de los empleados? -preguntó Knutas, el cual empezaba a sentirse irritado de verdad por la manía del hombre de repetir todo el tiempo las preguntas.

– ¿Que si mantenía una relación con alguien en particular? Bueno, será con Janne, parece que se llevan bien. Por lo demás, es bastante tímida, como ya he dicho.

– ¿Cuánto tiempo suele pasar usted aquí? -preguntó Karin.

– Bueno, qué puedo decir, veinticinco horas al día -bromeó-. No, pero en principio todos los días. He empezado a tratar de tomarse libre al menos un día cada dos fines de semana. Uno tiene mujer y críos también, no puedo vivir solamente en la cuadra.

– ¿Conoce bien a Fanny?

– Pues no mucho. No es precisamente una persona muy habladora. Tengo siempre tantas cosas que hacer que no tengo tiempo de estar hablando con todas las chiquillas que se mueven por aquí.

¿Por qué no repetía Ekholm las preguntas cuando se las hacía Karin? Aquello irritaba enormemente a Knutas.

– ¿Dónde vive? -prosiguió Karin.

– Aquí al lado. Hemos heredado la finca de mi padre. Bueno, mi viejo sigue viviendo allí, en la casa pequeña.

– ¿Su mujer trabaja también en la cuadra?

– Sí, claro. Es una de las seis personas que trabajamos aquí a tiempo completo.

– ¿Cómo tienen repartido el trabajo?

– Nos ayudamos el uno al otro, preparamos los caballos y los cuidamos, y nos ocupamos de la caballeriza. Es un trabajo a tiempo completo los trescientos sesenta y cinco días del año, incluso cuando termina la temporada de carreras.

– Nos gustaría hablar con todos y cada uno de ellos. Si puede ser.

– Sí, claro, no hay problema. Pero me temo que ahora sólo estamos aquí Janne y yo. Pero vendrán más tarde o mañana.

Knutas sintió la necesidad de hacerle otra pregunta, sólo para comprobar si el jockey había dejado por fin de repetir las preguntas.

– ¿Cuántas chicas más ayudan aquí en la cuadra, me refiero a chicas que trabajan gratis después de la escuela y eso?

– ¿Chicas que trabajan gratis después de la escuela y eso? Bueno, tenemos un par de ellas. Antes teníamos más, pero parece que ya no es tan popular. O será también que ahora tienen muchos deberes -dijo el jockey sonriendo al comisario.

Cuando salieron de allí, Karin advirtió que su colega tenía la cara desencajada.

El interrogatorio con el mozo de cuadra Jan Olsson fue mejor.

El mozo era algo mayor que el jockey, Knutas le echó unos cuarenta y cinco años. Era muy moreno para ser sueco. Tenía los ojos castaños, casi negros, las cejas, muy pobladas, se le juntaban en el entrecejo y llevaba barba de varios días. Nervudo y musculoso, tras años de trabajo con los caballos. No había en su cuerpo ni un gramo superfluo de grasa, como se podía apreciar a través del jersey y los sucios pantalones que vestía. No llevaba alianza de casado. Knutas se preguntó si viviría con alguien, pero decidió esperar a hacerle esa pregunta. En vez de eso le pidió que les contara otra vez lo que pasó cuando Fanny abandonó la cuadra. Olsson se lo contó de la misma manera que aparecía descrito en el acta del interrogatorio.

– Ahora intente recordar algún detalle -le rogó Knutas-. Esas cosas que parecen irrelevantes, a veces pueden ser importantes.

Jan Olsson se rascó la barba. Parecía un tipo abierto y simpático.

– No, la verdad es que no recuerdo nada. Ella se ocupa de los caballos y no suele hablar mucho. Cuando volvió de dar un paseo a caballo estaba más alegre de lo que yo la había visto en mucho tiempo. Le brillaban los ojos. Después de almohazar a Calypso y colocar los arreos en su sitio, dijo adiós y se fue en la bicicleta.

– ¿Qué cree que puede haberle pasado?

– En cualquier caso, no creo qué se trate de un suicidio. Estaba contenta y animada cuando se fue de aquí. Me cuesta creer que fuera y se quitase la vida.

