Pero no todo estaba bien; un mundo dormido había despertado. Mary tenía buenas razones para dar gracias porque Ron ya no fuera el de antes, porque si hubiera estado en su antiguo buen estado de salud y de mente, hubiera notado inmediatamente el cambio que había ocurrido en Tim. Como estaban las cosas, el festivo buen humor que había vuelto a formar parte de las relaciones entre ellos le satisfacía y no pretendía más. Mary era la única que comprendía que Tim sufría. Ella lo miraba y se encontraba con sus ávidos, enojados ojos posados en ella una docena de veces al día, y cuando lo sorprendía mirándola así, él abandonaba la habitación inmediatamente, con una expresión culpable y confusa.
¿Por qué debían cambiar las cosas?, se preguntaba; ¿por qué algo perfecto no podía seguir siendo perfecto? Porque somos seres humanos, le contestaba su razón, porque somos demasiado complejos y demasiado defectuosos, porque, una vez que algo nos ocurre, debe volver a ocurrimos y, cuando esto sucede, altera la forma y la esencia de lo que sucedió antes. Ya no había manera de regresar a la primera fase de la amistad, y no quedaban más que dos alternativas; seguir adelante o detenerse allí. Sin embargo, ninguna de esas dos alternativas parecía posible o realizable. De haber sido Tim mentalmente normal, ella hubiera intentado algo, pero volver a lo mismo no hubiera logrado más que confundirlo y lo hubiera hecho más infeliz. «Hemos llegado a una difícil encrucijada», pensó ella, pero luego sacudió la cabeza con disgusto; el asunto era demasiado explosivo para que fuera una encrucijada, recapacitó: era más bien un callejón sin salida.
Al principio pensó en hablar con Archie Johnson, pero inmediatamente rechazó esa idea. Era un hombre comprensivo y brillante, pero jamás comprendería las sutilezas de la situación. ¿Quizás Emily Parker? Ésta era una anciana bondadosa y, desde el principio, había seguido las relaciones de Mary con Tim y se había mostrado muy interesada, pero algo, muy dentro de Mary, rehusaba exponerle el problema a esa personificación del matriarcado. A final de cuentas llamó por teléfono a John Martinson, el maestro de niños retrasados mentales. Cuando contestó el teléfono, él la recordó inmediatamente.
– En ocasiones me he preguntado qué habría pasado con usted -dijo-. ¿Cómo está todo, señorita Horton?
– No muy bien, señor Martinson. Necesito desesperadamente hablar con alguien y usted es la única persona en quien puedo pensar. Siento terriblemente molestarlo a usted con mis problemas, pero sencillamente no sé qué hacer y necesito la ayuda de alguien verdaderamente capacitado. Me estaba preguntando si podría llevar a Tim para que usted lo viera.
– Por supuesto que puede hacerlo. ¿Qué le parece mañana en la noche en mi casa, después de cenar?
Mary anotó la dirección y luego llamó a la residencia de los Melville.
– Habla Mary, Ron.
– ¡Ah! Buen día, querida. ¿Sucede algo?
– Nada, en realidad. Sólo quería saber si podría pasar por Tim mañana en la noche para llevarlo a ver a alguien.
– No veo por qué no. ¿Quién es esa persona?
– Un maestro de niños retrasados mentales, un hombre verdaderamente maravilloso. Pensé que él podría evaluar a Tim y darnos alguna idea de qué ritmo debemos imponerle a su aprendizaje.
– Lo que usted diga. La veremos mañana en la noche.
– Gracias. A propósito, le agradecería que no le dijera nada a Tim. Quiero que conozca a esta persona sin que vaya preparado.
– Perfectamente. Adiós, querida.
John Martinson vivía cerca de la escuela, la cual estaba en el suburbio satélite de Penrith, precisamente al pie de las Montañas Azules. Tim, acostumbrado al viaje hacia el norte, gozó plenamente al salir de Sydney en otra dirección y durante todo el camino llevó la nariz pegada a la ventanilla, contando todos los edificios iluminados que se encontraban, los puestos donde vendían hamburguesas y los cines al aire libre.
La casa de los Martinson era grande, pero sin pretensiones, construida de tablas de fibra y pintada de rosa, y al acercarse a ella oyeron risas de niños.
– ¿Por qué no vamos a la terraza de atrás? – le sugirió John Martinson a Mary cuando acudió a abrirles la puerta-. La he convertido en mi estudio y ahí nadie nos molestará.
El dueño de la casa les presentó a su esposa y a los tres hijos mayores con pocas palabras y luego se dirigieron directamente a espaldas de la casa.
Los ojos de John Martinson contemplaban a Tim, llenos de curiosidad, y con una profunda admiración. Sacó dos botellas de cerveza de litro y entre ambos empezaron a dar buena cuenta de ellas. Durante media hora Mary no dijo una sola palabra, mientras los dos hombres conversaban amigablemente bebiendo cerveza. A Tim le había caído bien el maestro e inmediatamente se sintió a gusto, por lo que empezó a hablar locuazmente de la casa de campo y el jardín y de su trabajo con Harry Markham, sin siquiera imaginarse que estaba siendo calibrado por todo un experto.
– ¿Te gustan las películas de vaqueros, Tim? -le preguntó al fin John Martinson.
– ¡Oh, sí! Me encantan.
– Bien; la señorita Horton y yo tenemos que hablar de algunos asuntos y no creo que te divierta el estar aquí escuchándolos. ¿Quieres que te lleve adentro, con mis hijos? En unos cuantos minutos va a empezar en la televisión una película de vaqueros verdaderamente buena.
Tim salió con Martinson y cuando éste regresó al estudio, Mary pudo oír a Tim riéndose en algún sitio en el interior de la casa.
– Todo va a ir bien, señorita Horton. Mi familia ya está acostumbrada a personas como Tim.
– No estoy preocupada en absoluto.
– ¿Y cuál es el asunto, señorita Horton? ¿Puedo llamarla Mary?
– Por favor. Le ruego que lo haga.
– ¡Bien! Y usted llámeme John. A propósito, ahora me doy cuenta de lo que usted quería decir cuando me contó que Tim era espectacular. Creo que jamás he visto a un joven tan bien parecido. Ni siquiera en las películas -soltó la risa y se miró el cuerpo, demasiado delgado-. Junto a Tim me siento flacucho.
