Cuando Tim llegó a la casa de Mary en Artarmon el sábado siguiente, estaba callado y un poco retraído. Mary no le preguntó qué era lo que le sucedía sino que inmediatamente lo hizo subir al Bentley y se pusieron en camino. Tuvieron que detenerse en unos viveros, cerca de Hornsby, para recoger muchas plantas y arbustos que Mary había ordenado en el transcurso de la semana, y la tarea de acomodarlos en el coche ocupó tanto a Tim que ella le ordenó que se quedara en el asiento de atrás, cuando volvieron a emprender la marcha, para que pudiera vigilar las plantas y ver que ninguna de ellas se cayera al suelo o manchara el tapizado de cuero.
Ya en la casa de campo, Mary lo dejó que descargara las plantas y se dirigió directamente al cuarto del joven para sacar las cosas de su maleta, aunque ya para entonces Tim mantenía ahí un pequeño guardarropa en forma permanente. El cuarto había cambiado por completo; ya no se veía tan vacío ni estaba desteñido; en vez de eso mostraba ahora una gruesa alfombra color naranja, las paredes eran de un amarillo pálido con cortinas amarillo cromo y los muebles eran de estilo escandinavo. Puesto ya en su sitio todo lo que traía en su maleta Tim, Mary se dirigió a su propio cuarto y se acicaló antes de regresar al automóvil a ver cómo se las estaba arreglando Tim.
Algo le sucedía, pues no era el de siempre. Frunciendo el entrecejo, Mary lo observó atentamente mientras él terminaba de sacar las plantas del maletero. Mary no pensaba que su problema fuera físico pues su piel se veía del dorado tono saludable de siempre y tenía los ojos claros y brillantes. Al parecer, lo que le estaba preocupando era algo que caía dentro de su esfera personal, aunque Mary dudaba que fuera algo que tuviera que ver con ella, a menos, por supuesto, que sus padres hubieran dicho algo de ella que lo hubiera trastornado o inquietado. ¡Pero, con toda seguridad, no era nada de eso! Hacía unas noches, había estado hablando un buen rato con Ron Melville y él estaba lleno de entusiasmo ante los progresos de Tim en la lectura y en los números.
– ¡Es que es usted tan buena con él, señorita Horton! -le había dicho Ron-. Cualquier cosa que haga, no lo considere usted tiempo perdido. ¡Ojalá él la hubiera conocido a usted mucho antes! Se lo digo de veras.
Almorzaron en silencio y luego se dirigieron al jardín con el problema de Tim, fuera éste el que fuese, aún sin mencionar. El muchacho se lo comunicaría a su tiempo; tal vez fuera mejor si ella actuaba como si nada hubiese pasado y le pedía que la ayudara a plantar las nuevas adquisiciones. El fin de semana anterior se habían divertido bastante en el jardín, discutiendo sobre si debían plantar todo un macizo de alhelíes o si era preferible mezclar con ellos espuelas de caballero y dragoncillos. Él no sabía el nombre de ninguna de las flores, así es que ella había sacado sus libros y le había mostrado dibujos de las mismas; Tim se había aprendido los nombres lleno de regocijo y, mientras trabajaba, había seguido repitiéndolos en voz baja una y otra vez.
Trabajaron en silencio toda la tarde hasta que las sombras empezaron a alargarse y la brisa del mar empezó a soplar presagiando la noche.
– Hagamos un fuego en la parrilla y comamos en la playa -sugirió Mary desesperadamente-. Podremos nadar mientras la parrilla se calienta lo suficiente para cocinar, y luego haremos una hoguera en la playa para secarnos y para que nos caliente mientras comemos. ¿Qué te parece, Tim?
– Me parece muy bien, Mary -dijo Tim tratando de esbozar una sonrisa.
Ya por entonces, Mary había aprendido a gozar del agua y hasta podía nadar unas cuantas brazadas, las suficientes, por lo menos, para aventurarse hasta donde a Tim le gustaba retozar. Se había comprado un traje de baño de gro negro con una falda bastante larga en aras de la modestia, y Tim había opinado que el traje era precioso. Su piel se había bronceado un poco, ahora que ella la exponía al sol, y su aspecto físico había mejorado mucho, se veía más joven y saludable.
Tim no fue el impetuoso de siempre una vez que estuvieron en el agua; se limitó a nadar en silencio, olvidando sumergirse para torpedearla y en cuanto ella sugirió que salieran a la playa él la siguió al instante. Por lo común, el sacarlo del agua iba precedido de toda una batalla porque era capaz de estarse en ella hasta medianoche si lo dejaban.