– ¿La conoce mucho?

– Bastante bien, creo. Parece que se siente a gusto aquí, pero, por lo que he podido comprender, no lo tiene nada fácil en casa. Siempre tiene prisa por volver, tiene que sacar al perro y eso. Por lo que sé, la situación de su madre es bastante complicada, pero no la he visto nunca.

– ¿Le ha hablado de sus amigos o de alguien con quien esté saliendo?

– Parece que no tiene amigos, porque está aquí casi siempre. Los que trabajamos en las cuadras somos mucho mayores que ella. Aunque suele hablar con Tom, que trabaja en la cuadra de aquí al lado.

– ¿Ah, sí?

– Los he visto hablando por la explanada alguna vez. Parece que lo pasan bastante bien juntos. Fanny no es precisamente una persona muy comunicativa, así que a uno le llama la atención cuando habla con alguien.

– ¿Son de la misma edad?

– No, qué va. Él tendrá por lo menos treinta años. Es americano, pero debe de llevar muchos años viviendo en Suecia. Se le nota al hablar.

– ¿Cómo se apellida?

– Kingsley.

– ¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí?

– Por lo menos un año, quizá más.


Tom Kingsley estaba ocupado vendando la pata trasera de un caballo cuando entraron en la cuadra de al lado. El animal ocupaba casi todo el pasillo central. Knutas y Karin se mantuvieron a una distancia prudencial.

– Nos han dicho que conocía a la chica que ha desaparecido, Fanny Jansson. ¿Es cierto? -empezó Knutas.

– Bueno, conocer lo que se dice conocer… Sólo he hablado un poco con ella.

No levantó la cabeza, sino que prosiguió con su trabajo.

– Tenemos que preguntarle un par de cosas.

– Por supuesto, sólo voy a terminar de hacer esto. Estoy con la última pata.

Pese al evidente acento americano, las palabras fluían con facilidad. Cuando terminó, se levantó y estiró la espalda haciendo una mueca.

– ¿Qué quieren saber?

– ¿Qué sabe de Fanny Jansson?

– Pues no mucho. Hablamos un poco a veces.

– ¿Cómo se explica que hayan entablado contacto?

– ¡Dios mío!, trabajamos aquí los dos, está claro que nos vemos en el patio, nos cruzamos unos con otros.

– ¿De qué hablan?

– Sobre todo de los caballos, claro. Pero también de otras cosas, de cómo le va en la escuela y en su casa y esas cosas.

– ¿Qué le parece su situación?

– No muy buena, la verdad.

– ¿Qué quiere decir?

– No, nada, pero se queja de su madre, que tiene problemas en casa.

– ¿Qué tipo de problemas?

– Me ha contado que su madre bebe demasiado.

– Entonces tiene bastante confianza con usted, ¿no?

– Bah, no sé.

– ¿Se han visto también en otros sitios?

– No, no. Sólo aquí.

– ¿Sabe si ha conocido a alguien últimamente? ¿Algún novio, quizá?

– Ni idea.

– ¿Cuándo fue la última vez que la vio?

– El sábado pasado.

– ¿Dónde?

– Aquí fuera.

Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la explanada.

– ¿Cómo parecía entonces?

– Como de costumbre.

– ¿Tiene alguna idea de dónde puede estar?

– No tengo ni la más remota idea.

En la caballeriza no había nadie más a quien interrogar. Se despidieron de Tom y regresaron al coche.

– ¿Qué crees que ha ocurrido? -le preguntó Knutas a su colega en el camino de vuelta hacia la comisaría.

– Cabe la posibilidad de que se haya suicidado.

– Me cuesta trabajo creerlo, es demasiado joven. Los suicidios entre las chicas de catorce años son raros, suelen producirse en muchachas por lo menos un par de años mayores. Además, no parecía que estuviera particularmente deprimida, aunque, claro está, la situación puede ser mucho peor de lo que parece desde fuera. Las tres personas a las que hemos entrevistado en las cuadras me parecen fiables, aunque el jockey era tremendamente irritante.

