Domingo 2 de Diciembre

Habían pasado cinco días desde la desaparición de Fanny Jansson y no habían avanzado nada. La chica había desaparecido y seguían sin saber su paradero. A medida que transcurrían los días la policía estaba cada vez más convencida de que tras su desaparición había algún hecho delictivo. La frustración de Knutas iba en aumento. Además de que estaba cada día de peor humor, también tenía el sueño alterado. Era domingo, el primer domingo de Adviento, y se despertó a las seis. Había dormido mal y había tenido una noche agitada. En sus sueños se habían mezclado unas imágenes con otras: el asesinado Henry Dahlström, Fanny vagando por el Jardín Botánico, Martin Kihlgård comiendo las chuletas de cerdo que le servía el fiscal Birger Smittenberg. Todo se confundía en su aturdida cabeza y se despertó agotado, sin saber ni dónde estaba ni la hora que era. Se quedó mirando fijamente la oreja de su mujer y se dio cuenta de que sólo había sido una pesadilla. Quizá le hubiera despertado el viento, que ululaba y bufaba en el tejado y silbaba en los canalones.

El tiempo había cambiado durante la noche. El viento soplaba del norte y la temperatura había caído varios grados. Fuera estaba oscuro como boca de lobo y la nieve se arremolinaba con el vendaval. Line se estiró en la cama.

– ¿Estás despierto? -le preguntó muerta de sueño.

– Sí. He tenido unos sueños muy raros.

– ¿Qué era?

– Ya casi no me acuerdo, era todo un embrollo.

– Pobrecito mío -le susurró en la nuca-. Es el trabajo, que te consume. Vaya tiempo. ¿Tienes gana?

Line mezclaba el danés con el sueco al hablar y solía meterse con ella porque aún sonaba como si tuviera gachas de avena en la garganta al hablar. A él también se le habían pegado bastantes palabras y expresiones danesas, y los niños hablaban una curiosa mezcla del dialecto de Gotland y del danés.

Cuando se sentaron a desayunar, sintió el dolor con claridad. Un cosquilleo incesante en los codos, alrededor de las muñecas y en la parte posterior de las rodillas que presagiaba un cambio de tiempo. Era una molestia con la que había vivido desde que tenía uso de razón. Luego, cuando el tiempo se estabilizaba un par de días, desaparecía el dolor tan rápido como había llegado. No había ninguna explicación y nadie de su familia padecía nada por el estilo. Knutas estaba tan acostumbrado que ya apenas pensaba en ello. Era bastante peor cuando el tiempo se tornaba más frío, como ahora.

Se sirvió otra taza de café. La incertidumbre sobre lo que le podía haber ocurrido a Fanny Jansson lo corroía por dentro.

Ciertos colegas insinuaban que se trataba de un suicidio. Era una teoría que él no compartía, pero por pura rutina había ordenado rastrear algunos de los lugares más populares entre quienes decidían acabar con su vida. Uno de ellos era Högklint, a las afueras de Visby, una roca que caía en picado hacia el mar y que los candidatos a suicidarse solían utilizar. La búsqueda no dio ningún resultado.

Y en cuanto al asesinato de Dahlström, tampoco habían avanzado nada. La investigación había entrado en vía muerta y lo único positivo de todo ello era que el interés de los periodistas se había enfriado.

Aquel punto muerto hizo que Knutas pudiera cogerse un día libre para estar con la familia. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Aquél era el domingo en que se ponían las decoraciones navideñas en los escaparates y habían quedado con Leif y con Ingrid Almlöv para dar una vuelta por la ciudad.


Knutas había contado con poder desconectar de la investigación, pero los Almlöv empezaron inmediatamente a hablar del caso.

– Es espantoso lo de esa chica que ha desaparecido -empezó Ingrid después de saludarse-. Trabajaba precisamente en la cuadra donde mi padre tiene a Big Roy. Bueno, la verdad, nosotros somos propietarios de la mitad del caballo.

– Sí, lo tenemos a medias, pero al único que le interesa el caballo es a tu padre. Fue él quien quiso comprarlo.

– De todos modos, es horrible. ¿Qué creéis que le ha ocurrido? -preguntó Ingrid volviéndose hacia Knutas.

– Puede haber pasado cualquier cosa. Es posible que haya sufrido un accidente o que se haya suicidado o, sencillamente, que se haya marchado de casa. No tiene por qué tratarse de un crimen.

– ¿Pero eso es lo que vosotros sospecháis? -aventuró Ingrid.

