Jueves 20 de diciembre

Knutas estaba sentado en su despacho tomando el café de la mañana cuando llamaron a su puerta y Karin asomó la cabeza.

– ¡Buenos días! Es increíble cómo puede olvidar la gente las cosas y luego recordar en un pispas información de lo más interesante.

Se dejó caer en la silla enfrente de Knutas y puso los ojos en blanco.

– Ese tal Jan Olsson que trabaja en la cuadra ha llamado y ha dicho que Fanny estuvo en casa de Tom Kingsley

– ¿Ah, sí?

– En otoño Jan Olsson tuvo que pasar una vez por casa de Tom para dejarle una cosa.

– ¿Qué cosa? -preguntó Knutas con curiosidad.

– Eso no lo dijo -respondió Karin impaciente-. Escucha esto. La bicicleta de Fanny estaba fuera de la casa de Tom y Jan Olsson se dio cuenta de que la cazadora de la chica estaba colgada en la entrada.

– ¿No la saludó?

– No. Tom no lo invitó a entrar.

– Está bien. Es suficiente para detener a Kingsley. Voy a llamar a Birger para que nos expida una autorización para registrar su casa.

Knutas alargó el brazo hasta el teléfono para llamar al fiscal.

– Claro, sólo hay un problema -constató Karin.

– ¿Qué problema?

– Tom Kingsley está fuera. Está de vacaciones en Estados Unidos.

– ¿Cuánto tiempo va a estar fuera?

– Tiene que empezar a trabajar de nuevo el lunes, según el propietario de la cuadra. Pero ha viajado en vuelo regular con el billete de vuelta abierto y aún no ha reservado, así que no sabemos cuándo regresará.

– No importa, entraremos en su casa de todas maneras.


La residencia de Tom Kingsley estaba en un claro del bosque, no muy lejos del hipódromo. En realidad era una casa de campo que tenía alquilada desde que llegó a Gotland.

El camino que conducía hasta la vivienda no era mucho más ancho que un camino rural. Los coches de policía avanzaban dando tumbos. Knutas y Karin iban delante, Kihlgård y Wittberg conducían detrás de ellos. El fiscal Smittenberg había autorizado el registro del domicilio sin dilación. En un caso normal, Tom Kingsley tenía que haber sido informado previamente, pero nadie sabía dónde se encontraba.

Todas las ventanas estaban a oscuras. Cuando se bajaron del coche, observaron que no había estado nadie en la casa desde hacía algún tiempo. El manto de nieve estaba intacto.

La llave se la había dado el propietario de la casa, Karin se había pasado la mañana tratando de localizarlo.

La planta baja constaba de un pequeño vestíbulo y un cuarto de estar a la derecha desde el que se accedía a una reducida cocina. Estaba amueblada con sencillez, pero limpia: una mesa junto a la ventana, una chimenea y pegado a la pared del fondo había un viejo sofá de madera con los cojines forrados con tela de rayas. Entre la cocina y el cuarto de estar había una estufa. La cocina, cuya ventana daba al bosque, tenía pocos muebles: una encimera con armarios debajo, una fresquera, una vieja cocina eléctrica y un frigorífico pequeño colocado directamente en el suelo.

Una estrecha escalera de caracol conducía al piso de arriba, que disponía de dos dormitorios pequeños y un pasillo. Todo estaba ordenado y limpio. Knutas levantó la colcha de las camas. La ropa de cama estaba quitada y debajo de los cobertores sólo estaban los viejos colchones. Empezaron a registrar sistemáticamente cajones y armarios. Kihlgård y Karin se ocuparon del piso de arriba; Knutas y Wittberg del de abajo. No había pasado mucho tiempo cuando Wittberg gritó:

– ¡Venid a ver esto!

Estaba sujetando con las pinzas un pequeño papel que parecía un prospecto.

– ¿A que no adivináis qué es?

Los demás negaron con la cabeza.

– Es un prospecto de la píldora del día después.

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