– Sí -afirmó Karin-. A mí no me ha dado mala espina ninguno de ellos.


Por la tarde, Fanny aún no había aparecido. Su madre llamó a Knutas para saber cómo iba la búsqueda. Estaba desesperada, y su hermana, que vivía en Vibble, justo al sur de Visby, se había hecho cargo de ella. Knutas tomó la decisión de empezar a rastrear los alrededores de su casa, de la escuela y de la zona de las cuadras.

Las radios locales emitieron un comunicado de búsqueda y atrajeron enseguida el interés de los medios locales. Radio Gotland y los dos periódicos locales, Gotlands Tidningar y Gotlands Allehanda, solicitaron reunirse con él.

Knutas trató de ser generoso con la prensa y aceptó concederles una entrevista corta. Despachó a un periodista tras otro, que le formularon, a grandes rasgos, las mismas preguntas. Se mantuvo reservado con la información. Sólo contó cuándo desapareció Fanny, dónde la habían visto la última vez y les facilitó una descripción de la chica. Les pidió que informaran de que la policía solicitaba la colaboración de los ciudadanos.

El rastreo dio resultado. Una persona que pasaba por allí encontró la bicicleta de Fanny tirada en la cuneta, a poco más de un kilómetro de la cuadra. La recogieron de inmediato para realizar una inspección técnica.

Johan Berg también llamó.

– Hola, ¿molesto?

– Estoy bastante ocupado en estos momentos.

– Te llamaba por lo de la desaparición de ésa chica, acaba de llegar por la Agencia de Noticias TT. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Knutas le facilitó la misma información que les había dado a los demás periodistas, pero le contó también lo de la bicicleta. Le parecía que estaba en deuda con Johan.

– ¿Sospecháis que se trata de un crimen?

– De momento, no.

– ¿Creéis que se ha suicidado?

– No podemos descartar esa posibilidad, evidentemente.

– ¿Cómo es su situación familiar?

– Vive sola con su madre en un piso, aquí, en Visby.

– ¿Es hija única?

– Sí.

– Según la descripción es negra. ¿Es adoptada o su madre es extranjera?

– El que es caribeño es su padre.

– ¿Dónde está?

– Vive en Estocolmo con su familia. No mantienen ninguna relación.

– Puede que haya venido aquí.

– Hemos hablado con el padre, lógicamente, y no está allí.

– De todos modos, puede que haya venido a Estocolmo -insistió Johan.

– Sí, claro.

– ¿Ha cogido dinero o el pasaporte?

– Nada hace pensar que sea así. Todas sus pertenencias continúan en casa -contestó Knutas impaciente. «¿Por qué Johan Berg nunca podía conformarse con la misma información que daba al resto de los periodistas? Sus preguntas no tenían fin.»

– El hecho de que la bicicleta apareciera tirada a un lado puede dar a entender que se subió a un coche. ¿Estaba al lado de una carretera?

– Efectivamente. Ahora tengo que dejarte.

– Comprendo que tienes que estar hasta arriba de trabajo. Además, tenéis que investigar el asesinato al mismo tiempo. ¿Hay algún indicio de que la chica haya caído en manos del mismo asesino que Dahlström?

– En estos momentos, no.

Knutas meneó la cabeza al colgar el auricular. Qué tipo más obstinado.

Enseguida volvió a sonar el teléfono. Desde la centralita le comunicaron que una mujer del Centro de Salud para Jóvenes de Visby quería hablar con él. Knutas atendió la llamada.

– Hola, me llamo Gunvor Andersson y soy comadrona. La chica a la que creo que buscan ha estado aquí recientemente.

– ¿Ah, sí? ¿Cómo sabe que era ella?

– La reconocí por la descripción que oí en la radio. Estuvo aquí hace dos meses y quería píldoras anticonceptivas.

– ¿Les explicó por qué?