– Pensé que iba usted a decir que qué lástima que alguien tan bien parecido sea un retrasado mental.
– ¿Por qué habría de pensar eso? -repuso sorprendido-. Nadie de nosotros nace sin algo hermoso y algo indeseable. Admito que el cuerpo y los rasgos de Tim son algo estupendo, ¿pero no cree usted que gran parte de esa belleza tan absolutamente arrobadora proviene del alma?
– Sí -dijo Mary agradecidamente; John Martinson verdaderamente comprendía; ella había acertado al escogerlo.
– Es un muchacho encantador y puedo decírselo inmediatamente. Uno de los más encantadores… ¿Quiere usted que lo examinen los expertos?
– No, no vine a verle para eso. Vine porque las circunstancias me han colocado en lo que parece ser un gran dilema y realmente no sé qué hacer. La situación es terrible porque, decida yo lo que decida, Tim va a salir perjudicado y tal vez muy duramente.
Los oscuros ojos azules no se desviaban ni un solo instante de los de ella.
– La cosa no suena bien -repuso-. ¿Qué sucedió?
– Bien, todo empezó cuando murió su madre, hace nueve meses. No sé si se lo mencioné a usted, pero ella tenía setenta años de edad. Ron, el padre de Tim, tiene esa edad.
– Ya veo, o, por lo menos, creo que empiezo a ver. ¿Y Tim la extraña mucho?
– No es eso; realmente no la extraña tanto. El que de veras la extraña es el padre de Tim, tanto que no creo que viva por mucho tiempo. Es un anciano muy bueno, pero parece que perdió las ganas de vivir cuando murió su esposa. Frente a mis propios ojos se va extinguiendo poco a poco. Y él lo sabe; el otro día me lo dijo.
– Y cuando muera, Tim se quedará solo.
– Así es.
– ¿Y se da Tim cuenta de todo eso?
– Sí; tuve que decírselo. Lo aceptó con serenidad.
– ¿Tiene alguna clase de seguridad económica?
– Bastante. En la familia pusieron casi todo lo que tenían para asegurarse de que a Tim jamás le faltara dinero por el resto de su vida.
– ¿Y dónde entra usted, Mary?
– Ron, el padre de Tim, me preguntó si quería yo hacerme cargo de su hijo cuando él muera y yo le contesté que sí.
– ¿Se da usted cuenta de lo que le espera?
– ¡Ah, sí! Sin embargo, ya aparecieron algunas complicaciones que no esperábamos -Mary bajó la vista y se contempló las manos-. ¿Cómo puedo aceptarlo, John?
– ¿Se refiere usted a lo que la gente pueda decir?
– En parte, aunque si eso fuera todo, no tendría miedo en arrostrar las consecuencias. No puedo adoptarlo porque ya es mayor de edad, pero Ron me ha dado poderes legales completos en los asuntos de Tim y, como quiera que sea, yo tengo bastante dinero; no necesito el de Tim.
– ¿Qué es, entonces?
– Tim se ha encariñado mucho conmigo, no sé por qué. Fue algo extraño… desde el mismo principio parecí gustarle, como si viera en mí algo que ni yo misma puedo ver. Hace ya dos años que nos conocimos… en aquellos días la cosa era sencilla. Éramos amigos, muy buenos amigos. Luego, cuando su madre murió, fui a ver a la familia y la hermana de Tim, Dawnie, que es una muchacha inteligente y quiere mucho a Tim, me lanzó unas acusaciones horribles y completamente sin fundamento. Dio a entender que yo era la amante de Tim, que me estaba aprovechando de su debilidad mental para explotarlo y corromperlo.
– Ya veo. Debe haber sido todo un shock, ¿o no?
– Sí. Fue algo horrible porque nada de eso es verdad. Tim estaba presente cuando dijo todo eso, pero afortunadamente no comprendió lo que ella quería decir. Sin embargo, lo echó a perder todo para mí y, en consecuencia, para él. Pasé una vergüenza terrible. El padre de Tim estaba ahí, pero tomó mi partido, ¿no es eso extraño? Se negó a creer una sola palabra de lo que ella había dicho, así es que la cosa no hubiera debido afectar en lo absoluto mi amistad con Tim. Sin embargo, sí la afectó, tal vez de una manera inconsciente, tal vez consciente, no lo sé. Desde entonces se me ha hecho muy difícil portarme con toda la naturalidad con Tim y, además, Ron me dio tanta lástima que todos los fines de semana nos lo llevamos con nosotros a la casa de campo.
»Llevamos así ya casi seis meses -prosiguió Mary después de una corta pausa- y Tim ha cambiado bastante. Se volvió silencioso y retraído y parecía no querer tener comunicación con ninguno de los dos. Estábamos terriblemente preocupados. Luego, una mañana hubo una terrible escena entre Tim y yo y todo quedó al descubierto. Tim estaba celoso de su padre; pensaba que Ron lo había reemplazado en mi afecto. Por eso tuve que decirle que su padre se estaba muriendo.
– ¿Y? -la apremió John Martinson cuando ella se detuvo; él se había inclinado hacia delante y la miraba fijamente.
Extrañamente, el auténtico interés que él mostraba le dio ánimo para proseguir.
– Tim, literalmente, se llenó de gozo cuando comprendió que mis sentimientos para con él no habían cambiado, que me seguía gustando. «Gustar» es la palabra que él usa; podrá decir que le encanta el pastel o las películas de vaqueros en la televisión o la jalea o el budín, pero cuando se refiere a personas a las que les tiene afecto, siempre dice que le gustan, no que las quiere. Es extraño, ¿verdad? Su mente es tan pura y tan directa que hace una interpretación literal de las palabras gustar y amar; oye que la gente dice que le encanta la buena comida o divertirse, pero se fija en que, cuando hablan de otro ser humano, dicen que les gusta. Así es que él dice lo mismo. Tal vez en eso tenga razón.
Las manos empezaron a temblarle y ella las mantuvo quietas cerrando los puños fuertemente en su regazo.
– Aparentemente, durante todo ese tiempo en que él pensaba que Ron me gustaba más que él, estaba tan perturbado que pensó en alguna manera de probarme que el afecto que me tenía era genuino y verdadero. La televisión fue la que le dio la respuesta y él razonó que, cuando a un hombre le gustaba una mujer, se lo probaba besándola. A no dudar, él también notó que en las películas dicha acción por lo común terminaba en un final feliz. -Mary se estremeció ligeramente-. En realidad yo tengo la culpa -agregó-. Si hubiera estado más alerta, hubiera podido evitarlo, pero fui lo bastante ciega para no verlo a tiempo. ¡Qué tonta fui!