Knutas evitó dar una respuesta. Entonces intervino Line y empezó a hablar de las decoraciones navideñas que habían puesto en el centro.

Los comerciantes se habían esforzado por crear un ambiente navideño. El viento había remitido y la nieve que caía confería al entorno un aspecto mágico. Por encima de sus cabezas colgaban entre las casas guirnaldas hechas con ramas de abeto y las bombillas dispuestas entre el ramaje difundían un cálido resplandor sobre las calles. En la plaza Stora Torget vendían julgotter, unas golosinas navideñas, y productos artesanos en los puestos provisionales montados para la ocasión. Invitaban a glögg, una especie de ponche navideño y a galletas de jengibre. En los altavoces resonaban villancicos y por la tarde se bailaría alrededor del enorme árbol de Navidad que habían colocado en el centro de la plaza. Un orondo Papá Noel, con su larga barba blanca, repartía bengalas a los niños. Estaban abiertos hasta los establecimientos más pequeños, y no habían visto tanta gente en la zona de tiendas de la calle Adelsgatan desde la temporada turística del verano anterior.

Hacia cualquier lado que se volvieran encontraban caras conocidas; se paraban a hablar con la gente cada dos pasos. Los cuatro eran muy conocidos en Visby, Knutas en calidad de comisario de la policía, Line como comadrona y los Almlöv eran los dueños de un restaurante. Estaban en una cafetería disfrutando de un batido de chocolate con nata y unos bollos de azafrán cuando sonó el móvil de Knutas. Era Karin.

– Ha llamado Agneta Stenberg. La chica que trabaja en la misma cuadra que Fanny Jansson, que estaba de vacaciones. Ha vuelto hoy a casa y asegura que Fanny mantenía una relación con ese tal Tom Kingsley.

– ¿Qué pruebas tiene de lo que dice?

– Le he pedido que venga aquí para interrogarla. Quizá quieras estar presente tú también.

– Por supuesto, estaré ahí dentro de diez minutos.


Agneta Stenberg se sentó en el sofá en el despacho de Knutas, enfrente de éste y de Karin. El polo blanco resaltaba su bronceado. «¡Por todos los santos! ¿Cómo ha conseguido esta chica ponerse tan morena en tan sólo una semana?», pensó Karin. Agneta fue directa al grano:

– Yo creo que son más que amigos. Los he visto abrazándose y eso varias veces.

– ¿Estás segura?

– Pues claro.

– ¿A qué te refieres con «y eso»? -preguntó Karin.

Agneta Stenberg se revolvió incómoda. Parecía que le daba vergüenza.

– Pues a esas cosas que se notan. Estaban muy juntos. Se le veía a él acariciándole el brazo. Gestos íntimos que dos personas sólo se hacen cuando ha habido algo, no sé si entendéis lo que quiero decir.

– Sí, claro que lo entendemos -dijo Knutas-. ¿Cuándo empezó?

– Verse en la explanada de las cuadras y estar hablando el uno con el otro, eso llevan haciéndolo mucho tiempo. Puede que fuera en octubre cuando los vi abrazándose por primera vez. Estaban al lado de uno de los boxes exteriores, a cierta distancia de la cuadra. La verdad es que me resultó bastante desagradable. Porque él, como poco, le dobla la edad.

– ¿Qué es lo que te parece tan raro? ¿No pudo tratarse de un abrazo de amistad?

– No lo creo. Cuando me vieron, se soltaron. Y después los he visto abrazándose de nuevo en varias ocasiones.

– ¿Hacían algo más?

– No, al menos que yo viera.

– ¿Habéis hablado de ello en la caballeriza?

– Yo se lo comenté a un par de personas, pero ellos creían que no eran más que simples abrazos entre amigos, que sólo eran amigos.

– ¿Por qué crees que piensan eso?

– Pues porque ella es muy joven. Nadie podía imaginarse que el bueno de Tom fuera a mantener una relación con Fanny. Todos lo consideran tan buena persona…

– ¿Y tú no?

– Sí, no es mal chico, pero eso no es un obstáculo para que pudiera estar utilizándola. Fanny parece mayor de lo que es.

– ¿Le has preguntado a Fanny sobre su relación con Tom?

– No.

– ¿Y a Tom?

– Tampoco, pero quizá debería haberlo hecho.

Se quedó mirándolos muy seria.

– ¿Qué creéis que le ha ocurrido?

La cara de Knutas parecía preocupada cuando contestó.

– No lo sabemos -le dijo-. La verdad es que no lo sabemos.


Knutas llamó a Tom Kingsley y le ordenó que se presentara en la comisaría. Parecía reacio, pero prometió estar allí al cabo de una hora.

