Lunes 3 de Diciembre

Al final Johan no viajó a Gotland. «Tal vez sea lo mejor», pensó malhumorado. Emma no había dado señales de vida en todo el fin de semana. Con lo bien que habían estado la última vez. No acababa de entenderla. Ojalá no hubiera empezado a dar marcha atrás otra vez.

En ese momento sentía la isla muy lejana, incluso a nivel profesional. Justo cuando Grenfors, por fin, parecía haberse fijado en el asesinato de Gotland, la investigación policial se encontraba, a todas luces, en punto muerto. Además, se había producido un crimen demencial en la plaza Medborgarplatsen, en el barrio de Södermalm. El lunes ya avanzada la tarde recibieron un aviso en la redacción de que un loco andaba suelto por las calles con una barra de hierro en las manos y había matado por lo menos a una persona. Había otras cinco heridas, entre ellas un bebé. Noticias Regionales se enteró de la noticia gracias a un soplo prácticamente en el mismo instante en que se estaban produciendo los hechos. Johan salió a toda prisa con una fotógrafa, y en el coche hasta allí fue todo el tiempo con el móvil pegado a la oreja hablando, bien con el policía de guardia, bien con la central de emergencias, bien con la redacción.

La fotógrafa era rápida y ágil conduciendo, cambiaba constantemente de carril para ganar tiempo y por momentos se saltaba el código de circulación, lo cual era inevitable si uno quería llegar rápido. Cuando llegaron a Medborgarplatsen aparcó descaradamente el coche en mitad de la plaza y montó la cámara en un suspiro.

Ya había en el lugar ambulancias y coches de policía. Habían empezado a acordonar la zona y había grupos de gente que miraban con consternación cómo se hacían cargo de los heridos.

Johan entrevistó tanto a los policías corno a los testigos, quienes contaron que el hombre, sin mediar provocación alguna, se había lanzado contra la gente que se encontraba en su camino. Al final había tirado la barra de hierro y había desaparecido escaleras abajo por la boca del metro que había junto al parque Björns Trädgård. Habían cortado el metro y la policía estaba buscándolo dentro de los vagones y en los andenes con la ayuda de perros.


La redacción era un hervidero de actividad cuando Johan regresó. Grenfors estaba con dos auriculares en las manos; el productor del programa corría entre los aparatos de videoedición para hacer que todos estuvieran listos a tiempo y además se ocupaba de los contactos con los informativos nacionales, que naturalmente también trabajaban a marchas forzadas con la tragedia de Södermalm.

La idea era que hubiera colaboración entre los diferentes programas informativos; las entrevistas se repartían entre los reporteros, intercambiaban imágenes. Las tomas grabadas por Noticias Regionales estaban evidentemente muy solicitadas, ya que su fotógrafa había sido la primera en llegar al lugar. El director del programa estaba ocupadísimo tratando de encontrar a las personas adecuadas a las que entrevistar en el estudio; llamó al jefe de la policía provincial, así como al director de la ONG Stadmissionen, ya que muchos creían que el hombre que había sufrido aquel arrebato de violencia era un sin techo. Sin embargo, aún andaba libre.

La noticia ocupó casi toda la emisión. Se había producido un caos tremendo como consecuencia de la interrupción del servicio de metro, puesto que los hechos habían ocurrido justo un poco antes de la hora punta, cuando cientos de miles de personas volvían a casa después del trabajo.

Noticias Regionales emitió directamente desde Medborgarplatsen, hacia donde la gente ya había empezado a dirigirse para encender velas y depositar flores. El número de víctimas se había elevado a dos, el bebé había muerto a consecuencia de las lesiones.

De vuelta a casa en el metro, Johan volvió a pensar una vez más en las especiales condiciones de trabajo de los periodistas. Cuando ocurrían los sucesos más terribles dejaban los sentimientos a un lado y lo primordial era informar. Predominaba lo profesional, pero no tenía nada que ver con la mentalidad carroñera que algunos les echaban en cara cuando descargaban su ira contra los medios de comunicación. Johan pensaba que la mayoría de sus colegas, al igual que él, actuaban de este modo movidos por las ganas de informar, sencillamente. Se trataba de contar lo que había sucedido de la manera más rápida y correcta posible. La responsabilidad de los periodistas era reunir todo el material que pudieran para ofrecer la información más fidedigna.

De vuelta en la redacción, revisaban el material y lo comentaban con el redactor. ¿Qué era relevante emitir y qué no lo era? Se retiraban las imágenes de los heridos tomadas demasiado cerca, las entrevistas con personas que se encontraban en evidente estado de choque se suprimían y cualquier cosa que se considerara un atentado contra la integridad se eliminaba.

Cada día surgían nuevas discusiones éticas y detrás de cada reportaje había meticulosas deliberaciones, en especial en estos casos delicados. Por supuesto, a veces se cometían errores, se difundía un nombre o una imagen que no debería haberse hecho público. Al redactor no siempre le era posible ver los reportajes antes de que se emitieran, porque los márgenes de tiempo eran muy pequeños. Con todo, la mayoría de las veces las cosas funcionaban debidamente conforme a las normas éticas a las que estaban sujetos todos los periodistas. Siempre había algún mal profesional que se pasaba de la raya, claro. Algunas cadenas de televisión y algunos periódicos habían ido demasiado lejos, pero de momento sólo eran unos pocos.

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