Capítulo XX

La gran sala del rey de Laigin estaba llena a rebosar. El centro de atención era Barrán, que se encontraba sentado con sus ricas vestiduras de oficio y sostenía el bastón ornamentado, signo de que hablaba con absoluta autoridad, no sólo como figura jurídica, sino también como representante del rey supremo. A su lado, sentado en su silla de oficio, estaba sentado Fianamail, despatarrado, y más que el rey de Laigin, parecía un jovenzuelo malhumorado. A diferencia de Barrán, éste apenas merecía la atención del público, ya que el jefe brehon rezumaba toda la autoridad en la sala sólo con su porte y actitud naturales.

A los lados de la sala había varios escribas concentrados en las tablillas de arcilla sobre las que tomarían notas antes de transcribir sobre papel de vitela los informes definitivos del juicio. Entre los asistentes había brehons y aprendices, así como titulados, todos ellos decididos a asimilar la sabiduría del jefe brehon. En cuanto había corrido la voz de que Barrán presidiría el juicio, todos cuantos habían podido intentaron entrar en la sala del rey para escuchar tan importante sentencia.

En el ángulo derecho de la sala estaba sentado el obispo Forbassach; a su lado estaban el abad Noé, la abadesa Fainder, sor Étromma y otros miembros destacados de la comunidad de la abadía, entre ellos el hermano Cett y el médico, el hermano Miach.

En el ángulo contrario, a la izquierda de la sala, Fidelma se hallaba sentada con Eadulf a su lado. Detrás de ella se sentaban sus fieles compañeros: Dego, Enda y Aidan.

Mel y sus guerreros estaban a cargo de la seguridad de la sala, si bien Fidelma reparó en que los guerreros fianna que habían acompañado a Barrán desde Tara se habían posicionado estratégicamente entre la concurrencia.

Era mediodía, y aquella mañana ya habían sucedido muchas cosas. Barrán había presidido varias vistas privadas. Por fin, había llegado el momento de analizar públicamente los hechos.

Barrán miró al jefe de los escribas y le hizo una discreta señal con la cabeza. El hombre se puso en pie y golpeó el suelo tres veces con el bastón de oficio.

– Queda convocada esta sesión para escuchar los alegatos y los fallos definitivos en cuanto concierne a la muerte de Gormgilla, de un marinero desconocido, de Daig (guerrero de Laigin), del hermano Ibar (monje de Fearna) y de Gabrán (mercader de Cam Eolaing).

Barrán dio comienzo al juicio sin más preámbulo.

– Tengo ante mí un alegato de la dálaigh Fidelma de Cashel en el que vindica al hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, embajador sajón en nuestro país. Fidelma de Cashel solicita que se anulen la condena de los tribunales de Laigin, la sentencia, así como cualquier infracción posterior de las leyes de Laigin cometida en los intentos de demostrar su inocencia, y que asimismo sean suprimidos de las actas de este reino. Sus argumentos son que Eadulf es inocente de todos estos cargos y las acciones posteriores fueron actos de injusticia. El antedicho Eadulf actuó en defensa de su vida y, al hacerlo, actuó legalmente.

Barrán miró al obispo Forbassach y preguntó:

– ¿Qué decís en respuesta a esta alegación, brehon de Laigin?

El obispo Forbassach se levantó. Estaba ligeramente pálido, y reflejaba su contrariedad en el semblante. Ya había pasado varias horas en compañía de Barrán y Fidelma aquella mañana. Carraspeó antes de decir con calma:

– No hay ninguna objeción a la apelación de la dálaigh de Cashel.

Se oyó un grito ahogado de asombro entre los presentes al darse cuenta de lo que se había dicho. El obispo Forbassach se sentó con brusquedad.

El jefe escriba de Barrán golpeó el suelo con el bastón para solicitar silencio. Barrán esperó a que las murmuraciones se acallaran y volvió a intervenir.

– Declaro formalmente la invalidez y nulidad legales de la condena y la sentencia contra el hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, que saldrá de esta sala con honor sin tacha.

En los bancos, Fidelma no pudo contener el impulso de tomar la mano de Eadulf y estrechársela, mientras que Dego, Enda y Aidan lo felicitaron con palmadas en la espalda.

