El hallazgo del prospecto en casa de Tom Kingsley, junto con el hecho de que había negado rotundamente haber mantenido una relación más íntima con Fanny, hicieron que el fiscal solicitara su ingreso en prisión. Cuando comprobaron que las huellas dactilares de Fanny aparecían en el prospecto, la policía estuvo totalmente convencida de que Kingsley era el hombre a quien buscaban. En una investigación de las compañías aéreas se comprobó que había viajado con SAS hasta Chicago una semana antes. Se avisó a la policía de Estocolmo y se instó al departamento de reservas de SAS para que permaneciera atento y diera la voz de alarma cuando Kingsley reservara el vuelo de vuelta.
Knutas se sintió aliviado, aunque no supieran dónde se encontraba Kingsley. Ahora sólo tenían que esperar a que volviera.
Mientras tanto, podría disfrutar durante el fin de semana de un merecido descanso. Alejado de todo lo que fuera su trabajo como policía. Leif y él iban a viajar a la casa de veraneo que la familia Almlöv poseía en Gnisvärd, unos veinte kilómetros al sur de Visby como hacían siempre los días previos a la Navidad. Realmente, a causa de la investigación, hasta el último momento había dudado de si podría ir en esta ocasión. Pero puesto que había una orden de detención contra Kingsley y no podían hacer nada hasta que volviera a Suecia, Knutas pensó que podía irse. Iba a estar a tan sólo veinte minutos en coche de Visby y estaba localizable en el móvil en caso de que ocurriera algo.
En cuanto a los preparativos navideños, había hecho lo que se esperaba de él: la tradicional compra del árbol de Navidad con los niños, había ido a hacer una compra grande con Line y había limpiado la casa con ella. Una noche había preparado los arenques escabechados con jerez que siempre hacía para Navidad y para San Juan, y había aprovechado las horas del almuerzo para darse una vuelta por las tiendas y comprar los regalos y, la verdad, le había dado tiempo a comprarlos todos, envolverlos en papel de regalo y escribir la correspondiente rima que debía acompañarlos.
Ahora llegaba la recompensa. Dos días ellos solos, comiendo bien y pescando, afición que compartía con Leif.
El viernes por la tarde después del trabajo volvió enseguida a casa y preparó una bolsa con la ropa y los artilugios de pesca. Había estado nevando todo el día. Las máquinas quitanieve trabajaban sin descanso para dejar las calles transitables. Knutas no podía recordar cuándo fue la última vez que había nevado tanto en Gotland. Ojalá que aguantara hasta Navidad.
En el coche camino del sur se fue relajando más y más con cada kilómetro que dejaban atrás. Pusieron Simón & Garfunkel a todo volumen. El paisaje invernal se deslizaba ante la ventanilla, campos blancos y alguna que otra granja.
La nieve cubría bellamente los alrededores cuando llegaron.
En realidad, era absurdo llamar a aquello casa de veraneo, pensó Knutas. Más bien residencia. Se trataba de la típica vivienda de piedra caliza de Gotland, de mediados del siglo XIX, y era impresionante, encalada, con el tejado muy inclinado y hastiales lisos. Por entonces en Gotland se construían mansiones cada vez más grandes a medida que aumentaba la prosperidad de las zonas rurales. La morada contaba con no menos de siete habitaciones y cocina distribuidas en dos pisos. La finca tenía también un cobertizo que se utilizaba como trastero y despensa.
Al lado había una sauna a tan sólo unos metros del muelle, junto al cual el barco de Leif cabeceaba todo el año.
El lugar parecía desierto. El vecino más cercano vivía doscientos metros más allá.
– Puedo imaginarme el frío que hará dentro -le previno Leif mientras abría la pesada y chirriante puerta de la casa.
– No parece que haga tanto frío -dijo Knutas cuando entraron. Llevó las bolsas de comida a la cocina y empezó a colocar las cosas-. Será peor cuando nos sentemos.
– Voy a poner los radiadores y a encender la chimenea, pero lleva tiempo secar la humedad que hay en el aire.
Unas horas después, ya sentados con un solomillo, un gratinado de patatas que olía a ajo y una botella de vino Rioja delante, Knutas se sintió mejor de lo que había estado en mucho tiempo.
– ¿Cuántas veces hemos hecho esto? ¿Es el quinto o el sexto año? Este año me parece más necesario aún que de costumbre.
– Sí, los dos teníamos necesidad de salir -aseguró Leif-. He tenido un montón de cosas que hacer en el restaurante. Lo peor es cuando falla el personal. Una de mis mejores camareras sufrió un aborto y tuvo que ser ingresada en el hospital, la madre de otra ha muerto, así que tuvo que viajar a Estocolmo, y, por si fuera poco, he pillado a un camarero robando dinero de la caja. Todo eso en el transcurso de dos semanas. Y, como de costumbre, esas cosas siempre ocurren en el momento más inoportuno. Ahora, con las reservas para comidas y cenas de Navidad, estamos hasta las cejas. Por suerte, tengo un chef estupendo, si no, no habría podido venir de ninguna de las maneras. Es un tío estupendo, es capaz de solventar cualquier problema. La verdad es que yo estaba dispuesto a no hacer el viaje en estos momentos, pero me convenció para que viniera. Bueno, claro, pensé que podríamos hacerlo más adelante -añadió como disculpándose.
