Viernes 14 de Diciembre

Era como si el día no quisiera amanecer del todo aquella mañana húmeda y fría de diciembre. Knutas desayunó gachas en la cocina con su mujer y sus hijos. Las velas encendidas hacían más agradable aquel rato que pasaban juntos por la mañana. Line y los niños habían hecho los bollos de azafrán típicos del día de Santa Lucía mientras él estuvo fuera viendo el lugar donde había aparecido el cuerpo de Fanny. No le vendrían mal. Hoy tenía que ir al aeropuerto a recoger al forense y regresar al bosque. Se puso un jersey de lana y buscó su cazadora de invierno más abrigada. Persistía el frío de las últimas semanas.

Los niños estaban desolados e inquietos y hablaban de la muerte de Fanny. Ese suceso los había afectado mucho. Fanny no era mucho mayor que ellos. Les acarició las mejillas, pálidas en aquel tiempo invernal, cuando estaban ya en la puerta de la calle preparados para irse a la escuela.

En el coche de camino al aeropuerto empezó a notar un sudor frío y le sorprendió un malestar tan fuerte que se vio obligado a echarse a un lado de la carretera y pararse un momento. Se le nublaba la vista y sentía una fuerte opresión en el pecho. A veces sufría ligeros ataques de pánico, una especie de angustia, pero hacía ya tiempo que no le ocurría. Abrió la puerta del coche y trató de acompasar su agitada respiración. La imagen de Fanny junto con la inquietud que sentía por los niños probablemente hubiera desencadenado el ataque. Con su trabajo era imposible que los niños no se vieran afectados por toda la mierda en la que tenía que desenvolverse: borrachos, drogas y violencia. A medida que crecían parecía que la sociedad se estaba volviendo también cada vez más dura. Quizá lo peor estaba en las grandes ciudades, pero incluso en Gotland se notaba el cambio.

Knutas procuraba no hablar demasiado de las cosas negativas relacionadas con el trabajo. Pero también eran contadas las ocasiones en que volvía a casa y había tenido un buen día. Por supuesto, se sentía aliviado cuando resolvían un caso, pero no podía decirse que lo asaltara precisamente una intensa alegría. Cuando una investigación daba resultados positivos, después sólo se sentía cansado. No experimentaba, como cabría pensar, ningún descanso tras el esfuerzo, sino que lo invadía sobre todo una sensación de vacío, como si se hubiera quedado sin fuerzas. Entonces sólo quería irse a casa y dormir.

Pasados unos minutos, se sintió mejor. Bajó el cristal de la ventanilla y continuó, conduciendo despacio, hasta el aeropuerto.


El forense lo estaba esperando fuera de la terminal; el avión había aterrizado antes de lo previsto. El médico era el mismo con el que había trabajado el verano anterior, un hombre delgado con el pelo ralo y cara de caballo. Su larga experiencia le confería fuerza y autoridad. En el trayecto hasta el lugar donde había aparecido el cuerpo, Knutas le fue contando todo lo que sabía la policía.

Cuando llegaron eran las diez y cuarto de la mañana y la mirada clara de Fanny Jansson seguía clavada en el cielo plomizo de diciembre. Knutas hizo una mueca de desagrado y volvió a pensar en qué podía haberle ocurrido a aquella hermosa chica que yacía en el suelo. Su cuerpo parecía pequeño y delgado bajo la ropa. Las mejillas marrones y tersas, la barbilla suavemente infantil. Knutas notó con irritación que los ojos se le estaban llenando de lágrimas.

Se volvió de espaldas y contempló la frondosa e impenetrable maleza del bosque. Pudo observar que después del camino rural el bosque clareaba y, tras haber estudiado previamente el mapa de la zona, sabía que un poco más allá se extendían los campos abiertos y las parcelas de cultivo. Una corneja graznó a lo lejos, pero por lo demás todo estaba en silencio y sólo se oía el apacible murmullo de las verdes ramas de los árboles. El forense estaba totalmente absorto en la exploración del cadáver y así estaría unas cuantas horas más. Erik Sohlman y otro par de técnicos lo ayudaban en su trabajo.

Knutas se dio cuenta de que allí sobraba. Nada más sentarse en el coche para regresar a la comisaría recibió una llamada de Karin.

– Hay una persona que tiene relación tanto con Dahlström como con Fanny Jansson.

– ¿Ah, sí? ¿Quién es?

– Se llama Stefan Eriksson, y es el hijastro de la tía de Fanny que vive en Vibble. La tía tiene una hija, pero se separó pronto del padre de la niña y conoció a otro hombre que tenía un hijo de un matrimonio anterior. Fanny y este tal Stefan se han visto a lo largo de los años en las celebraciones familiares y cosas así. Tiene cuarenta años, está casado y tiene dos hijos y, además, es dueño de uno de los caballos de la cuadra.