Mary había traído pequeñas chuletas de carnero y gruesas salchichas para tostarlas al fuego, dos de las cosas que a él más le gustaban, pero mordisqueó desanimadamente una chuleta sin reducirla gran cosa de tamaño y luego hizo a un lado su plato suspirando y sacudiendo la cabeza tristemente.
– No tengo hambre, Mary -musitó.
Se sentaron lado a lado en una toalla, frente a la hoguera, calentándose cómodamente a pesar del embate del viento de invierno. El sol se había puesto y el mundo estaba en esa etapa semioscura en la que todo parece desangrado de su brillo natural aunque todavía no ha oscurecido hasta el negro, el blanco o el gris. Por encima de ellos, en el claro y vasto cielo, la estrella de la tarde refulgía contra un horizonte de un tono verde manzana y unas cuantas estrellas de primera magnitud luchaban por imponerse a la media luz, apareciendo y desapareciendo a intervalos. Los pájaros piaban y chillaban por todas partes, preparándose a pasar la noche entre quejumbrosas peleas, y los matorrales se habían llenado de misteriosos chillidos y murmullos.
Por lo común, Mary nunca se percataba de tales cosas y siempre había sido indiferente al mundo que la rodeaba, excepto cuando éste irrumpía en su vida, pero ahora se daba cuenta de qué atenta estaba a todo lo que la rodeaba, al cielo y a la tierra y al agua, a sus animales y a sus plantas, y todo le parecía bello y maravilloso. Tim era quien le había enseñado eso, desde el momento en que le había mostrado la cigarra maestro de coro de la adelfa. Él siempre acudía a ella para mostrarle algún pequeño tesoro natural que hubiera descubierto, así fuera una araña, una orquídea silvestre o algún animalito peludo, y Mary había aprendido a no saltar, con un gesto de repugnancia, sino a contemplarlos, como él lo hacía, por lo que eran, perfectos y parte tan funcional del planeta Tierra como lo era ella misma, si no más, porque a veces lo que Tim traía era algo verdaderamente raro.
Preocupada e intranquila, Mary se removió en la toalla hasta que quedó sentada mirando el perfil del muchacho que se destacaba contra el borde perlado del cielo. La mejilla que estaba más cerca de ella estaba tenuamente delineada, el ojo, invisible en su oscurecida cuenca, la boca con su rictus más triste. Luego, Tim se movió ligeramente y lo poco que quedaba de luz se juntó sobre sus pestañas en una línea de gotas minúsculas que brillaban y resbalaban hacia abajo por la mejilla.
– ¡Oh, Tim! -gritó ella, abrazándolo-. ¡No llores, mi querido niño, no llores! ¿Qué es, qué te pasa? ¿No puedes decírmelo, siendo tan buenos amigos como somos?
Mary recordó que Ron le había dicho que Tim acostumbraba llorar mucho y como un niño pequeño, con hipos y berridos, pero que en los últimos tiempos había dejado de hacerlo. En las raras ocasiones en las que había vertido lágrimas, había llorado más como un adulto, según Ron, calladamente y para sí mismo. Precisamente de la manera como está llorando ahora, pensó ella, preguntándose cuántas veces habría llorado ese día sin que ella lo notara, cuando no estaba cerca de él o cuando se encontraba demasiado ocupada para prestarle atención.
Demasiado turbada para juzgar la prudencia de su propia conducta, le puso una mano en un brazo y lo acarició suavemente, tratando de calmarlo lo mejor que podía. Tim se volvió hacia ella al instante, y antes de que pudiera hacer movimiento alguno, reclinó la cabeza en su pecho y se apretó contra ella como un animalito en busca de un lugar donde ocultarse, con las manos cerrándose en sus costados. Los brazos de Mary parecieron encontrar un lugar de reposo natural en la espalda de Tim y ella inclinó la cabeza hasta que su mejilla descansó en la cabeza del muchacho.
– No llores, Tim -murmuró, alisándole el cabello hacia atrás y besándole la frente.
Mary se afirmó en los talones, acunándolo en los brazos, con todo lo demás olvidado, excepto la realidad de poder impartirle consuelo. Él la necesitaba, se había vuelto hacia ella y ocultando el rostro como si pensara que tenía poderes para protegerlo del mundo. Nada podía haberla preparado para ese momento; nunca soñó que la vida pudiera darle un instante tan infinitamente dulce, tan agobiado de dolor. Bajo su mano, la espalda de él estaba fría y resbaladiza como el satén; la mejilla sin afeitar, que descansaba precisamente sobre sus senos, le raspaba la piel como lija fina.