– Además se declara -prosiguió el jefe brehon haciendo caso omiso de las demostraciones de alegría- que el brehon de Laigin deberá pagar una compensación al antedicho Eadulf en términos de un precio de honor fijado en ocho cumals. Tal es la cantidad que fija la ley en este caso por tratarse de un emisario entre Teodoro, arzobispo de Canterbury, y Colgú, rey de Cashel. Lleva consigo el precio de honor equivalente a la mitad del precio del hombre al que sirve. ¿Opone alguna objeción el brehon de Laigin a esto?

– Ninguna.

La respuesta casi no se oyó, pues fue rápida y avergonzada. Otro grito ahogado se oyó en la sala ante el asentimiento del obispo Forbassach a compensar a Eadulf la cantidad equivalente a veinticuatro vacas. Incluso a Eadulf asombró la munificencia de la suma.

– Queda retirada la acusación de culpa de Eadulf -anunció Barrán-. Pero permítase que quede constancia de los motivos por los cuales se han revocado el veredicto y la sentencia. Antes de entrar en este tribunal, yo y otros testigos hemos realizado un análisis preliminar. Éste ha revelado un asunto que nos ha causado horror a la vez que un gran pesar.

– El capitán del barco fluvial, Gabrán, estaba enredado en un comercio perverso y degenerado. Se aprovechaba del sufrimiento de familias menesterosas, a las que persuadía de venderles sus hijas pequeñas. Se llevaba a estas niñas atemorizadas (pues ninguna alcanzaba la edad de elegir) de aldeas de las montañas del norte del reino y las traía aguas abajo. Las encerraba en su barco y las transportaba por el río hasta el puerto del lago Garman, donde las vendía a barcos de esclavos que las llevaban a ultramar. Así es, vendía a estas niñas como esclavas.

Se había impuesto en la sala un silencio glacial, impregnado de pasmo y horror por el relato del jefe brehon.

– La testigo Fial, una niña que ha sobrevivido a este suplicio, nos ha contado que Gabrán se había rebajado al nivel de un animal, y utilizaba a estas cautivas para satisfacer su infame apetito sexual. Esto hacía, aun cuando no tenían la edad de elegir.

»Hemos sabido que en el transcurso de estos fatídicos acontecimientos, en que Eadulf acabó siendo una víctima inocente, una niña llamada Gormgilla fue tomada por Gabrán, estando éste borracho, mientras su barco se encontraba amarrado en el muelle de la abadía de esta ciudad. Ya podemos imaginar los detalles. Gabrán violó a la niña, y ella se rebeló. Acometido de ira y, dado su estado de ebriedad, la estranguló. Decidieron achacar la culpa de lo sucedido a Eadulf de Seaxmund's Ham. Quienes urdieron esta maléfica trama tuvieron la arrogancia de creer que era un simple peregrino de paso, al que nadie echaría en falta si era sacrificado para tapar el asesinato. Se vieron obligados a inventar una explicación para el asesinato, porque la abadesa y Mel aparecieron en escena antes de que pudieran deshacerse del cuerpo.

»Fue un plan perverso, que casi funcionó. Por suerte, no se dieron cuenta de que la muerte de Eadulf de Seaxmund's Ham no pasaría desapercibida tan fácilmente.

Barrán miró a Fidelma y dijo:

– Creo, Fidelma de Cashel, que deseáis hacer algunas observaciones al respecto.

Fidelma se puso en pie en medio del silencio expectante que reinaba en la sala.

– Gracias, Barrán. Tengo mucho que decir, pues este asunto no puede zanjarse con la exoneración del hermano Eadulf de Seaxmund's Ham.

– ¿Por qué no? -interrumpió el obispo Forbassach desde el otro extremo de la sala-. Eso queríais, ¿no? Ya se le ha compensado.

Fidelma lo miró con un destello en los ojos.

– Lo que yo he querido desde el principio es que se supiera la verdad. Ventas vos liberabit es la base de nuestra ley. La verdad os hará libres…, y mientras no se sepa toda la verdad de esta trama, este reino mora en las tinieblas y la sospecha.

– ¿Buscáis venganza por los errores que hemos cometido? -exigió Forbassach-. Gabrán, el tratante de esclavos, está muerto. Creo que eso sirve de venganza.