– Lo sé, ya les hemos echado un vistazo -replicó Knutas impaciente-. ¿Qué es lo que pasa con él?

– Que hizo prácticas con Dahlström cuando estudiaba en el instituto. Estuvo haciendo prácticas dos semanas. Después trabajó esporádicamente en Gotlands Tidningar e incluso con Dahlström cuando éste tenía su propia empresa. Este Eriksson es el dueño de un café aquí en Visby, el Café Cortado en la calle Hästgatan, pero aún sigue practicando la fotografía como hobby.

– Ya entiendo -exclamó Knutas sorprendido-. Eso es algo nuevo.

– Tal vez Dahlström y él hayan seguido en contacto a lo largo de los años, aunque lo negó en el interrogatorio que le hicimos Wittberg y yo. Un tipo muy desagradable, no me extrañaría que él…

– Ya, ya, pero no podemos dedicarnos a meras suposiciones -interrumpió Knutas-. ¿Sabemos algo más?

– Le pregunté si solía frecuentar la cuadra, y se pasa por allí de vez en cuando. El personal de la caballeriza asegura que es así. Parece que incluso ha llevado a Fanny a casa en su coche alguna vez.

– ¿Figura en el registro de delincuentes?

– No. Sin embargo, ha recibido una serie de denuncias por negligencia en el cuidado del ganado. La familia tenía antes ovejas y parece que estaban mal cuidadas, según el denunciante. Dejó la cría de ovejas.

– Quiero hablar personalmente con él. ¿Dónde está?

– Creo que estará en casa. Vive en… no, ¡mierda!

Karin se calló de repente.

– ¿Qué ocurre?

– Stefan Eriksson vive en Gerum, está a tan sólo unos kilómetros del sitio donde apareció muerta Fanny.

– Estoy a diez minutos de allí. Voy para allá.


Gerum no era un pueblo propiamente dicho. Sólo una iglesia con unas cuantas fincas alrededor, justo al lado del páramo de Lojsta, vasto e inaccesible. El paisaje era llano, pero la casa de Stefan Eriksson y el terreno que la circundaba constituía una excepción. Estaba admirablemente situada en un alto con vistas sobre los alrededores. La finca constaba de una casa de piedra con dos alas y un gran establo. Un jeep último modelo estaba aparcado fuera junto a un BMW.

Cuando Knutas llamó al timbre de la puerta, se oyeron los ladridos de un perro en el interior de la casa. No abrió nadie.

Dio una vuelta alrededor de la vivienda, miró por las ventanas de las dos alas. Una de ellas, al parecer, se utilizaba como estudio, se veían cuadros apoyados alrededor de todas las paredes. En un caballete en el centro de la estancia había un retrato del rostro de una mujer. Sobre una mesa manchada de pintura se amontonaban botes de pintura, tubos y pinceles.

Un carraspeo a sus espaldas interrumpió el fisgoneo de Knutas. Se quedó tan sorprendido que, del susto, la pipa se le cayó al suelo. El hombre estaba justo detrás de él.

– ¿En qué puedo ayudar?

Stefan Eriksson mediría casi dos metros, calculó Knutas. Vestía una cazadora azul acolchada y llevaba un gorro negro de punto en la cabeza.

Knutas se presentó.

– ¿Podemos entrar y hablar dentro? Empieza a hacer frío.

– Sí, claro, acompáñeme por aquí.

El hombre entró delante de él en la casa. Knutas estuvo a punto de ser atropellado por dos dóberman que se volvieron locos de alegría.

– No le dan miedo los perros, ¿verdad? -preguntó Stefan Eriksson sin hacer ningún gesto para tranquilizar a los animales.

Tomaron asiento en lo que debía de ser la sala para recibir a las visitas. «Es extraño que la gente en el medio rural aún conserve estas estancias -pensó Knutas-. Reliquias de un tiempo que ha desaparecido.»

Evidentemente, Stefan Eriksson era un amante de las antigüedades. En la pared colgaba un espejo ampuloso con el marco dorado. Al lado había una cómoda con las patas torneadas y rematadas por una zarpa de león, y a lo largo de una de las paredes había un suntuoso armario con las patas en forma de bola. Olía a polvo y a cerrado. Knutas se sentía como si estuviera sentado en un museo.

Agradeció el detalle, pero rehusó tomar la taza de café que Stefan le ofreció. Su estómago protestaba recordándole que la hora del almuerzo ya había pasado hacía un buen rato.