Torpemente y con cierto recelo al principio, Mary lo atrajo más hacia sí, pasándole un brazo suave pero firmemente por la espalda, con el otro protegiéndole la cabeza y sus dedos hundiéndose en su espesa cabellera, ligeramente salina. Los cuarenta y tres años huecos y sin amor de su vida quedaron cancelados, fuera de la existencia, y pagados en ese minúsculo espacio de tiempo. Con esto al final, esos años ya no importaban, y si fuera a haber cuarenta y tres años igualmente vacíos que soportar, tampoco podrían importar. No en ese momento.
Después de un rato él dejó de llorar y quedó absolutamente inmóvil entre los brazos de Mary con sólo el imperceptible subir y bajar de su respiración diciéndole que seguía vivo. Tampoco ella se movía; el solo pensamiento de moverse la aterrorizaba porque el instinto le decía que, en cuanto cualquiera de ellos se moviera lo más mínimo, él se separaría o ella tendría que retirarse, así que apretaba los labios todavía más contra su cabello y cerraba los ojos, profundamente feliz.
Tim dejó escapar un suspiro, profundo y sollozante, y se movió un poquito para acomodarse mejor, pero para Mary ésa fue la señal de que el momento había pasado; con gran gentileza se separó de él ligeramente de tal modo que él siguiera en sus brazos, pero pudiera alzar la cara para mirarla. Le tiró cariñosamente del cabello hasta que se vio obligado a alzar el rostro y la respiración se le cortó a Mary en la garganta. A la tenue luz, la belleza de Tim irradiaba un aura moribunda, era un Oberón o un Morfeo, irreal, de otro mundo. La luna había bajado a tomar posesión de sus ojos y los había cubierto de una capa de plata azulada; ellos la miraban ciegamente, como si la vieran desde el otro lado de una cortina irreal. Tal vez, en verdad, eso era lo que ocurría porque lo que él veía en ella, pensó Mary, ningún otro lo había visto jamás.
– Tim -murmuró-, ¿no vas a decirme qué es lo que te hace tan infeliz?
– Es mi Dawnie, Mary. Pronto va a irse y ya no vamos a verla mucho. Yo no quiero que mi Dawnie se vaya, ¡quiero que siga viviendo con nosotros!
– Ya veo -ella volvió a mirarle los ojos de luna, que no parpadeaban-. ¿Va a casarse, Tim? ¿Es por eso que se va?
– Sí, ¡pero yo no quiero que se case y se vaya! -gritó desafiantemente.
– Tim, mientras sigas creciendo, vas a encontrarte con que la vida está hecha de encuentros, conocimientos y despedidas. Algunas veces queremos a las personas que encontramos; otras, no nos gustan las que encontramos, pero el conocerlas es la cosa más importante en esta vida, es lo que nos sostiene como seres humanos. ¿Sabes una cosa? Durante muchos años me negué a admitir eso y no era yo un ser humano muy bueno. Luego te encontré a ti y el conocerte cambió mi vida. Me he vuelto un ser humano mejor.
»¡Ah, pero las despedidas, Tim! Ésas son las más duras, las más amargas de aceptar sobre todo si amamos; despedirse significa que ya nunca podrá ser lo mismo después; algo se ha ido de nuestras vidas; un poco de nosotros mismos se ha extraviado y jamás podrá ser encontrado ni devuelto. Sin embargo, hay muchas despedidas, Tim, porque ellas forman tanta parte de nuestra vida como el encontrar y el conocer. Lo que tú tienes que hacer es recordar que conociste a tu Dawnie, no pasarte la vida lamentándote porque tuviste que separarte de ella, pues esa separación no puede evitarse, es algo que tiene que suceder. Y si tú recuerdas haberla conocido en vez de lamentarte porque la has perdido, ya no dolerá tanto.
»Y eso es algo muy largo y complicado y tú no comprendiste ni una palabra de eso, ¿no es así, amor?
– Creo que entendí un poquito, Mary -repuso él con toda seriedad.
Ella se rió, rompiendo el encanto y luego lo separó poco a poco de sus brazos. Incorporándose nuevamente, le alargó las manos y lo ayudó a levantarse.
– Mary, eso que dijiste, ¿quiere decir que un día tendré que ver cómo te vas tú también?
– No, a menos que quieras que me vaya, o a menos que me muera.
