Sábado 1 de Diciembre

Olle la había llamado de pronto y la había invitado a cenar. Por fin iba a poder ver a los niños. Apenas había pasado una semana desde la última vez que los vio, pero le parecía como un mes. Por lo menos. La había telefoneado la tarde anterior y entonces Emma pudo hablar con ellos por primera vez desde que la echó de casa. Los dos parecían alegres y asombrosamente tranquilos a pesar de lo que había ocurrido. Se preguntó qué ideas rondarían dentro de sus cabecitas.

A lo largo de la semana habían revoloteado por su cabeza diversos escenarios. Un momento le parecía acertado separarse, al siguiente lo que anhelaba era que volvieran a ser una familia y no haber conocido nunca a Johan.

En medio de todo ello, fue consciente de sus condiciones de vida. Estaba rodeada de bastidores aparentemente estables pero que podían venirse abajo en cualquier momento y dar un vuelco a su vida.

Al mismo tiempo le sorprendía su propia estupidez. ¿Qué se había pensado? ¿Que podía tener una aventura sólo para satisfacer su propio ego? No se había dado cuenta de que estaba jugando con fuego.

¿Estaba dispuesta a sacrificarlo todo por Johan? Esa pregunta tenía que habérsela hecho cuando se dieron el primer beso.

Su marido le había dado su amor y se había comportado como una persona responsable, había cumplido lo que prometió cuando se casaron. ¿Pero ella?

Cuando reaccionó echándola de casa se abrió el suelo a sus pies.

En estos momentos no sabía qué penar. Sólo quería que el encuentro con Olle fuera bien. Tenía un miedo mortal a que hiciera algo definitivo, como presentarle los papeles del divorcio. Había notado algo en la voz de Olle cuando llamó, un tono distinto que demostraba que algo había cambiado. Eso la preocupaba.


Se sentía como una extraña de visita, una invitada en su propia casa. Olle parecía de buen humor cuando abrió la puerta. Le recogió el abrigo y se lo colgó como si fuera la primera vez que ella estaba allí. La situación era absurda. El rostro de Emma estuvo a punto de traslucir la irritación que sentía. Los niños salieron corriendo a la entrada.

La colmaron de besos mojados y de fuertes abrazos. Se sintió dichosa al notar la calidez de sus cuerpos contra el suyo y su olor. Los dos estaban impacientes por enseñarle la casita de galletas de jengibre que habían hecho con papá.

– ¡Oh! Qué bonita -exclamó ante los niños, que le mostraban las almenas y la torre-. ¡Si parece un castillo de verdad!

– Es un castillo de galletas de jengibre, mamá -dijo Filip.

Olle llegó y se colocó en el vano de la puerta. Llevaba puesto el delantal, el pelo revuelto y parecía un atractivo hombre de su casa. Instintivamente a Emma le entraron ganas de abrazarlo, pero se controló.

– La cena está lista. Venga, vamos a la mesa.

Cuando terminaron de cenar y los niños se sentaron frente al televisor para ver una película de dibujos animados, Olle llenó sus copas de vino.

– Bueno, quería hablar contigo en serio y por eso te he pedido que vinieras esta tarde. No quería hablarlo por teléfono.

– Está bien -dijo Emma prudentemente.

– Le he dado muchas vueltas. Al principio me cabreé mucho. Jamás pensé que tú pudieras hacerme una cosa así. Cuando descubrí aquel mensaje, me puse hecho una fiera. Sentí realmente que te odiaba y quise contarle a todo el mundo lo que habías hecho. Fue como si hubiera vivido engañado. Cómo podía haber sido tan tonto y no sospechar nada, todo me parecía tan tremendamente absurdo. Por no hablar de lo que pensaba de ese gilipollas de la tele. He estado varias veces a punto de ir a Estocolmo y darle una paliza.

Tomó un sorbo de vino.

– De todos modos, me di cuenta de que no tenía nada que ganar partiéndole la cara. Posiblemente un juicio por lesiones, pero eso seguro que le iba a hacer más gracia a él que a mí.

Emma no pudo evitar sonreír.

– La rabia fue cediendo pasados unos días y entonces pude empezar a reflexionar con claridad. He pensado en nosotros, en nuestra relación. He repasado toda nuestra vida aquí dentro.

Olle se dio unos golpecitos en la sien con dos dedos.

– Todo lo que hemos hecho juntos y lo que siento por ti. He llegado a la conclusión de que no quiero. Que nos separemos, me refiero. Aunque me has hecho un daño terrible, porque me lo has hecho de verdad. Por duro que sea, reconozco que yo también tengo mi parte de culpa en todo esto. Que no me he preocupado lo suficiente de ti, no te he hecho caso cuando tenías ganas de hablar conmigo y demás. No es que eso justifique lo que has hecho, pero quizá haya contribuido. Tardaré en atreverme a volver a confiar en ti, pero estoy dispuesto a intentarlo.

Emma se quedó absolutamente perpleja. No se esperaba algo así.

– Olle, no sé. No me lo esperaba. No sé qué decir.

– No tienes que decir nada. Ahora, de todos modos, ya sabes lo que quiero -le dijo y se levantó para poner el café.


Tomaron el café con los niños y luego los llevaron a la cama. Emma dejó la casa sin haber dado una respuesta, ni a sí misma ni a Olle.

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