– No es tan fácil -objetó Fidelma-. Ya sabemos que Eadulf es inocente, pero ¿qué hay de la inocencia del hermano Ibar? ¿Y de la muerte de Daig? ¿Y de la inocencia de Gormgilla y las incontables niñas cuyas vidas ya no pueden ser recuperadas? La venganza no es lo que hace falta para explicar estas tragedias, sino la verdad.

– ¿Insinuáis que la muerte de Gabrán, el artífice de este vil comercio, no os satisface, sor Fidelma?

Quien intervino fue el abad Noé. Habló en un tono comedido y era evidente que compartía el descontento del obispo Forbassach por el modo en que se estaba desarrollando la situación.

– Me satisfará la verdad -insistió-. ¿Habéis olvidado acaso el testimonio de la joven Fial? No fue Gabrán quien le pidió prestar falso testimonio contra Eadulf. El capitán estaba borracho o sin conocimiento. Y él tampoco cometió el segundo asesinato al día siguiente. ¿Recordáis cómo describió Fial los hechos?

El obispo Forbassach soltó un largo suspiro de exasperación.

– No tenemos por qué fiarnos de la palabra de una joven asesina.

Fidelma arqueó un tanto una ceja con enfado creciente.

El abad Noé intervino antes que ella.

– Es evidente que esa niña, Fial, mató a Gabrán, y que lo hizo bajo un estado de tensión emocional. Todos lo comprendemos, y nadie la culpa por ello. Mi amigo, Forbassach, no pretende condenarla; sin embargo, ésa es la verdad. Contentaos con ella, Fidelma.

– Esta mañana, ante el jefe brehon, hemos repasado la declaración que Fial hizo en el salón de Coba -arguyó Fidelma-. Creo que había quedado claro que Fial no mató a Gabrán.

El obispo Forbassach casi estalló de furia.

– ¿Otra inocente a la que pretendéis defender? -preguntó con sorna.

Barrán se inclinó hacia donde estaba el obispo y le advirtió con voz desapasionada y asertiva:

– Os aconsejaría que escogierais palabras y actitudes más consideradas, brehon de Laigin. Os recuerdo que éste es mi tribunal y, por tanto, quienes ante mí se presentan deben contemplar unas normas de cortesía.

Fidelma lanzó una mirada de gratitud a Barrán.

– Deseo responder a Forbassach. En realidad, Fial es, en efecto, otra inocente… y yo estoy dispuesta a defender a cuantos sean inocentes de los crímenes que se les imputan injustamente.

– ¡Si deseáis afirmar la verdad, reconoceréis que sólo queréis defender a Fial porque pretendéis imputar la muerte de Gabrán a la abadesa Fainder! -acusó el obispo Forbassach, rojo de furia y poniéndose de pie.

La abadesa, pálida, trató de tirarle del brazo para hacerle volver a su sitio.

– ¡Obispo Forbassach! -exclamó la voz de Barrán, restallando como un látigo-. Ya os he advertido una vez. No volveré a advertiros para que moderéis vuestra conducta ante una respetable dálaigh de los tribunales.

– De hecho -dijo Fidelma con tranquilidad-, no tengo ningún deseo de acusar a la abadesa de la muerte de Gabrán. Es evidente que ella no perpetró el homicidio. Parece que estáis decidido a crear confusión en este caso, Forbassach.

El obispo Forbassach se dejó caer en su silla, chasqueado y abochornado. Fidelma continuó.

– La persona que mató a Gabrán formaba parte de la conspiración para la trata de esclavos, y se le ordenó que lo hiciera porque Gabrán se había convertido en un lastre para esa conspiración. Su comportamiento, cada vez más corrupto, estaba poniendo en peligro todo el negocio. En torno a Gabrán se estaban produciendo muchas muertes, que estaban atrayendo demasiado la atención.

»La violación y el asesinato de una niña en el muelle de la abadía a manos de Gabrán, así como el estúpido intento de trasladar la culpa a un inocente que estaba de paso, ocasionó el subsiguiente caos. La persona para quien Gabrán trabajaba, el auténtico poder tras este perverso negocio, llegó a la conclusión de que había que prescindir de los servicios de Gabrán… y para siempre.

El silencio en la sala era absoluto. Pasó un momento antes de que el abad Noé decidiera intervenir.

– ¿Estáis insinuando que las muertes están relacionadas?