– Kingsley quizá sea el novio secreto -le dijo Knutas a Karin cuando se sentaron cada uno con su café y su bocadillo a esperar que Tom Kingsley apareciera.

– No sería tan raro -comentó Karin entre dos bocados-. ¿Por qué no nos dijo nada de su relación cuando hablamos con él en la cuadra?

– Tal vez le dio vergüenza. Al menos a mí me la daría si estuviera con una chica de catorce años.

– Si es cierto que mantienen una relación, sólo eso lo convierte en sospechoso. Si uno tiene treinta años e inicia una aventura con una chica de catorce, entonces hay algo que no funciona bien, eso está claro.


Tom Kingsley parecía tenso y forzado cuando por fin se presentó después de casi dos horas. Llevaba puesta la ropa de la cuadra y a Knutas le desagradó el olor a caballo.

– Perdonen que me presente vestido así, pero vengo directamente del trabajo -se disculpó Kingsley como si le hubiera leído el pensamiento.

– Está bien -mintió Knutas-. El otro día, cuando nos vimos en la caballeriza, describió su relación con Fanny como superficial. Dijo que no se conocían mucho. ¿Mantiene esa declaración?

– Sí… Así es.

– ¿Ya no parece tan seguro?

– Depende de a lo que uno se refiera.

Knutas sintió una creciente irritación. La gente que le mentía a la cara le sacaba de quicio.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Qué significa conocer bien a alguien? Yo no lo sé.

– Dijo que sólo solían hablar un poco.

– Es cierto.

– Es decir, ¿que no tienen una relación más personal?

– No, no me lo parece.

– Pues resulta que hemos recibido información que contradice esa afirmación. Hemos oído que están juntos. Es decir, que mantienen una relación.

A Tom Kingsley se le ensombreció el rostro.

– ¿Quién demonios anda diciendo semejantes mentiras?

– Eso no podemos decirlo, pero ¿es así?

– ¿Quién coño puede asegurar una cosa así? ¡Joder, eso es una locura!

– Por favor, conteste a la pregunta. ¿Tiene o ha tenido una relación con Fanny Jansson?

– Esto es una locura -Kingsley negaba con la cabeza-. ¿Me están preguntando que si tengo una relación amorosa con Fanny? Pero si no es más que una niña, por favor.

Knutas estaba a punto de perder la paciencia.

– Sí, eso es precisamente lo que queremos saber y tenemos nuestras razones -dijo con decisión-. Conteste a la pregunta.

– Es evidente que no la tengo. Fanny y yo somos amigos, pero nada más. Nadie puede ir por ahí propagando un montón de mentiras diciendo que estamos liados.

– ¿Por qué no nos habló de los abrazos que le da a menudo cuando hablamos con usted la primera vez?

– Es que no solemos abrazarnos, joder.

– ¿Pero lo han hecho alguna vez?

– Sí que le he dado alguna vez un pequeño abrazo, pero fue para consolarla. Ella necesitaba apoyo. La situación familiar de esa chica es terrible. Su madre bebe y no tiene padre ni hermanos. No tiene amigos, está sola. ¿Lo entienden? ¡Está tan sola!

Tom Kingsley se había cabreado de verdad.

– Así pues, niega tener una relación con Fanny, ¿lo he entendido bien? -insistió Knutas.

Sólo obtuvo una negación con la cabeza en respuesta.

– ¿Cómo se explica entonces que la gente haya pensado que estaban juntos?

– Eso es cosa suya y de su fantasía enferma. ¿Es que no vamos a poder los hombres mostrar un poco de amabilidad y consideración hacia una chica? ¡Joder, esto es una locura! ¿Es Agneta quien ha dicho eso? ¿Agneta Stenberg?

Knutas y Karin se miraron sorprendidos.

– ¿Por qué lo piensa? -preguntaron al unísono.

– Porque está celosa, evidentemente. Lleva unos cuantos meses detrás de mí, pero le he dicho que no estoy interesado. No hace mucho organizaron una fiesta para el personal de las cuadras y entonces se puso muy pesada, de manera que al final me vi obligado a mandarla a paseo.

Knutas quedó impresionado por lo bien que se expresaba Tom Kingsley. Hablaba sueco perfectamente. De no haber sido por su ligero acento, cualquiera lo habría tomado por sueco.

Cuando terminó el interrogatorio, Knutas se sintió desconcertado. Había contado con poner a Kingsley contra las cuerdas y dejarlo indefenso, pero no había sido así.

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