»Tuvimos una escena verdaderamente terrible durante la cual me acusó de que Ron me gustaba más que él y cosas así. Tuve que explicarle por qué le daba atención a Ron, diciéndole que éste se estaba muriendo. Como puede usted imaginarse, eso lo trastornó profundamente. Ninguno de los dos estábamos serenos, sino bastante trastornados y tensos. Cuando el shock de saber lo de su padre pasó un poco, comprendió que él me seguía gustando más que Ron. Se levantó de un salto y me tomó tan de sorpresa que no comprendí lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde.
Mary miró a John Martinson de una manera suplicante.
– No supe qué hacer ni qué sería lo mejor y, en cierto modo, no me atreví a humillarle rechazándolo.
– Lo comprendo todo perfectamente, Mary -repuso él, alentándola-. Por lo tanto, usted respondió, ¿o no es así?
La vergüenza le había encendido el rostro, pero se las arregló para responder calmadamente.
– Sí. En ese momento me pareció que era lo más adecuado, que era más importante hacerle sentir que no había sufrido ningún rechazo, que el rechazarlo. Además… yo también estaba demasiado conmovida y no pude evitarlo. Me besó y, afortunadamente, no tuve que luchar con algo más serio porque en esos momentos oímos a Ron llamándonos y eso me dio una excusa excelente para apartarme de él.
– ¿Cómo reaccionó Tom al beso?
– No exactamente como yo me imaginaba. Le gustó mucho y le excitó. A partir de entonces puedo decir que ya me ve de una manera diferente y que quiere más de esa nueva sensación. Le expliqué que tal cosa no estaba bien, que era algo prohibido, que aunque era algo que podía suceder entre muchas personas, no podía suceder entre nosotros y, superficialmente, lo comprendió. Realmente captó el hecho de que estaba prohibido y ha cooperado de una manera espléndida. No ha vuelto a suceder ni sucederá en el futuro.
Un coro de risas se dejó oír en la casa; Mary se estremeció, asustada, perdiendo momentáneamente el hilo de sus pensamientos. Aferrando su bolso, quedó inmóvil, con el rostro pálido.
– Prosiga -repuso él-. No ha vuelto a suceder…
– Supongo que para Tim debe haber sido algo así como abrir la puerta a un mundo enteramente nuevo y luego descubrir que no puede entrar. Sin embargo, uno sabe que la puerta sigue abierta y el mundo nuevo es verde y hermoso. ¡Me da tanta lástima y me siento tan incapacitada para hacer algo…! Yo soy la causa de su desdicha. No volverá a hacerlo, pero tampoco puede olvidar la ocasión en que sucedió. Ron lo ha mantenido absolutamente ignorante sobre asuntos de naturaleza física y, como nunca había oído hablar de eso y mucho menos lo había sentido, no le hacía falta alguna. Pero ahora ya probó y eso lo está royendo sin misericordia.
– Por supuesto -dijo John, dejando escapar un suspiro-. Eso era algo inevitable, Mary.
Ella tenía la mirada por encima de la cabeza de John, fija en una minúscula araña que bajaba poco a poco por la pared, no atreviéndose a mirarlo a los ojos.
– Naturalmente -reanudó Mary-, no pude decirle a Ron lo que había sucedido pero, al mismo tiempo, ahora todo ha cambiado. ¿Cómo voy a recibir a Tim cuando Ron muera? Si Ron supiera, ni siquiera me lo pediría, estoy segura. No puedo recibirlo ahora ¡y eso me está matando! Por el momento me las puedo arreglar y puedo mantener a Tim ocupado y feliz dos días a la semana, especialmente con Ron allí. ¿Pero cómo nos las vamos a arreglar los dos viviendo en la misma casa todo el tiempo? ¡Oh, John, sencillamente no sé qué hacer! Si supiera que había la más ligera oportunidad de que Tim olvidara, todo sería diferente y de alguna manera yo encontraría valor para separarnos, pero sé que él no lo olvidará, y cuando lo sorprendo mirándome en esa forma yo… Tim no es de esos bobalicones que no pueden retener nada, ¿ve usted? Tiene capacidad para absorber y cimentar recuerdos si éstos le causan una impresión profunda o si repite un hecho varias veces. Cada vez que me mira se acuerda de aquello y no es lo bastante listo para ocultarlo. Está enojado y lastimado y muy resentido, y aunque comprende que eso no debe volver a suceder, nunca entenderá verdaderamente el porqué.
– ¿Y ha pensado usted en alguna solución, Mary?
– No realmente. ¿No existe alguna clase de refugio en el que personas como Tim, que son adultos físicamente pero todavía niños de mente, puedan estar cuando se quedan solos o no tienen familia? Si él viviera en un lugar así, yo podría tenerlo conmigo los fines de semana.
– ¿Y no se le ocurre alguna otra cosa?
– No volverlo a ver. Pero ¿cómo podría hacer eso, John? A él no le haría ningún bien irse con Dawnie… ¿o no será eso simple egoísmo de mi parte? ¿Verdaderamente significo tanto para él como yo pienso o es que yo misma quiero creerlo así? Supongo que es posible que él me olvide una vez que quede instalado con Dawnie, pero no los veo, a ella y a su marido, atendiendo a Tim como él lo necesita. Ella tiene responsabilidades más importantes y no podría dedicarse a Tim del mismo modo que yo lo haría.
– Todavía hay otra solución que no se le ha ocurrido.
– ¿De veras? -Mary se inclinó hacia delante con los ojos fijos en él-. ¡Si supiera cuánto he deseado oírle decir algo así!
– ¿Por qué no se casa usted con Tim?
Mary se quedó mirando a John con la boca abierta, tan atónita que pasaron algunos segundos antes de que pudiera exclamar:
– ¡Está usted bromeando!
De pronto la silla le pareció demasiado dura y estrecha; se puso de pie y recorrió la habitación a todo lo largo; luego regresó y se detuvo frente a él.
– ¿Está usted bromeando? -repitió lastimeramente, convirtiendo la exclamación en pregunta.
En el escritorio había una pipa; él la tomó y empezó a llenarla, apretando el tabaco lentamente y con todo cuidado como si eso lo ayudara a concentrarse.
