Ramón, sí, se salva del paletismo cosmopolita mediante su madrileñismo paleto, como ya hemos dicho, pero Ramón es el madrileño ideal que en realidad está huyendo siempre de Madrid: hacia París, hacia Lisboa, hacia Nápoles, hacia América. Fracasan sus diversos intentos de fijación en París, Estoril o Nápoles, de modo que es el madrileño empedernido, pero a la fuerza. Cada vez que vuelve del extranjero, no deja de constatar el carácter cavernario, agreste, duro y aislado de la vida madrileña. Naturalmente, le sobran recursos literarios para hacer de este refugio madrileño un paraíso o una ergástula, pero la verdad biográfica es que Ramón llegó a tener una cierta popularidad en París o Nápoles, y que de mala gana renuncia a su condición de escritor europeo para quedarse en madrileño.
La segunda mitad de su vida la pasa casi entera en Buenos Aires. El cosmopolitismo que, como hemos visto, es connotación fundamental de aquella vanguardia, Ramón, más que dejarlo en literatura, prefiere realizarlo siendo un escritor de dimensión europea y asistiendo a las reuniones de humoristas de Bontempelli, Pitigrilli y Charles Chaplin. Ramón ha tratado de hacer una circunferencia más ancha en torno de sí, pero aquello es una moda, y esa circunferencia que iba a ser toda Europa, se le borra pronto. Nada más banal que el mito de la perennidad del arte. El arte y la literatura funcionan por modas, y esa es su dialéctica, de modo que tampoco es malo que sea así. La filosofía y la ciencia también se mueven por corrientes de moda o modernidad. El hombre está sujeto a modas como el animal está sujeto a ciclos. Las modas son los ciclos de la cultura, algo que viene a recordarnos, en su movimiento profundo, el carácter rotatorio de la línea recta. En Europa se pasa pronto la moda Ramón como pasa la moda Pasteur, la moda Breton, la moda Chagall o la moda Isadora Duncan. Ramón lo ha dicho bien: «El mundo no es tan mundo como parece.» Y con esta su sabiduría de primitivo, se entremete de nuevo en su gruta de Pombo, dentro de la gruta cuaternaria que es Madrid, a seguir siendo él. Ramón es el escritor más tentadoramente citable de toda la literatura. Toda su obra es una pura cita. Ramón, escritor sin género, tiene mil géneros, como ya hemos visto, y la cita asciende en él a género literario: la greguería. De modo que por eso mismo he elegido citarle lo menos posible en este libro, porque podría hacerse un libro sobre Ramón como una alfombra de nudos, hilvanando greguerías o frases certeras, que las tiene para todo. No citaré, pues, todo lo que se podría citar, que sería interminable -y eso sin mirar libros- sobre el madrileñismo de Ramón o el ramonismo de Madrid, que ya viene a ser lo mismo.
Sólo diremos lo esencial: que Madrid es la circunferencia real y natural que el escritor traza en torno de sí, o se encuentra ya trazada al nacer, y él mismo dirá que Madrid es una ciudad de círculos concéntricos, y que el más estrecho de todos viene a coincidir con el pitorro de determinada fuente. (Ya hemos incurrido en cita.)
La novela del crimen y de la Ciudad Lineal. Cubierta de la primera edición
Otros círculos mayores o menores -Europa, Pombo-, resultan en él más deliberados, más forzados, más sostenidos y ensanchados a pulso, pero Madrid es el coso natural de su vida y su obra. El que huya de Madrid, buscando la gloria de Europa, la paz de Estoril o el mero alejamiento del triba- lismo madrileño, no hace sino confirmar lo que Madrid, ciudad circular, tiene de inexorable y consustancial para Ramón.
Visto todo esto a la luz dorada de aquellos años veinte de la vanguardia y el cosmopolitismo, es cuando se comprende mejor el milagro de equilibrio que supone Ramón -tan desequilibrado y desfachatado a veces-, ya que su madridismo no cae nunca en madrileñismo y su vanguardismo europeísta no llega a disminuirse nunca en lo local del tema.
