II LA FLOR DEL AIRE [8]

A Consuelo Saleva.


Yo la encontré por mi destino,

de pie a mitad de la pradera,

gobernadora del que pase,

del que le hable y que la vea.


Y ella me dijo: -"Sube al monte.

Yo nunca dejo la pradera,

y me cortas las flores blancas

como nieves, duras y tiernas."


Me subí a la ácida montaña,

busqué las flores donde albean,

entre las rocas existiendo

medio dormidas y despiertas.


Cuando bajé, con carga mía,

la hallé a mitad de la pradera,

y fui cubriéndola frenética,

con un torrente de azucenas.


Y sin mirarse la blancura,

ella me dijo: "Tú acarrea

ahora sólo flores rojas.

Yo no puedo pasar la pradera."


Trepé las peñas con el venado,

y busqué flores de demencia,

las que rojean y parecen

que de rojez vivan y mueran.


Cuando bajé se las fui dando

con un temblor feliz de ofrenda,

y ella se puso como el agua

que en ciervo herido se ensangrienta.


Pero mirándome, sonámbula,

me dijo: "Sube y acarrea

las amarillas, las amarillas.

Yo nunca dejo la pradera."


Subí derecho a la montaña

y me busqué las flores densas,

color de sol y de azafranes,

recién nacidas y ya eternas.


Al encontrarla, como siempre,

a la mitad de la pradera,

segunda vez yo fui cubriéndola,

y la dejé como las eras.


Y todavía, loca de oro,

me dijo: -"Súbete, mi sierva,

y cortarás las sin color,

ni azafranadas ni bermejas”


"Las que y yo amo por recuerdo

de la Leonora y la Ligeia,

color del Sueño y de los sueños.

Yo soy Mujer de la pradera."


Me fui ganando la montaña,

ahora negra como Medea,

sin tajada de resplandores,

como una gruta vaga y cierta.


Ellas no estaban en las ramas,

ellas no abrían en las piedras

y las corté del aire dulce,

tijereteándolo ligera.


Me las corté como si fuese

la cortadora que está ciega.

Corté de un aire y de otro aire,

tomando el aire por mi selva…


Cuando bajé de la montaña

y fui buscándome a la reina,

ahora ella caminaba,

ya no era blanca ni violenta;


Ella se iba, la sonámbula,

abandonando la pradera,

y yo siguiéndola y siguiéndola

por el pastal y la alameda.


Cargada así de tantas flores,

con espaldas y mano aéreas,

siempre cortándolas del aire

y con los aires como siega…


Ella delante va sin cara;

ella delante va sin huella,

y yo la sigo todavía

entre los gajos de la niebla,


Con estas flores sin color,

ni blanquecinas ni bermejas,

hasta mi entrega sobre el límite,

cuando mi Tiempo se disuelva…

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