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En honor de la ocasión, Mary se presentó para su casamiento con un vestido de tusón color durazno, con un sombrerito del mismo color y un modesto ramito de rosas en la solapa. Los invitados a la boda habían quedado en reunirse en el lado del parque Hyde de la plaza Victoria, precisamente frente a las oficinas del Registro Civil. Mary dejó el automóvil en el estacionamiento subterráneo de Domain y tomó la escalera mecánica hasta la salida de la calle College, cruzando después el parque. Archie le había ofrecido llevarla en su coche pero ella no había aceptado.

– Tengo que irme directamente del casamiento al hospital, así que es mejor que lleve yo mi propio automóvil.

– ¡Pero deberías permitirme que te lleve, querida! -había protestado él-. ¿Crees que tú vas a conducir desde el hospital hasta tu casa cuando te den de alta?

– Por supuesto. Es un hospital privado muy grande y lo manejan como un hotel de lujo. Voy a estarme en él mucho más tiempo del que es realmente necesario para estar segura de que estoy perfectamente bien cuando regrese a casa. No quiero desilusionar a Tim llegando a casa y no permitiéndole que se quede conmigo.

Él la había observado, con aire de extrañeza.

– Bueno -respondió intrigado-, supongo que sabes lo que estás haciendo, porque siempre es así; he aprendido a conocerte, querida Mary.

Ella le sacudió el brazo afectuosamente.

– ¡Querido Archie; tu fe en mí es conmovedora!

Así pues, había llegado sola a su casamiento y fue la primera en llegar a la esquina del parque. Archie y Tricia aparecieron a los pocos minutos y la señora Parker hizo acto de presencia casi a la zaga de ellos luciendo una sorprendente confección de chiffon cereza y azul eléctrico, y después Tim y Ron emergieron de la entrada del subterráneo a unos cuantos pasos de distancia. Tim lucía el traje azul que había llevado en el casamiento de Dawnie. Ron, el traje que se había puesto para el funeral de Esme. Permanecieron de pie bajo el claro y brillante sol, conversando de cosas sin importancia y luego Tim le entregó una cajita, poniéndosela en las manos con precipitación cuando nadie los veía. Claramente, se notaba que estaba nervioso y no muy seguro de sí mismo; ocultando la cajita en la mano, Mary se lo llevó consigo a unos cuantos pasos de distancia de los otros y les dio la espalda mientras rompía la mal hecha envoltura del paquetito.

– Papá me ayudó a elegirlo porque yo quería darte algo y papá dijo que estaba muy bien que yo te diera algo. Fuimos al Banco y saqué dos mil dólares y luego fuimos a esa gran joyería que está en Castlereagh, cerca del «Hotel Australia».

Dentro de la cajita había un pequeño broche con un magnífico ópalo negro en el centro y diamantes alrededor formando la figura de una flor.

– Me hizo acordar de tu jardín en la casa de campo, Mary. Todos los colores de las flores y el sol brillando encima de ellas -explicó Tim.

Las rosas de té de la solapa cayeron al quemante asfalto y se quedaron ahí, sin que nadie les hiciera el menor caso; Mary sacó el broche de su almohada de terciopelo y se lo alargó a Tim, sonriendo a través de un velo de lágrimas.

– Ya no es mi jardín, Tim -dijo-. Ahora es nuestro jardín. Ésa es una de las cosas que hace el matrimonio, hace que todo lo que uno posee sea también del otro, así que mi casa y mi automóvil y mi casa de campo y mi jardín te pertenecerán igual que a mí después que nos casemos, ¿Quieres prendérmelo, por favor?

Tim siempre había sido diestro y rápido con las manos, como si ellas hubieran quedado inmunes a su impedimento físico; tomó el borde de la solapa entre los dedos e insertó el alfiler en la tela con toda facilidad, abrochó el seguro y luego la cadena de seguridad.

– ¿Te gusta, Mary? -preguntó con un tono de ansiedad en la voz.

– ¡Oh, Tim! ¡Me encanta! Nunca he tenido nada tan hermoso en toda mi vida y nadie me había dado antes un broche. Lo guardaré toda mi vida. Yo también tengo un regalo para ti.

Era un grueso reloj de oro, bastante caro, y Tim se mostró encantado con él.

– ¡Oh, Mary! -exclamó-. Te prometo que trataré de no perderlo. ¡Te lo prometo de veras! Ahora que ya sé leer la hora, es muy lindo tener mi propio reloj. ¡Y es tan hermoso!