– No estoy bromeando, Mary -repuso-. Es la única respuesta lógica.
– ¿Respuesta lógica? ¡Por Dios, John! ¡Ésa no es una respuesta de ninguna manera! ¿Cómo puedo casarme con un muchacho, retrasado mental, lo bastante joven como para ser mi hijo? ¡Sería criminal!
– ¡Vaya disparate! -barbotó él chupando la pipa furiosamente y mordiéndola al mismo tiempo-. ¡Piense usted con la cabeza, mujer! ¿Qué otra cosa puede hacer sino casarse con él? Comprendo muy bien que usted no haya pensado en eso, pero ahora que alguien le da la idea, ¡no hay excusa alguna para hacerla a un lado! Eso sería criminal, ya que a usted le gusta esa palabra. ¡Cásese con él, Mary Horton, cásese con él!
– ¡Por ningún motivo! -contestó, verdaderamente enojada.
– ¿Qué le pasa? ¿Tiene miedo de lo que la gente pueda decir?
– ¡Bien sabe usted que no es eso! ¿Cómo voy a poder casarme con Tim? ¡La sola idea es descabellada!
– ¡Tonterías, mujer, tonterías! ¡Por supuesto que puede usted casarse con él!
– ¡No, no puedo! ¡Soy lo bastante vieja para ser su madre, soy una solterona fea y agria, no soy pareja digna de él!
Martinson se levantó, se inclinó sobre ella, la tomó de los hombros y la sacudió con tanta fuerza que ella se sintió mareada.
– ¡Ahora escúcheme bien, señorita Mary Horton! ¡Si usted no es pareja digna de él, él tampoco es pareja digna de usted! ¿Es eso un noble autosacrificio? Yo no puedo soportar la nobleza; todo lo que hace es hacer infeliz a la gente. ¡Dije que tiene usted que casarse con él y lo repito! ¿Quiere usted saber por qué?
– ¡Claro que sí!
– Porque no pueden vivir el uno sin el otro, ¡por eso! ¡Buen Dios, mujer, se nota a la legua lo enamorada que está usted de él y él de usted! ¡Ésa no es ninguna amistad platónica y nunca lo ha sido! ¿Qué sucedería si siguiera usted la segunda de las alternativas y dejara de verlo? Tim no le sobreviviría a su padre más de seis meses, lo sabe usted bien, y probablemente usted se pasaría los muchos años de vida que le quedan como una sombra de la que era antes, en un mundo tan gris y lleno de lágrimas que desearía morir mil veces cada uno de sus interminables días. En cuanto a su primera alternativa, no hay lugar así porque los pocos que existen tienen unas listas de espera tan extensas que tardarían años en aceptar a Tim, y éste no viviría lo suficiente para llegar ni a la puerta, ¿Es eso lo que quiere usted… matarlo?
– ¡No, no! -balbuceó ella, buscando frenéticamente un pañuelo.
– ¡Escúcheme! Tiene que dejar de pensar en usted misma como en una solterona fea y agria, aun cuando así sea. Yo reto a cualquiera a que me explique qué es lo que una persona ve en otra y, en cuanto a usted, no debería ni siquiera atreverse a preguntarlo. Piense lo que piense de sí misma, Tim cree que usted es algo totalmente diferente, y muy deseable. Dijo que no sabía qué era lo que él veía en usted, pero que, fuera lo que fuese, no podía verlo por sí misma. ¡Dé gracias por eso! ¿Por qué rechazarlo en un exceso de autosacrificio y orgullo? ¡Sería un sacrificio tan inútil, tan falto de sentido…!
»¿Cree que él cambiará, que se cansará de usted? -prosiguió John-. ¡Piense con la cabeza! No estamos hablando de un hombre de mundo, exquisitamente hermoso y sofisticado, sino de una pobre criatura tonta, ¡tan simple y tan fiel como un perro! ¡Oh!, a usted no le gusta oírme hablar así, ¿no es verdad? Bien, pues en estos momentos no hay lugar para eufemismos ni ilusiones, Mary Horton; sólo hay espacio para la verdad, tan descarnada y en bruto como la verdad puede serlo. A mí no me interesa saber por qué Tim puso su afecto en usted, lo único que me interesa es el hecho de que lo hizo. Él la ama, así de sencillo es eso. ¡La ama!, ¿me oye? Por improbable, absurdo, inexplicable que pueda ser, él la ama. Al igual que usted, no sé por qué, pero es un hecho concreto. ¿Y qué diablos pasa con usted que hasta se atreve a pensar en despreciar su amor?
– ¡Usted no lo comprende! -repuso Mary, llorando, con la cabeza entre las manos y los dedos hundiéndose en el pelo y desordenándolo.
– Comprendo mejor de lo que usted cree -contestó él en un tono más amable-. Tim la ama, la ama desde lo más profundo de su ser. Por alguna razón, de todas las personas que él ha conocido, puso su afecto en usted y en usted se quedará. Él no se va a aburrir ni a cansar de usted ni la va a dejar por una mujer más bonita o más joven de aquí a diez años; él no va tras su dinero del mismo modo que su padre tampoco va tras su dinero. Ciertamente usted no vale mucho, así que no tiene belleza que perder, ¿o no? Además, él tiene belleza más que suficiente para los dos.
Mary alzó la cabeza y trató de sonreír:
– De veras que es usted sincero -dijo.
– Lo soy porque tengo que serlo. Pero eso es sólo la mitad, ¿no es así? No me diga que jamás ha admitido que lo ama tanto como él a usted.
– ¡Oh, sí lo he admitido! -afirmó ella irónicamente.
– ¿Cuándo? ¿Hace poco?
– Hace mucho tiempo, antes que su madre muriera. Una noche él me dijo que me parecía a un cuadro de Santa Teresa que hay en su casa y, no sé por qué, eso me quitó la venda de los ojos. Lo he amado desde el primer momento en que lo vi, pero fue sólo entonces cuando lo admití ante mí misma.
– ¿Y cree que se cansaría de él alguna vez?
– ¿Cansarme de Tim? ¡No, ah, no!
– Entonces, ¿por qué razón piensa usted que no puede casarse con él?
– Porque soy lo bastante vieja como para ser su madre y porque él es muy hermoso.