– Bueno, la verdad es que no sé qué es lo que quiere. He hablado hace poco con la policía -dijo el corpulento hombre, que se había sentado en un sillón de terciopelo. Los perros se habían echado a sus pies y miraban fijamente a su dueño.

– Tengo que completar el interrogatorio, pero, antes de nada, quiero presentarle mis condolencias.

El hombre que tenía enfrente ni se inmutó.

– Fanny era mi prima, efectivamente, pero apenas nos conocíamos. Además, tampoco éramos primos de verdad. Mi padre…

– Conozco la relación familiar -interrumpió Knutas-. ¿Cuándo se veían?

– Muy de tarde en tarde, a veces en algún cumpleaños. Había problemas con su madre, así que tampoco venían siempre. Majvor no puede alejarse de la botella.

– ¿Conocía mucho a Fanny?

– La diferencia de edad era tan grande entre nosotros que no teníamos nada en común. Ella era una niña pequeña que venía a veces con su madre. Nunca decía nada. Otra chica tan callada habría que buscarla con lupa.

– Es propietario de uno de los caballos que hay en la cuadra donde trabajaba Fanny. ¿No se veían nunca allí?

– Ese viejo percherón no es un buen negocio. Cuesta bastante más de lo que gana en las carreras. Sí, a veces paso por la cuadra. Alguna vez he coincidido con ella.

– ¿La llevaba a veces en su coche a su casa?

– No muchas veces.

– ¿En qué coche?

Stefan Eriksson se revolvió en el sillón. Hizo un gesto de disgusto con la boca.

– ¿Qué está insinuando? ¿Soy sospechoso?

– No, no -lo tranquilizó Knutas-. Perdone si voy un poco acelerado, pero tenemos que hablar con todas las personas del entorno de Fanny.

– Lo entiendo.

– ¿En qué coche?

– En el BMW que está aquí fuera.

– Conocía también a Henry Dahlström, ¿no?

– Hice prácticas con él hace mil años, cuando estaba en el instituto. Cuando terminé el bachillerato le hice algunas sustituciones en GT y también eché algunas horas en Master. Bueno, en Master Pictures, la empresa de Dahlström.

– ¿Cómo se puso en contacto con él?

– A mí me gustaba la fotografía y Dahlström dio un curso al que yo asistí cuando estaba en el instituto y entonces tuve la oportunidad de hacer las prácticas con él.

– ¿Mantuvieron luego esa relación?

– No. Cuando tuvo que cerrar la empresa, él también se derrumbó completamente.

– ¿Ha seguido con la afición a la fotografía?

– Sí, cuando puedo. Me casé, he tenido hijos, me trasladé a vivir aquí y además el café que tengo en la ciudad me quita un montón de tiempo. Es el Café Cortado, en la calle Hästgatan -añadió.

Knutas pudo percibir cierto orgullo en su voz. Café Cortado era una de las cafeterías más populares de la ciudad.

De pronto los perros salieron corriendo hacia la puerta y empezaron a ladrar. Knutas pegó un salto. La cara de Stefan Eriksson se iluminó.

– Es que llegan mi mujer y los niños. Espere un momento.

Se levantó y salió al vestíbulo. Los perros ladraban como locos y daban saltos a su alrededor.

– Hola, cariño, hola, hijos, ¿qué tal os lo habéis pasado?

La voz de Stefan Eriksson sonaba muy distinta. De repente, parecía cálida y cariñosa.

La mujer y los niños, evidentemente, habían asistido a alguna celebración de Santa Lucía. Maja Eriksson entró a saludar. Era morena, atractiva y discreta. Knutas observó que Stefan Eriksson miraba cariñosamente a su mujer.

«No -pensó-. Es imposible que sea él.»

Dio las gracias y se marchó.


El hallazgo del cuerpo de Fanny despertó una gran expectación en los medios. Los periódicos vespertinos fueron los que más atención prestaron a la noticia, aparte de los medios locales de la isla y de Noticias Regionales. Hubo especulaciones para todos los gustos sobre lo que le podía haber ocurrido a Fanny. A través de los mapas que publicaban los diarios, los lectores podían seguir con exactitud los pasos de la joven durante su último día de vida y ver dónde apareció su cuerpo. Las granjas próximas al lugar donde fue encontrada recibían la visita de reporteros y fotógrafos. Conjeturas y suposiciones sobre los motivos que podían hallarse detrás de su asesinato llenaban las columnas de los rotativos, y tanto en la tele como en la radio se entrevistaba al personal de la caballeriza, a los vecinos y a los compañeros de la chica.