– A la muerte de Gormgilla siguió la del tripulante. ¿Qué dijo Fial en su declaración, que hemos vuelto a escuchar esta mañana?

Barrán se dirigió a su escriba.

– Corregidme si las actas me contradicen -instruyó-. Según recuerdo, cuando uno de los tripulantes la sacó del lugar donde estaba confinada, en la cabina contigua vio a Gabrán tumbado sin conocimiento, ya por el alcohol, ya por un golpe asestado. A la luz de la penumbra, Fial vio también a una persona encapuchada vestida con hábito eclesiástico. Ésta le ordenó que identificara al sajón como el hombre que había matado a Gormgilla. ¿No es así?

El escriba, que había estado consultando unas anotaciones, confirmó que había relatado los hechos correctamente, murmurando:

Verbatim et litteratim etpunctatim.

Fidelma dio las gracias a Barrán por recordarles los hechos.

– El tripulante que soltó a Fial era, en realidad, el mismo hombre que fue asesinado al día siguiente. A continuación haré una serie de conjeturas, pero debo señalar que se basan en los hechos, en información que Daig transmitió a su esposa. Ningún testigo ha sobrevivido para confirmar estos detalles de manera independiente. ¿Se me concede el permiso?

– Siempre y cuando dilucide el misterio -accedió Barrán-, pero no aceptaré las conjeturas como pruebas condenatorias contra ningún individuo.

– No tendréis que hacerlo. Puedo imaginar que el tripulante, que era sin duda de la misma vileza moral que Gabrán, vio en el encubrimiento del crimen de su capitán una gran oportunidad para obtener dinero haciendo chantaje a Gabrán. A raíz de esto, se enzarzaron en una discusión en la hostería de la ciudad… la posada La Montaña Gualda. Lassar, la posadera, presenció la riña. También vio como Gabrán daba dinero al tripulante para silenciarlo. Gabrán justificaría posteriormente que el dinero era el salario de aquel hombre. Ahora bien, era una cantidad sustanciosa… demasiado alta para ser el salario de un marinero.

»E1 marinero se marchó contento con el botín, pero no sabía que Gabrán no era un objetivo fácil. El capitán lo siguió desde la posada, lo alcanzó al llegar al muelle y lo mató. Habría sido simple si Daig no hubiera pasado por allí en ese momento. Gabrán sólo tuvo tiempo de correr a esconderse antes de que Daig se acercara. De hecho, Daig oyó sus pasos alejándose, pero fue tras ellos en la dirección equivocada. El otro error de Daig fue no registrar escrupulosamente el cuerpo antes.

»Cuando Daig echó a correr tras un espejismo, Gabrán regresó adónde estaba el cuerpo de su tripulante y recuperó el dinero. También se llevó la característica cadena de oro que portaba éste al cuello, y volvió a la posada, a la que Daig regresó al poco rato para hablar con él. A mi parecer, las preguntas de Daig lo alarmaron. Así que acudió a la abadía buscando apoyo para ocultar su acto. Pidió ayuda a la persona que lo empleaba y la amenazó con confesarlo todo si no se la proporcionaba.

»Me figuro que esa persona no debía de estar muy contenta con el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos. Quizá la decisión de quitar de en medio a Gabrán se tomó allí, en ese momento. A fin de cuentas, aquel hombrecillo mezquino estaba comprometiendo todo el negocio.

»Ahora bien, surgió otro problema, que aquel terrible acto acaso podría resolver. El hermano Ibar era otro eslabón débil de la cadena. Oh, sí -dijo, al levantarse un murmullo-, el hermano Ibar participó en este negocio, pero creo que lo hizo de manera totalmente inocente. Le habían encargado hacer los grilletes. Pero él pensaba que eran para animales. Eso dijo a Eadulf, pero empezó a sospechar del verdadero propósito del encargo. Y, claro está, Ibar podía identificar a la persona que le había encargado los grilletes. Esa misma persona se quedó con el dinero y la cadena de oro de Gabrán, asegurándole que se los devolvería si accedía a participar en el plan.

»E1 plan era simple. Consistía en colocar aquellos objetos en la celda de Ibar con el propósito de inculparle. El resto era cosa de Gabrán. Se le dijo que contara a Daig que el hermano Ibar había intentado venderle en el mercado la cadena de oro, que había reconocido como la que solía llevar su marinero. Se mandó registrar la celda del hermano Ibar y se hallaron los objetos que habían colocado. Con esto quedó resuelto el problema de Ibar.