– No es bastante buena esa respuesta, Mary. Todo ese asunto de la apariencia es una tontería y ni siquiera me voy a molestar en discutirlo con usted. En cuanto a la objeción de la edad, creo que sí vale la pena discutir ese punto. ¡Usted no es su madre, Mary! No se siente como su madre y él no piensa en usted como en una madre. Ésta no es una situación ordinaria; no se trata de dos personas crecidas física y mentalmente con una disparidad de edades tal como para crear dudas sobre lo genuino de los lazos emocionales que las unen. Usted y Tim son algo único en los anales de la humanidad. No quiero decir que una solterona de más de cuarenta años nunca se haya casado con un hombre lo bastante joven como para ser su hijo, y quizás hasta con un retrasado mental; pero pienso que ustedes forman una pareja verdaderamente rara desde todo punto de vista y que usted más vale que acepte lo extraordinario de dicha situación. No hay nada que los ligue a ustedes, excepto el amor del uno por el otro, ¿o no es así? Hay entre ustedes una gran diferencia de edad, de belleza, de inteligencia, de posición económica, del lugar que ocupan dentro de la sociedad, de antecedentes, de temperamento… y podría proseguir así indefinidamente, ¿o no? Los lazos emocionales que los unen a usted y a Tim son genuinos, lo bastante genuinos como para haber traspuesto todas esas diferencias innatas. No creo que nadie en este mundo, incluyéndose usted misma, pueda descubrir la razón de por qué se complementan tanto usted y él. Sencillamente, así es; ¡cásese con él, Mary Horton, cásese con él! Tendrá usted que soportar una gran cantidad de chismorreos, de dedos señalándola y de conjeturas, pero en realidad todo eso no importa. Ya ha tenido que soportar algo de eso, me imagino, ¿por qué entonces no darles a las viejas chismosas algo verdaderamente de qué hablar? ¡Cásese con él!
– Pero es que… es indecente, ¡es casi obsceno!
– Estoy seguro de que es eso lo que van a decir todos.
Mary alzó el mentón en gesto desafiante.
– No me importa lo que otra gente diga -afirmó-. Lo único que me interesa es cómo afectará eso a Tim, cómo lo tratarán los demás si se casa conmigo.
John Martinson se encogió de hombros.
– Le aseguró que él sobrevivirá a las críticas mucho mejor que a una separación -dijo.
Ella tenía los puños en el regazo y él le puso una mano sobre ellos con fuerza, con los ojos chispeando.
– Piense en esto, Mary. ¿Por qué no debe casarse Tim? ¿Qué es eso tan especial que tiene Tim? Puede usted decir que piensa en él como en un hombre, pero yo no estaré de acuerdo con eso. Las únicas veces que usted ha pensado en él como hombre casi se ha muerto de horror, ¿no es así? Y la razón de eso es que usted ha cometido la equivocación que todos cometen con los retrasados mentales. En la mente de usted Tim ha quedado grabado como un niño. ¡Pero él no es un niño, Mary! Al igual que la gente normal, los retrasados mentales están sujetos al crecimiento y al cambio a que llegan con la madurez; dentro del limitado alcance de su desarrollo psíquico, dejan de ser niños. Tim es ya un hombre adulto, con todos los atributos físicos de un hombre adulto y un metabolismo hormonal perfectamente normal. Si hubiera sufrido alguna lesión en una pierna, caminaría cojeando, pero como la lesión ocurrió en el cerebro, cojea mentalmente, pero ese defecto no le impide ser hombre, del mismo modo que no se lo impediría una pierna defectuosa.
»¿Por qué debe Tim pasar por la vida privado de la oportunidad de satisfacer una de las necesidades más poderosas que conocen su cuerpo y su espíritu? ¿Por qué hay que negarle su hombría? ¿Por qué debe ser protegido y escudado de su propio cuerpo? ¡Mary, él está ya privado de demasiadas cosas! ¡Tantas cosas! ¿Por qué privarlo de más todavía? ¿No tiene derecho, siendo hombre, a su virilidad? ¡Hay que honrar al hombre que hay en él, Mary Horton! ¡Cásese con él!
– Sí, ya veo -repuso ella y se quedó en silencio, pensativa. Al fin alzó la cabeza-. Muy bien, entonces, si usted piensa que es lo mejor, dadas las circunstancias, me casaré con él.
– ¡Así se hace! -contestó él y sus rasgos se suavizaron-. Lo disfrutarán los dos más de lo que usted cree, ya verá.
Ella frunció el ceño.
– ¡Pero va a haber tantas dificultades! -comentó.
– ¿Acaso con su padre?
– No lo creo. No, me imagino que a Ron le gustará la idea, aunque bien pudiera ser el único. Sin embargo, en cuanto a Tim y a mí, ambos somos igualmente inexpertos en eso y no estoy segura de poder resolver satisfactoriamente todos los problemas al respecto.
– Se está preocupando innecesariamente. El problema es que usted es una mujer que piensa demasiado y trata de enfrentarse a cosas que acostumbran resolverse solas cuando el tiempo llega. En lo que se refiere a las necesidades de Tim, creo que está usted magníficamente provista para eso, diría yo.
Dominando su súbito deseo de llorar, Mary se las arregló para no perder la compostura.
– No debo tener hijos, ¿verdad? -interrogó.
– No. No debe tenerlos. No es que las deficiencias de Tim sean hereditarias, al parecer no hay mucho peligro de eso, pero usted ya está llegando a una edad en la que es posible que no viva lo suficiente para ver a ninguno de sus hijos alcanzar la edad madura, y las condiciones de Tim le impiden reemplazarla si usted llegara a faltar. Además, ya tiene usted una edad como para que se repita la desventura de la madre de él, y si esto sucediera, sería una de las mayores ironías de la vida. Estadísticamente hablando, si usted empieza a tener familia después de los treinta y cinco años, decrecen las posibilidades de que tenga una criatura normal, y mientras más lejos haya dejado los treinta y cinco cuando empiece, menores serán sus probabilidades.
– Lo sé.
– ¿Cree usted que le entristecerá no tener hijos? ¿Que este hecho sea algo que llene su vida de desencanto?
– ¡No! ¿Cómo podría serlo? Nunca había pensado en casarme ni lo había ambicionado. Tim es más que suficiente para mí.
– No será nada fácil.
– Lo sé.
John se sacó la pipa de la boca y dejó escapar un suspiro.