Ramón escribe un Elucitario de Madrid y otros muchos libros y artículos sobre Madrid, desde Pombo hasta El Rastro o el libro en torno a la Puerta del Sol. Pero Madrid, sobre todo, está en el fondo nutriente de casi todo lo que escribe sobre Goya, Solana, Valle, en el fondo de la mayoría de sus novelas y en casi toda su poética de la vida cotidiana, que es vida observada en Madrid, y eso se nota aunque no lo diga. Madrid es la gran monografía de Ramón, el tema recurrente de toda su vida. Madrid le vuelve monotemático.
En principio, es bueno que sea así. La universalidad literaria no existe, salvo a niveles de símbolos, y el símbolo está ya muy desacreditado en literatura. La única universalidad posible consiste en universalizar sitios muy concretos. Proust habla de París, Joyce habla de Dublín, Ramón habla de Madrid. El escritor -incluso el filósofo, como sería fácil demostrar- es más auténtico en la medida en que esté más incardinado en un núcleo humano y obtenga sus verdades generales de fuentes más particulares. De ahí el peligro que el exilio, el desarraigo, la trashumancia, el nomadismo internacionalista y todo eso suponen para cualquier escritor, como se aprende hoy recordando el caso de Paul Morand, Hemingway o Blasco Ibáñez, de tan dudoso recuerdo para el lector actual.
El hombre es infinito a condición de que se limite y Voltaire es más infinito que nunca cuando se decide a cultivar su huerto, como Montaigne lo es desde su pueblo. Con el escritor internacionalista de verdad, como pudiera ser el caso de Malraux, ocurre, sencillamente, que ha hecho del mundo su pueblo. Universal es todo lo contrario de internacional.
Claro que el revés o la perversión de cualquier raigambre literaria y humana es el localismo, el costumbrismo, el pintoresquismo. Si universal es todo lo contrario de internacional, autenticidad es todo lo contrario de color local. Joyce sabe que observando a los dublineses está observando a la humanidad. El costumbrista, por el contrario, cree que debe observar a la gente de su pueblo porque su pueblo es superior a toda la humanidad. Como la gloria es siempre un equívoco, Ramón ha caído en poder de los madrileñistas, como Lorca cayó en manos de los andalucistas. Estos equívocos son inevitables, aparte de ser la gloria, ya digo, y son incluso convenientes, pues suponen un correctivo para quienes creen en la gloria.
Pero en la obra de Ramón no hay madrileñismo ni casticismo ni costumbrismo ni localismo. El Madrid de Ramón son dos Madrid: el Madrid energuménico y singular del mundo literario y el Madrid cotidiano, el Madrid de la vida cotidiana, que Ramón ha observado y poetizado como nadie, e incluso ha universalizado, pues en él se ve que la vida cotidiana de Madrid es vida de cualquier parte, sin dejar de ser madrileña. No otra es la fórmula de la universalidad o universalización de un tema.
A la muerte de Ramón, en el año 1963, el escritor catalán José Plá escribió un cruel e injustificado artículo sobre Ramón, doblemente injustificado, pues que, bien visto, son escritores de la misma raza, escritores sin género, glosadores y memorialistas y en ese artículo decía con burla que Ramón había encontrado muy fácilmente el secreto de Madrid. No, Ramón no había encontrado ni buscado el secreto de Madrid, ni creía probablemente que Madrid tuviese ningún secreto, ni que lo tenga ninguna ciudad del mundo, que eso del secreto de las ciudades es un mito romántico y superado. Lo que hace Ramón es observar prodigiosamente la vida cotidiana de Madrid, de Nápoles, de París, de Buenos Aires, del pueblecito castellano Paredes de Nava, anotar y poetizar la vida cotidiana como signo más evidente, rico y revelador de la condición del hombre sobre la tierra y del carácter a medias paradisiaco y a medias artesanal de esa condición. Lo mismo que Plá, a fin de cuentas.
Cuando Ramón dice «Madrid» debemos entender que está diciendo la ciudad, las ciudades, la humanidad, la gente, la vida cotidiana universal, la palpitación universal cotidiana de la vida, que hace que la luz de las mañanas sea igual, entre las madres atareadas y los hijos que juegan, en una aldea lapona que en un barrio de París. Ramón jamás hace madrileñismo, sino que Madrid hace ramonismo, como toda ciudad: o sea, un poético trenzado de ocio y trabajo, de alegría y resignación, de carácter y tiempo.