La hoguera se había apagado y delgadas volutas de vapor se alzaban entre los granos de arena; súbitamente, la playa se volvió muy fría. Mary se estremeció y cerró los brazos sobre el pecho.
– Vamos -dijo-. Regresemos a la casa, Tim. Ahí hay calor y hay luz.
El muchacho la detuvo, mirándola a los ojos con una intensidad tan apasionada que era algo muy extraño en él.
– ¡Mary -dijo-, hay algo que siempre he querido saber pero que nunca nadie ha querido decirme! ¿Qué es morir y estar muriendo y la muerte? ¿Es todo eso la misma cosa?
– Todo se relaciona con lo mismo, efectivamente -Mary le tomó una mano y, llevándola al pecho de él, hizo que lo oprimiera precisamente por encima de la tetilla izquierda.
– ¿Puedes sentir cómo late ahí tu corazón, Tim? -interrogó-. ¿Puedes sentir ese tump-tump, tump-tump bajo tu mano, siempre ahí, sin detenerse un solo momento?
Tim asintió, fascinado.
– Sí. ¡Puedo sentirlo! ¡De veras puedo sentirlo!
– Bien; mientras siga latiendo así, tump-tump; tump-tump, puedes ver y oír, caminar, reírte y llorar, comer y beber y despertar en la mañana, sentir el sol y el viento. Cuando hablo de vivir, quiero decir eso: ver y oír, caminar, reír y llorar. Pero ¿has observado cómo las cosas se vuelven viejas, se desgastan o se rompen? ¿Has visto eso en una carretilla o tal vez en una mezcladora de cemento? Pues bien, nosotros, todos nosotros con un corazón bajo las costillas, y eso quiere decir todos, Tim, ¡absolutamente todos!, nos volvemos viejos y nos cansamos, y nos desgastamos también. Un buen día empezamos a rompernos y esa cosa que late y que puedes sentir se detiene como un reloj al que no se le ha dado cuerda. Eso nos sucede a todos, cuando nos llega la hora. Algunos de nosotros nos gastamos más pronto que otros, a algunos de nosotros se nos detiene el corazón por accidente, si vamos en un avión y éste choca o algo por el estilo. Ninguno de nosotros sabe cuándo se va a detener, no es algo que podamos controlar o predecir. Simplemente un día sucede, cuando ya estamos demasiado gastados o demasiado cansados para seguir adelante.
»Cuando nuestro corazón se detiene, Tim, nosotros también nos detenemos. Ya nunca volvemos a ver ni a oír, ya no caminamos, no comemos, ya no podemos reír ni llorar. Estamos muertos, Tim, ya no somos, nos hemos detenido y tienen que ponernos aparte, donde podamos yacer y dormir sin que nadie nos moleste, debajo de la tierra para siempre.
»Eso nos sucede a todos y no es algo que deba darnos miedo, pues no duele. Es simplemente como dormirse y nunca volver a despertar, y cuando estamos dormidos nada nos duele, ¿ono es así? Es bonito estar dormido, ya sea en una cama o debajo de la tierra. Lo que tenemos que hacer es gozar de la vida mientras estamos vivos, y luego no tener miedo de morir cuando nos llegue la hora de detenernos.
– ¡Entonces, yo me podría morir tan fácilmente como tú, Mary! -dijo intensamente, con su rostro junto al de ella.
– Sí, podría ser, pero yo soy vieja y tú eres joven; así es que, si seguimos como toda la gente, yo debo detenerme antes que tú. Yo estoy más gastada que tú, ¿ves?
Tim estuvo a punto de soltar el llanto nuevamente.
– ¡No, no, no! -casi gritó-. ¡Yo no quiero que te mueras antes que yo, no quiero que sea así!
Mary le tomó las manos entre las suyas y se las frotó.
– ¡Vamos, vamos, Tim, no te aflijas! ¿Qué es lo que te acabo de decir? ¡Vivir es gozar de cada instante de nuestra vida! ¡Morirse es algo que está en el futuro, algo que no debe preocuparnos, algo en lo que ni siquiera debemos pensar!
»Morirse es la despedida final, Tim; la más difícil de soportar porque es una despedida para siempre. Pero todos tenemos que llegar a eso, así que es algo ante lo que no podemos cerrar los ojos o hacernos la ilusión de que no existe.