– Bien, Mary -dijo-. Le deseo toda la suerte y felicidad del mundo. Ahora todo depende de usted.
La mujer se puso en pie, recogiendo su cartera y sus guantes.
– Y yo le estoy muy agradecida, John -repuso-. Ahora, más que nunca, estoy en deuda con usted y le doy mi palabra de que ayudaré a su causa en todo lo que pueda.
– No me debe nada. La alegría que siento tan sólo de saber que Tim es feliz, es recompensa más que suficiente. Simplemente venga a visitarme de vez en cuando.
En lugar de dejar a Tim en la calle Surf, Mary entró en la casa con él. Ron estaba en la sala; en la televisión estaban dando el último resumen deportivo.
– ¿Qué tal, Mary? No la esperaba a estas horas.
Ella se sentó en el sofá mientras Tim colocaba su cartera y sus guantes en un lugar seguro.
– Quería hablar un poco con usted, Ron. Se trata de algo importante y me gustaría tratarlo de una vez mientras todavía tengo el valor necesario.
– ¡Lo que usted diga, querida! ¿Desea una taza de té y un pedacito de pastel?
– Me parece muy buena idea -contestó, alzando el rostro para mirar a Tim con una sonrisa-. ¿Tienes que trabajar mañana, Tim?
El joven asintió con la cabeza.
– No quiero obligarte, pero creo que ya es hora de que te vayas a acostar. Tu padre y yo tenemos algo de qué hablar, pero te prometo que no será un secreto y te lo diré todo este fin de semana, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. Buenas noches, Mary -contestó él.
Cuando estaban en su casa, nunca le pedía a ella que lo arropara.
Ron colocó tazas y platos en la mesa de la cocina mientras la tetera hervía, observando a Mary atentamente con el rabo del ojo.
– Se ve usted verdaderamente cansada, querida -observó.
– Y lo estoy. Fue un día agotador.
– ¿Qué dijo el maestro acerca de Tim?
La taza de Mary estaba desportillada; ella empezó a pasar la punta del dedo por el borde al que le faltaba un pedacito, pensando cómo abordar el tema. Cuando alzó el rostro para mirar a Ron, se veía vieja y fatigada.
– Ron -dijo-, no le dije toda la verdad de por qué llevé a Tim a casa de John Martinson esta noche.
– ¿No?
– No -repuso. Una y otra vez, la punta del dedo pasaba sobre el borde desportillado; bajó la vista, incapaz de seguir hablando, viendo al mismo tiempo aquellos grandes ojos azules tan parecidos a los de Tim en su forma y tan diferentes en su expresión-. Esto es muy difícil para mí porque creo que no tiene usted la menor idea de lo que voy a decirle. Ron, ¿se le ha ocurrido a usted que me va a ser muy difícil hacerme cargo de Tim si algo le sucediera a usted?
La mano que sostenía la tetera tembló de repente y algo de té se derramó en la mesa.
– ¿Ha cambiado usted de opinión?
– No. Yo no haría eso, Ron, a menos que a usted no le guste la solución que he encontrado para el problema -juntó las manos frente a su taza y se las arregló para mirar al anciano directamente a los ojos-. Tim y yo siempre hemos tenido una relación muy especial y usted lo sabe. De toda la gente que él conoce es a mí a quien más quiere. No sé por qué y ya no trato de averiguarlo. No sería exagerado decir que me ama.
– No, no lo es. Él la ama a usted, Mary. Por eso es por lo que quiero que sea usted quien lo recoja cuando yo me vaya.
– Yo también lo amo. Lo he amado desde el primer instante en que lo vi, de pie a la luz del sol, viendo cómo el camión vaciaba cemento en las adelfas de Emily Parker. Entonces yo no sabía que era retrasado mental, pero cuando lo supe, eso no cambió nada; de hecho sólo me hizo quererlo más. Durante mucho tiempo yo no le di importancia a la diferencia de sexos, hasta que, primero Emily Parker y luego la hija de usted, me dieron unas buenas sacudidas al respecto. Usted siempre ha mantenido a Tim ignorante de esas cosas, ¿no es así?
– Tuve que hacerlo, Mary. Siendo Es y yo ya viejos, sabía que había muchas probabilidades de que ni ella ni yo estuviéramos vivos cuando él creciera, así que hablamos sobre lo que tendríamos que hacer cuando él todavía era muy chico. Sin nosotros para cuidarlo, y tan guapo como es, nos pareció que era fácil que se metiera en muchos problemas si descubría para qué servían las mujeres mientras todavía fuera joven y la urgencia fuese muy fuerte. Eso fue fácil hasta que ya pudo empezar a trabajar, pero en cuanto comenzó con Harry Markham yo sabía que sería muy difícil. Así es que fui y hablé con Harry, aclarándole específicamente que yo no quería que ninguno de sus operarios metiera a Tim en problemas o tratara de avivarlo sobre los hechos de la vida. Le advertí a Harry que si alguno de ellos trataba de hacer algo de eso, les echaría la policía encima por contribuir a la corrupción de un menor de edad, y un menor que, además, no era normal. Fue lo único que les pedí y supongo que se han divertido atormentándolo con otras cosas, pero debo decir que se portaron bien en el asunto del sexo y hasta acostumbraban cuidarlo y no dejaban que las mujeres se le acercaran. Bill Naismith casi siempre va y viene del trabajo con Tim porque vive en la parte más alta de Coogee Bay Road. Hasta ahora todo ha ido bien. Hemos tenido suerte, por supuesto. Siempre había el riesgo de que algo pudiera suceder, pero hasta la fecha no ha pasado nada.
Mary sintió la picazón de la sangre que le afluía al rostro.
– ¿Y por qué fue usted siempre tan inflexible al respecto, Ron? -preguntó, desesperada por retrasar el momento de la confesión.
– Pues bien, Mary; uno siempre tiene que sopesar el placer y el dolor, ¿no es así? A Es y a mí nos parecía que el pobre Tim acabaría recibiendo más dolor que placer en eso de jugar con las mujeres y el sexo. A su madre y a mí nos pareció que era mejor mantenerlo ignorante. Es terriblemente cierto que aquello que uno no conoce no lo extraña, y con él trabajando tan duro como acostumbra, la cosa nunca ha sido una carga para él. Supongo que eso le parecerá cruel a alguien que vea las cosas desde el otro lado, pero nosotros pensábamos que estábamos haciendo lo adecuado. ¿Usted qué opina, Mary?