– Dijo que tenía una relación estable con un chico. Yo le pregunté si se sentía realmente madura para mantener relaciones sexuales, que nosotros normalmente no recomendamos el uso de la píldora anticonceptiva a chicas tan jóvenes. Me dijo que ya las habían tenido. Le informé de que tenía menos de quince años y que por lo tanto era ilegal mantener relaciones sexuales con ella, pero no podemos negarle la píldora a una muchacha que quiere protegerse. Solemos exigir la conformidad de los padres cuando se trata de chicas tan jóvenes, pero cuando le dijimos que teníamos que llamar a su madre, no quiso quedarse. De hecho, se levantó y se fue. Bueno, traté de evitarlo y le dije que podíamos hablar un poco más del tema, pero desapareció por la puerta en un santiamén.

– ¿Pudieron averiguar quién era su novio?

– Lamentablemente, no. No quiso contar nada de él.

Tras acabar la conversación, Knutas llamó a Majvor Jansson.

– ¿Sabía que Fanny tiene novio?

– No, la verdad, no creo que lo tenga.

– Ha estado en el Centro de Salud para Jóvenes para pedir píldoras anticonceptivas.

– ¿Es eso cierto?

– Sí, acabo de recibir una llamada del centro. Estuvo hace un par de meses y quería que le recetaran píldoras anticonceptivas, pero cuando le dijeron que tenían que ponerse en contacto con usted, se largó de allí, sin más. Quiero que haga memoria. ¿No hubo nada que indicara que se había echado novio? ¿Salía con alguien?

El auricular se quedó un rato en silencio.

– No me ha contado nada de eso. Y, además, es difícil comprobarlo, porque trabajo de noche y soy madre soltera. Lo tiene fácil para salir con alguien por la tarde, cuando yo tengo que irme al trabajo.

Notaba que Majvor Jansson estaba a punto de ponerse a llorar.

– Había pensado solicitar otro turno en el trabajo ahora que empieza a hacerse mayor, pero creía que aún no había ningún peligro. ¡Si sólo tiene catorce años!

– Gracias, no la molesto más -se despidió Knutas-. Seguro que la encontraremos pronto, ya lo verá. A lo mejor sólo se ha escapado con su novio.


Paralelamente, se estaba llevando a cabo la búsqueda. Cientos de voluntarios se habían apuntado a las batidas que se habían organizado en diferentes sitios. La preocupación por lo que podía haberle ocurrido a Fanny aumentaba a medida que transcurrían las horas.


A las ocho de la tarde se reunió la Brigada de Homicidios en la comisaría. El ambiente era tenso. Knutas les informó de la conversación que había mantenido con la comadrona del Centro de Salud para Jóvenes y del fallido intento de Fanny para conseguir píldoras anticonceptivas. Sohlman, que parecía agotado, informó de lo que había dado de sí el registro de la habitación de Fanny.

– Hemos encontrado tres cajas con la píldora del día después en el armario, escondidas entre la ropa de Fanny. Dos de las cajas están vacías y la otra contiene aún las dos píldoras. Lo cual demuestra que ha mantenido relaciones sexuales con alguien.

– Bueno, esa conclusión no es particularmente avispada -interrumpió Karin con acritud-. ¿Pero la píldora del día después? ¿No se toma sólo en caso de extrema necesidad? No es algo que se utilice como si fuera un anticonceptivo normal, ¿no?

Miró con expresión inquisitiva a su alrededor y al observar la cara de póker de sus colegas se dio cuenta de que trabajaba con un hatajo de hombres de mediana edad, cortados todos por el mismo patrón y que, con toda seguridad, no tenían ni puñetera idea de cómo funcionaba la píldora del día después.

– ¿Cuántas píldoras ha tomado? -preguntó Karin volviéndose hacia Sohlman.

– Vienen dos en cada caja y se cuentan como una dosis, por lo que tengo entendido. Lo cual significa que se ha tomado cuatro píldoras o, lo que es lo mismo, dos dosis.

– ¿Dónde consigue uno esas cosas? ¿En la farmacia? ¿Puede entrar una chica de catorce años y comprarlas? ¿No hay que tener por lo menos quince?

Nadie alrededor de la mesa pudo responder a la pregunta de Karin.

– ¡Bah! -suspiró-. Llamaré al Centro de Salud para Jóvenes.