»Si somos personas adultas y sensatas, si somos personas buenas y fuertes, comprendemos qué es el morir, sabemos que la muerte existe, pero no permitimos que eso nos preocupe. Ahora bien, yo sé que tú eres una persona adulta y sensata, sé que eres una persona buena y fuerte y quiero que me prometas que no te preocupará el morir, que no te asustará lo que me suceda a mí o te suceda a ti. Y quiero que me prometas que te portarás como todo un hombre cuando haya despedidas, que no harás que Dawnie sea infeliz siendo infeliz tú mismo. Dawnie está viva también y tiene tanto derecho a encontrar su manera de gozar de la vida como tú lo tienes; entonces, no hagas que eso sea más duro para ella haciéndole ver que te trastorna el que ella se case.
Mary le tomó la barbilla y se asomó a los nublados ojos.
– ¡Vaya pues! -dijo-. Sé que eres bueno y fuerte y bondadoso, Tim, así es que quiero que seas todas esas cosas con tu Dawnie y con todas las cosas que sucedan que puedan entristecerte, porque no debes estar triste ni un minuto más de lo debido. ¿Me lo prometes?
El muchacho asintió con la cabeza gravemente.
– Te lo prometo, Mary.
– Entonces, regresemos a la casa. Tengo frío.
Mary puso a funcionar la calefacción para calentar la sala y puso en la consola unos discos que sabía que le alegrarían. El tratamiento dio resultado y pronto Tim estaba riendo y hablando como si jamás hubiera ocurrido algo que amenazara su mundo. Exigió una lección de lectura, que Mary le impartió con todo gusto, y luego rechazó cualquier otra forma de diversión, enroscándose en la alfombra a los pies de ella en vez de sentarse con la cabeza apoyada en el brazo del sillón.
– ¿Mary? -interrogó después de un rato largo y precisamente antes de que ella abriera la boca para decirle que era hora de que se fuera a la cama.
– ¿Sí?
Se volvió para verle el rostro.
– Cuando yo estaba llorando y tú me abrazaste, ¿cómo se llama eso?
La mujer sonrió, acariciándole el hombro.
– Que yo sepa -repuso-, eso no tiene ningún nombre especial. Consolar, diría yo. Sí, creo que a eso se le llama consolar. ¿Por qué?
– Porque me gustó. Mamá acostumbraba hacérmelo hace muchísimo tiempo, cuando yo era muy pequeño, pero después me dijo que ya era muy grande y nunca volvió a hacerlo. ¿Por qué tú no pensaste que yo era demasiado grande?
Mary levantó una mano para cubrir sus ojos y la detuvo ahí un momento antes de que la dejara caer al regazo y la apretara fuertemente a la otra.
– Supongo -dijo- que no pensé que eras grande y que me imaginé que eras pequeño. Pero no creo que sea muy importante lo grande que seas; lo importante es pensar cuán grande es tu pena. Ahora puedes ser un hombre grande, pero tu pena era todavía más grande, ¿o no? ¿Sirvió de algo el que te consolara?
Tim se mostró satisfecho.
– ¡Oh, sí, sirvió de mucho! Fue verdaderamente lindo. Me gustaría que me consolaran todos los días.
Mary se rió.
– Puede ser que te gustara que te consolaran todos los días, pero eso no va a suceder. Cuando se hace algo muy seguido, pierde su atractivo, ¿no crees? Si te consolaran diariamente, ya fuera que lo necesitaras o no, pronto te aburrirías. Y ya no sería igual de lindo.
– Pero yo necesito que me consuelen todo el tiempo, Mary. ¡Necesito que me consuelen todos los días!
– ¡Pamplinas! Eres un exagerado, mi amigo, ¡eso es lo que eres! ¡Bien! Creo que es hora de que te acuestes, ¿no crees?
– Buenas noches, Mary -dijo él cuando se puso en pie-. Me gustas. Me gustas más que todos, excepto papá y mamá y me gustas igual que papá y mamá.
– ¡Oh, Tim! ¿Qué pasó con la pobre Dawnie?
– ¡Oh, mi Dawnie también me gusta! Pero tú me gustas más; me gustas más que nadie, excepto papá y mamá. Voy a llamarte mi Mary, pero ya no voy a llamar a Dawnie mi Dawnie.
– ¡Tim, no seas rencoroso! ¡Eso es algo muy cruel y desconsiderado! Por favor, no hagas pensar a Dawnie que yo he tomado su lugar en tu afecto. Eso le dolería mucho.
– Pero es que me gustas, Mary, ¡me gustas más que Dawnie! ¡No puedo evitarlo, eso es todo!
– Tú también me gustas, Tim, y, realmente, más que nadie en todo el mundo porque yo no tengo ni papá ni mamá.