– Estoy segura que ustedes actuaron pensando en qué sería lo mejor para Tim, Ron. Siempre lo han hecho.
Sin embargo, pareció que él interpretaba su respuesta como evasiva, porque se apresuró a explicarse más ampliamente.
– Afortunadamente para nosotros, tuvimos un buen ejemplo en nuestras propias narices cuando Tim todavía era un niño. Había una muchacha simplona en la misma calle en la que vivíamos y su madre se las veía negras con ella. Estaba mucho peor que Tim, y además, era fea. Un desalmado se encaprichó con ella cuando tenía quince años, a pesar de los granos y de lo gorda que estaba y de que babeaba. Hay hombres que son capaces de cargar con cualquier cosa. Y desde entonces, a la pobre idiota la embarazan un año sí y otro también, y tiene una criatura tras otra, y la que no sale tarada sale con labio leporino, hasta que al fin la internaron en un instituto. Ahí es donde la ley se equivoca, Mary, y debía permitir el aborto. Hasta dentro del instituto seguían acosándola, por lo que al final tuvieron que operarle las trompas. Y fue su misma madre la que nos dijo que no dejáramos que a Tim empezaran a ocurrírsele ideas.
Ignorando el murmullo de simpatía de Mary, el anciano se levantó y empezó a recorrer la habitación con inquietud; era evidente que la decisión tomada hacía tantos años aún seguía atormentándole.
– Hay gente a quien no le importa si una persona es simple, todo lo que quieren es divertirse un poco. Les gusta el hecho de que ellos no tengan que preocuparse por esa persona, pues no tiene la inteligencia suficiente para perseguirles y hacerles pasar un mal rato cuando se cansan de divertirse con ella. ¿Y por qué han de preocuparse? Creen que porque la persona no es mentalmente normal no siente como sentimos los demás y la patean del mismo modo como patearían a un perro, burlándose de ella en su cara porque la inocente regresa por más, moviendo la cola y con la panza en el suelo.
»Pero los que son como Tim y la muchacha que vivía en nuestra misma calle sienten, Mary, y no son tan estúpidos, especialmente en el caso de Tim. ¡Cristo santo, si hasta un animal puede sentir! Nunca olvido lo que nos pasó una vez con Tim, que en ese entonces era pequeñito pues tendría siete u ocho años. Ya empezaba a hablar como si supiera lo que significaban las palabras… y un día se presentó con una gatita mugrienta y Es le dijo que podía conservarla. Bien, no mucho después que la gatita creció y se hizo gata, empezó a inflarse como un balón y, cuando nos dimos cuenta, eran gatitos. Yo estaba que saltaba de enojo pero, por suerte, o por lo menos así lo creí, los había tenido detrás de la chimenea de nuestro cuarto, y yo decidí librarme de los gatos antes de que Tim se diera cuenta de lo que pasaba. Tuve que desprender la mitad de los ladrillos para llegar hasta donde estaba la gata pues, para empezar, jamás supe cómo había logrado meterse ahí. Y ahí estaba, toda cubierta de hollín, al igual que los gatitos, y yo tenía a Es pegada en el pescuezo riéndose a más no poder y diciendo que era bueno que la gata fuese negra porque así no se le notaba el hollín. El caso es que yo tomé todos los gatitos, los llevé al patio de atrás y los ahogué en una cubeta con agua. Y nunca me he arrepentido tanto de haber hecho algo en toda mi vida. La pobre gata infeliz se paseaba por la casa los días enteros, llorando y maullando y buscando sus gatitos y alzando la cabeza para mirarme con sus ojos redondos y verdes tan llenos de fe en mí como si estuviera segura de que yo se los iba a devolver. Y lloraba, Mary, lloraba lágrimas de verdad y le rodaban por la cara como si fuera una mujer. Yo nunca había pensado que los animales pudieran llorar lágrimas de verdad. ¡Se lo juro por Dios!
»Había ratos en los que yo quería suicidarme. Es dejó de hablarme semanas enteras y, cada vez que la gata lloraba, Tim lloraba también.
Acercando su silla todavía más a la mesa, el anciano volvió a sentarse y extendió las manos. La vieja casa estaba muy tranquila, pensó Mary mientras Ron recapacitaba. No se oía más que el tic-tac del viejo reloj de la cocina y el ruido que hacía Ron al tragar saliva. No había por qué asombrarse de que a Ron ya no le gustara la casa después de haberla conocido tan diferente.
– Así que ya ve usted, Mary -continuó Ron-, si un gato puede tener sentimientos, lo mismo pasa con un retrasado como Tim, y sentimientos más fuertes, porque Tim no está tan mal. Tal vez nunca vaya a cambiar el mundo con sus ideas, pero tiene su corazón, Mary, un corazón muy grande y lleno de amor. Si él empezara algo con una mujer, la amaría mucho, ¿pero cree usted que ella podría amarlo? Para ella él no sería más que algo adicional, eso es todo, pero Tim se enamoraría locamente; yo no podría consentir eso.
»Tim tiene una cara verdaderamente hermosa y un cuerpo verdaderamente hermoso y ha habido mujeres, ¡y hombres!, detrás de él desde que tenía doce años. Y una vez que lo hicieran a un lado, ¿qué cree usted que pasaría con Tim? Me miraría como lo hacía aquella maldita gata, como si esperara que yo le devolviera a su amiguita y no comprendiera por qué ni siquiera yo lo intentaba.
Se hizo un silencio. En algún sitio, dentro de la casa, se oyó el sonido de una puerta al cerrarse. Ron alzó la cabeza y pareció recordar que Tim estaba en la casa con ellos.
– Dispénseme un momento, Mary.
Ella siguió sentada, escuchando el monótono tic-tac del reloj hasta que el anciano regresó con una ancha sonrisa en el rostro.
– Es un típico australiano, ese muchacho. Nadie puede convencerle de que se ponga más ropa que la necesaria y, si uno se descuida un poco, andaría por ahí tan desnudo como su madre lo echó al mundo. Tiene la mala costumbre de salir del baño después de darse una ducha sin siquiera una toalla encima y pensé que era mejor asegurarme de que no iba a asomarse por aquí. -De pronto se le quedó mirando fijamente y dijo en tono serio-: Espero que se porte bien cuando está con usted en su casa. ¿No tiene ninguna queja?