Max Grenfors había llamado a Majvor Jansson, sin hablar antes con Johan, y la había convencido para que se prestara a que le hicieran una entrevista. Grenfors estaba muy satisfecho por haber logrado convencer a la madre de Fanny para que hablara en exclusiva para Noticias Regionales, pero se encontró con una reacción bien distinta por parte de Johan. Éste se negó a entrevistarla, lo cual dio lugar a que Grenfors le echara una enorme bronca.

– He conseguido que nos conceda una entrevista en exclusiva y, por lo tanto, ¡está claro que vamos a tener esa entrevista!

Johan se encontraba fuera de la ciudad, en un campo justo al lado del lugar donde habían hallado el cuerpo de Fanny, con Peter y un campesino de la zona que creía haber visto por allí las luces de los faros de un coche por la tarde, dos semanas antes.

– No entrevisto a personas que se encuentran en estado de choque -aseguró con decisión-. Ella, en estos momentos, no puede evaluar las consecuencias.

– Pero si quiere hacerlo, ¡yo mismo he hablado con ella!

– ¿Qué es exactamente lo que quieres que le pregunte al día siguiente de que hayan encontrado a su hija asesinada? ¿Cómo se siente?

– Vete a la mierda, Johan. Quiere hablar, quizá para ella sea una manera de enfrentarse a lo ocurrido. Ha decidido hacerlo. Está descontenta con el trabajo de la policía y desea hablar de ello, y además quiere pedir ayuda a la gente para encontrar al asesino.

– A Fanny la descubrieron ayer. No hace ni veinticuatro horas. Puedo imaginarme mejores maneras de sobreponerse a los hechos que hablar en televisión. No creo que se pueda defender algo así.

– Por todos los demonios, Johan, he quedado en que pasaríais a verla por casa de su hermana en Vibble a las dos.

– Max, no puedes pisotear mi integridad profesional de periodista, no voy a hacer esa entrevista. Sencillamente, no puedo hacerme responsable de ella, esa mujer está conmocionada y debería estar en el hospital. En estos momentos está atravesando una situación muy delicada y me parece una indecencia que tratemos de sacar provecho de su debilidad. Ella no es consciente de la gran repercusión que tiene aparecer en televisión. A veces hemos de tomar algunas decisiones por los demás, porque no siempre están en condiciones de tomarlas ellos mismos.

Miró a Peter, que estaba a su lado y ponía los ojos en blanco y le soplaba a Johan que le dijera que él se negaba a grabar una entrevista con la madre. Al mismo tiempo, oyó la respiración agitada de Grenfors en el auricular.

– Tú haz la entrevista, que las decisiones éticas ya las tomaremos aquí en la redacción -gritó Grenfors al otro lado-. Ya puedes hacer la entrevista, la quiero para la emisión de esta tarde. He prometido pasarles la entrevista a Aktuellt, Rapport y 24:am.

– ¿Y la quieren todos? -preguntó Johan poniéndolo en duda.

– De eso puedes estar seguro. Ponte en marcha ahora mismo, tal vez se arrepienta y hable para otra cadena.

– Bien, deja que la entreviste TV3, o los periódicos de la tarde si quieren, yo no lo hago.

– ¿Quieres decir que te niegas? -continuó Grenfors.

– ¿Qué quieres decir con que me «niego»?

– Sí, que no quieres realizar un trabajo que yo te mando hacer. ¡Joder! ¡A eso se le llama negarse a trabajar!

– Llámalo como quieras. No lo hago.

Johan apretó la tecla del teléfono y cortó la llamada, tenía la cara encendida. El vapor de su respiración se agitaba en impetuosas bocanadas a su alrededor. Se volvió hacia Peter y el campesino.

– ¡Qué cerdo de mierda!

– Mándalo a tomar por culo -lo consoló Peter-. Ahora vamos a seguir trabajando, que me congelo.

El paisano, que había presenciado sorprendido la discusión telefónica mientras esperaba para que lo filmaran, fue entrevistado. Habló del coche que llegó por el camino rural hacía dos semanas por la tarde cuando él salió al establo para ordeñar las vacas. Andando por el patio, había visto las luces desde el camino. Nadie solía conducir por allí a esas horas. No supo decir qué tipo de automóvil era. Se quedó un rato esperando, pero como el coche no volvió a aparecer, se cansó y prosiguió con sus quehaceres.

Johan y Peter regresaron a la ciudad. Planearon hacer dos reportajes, uno que tratara del trabajo de la policía y otro que se centrara en la reacción al día siguiente de conocerse la noticia entre los compañeros de clase, el personal de la cuadra, los vecinos y los habitantes de Visby en general.