Calló un momento al reparar que había cautivado al público con su historia. Vio que los escribas la miraban boquiabiertos.

Verba volant, scripta manent -les amonestó con severidad-. Las palabras habladas vuelan, las escritas permanecen.

Quería que todo quedara registrado por escrito. Era una historia compleja, y no quería verse obligada a repetirla otra vez. Los escribas se inclinaron para reanudar industriosamente su labor.

– Como dice una máxima de nuestra tierra, no deben contarse los huevos antes de comprar la gallina. Quizá fue algo que dijo Gabrán, o que Ibar le contó, pero Daig empezó a sospechar que había detenido al hombre equivocado. Sin pensarlo, Daig probablemente transmitiría esa sospecha a Gabrán, ya que, poco después, una noche oscura en el mismo muelle, Daig halló su propia muerte.

– ¿Sugerís que Daig fue asesinado? -protestó el obispo Forbassach-. De todos es sabido que fue un accidente. Cayó, se dio un golpe en la cabeza y se ahogó.

– Yo matizaría que le golpearon en la cabeza, cayó y se ahogó, en ese orden, si es que no estaba muerto ya al caer al agua. El móvil fue evitar que siguiera sospechando.

La respuesta levantó un alboroto que interrumpió el relato de Fidelma, hasta que fue apagándose poco a poco. La asamblea se volvió a mirar a Barrán al instante. El jefe de los escribas golpeó el bastón contra el suelo para exigir atención.

– Proseguid con la argumentación, Fidelma -ordenó el jefe brehon-. Os recuerdo que esto siguen siendo conjeturas.

– Lo tengo presente, Barrán, pero cuando acabe de exponerlas, haré comparecer a los testigos que darán fe de los diversos fundamentos en que me baso para hacerlas. De este modo, espero confirmar un panorama que no deje lugar dudas.

Barrán le concedió permiso para continuar.

– Mi llegada inesperada puso freno a algunos planes. Alguien decidió que no convenía que Fial anduviera cerca de una dálaigh que buscaba incongruencias en su historia, así que volvieron a llevarla al barco de Gabrán. Había que liquidarla. Sin embargo, Gabrán, siendo licencioso como era, decidió aprovecharse de la pobre niña hasta que se cansara de ella. Así que la tenía encerrada y encadenada como un animal bajo cubierta.

– Hasta que Fial lo mató -se apresuró a concluir el abad Noé.

– Ya he dicho que ella no lo mató -saltó Fidelma.

Barrán estaba irritado.

– Deberíais prestar atención a los argumentos de la dálaigh, abad. Fidelma de Cashel ya lo ha afirmado hace un momento con toda claridad -advirtió y se dirigió a Fidelma-. Quiero comentar algo.

Fidelma se volvió hacia él con gesto inquiridor.

– Mientras el hermano Ibar y el hermano Eadulf estuvieran vivos representaban un riesgo, porque podían demostrar su inocencia o dar a conocer información que podía inducir a investigar a cualquier persona inteligente. Bajo nuestras leyes, que no contemplan la pena de muerte, carecería de sentido echar la culpa a otro de algo, porque siempre cabría la posibilidad de que el acusado demostrara su inocencia…

– Pero ¿quién pone en duda la inocencia de un muerto? -preguntó Fidelma con sagacidad.

– Por consiguiente, ¿tiene algo que ver en esto la insistencia de la abadesa Fainder en aplicar los castigos que dictan los Penitenciales? ¿Tiene alguna relación con esto el hecho de que el obispo Forbassach, que al parecer olvidó su juramento como brehon, estuviera de acuerdo en aplicarlos? Porque si es así, debemos tener en cuenta el hecho de que el abad Noé indujo al rey Fianamail a sustituir la ley de Fénechus por los Penitenciales.

Fidelma no se molestó en mirar a los bancos del lado contrario.

– Todo está relacionado, Barrán. El plan de echar la culpa a Eadulf y a Ibar se basaba en el objetivo final de ejecutarlos. ¡Mortui non mordent!

– Los hombres muertos no muerden -replicó Barrán con gesto adusto, recreándose en lo que había dicho.