Sus colegas se mostraron aliviados al librarse de que Karin siguiera haciéndoles preguntas comprometidas de las que no conocían la respuesta. Sohlman continuó:

– En la colcha de la cama se han encontrado manchas de sangre y pelos, que no pueden ser suyos. Son cabellos cortos, oscuros y gruesos. También hemos encontrado esperma y vello púbico, pero no sabemos aún a quién pertenece. Lo hemos enviado todo al laboratorio. Lo mismo hemos hecho con las cosas que su madre no reconoce y que no sabe de dónde han salido.

Leyó una lista.

– Un frasco de perfume, un collar, anillos, un jersey, un vestido y dos conjuntos de ropa interior. Bastante refinados -añadió y tosió-. En la bicicleta no hemos hallado ni una sola huella interesante.

Cuando Sohlman dejó de hablar, una atmósfera pesada cayó sobre la sala de reuniones. En el transcurso de su explicación habían aumentado los temores de que a Fanny le hubiera ocurrido alguna desgracia. Wittberg rompió el silencio.

– ¿Qué puñetas vamos a hacer? -suspiró resignado-. ¿Qué pistas tenemos?

– Hay mucho que hacer -intervino Knutas-. Mientras esperamos el resultado de las pruebas tendremos que ampliar la zona de rastreo. Está llegando información de la gente y hay que comprobarla.

– ¿Cómo vamos a repartirnos el trabajo entre la investigación del asesinato de Dahlström y ésta? -quiso saber Norrby.

– Tendremos que trabajar paralelamente, ya lo hemos hecho antes. No olvides tampoco que aún no sabemos lo que ha pasado con Fanny Jansson. Puede que aparezca mañana.


Cuando Johan volvió a casa después del trabajo el miércoles por la tarde, se encontró para su sorpresa a Emma sentada en la escalera. Estaba pálida y ojerosa y llevaba su cazadora acolchada de color amarillo.

– Emma, ¿qué haces aquí? -exclamó.

– Perdona que me enfadara tanto ayer, Johan. Es sólo que no sé lo que voy a hacer.

– Entra.

Lo siguió y se sentó silenciosa en el sofá.

– Estoy a punto de perder pie y hundirme completamente. Olle no me deja todavía hablar con los niños. Había pensado ir a su colegio ayer, pero la asistente social de la escuela me lo desaconsejó. Cree que debo esperar. He hablado con sus profesores y parece que los niños se encuentran bastante bien. Al parecer, todo lo que saben es que nosotros estamos pasando una crisis y que yo estoy de baja.

Emma se retiró el flequillo de la frente.

– ¿Puedo fumar?

– Sí, claro, fuma. ¿Quieres beber algo?

– Sí, por favor, un vaso de vino o una cerveza si tienes.

Johan llevó dos cervezas del frigorífico y se sentó a su lado.

– ¿Qué piensas hacer?

– Eso es precisamente lo que no sé -dijo irritada.

Johan le rozó la mejilla.

– ¿Qué has dicho en el trabajo?

– He llamado para decir que estaba enferma. No me sentía con fuerzas para dar explicaciones. El trabajo me parece lo de menos en estos momentos.

– Olle se tranquilizará, ya lo verás. No te preocupes por eso. A su debido tiempo podréis volver a hablar el uno con el otro.

– Es sólo que no comprendo que haya reaccionado de una forma tan violenta. Con lo poco que se ha ocupado de mí y de nuestra relación los últimos años, no debería sorprenderle tanto. Él me importa un bledo, en lo único que puedo pensar es en Sara y en Filip. No te imaginas lo duro que es.

Johan alargó el brazo y le acarició la mejilla.

Emma le cogió la mano, se la besó y se la llevó al pecho. Cuando él la besó, su reacción fue apasionada. Fue como si tuviera hambre de él, de contacto físico, de consuelo. Johan quería transmitirle su fuerza y darle la energía que ella tanto necesitaba. Había algo desesperado en su forma de hacer el amor con él aquella noche.

Después se quedó dormida, acurrucada como una niña en sus brazos. Johan permaneció mucho tiempo despierto a oscuras, observando el perfil de Emma y escuchando su respiración.

Загрузка...