Muchos habían albergado la esperanza de encontrar viva a Fanny, aunque ésta hubiera ido debilitándose a medida que transcurrían los días. Ahora la consternación era muy grande.

De vuelta en el hotel por la tarde, Johan intentó ponerse en contacto con Grenfors, que se negaba a hablar con él. Éste había conseguido que un becario hiciera la entrevista con la madre, que, no obstante, después de varias discusiones entre el presentador del programa y el jefe de redacción, nunca llegó a emitirse. Tampoco hubo nadie que mostrara interés por dicha entrevista. «Sólo la ha hecho para demostrar quién manda», pensó Johan cuando un colega le contó más tarde toda la movida que se había organizado en la redacción. Santo cielo, el trabajo se convertía a veces en un charco de ranas.

Lo que debía hacerse era no olvidar cuál era su cometido y preguntarse siempre por qué hacía uno las cosas y qué interés tenía para el público en general y sopesar éste frente al daño que se podía causar a la gente. Él estaba convencido de que había actuado correctamente al negarse a ponerse en contacto con Majvor Jansson. Nadie podía obligarlo a entrevistar a personas que se encontraban conmocionadas.

Era una lección que había aprendido después de tantos años en la televisión. En algunas ocasiones había hecho lo que querían sus impacientes jefes y había entrevistado a personas que acababan de perder a un familiar o habían sufrido un accidente. Sólo para complacerlos. Después se había dado cuenta de que aquello estaba mal. Aun cuando las personas entrevistadas quisieran hablar para compartir su desgracia o para dar publicidad a un problema, se encontraban confusas y no eran capaces de pensar con claridad. Cargarles a ellos la responsabilidad era algo que no se podía defender. Además, no eran conscientes de las consecuencias de su participación. El impacto de la tele era enorme. Las imágenes y las entrevistas podían volver a ser reproducidas en cualquier otro contexto, sin que ellos tuvieran la posibilidad de impedirlo. Se volvía a abrir la herida cada vez.


Era como si se encontrara dentro de una burbuja de cristal, aislada del mundo. Alguien había desconectado el cable, interrumpido la marcha, detenido el tiovivo.

Estaba tumbada de espaldas en el suelo del pequeño cuarto de estar de Viveka. Su amiga se había ido a pasar el fin de semana fuera y ella podía estar tranquila y pensar.

El piso era un remanso de paz. No quería que ningún ruido la molestara, nada de radio, nada de televisión, nada de música. Deseaba poder hundirse profundamente en una oscuridad ingrávida que sólo la envolviera a ella.

Dentro de su cuerpo crecía otro cuerpo. Un pequeño ser que era ella y Johan. Mitad él y mitad ella. Cerró los ojos y se pasó la mano por la lisa piel. De momento no se notaba nada por fuera, pero el cuerpo iba enviando señales. Le dolían los pechos, había empezado a sentirse mal por las mañanas y las ganas de comer naranjas era tan grande como en sus embarazos anteriores. «¿Qué sería lo que tenía dentro? -se preguntaba-. ¿Una niña o un niño? ¿Una hermana pequeña o un hermano pequeño?»

Dejó que las yemas de sus dedos se deslizaran describiendo círculos por debajo del jersey, hasta llegar a la entrepierna para dar la vuelta y seguir hacia arriba, alrededor del ombligo y continuar hacia sus delicados pezones. El pequeño le contó que, él o ella, estaba allí. Ya succionaba el alimento a través del cordón umbilical, crecía día a día. Había calculado que estaba de ocho semanas. ¿Cuánto había avanzado el desarrollo? Olle y ella habían seguido con suma atención la evolución fetal de Sara y de Filip. Olle le leía en voz alta un libro sobre lo que pasaba cada semana. Estaban tan ilusionados.

Ahora todo era distinto. Este fin de semana tenía que tomar una decisión. Quedarse con él o no. Se lo había prometido a Olle. Su marido había reaccionado con sorprendente tranquilidad cuando le dijo que estaba embarazada. No había ninguna duda de que él no era el padre del niño. Fría y secamente le explicó que si seguía adelante con el embarazo, el divorcio era un hecho. No pensaba hacerse cargo del crío de Johan y tener que cargar con su amante toda la vida. Si quería que continuaran siendo una familia, sólo podía hacer una cosa: quitárselo de encima, como dijo. Quitárselo de encima. A Emma la expresión le sonaba absurda. Como si se tratara de quitarse una postilla. Sólo rascar y tirarlo al servicio.

Sólo deseaba que otra persona hubiera podido tomar la decisión por ella. Decidiera lo que decidiese, iba a hacerlo mal.

Загрузка...