Fidelma prosiguió antes de que el murmullo de sorpresa se elevara.

– Es posible que el plan hubiera salido bien a pesar de mi aparición, de no haber sido por el bó-aire de Cam Eolaing.

Coba, que estaba concentrado escuchando la exposición, levantó la cabeza con sorpresa.

– ¿Qué tuve yo que ver en esto? -preguntó.

– Vos estáis en contra de la aplicación de los Penitenciales. Pero ni el obispo Forbassach ni la abadesa Fainder advirtieron hasta qué punto os oponíais a ello, ni hasta dónde erais capaz de llegar a fin de apoyar el sistema legal de este reino.

– Soy demasiado viejo para abrazar nuevas filosofías -explicó haciendo una mueca, atribulado-.

¿Cómo es aquello que dice el brehori? La rama flexible es más duradera que el árbol testarudo.

– Eadulf debe su vida a vuestra testarudez, Coba. Hicisteis algo que nadie esperaba, al rescatar a Eadulf y darle asilo.

– Por lo que habréis de dar cuentas -murmuró el obispo Forbassach con una furiosa mirada de soslayo.

– No es así -corrigió Barrán con lucidez-. Defender la ley no es delito.

El obispo Forbassach fulminó con una mirada cargada de odio al jefe brehon, pero tuvo la prudencia de no decir nada más.

– Sin embargo -prosiguió Fidelma como si no hubiera habido interrupción alguna-, hubo momentos en que sospeché de vos, Coba. Prestasteis asilo a Eadulf y luego afirmasteis que lo había aprovechado para darse a la fuga. De este modo podía ser abatido sin más. Pero yo sabía que Eadulf tenía que tener una buena razón para abandonar los límites del maighin digona. Él conocía bien la ley. Y pensé que vos le habíais puesto una trampa para que saliera del santuario. Y hasta que no he hablado con Eadulf hace apenas un rato, no me he convencido de que vos no habíais tenido nada que ver en este asunto.

Coba vaciló un momento y luego se encogió de hombros.

– Me alegro de ello -dijo.

– Quien engañó a Eadulf fue, una vez más, Gabrán. Pero en esta ocasión actuó a las órdenes de las personas para quienes trabajaba, que habían averiguado dónde estaba Eadulf. Gabrán fue a Cam Eolaing. Allí conocía a un guerrero llamado Dau, que estaba al servicio de Coba. Dau era un hombre venal, y Gabrán lo sobornó. Gabrán mató al guerrero apostado a las puertas de la fortaleza, ocultó el cuerpo tras éstas y, a continuación, fingiendo que vos, Coba, le habíais enviado, dijo a Eadulf que era libre de marcharse. Pero las cosas no siempre suceden de acuerdo con lo planeado. Cuando Gabrán y Dau intentaron abatir a Eadulf, él se zafó y se adentró en las montañas. Entonces las cosas empezaron a ponerse feas de verdad para el titiritero.

– ¿Titiritero? -preguntó el jefe brehon con expresión extrañada al oír aquella palabra nada común.

Fidelma lo miró con una sonrisa de disculpa.

– Excusadme, Barrán. La palabra se refiere a un tipo de representación que vi en un peregrinaje a Roma. Me refería a una persona que manipula a otras sin que nadie advierta su presencia. Nuestra propia lengua recoge la expresión seinm cruitte dará hamarc.

La antigua expresión proverbial se refería a un arpista que toca el instrumento sin ser visto.

– ¿Y cómo sabía este… eh… títere que Eadulf había recibido asilo en la fortaleza? -quiso saber Coba.

– Vos se lo dijisteis.

– ¿Que yo se lo dije? ¿Yo?

– Vos sois un hombre escrupuloso y moral, Coba. Cumplís a rajatabla la ley de Fénechus. Me dijisteis que, tan pronto actuasteis y disteis asilo a Eadulf, enviasteis a un mensajero a la abadía.

– Así es. Tenía el encargo de comunicar a la abadesa que yo había prestado asilo al sajón.

– ¡Mentira! -gritó la abadesa Fainder-. Jamás me llegó ese mensaje.

Coba la miró con pena y movió la cabeza.

– El mensajero regresó de la abadía y confirmó que el mensaje se había entregado.

Todas las miradas de la asamblea se fijaron en la conmocionada abadesa.

Загрузка...