– Y, si lo pierdes, simplemente compraremos otro. No te preocupes por eso, Tim.

– No lo perderé, Mary. Cada vez que lo mire me acordaré que tú me lo diste.

– Vamos ya, Tim. Es hora.

Archie la tomó ligeramente del codo para ayudarla a cruzar la calle.

– Mary -le dijo-, nunca me dijiste que Tim fuera un joven tan espectacular.

– Efectivamente; nunca te lo dije. Es un poco embarazoso. Me siento como una de esas viejas emperifolladas que una ve rondando en los lugares de recreo para los turistas con la esperanza de enganchar a algún muchacho caro, pero guapo -el brazo que Archie sostenía temblaba un poco-. Para mí todo esto es algo terrible, Archie. Es la primera vez que me expongo a las curiosas miradas del público, ¿Puedes imaginarte lo que todos van a pensar cuando se den cuenta de quién se está casando con quién? Ron se ve como un esposo más adecuado para mí que Tim.

– No dejes que eso te preocupe, Mary. Estamos aquí para apoyarte y eso es lo que vamos a hacer. Me cae muy bien tu vieja vecina, y tenía que decírtelo. Me voy a sentar junto a ella durante la cena. Tiene el vocabulario más extenso que me he encontrado desde hace mucho. ¡Míralas, a ella y a Tricia, hablando como dos viejas conocidas!

Mary lo miró agradecidamente.

– Gracias, Archie. ¡Siento tanto el no poder asistir a mi propia cena de bodas! Pero quiero dejar terminado este asunto del hospital de una vez por todas, y si lo dejo para después de la cena, mi doctor no me pondrá en su lista de operaciones para mañana, lo cual significa tener que esperar toda una semana ya que sólo opera ahí los sábados.

– Está bien, querida. Nos tomaremos tu parte de champagne y nos comeremos tu porción de chateaubriand.

Como había testigos suficientes en la ceremonia de bodas, sólo un par de fascinados ojos no dejaron ni un solo momento de contemplar fijamente a la extraña pareja: los del funcionario que representaba a la ley de Su Majestad.

El casamiento quedó realizado en pocos minutos y resultó un poco decepcionante por su falta de ceremonia o solemnidad. Tim contestó con voz firme a las preguntas que le hicieron, gracias a que su padre lo había preparado muy bien; Mary fue la que titubeó en un par de ocasiones. Ambos firmaron los documentos necesarios y salieron de la oficina sin percatarse de que el anciano funcionario que los había casado ni siquiera se había dado cuenta de que Tim era un retrasado mental y que no había pensado que en esa pareja hubiera algo de extraño a ese respecto; muchos jóvenes bien parecidos se casaban con mujeres lo bastante mayores que ellos como para que fueran sus madres. Lo que sí le extrañó fue que no se hubieran intercambiado los besos de costumbre.

Mary los dejó en la misma esquina donde se habían reunido y tomó a Tim de un brazo ansiosamente.

– Ahora vas a esperarme con toda paciencia y no te preocuparás por mí, ¿me lo prometes? Todo saldrá bien.

Tim se veía tan feliz que Tricia Johnson y Emily Parker sintieron ganas de llorar tan sólo de ver la expresión de su rostro; la única sombra que opacaba un poco la brillantez de ese día era la brusca partida de Mary, pero ni siquiera eso lo deprimió por largo rato. Había firmado el papelito y lo mismo había hecho Mary; ahora se pertenecían el uno al otro y él podía esperar todo lo que fuera necesario antes de empezar a vivir con ella.

La operación le causó a Mary molestias y un poco de mal humor durante algunos días, pero pronto empezó a recuperarse; de hecho, con mayor rapidez de lo que su ginecólogo había esperado.

– Está usted en unas condiciones físicas excelentes -le informó mientras le quitaba los puntos-, pero así me lo esperaba yo. A las mujeres mayores como usted se necesita un hacha para poder matarlas. En lo que a mí respecta, podría usted irse a su casa mañana mismo, pero puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera. Como ya habrá notado, esto no es un hospital, sino un maldito palacio. Firmaré los documentos que la dan de alta ahora y entonces podrá usted marcharse cuando quiera, esta semana, o la que entra, o el mes que viene. Pasaré a saludarla si la próxima vez que vengo todavía está usted aquí.

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