– Me alegro de que no lo hayamos aplazado. Dale las gracias de mi parte -Knutas tomó un trago de vino-. Puedes alegrarte de que te vaya tan bien el restaurante. Siempre está lleno de gente, y siempre lo ha estado. No sé cómo lo consigues.
– ¿Y tú? ¿Cómo va la investigación?
– Bien, finalmente parece que hemos dado con la pista correcta.
– Vaya historia tan desagradable.
– Ha sido tremendamente duro. Cuando sabes que un asesino anda suelto y avanzas a ciegas, sin entender qué relación tienen unas cosas con otras… Es frustrante.
– Entonces, ¿ya no estáis así? ¿Ya no avanzáis a ciegas?
– No, estoy convencido de que estamos muy cerca de resolver el caso. Como ya sabes, no puedo hablar contigo de la investigación, lo que sí puedo decirte es que creo que ahora falta poco para dar con él.
– ¿Se trata de alguien de quien sospechabais desde hacía mucho tiempo?
– No, en realidad ha aparecido una persona totalmente inesperada.
– ¿Y entonces por qué no lo habéis detenido?
– Deja ya de preguntar, Leif, sabes que no puedo contestar.
Leif alzó las manos cediendo.
– Por supuesto. ¿Quieres más vino?
El resto de la tarde lo pasaron jugando al ajedrez delante de la chimenea. Abrieron otra botella de Rioja.
Se hizo tarde. No se acostaron hasta bien pasada la medianoche. A Knutas le tocó dormir en el piso de arriba. El dormitorio en el que iba a dormir estaba decorado con sencillez pero con buen gusto. Las paredes de piedra caliza estaban rústicamente al desnudo. El techo estaba construido con láminas de arenisca que se apoyaban en grandes vigas. Junto a una de las paredes había una amplia cama de madera vestida con una colcha blanca de algodón, y al lado, tres sillas de estilo rústico pintadas de azul. Dentro de un profundo nicho se abría una pequeña ventana que daba al mar. El rítmico sonido de las olas que golpeaban contra la playa lo arrulló hasta que se durmió.
Cuando se despertó no tenía ni idea de cuánto tiempo había dormido. La habitación estaba completamente a oscuras. No sabía qué podía haberlo despertado y permaneció acostado con los ojos abiertos, a oscuras, tratando de escuchar ruidos que no había.
Estiró el brazo y encendió la lámpara de la mesilla. Eran las tres y diez.
Tenía la boca seca y necesitaba ir al servicio.
Resueltas esas necesidades perentorias, se quedó mirando por la ventana. Se oía el mar, pero parecía bastante tranquilo. Había luz en el cobertizo. Qué raro. ¿Estaría Leif allí a esas horas? A lo mejor era sencillamente que se había olvidado de apagar la luz.
La nieve relucía blanca en la oscuridad y la luz de fuera arrojaba sombras alargadas. No pasó nada y se volvió a la cama.
Tardó mucho en volver a quedarse dormido.
Fueron pasando los días sin que Johan tuviera noticias de Emma. Ya llevaba casi una semana en casa, puesto que en Gotland no había sucedido nada que justificara un viaje a la isla. Al menos, que él supiera. La policía no soltaba prenda; había intentado presionar a Knutas muchas veces sin conseguir sacarle nada. La experiencia le decía que estaban a punto de detener al asesino. La policía reaccionaba siempre de la misma forma cuando la investigación se hallaba en un momento decisivo. Se cerraban como ostras todos ellos.
Echaba mucho de menos a Emma, pero se negaba a hablar con él. Quizá estaba próximo el desenlace en ambos frentes. ¡Bah!, lo que tenga que pasar que pase, pensaba en ocasiones. A la mierda. Estaba harto de cavilaciones, de todos los planes que había hecho de cara a un incierto futuro con Emma. De cómo iba a comportarse en Gotland, con los hijos de Emma, como hombre responsable. Cocer macarrones y leerles un cuento antes de dormir, sonarles la nariz y mantenerse en equilibrio entre Emma, su ex marido, los niños, los suegros, las fiestas de cumpleaños, el reparto de las vacaciones de Navidad entre Estocolmo y Gotland. Y, sinceramente, ¿era tan divertido hacerse cargo de una familia ya formada? Johan era un romántico que soñaba con casarse y ser padre algún día. Para Emma nada de todo eso sería nuevo.
Volver a casarse y volver a tener hijos. Además, ¿querría tener hijos con él? Ni siquiera habían hablado de eso. ¿Por qué no lo habían hecho?
Tal vez era mejor que se acabara de una vez. Podía encontrar a alguna chica en Estocolmo que no tuviera un matrimonio averiado a sus espaldas y críos en el equipaje. Sería una experiencia mágica para los dos. Todo sería mucho más sencillo, ya sólo el hecho de vivir en Estocolmo, cerca de sus familias, del trabajo y de los amigos. Las perspectivas de lograr vivir juntos una existencia agradable serían mucho mayores. ¿Por qué complicarse la vida más de lo necesario? Ya era suficientemente difícil conseguir que funcionara una relación, ¿iba uno además a complicarse la vida con los hijos de otros y viejos ex maridos? No, gracias.
Sólo había una pega. Que él quería a Emma.