NOCTURNO DE LA DERROTA [3]

Yo no he sido tu Pablo absoluto

que creyó para nunca descreer,

una brasa violenta tendida

de la frente con rayo a los pies.

Bien le quise el tremendo destino,

pero no merecí su rojez.


Brasa breve he llevado en la mano,

llama corta ha lamido mi piel.

Yo no supe, abatida del rayo,

como el pino de gomas arder.

Viento tuyo no vino a ayudarme

y blanqueo antes de perecer.


Caridad no más ancha que rosa

me ha costado jadeo que ves.

Mi perdón es sombría jornada

en que miro diez soles caer;

mi esperanza es muñón de mí misma

que volteo y que ya es rigidez.


Yo no he sido tu Santo Francisco

con su cuerpo en un arco de “amén”,

sostenido entre el cielo y la tierra

cual la cresta del amanecer,

escalera de limo por donde

ciervo y tórtola oíste otra vez.


Esta tierra de muchas criaturas

me ha llamado y me quiso tener;

me tocó cual la madre a su entraña;

me le di, por mujer y por fiel.

¡Me metió sobre el pecho de fuego,

me aventó como cobra su piel!


Yo no he sido tu fuerte, Vicente,

confesor de galera soez,

besador de la carne perdida,

con sus llantos siguiéndole en grey,

aunque le amo más fuerte que mi alma

y en su pecho he tenido sostén.


Mis sentidos malvados no curan

una llaga sin se estremecer;

mi piedad ha volteado la cara

cuando Lázaro ya es fetidez,

y mis manos vendaron tanteando

incapaces de amar cuando ven.


Y ni alcanzo al segundo Francisco [4]

con su rostro en el atardecer,

tan sereno de haber escuchado

todo mal con su oreja de Abel,

¡corazón desde aquí columpiado

en los coros de Melquisedec!


Yo nací de una carne tajada

en el seco riñón de Israel,

Macabea que da Macabeos,

miel de avispa que pasa a hidromiel,

y he cantado cosiendo mis cerros

por cogerte en el grito los pies [5].


Te levanto pregón de vencida,

con vergüenza de hacer descender

tu semblante a este campo de muerte

y tu mano a mi gran desnudez.


Tú, que losa de tumba rompiste

como el brote que rompe su nuez,

ten piedad del que no resucita

ya contigo y se va a deshacer,

con el liquen quemado en sus sales,

con genciana quemada en su hiel,

con las cosas que a Cristo no tienen

y de Cristo no baña la ley.


Cielos morados, avergonzados

de mi derrota.

Capitán vivo y envilecido,

nuca pisada, ceño pisado

de mi derrota.

Cuerno cascado de ciervo noble

de mi derrota!

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