– Se porta perfectamente -contestó ella sintiéndose incómoda.
Ron volvió a tomar asiento.
– ¿Sabe usted? -reanudó-, es una verdadera bendición que seamos gente sencilla, de la clase trabajadora, Mary. Eso nos ha ayudado a proteger a Tim mejor que si fuéramos como el hombre de Dawnie, el Mick ése. Esos presumidos son más difíciles de catalogar, son más arteros, tanto los hombres como las mujeres, pero principalmente los hombres, supongo. En lugar de beber cerveza con sus iguales en una barra pública como el «Seaside», estaría en algún sitio elegante con todas las mujeres ociosas y todos los maricones del mundo. En nuestra clase tenemos las cosas mejor organizadas, por suerte. Lo negro es más negro y lo blanco es más blanco y casi nada de gris entre los dos extremos. Espero que me comprenda usted, Mary.
– Lo comprendo de veras. El problema es que Tim ya empezó a despertar gracias a la televisión. Él ha visto las escenas de amor y cree que es una buena manera de mostrarme cuánto le gusto.
– ¡Oh, por Dios! -Ron se enderezó en su asiento súbitamente-. Pensé que habíamos logrado que le tuviera miedo a eso. Creí que lo habíamos hecho tan bien que nunca intentaría algo así.
– Probablemente ustedes hicieron un buen trabajo asustándolo, pero, ¿sabe usted?, a lo mejor él no asoció lo que hacía con aquello que usted le había hecho temer. No surgió en su mente como algo carnal. Simplemente quería demostrarme cuánto le gusto. Desgraciadamente, al hacerlo, descubrió también cuánto le gustaba a él.
Ron se mostró horrorizado.
– ¿Quiere usted decir que la violó? ¡No puedo creerlo!
– ¡Claro que no! Me besó, eso es todo. Pero le gustó y eso ya no se le ha podido quitar de la mente. Me las arreglé para convencerlo de que eso estaba prohibido entre nosotros, pero ya despertó, Ron, ¡está despierto! Yo no voy a permitir que vuelva a suceder, ¿pero cómo podemos, usted o yo, borrárselo de la mente? ¡Lo hecho, hecho está! Mientras no hubo nada de lo que Dawnie o Emily Parker o quienquiera que sea piense, la cosa no importaba, pero desde que Tim me besó casi me vuelvo loca preguntándome qué rayos voy a hacer con él si algo le sucediera a usted.
Ron se había relajado un poco.
– Ya veo lo que quiere usted decir -comentó.
– Bien; el caso es que no sabía a quién acudir o con quién hablar. Por eso me llevé esta noche a Tim a que conociera a John Martinson. Yo quería que él viera a Tim y luego me diera su opinión franca sobre todo el asunto.
– ¿Y por qué no habló usted conmigo, Mary? -preguntó Ron en tono ofendido.
– ¿Y cómo podía yo hablar con usted, Ron? -repuso Mary-. Usted es el padre de Tim. Está usted demasiado dentro del asunto para poder adoptar un punto de vista imparcial. Si hubiera hablado con usted en primer lugar, no tendría en estos momentos nada que ofrecerle, excepto los hechos, no tendría yo dirección que seguir ni solución alguna. Si hubiera hablado primero con usted probablemente hubiéramos llegado a la conclusión de que no había nada que hacer, excepto separar a Tim de mí. Fui a ver a John Martinson porque él tiene una gran experiencia con personas que son retrasadas mentales y siente un verdadero interés por ellas. Pensé que, de todas las personas que conozco, él era el único capaz de pensar primero en Tim y eso es lo que yo quería, es decir, a alguien capaz de pensar exclusivamente en Tim.
– Muy bien, Mary; comprendo su punto de vista. ¿Y qué fue lo que él dijo?
– Me ofreció una solución y, según me la presentó, me hizo ver que no hay la menor duda de que es lo más sensato que podríamos hacer. Le dije que yo creía que usted estaría de acuerdo cuando la escuchara, pero ahora confieso que no me siento tan segura como me sentía cuando se lo dije así a John Martinson.
»Cualquier cosa que usted diga o piense al respecto, le aseguro que yo ya la he dicho o la he pensado, así es que nada de lo que usted diga puede sorprenderme ni lastimarme -agregó Mary y le alargó su taza a Ron para que le sirviera más té, ansiosa por tener algo qué hacer-. Tengo cuarenta y cinco años, Ron, y soy lo bastante vieja como para ser la madre de Tim; soy además una mujer sencilla y sin gracia, sin ningún atractivo físico para los hombres. Qué es lo que Tim ve en mí es algo que está totalmente fuera de mi alcance, pero lo ve. John Martinson dice que debo casarme con Tim.
– ¿Eso dice? -el rostro de Ron estaba curiosamente inexpresivo.
– Sí.
– ¿Por qué?
– Principalmente porque Tim me ama, y porque Tim es un hombre, no un niño. Cuando me dijo que él pensaba que debería hacerlo, me quedé sin saber qué decir de tan aturdida y créame que argumenté inmediatamente en contra de la idea. Es como juntar a un pura sangre con una yegua mestiza, unir la juventud y la belleza de Tim con una mujer como yo, y así se lo dije. Perdóneme por decirle esto, pero él contestó que había dos maneras de considerar el asunto, pues el juntar mi inteligencia con la estupidez de Tim era igualmente malo. No fueron ésas sus palabras; lo que él dijo fue: «Si usted no es una compañera adecuada para Tim, él tampoco es un compañero adecuado para usted.» Su punto de vista es que ni Tim ni yo somos el premio gordo para el otro si nos casamos, así es que, ¿qué hay de extraordinario en que lo hiciéramos? Yo me seguía oponiendo a la idea, principalmente por la gran diferencia de edades, pero eso también lo hizo a un lado. Soy yo la que le gusta a Tim, no la muchacha de al lado ni la hija de uno de sus compañeros de trabajo.
»Lo que me convenció de que John Martinson tenía razón fue algo que jamás se me hubiera ocurrido a mí, y estoy segura de que a usted tampoco se le ha ocurrido alguna vez. Ambos estamos demasiado cerca de Tim para poder verlo -agregó Mary, moviendo la cabeza-. Tim es ya un hombre crecido, Ron, y en ese aspecto es perfectamente normal. John me lo dijo de una manera casi brutal; me tomó por los hombros y me sacudió hasta que los dientes me castañetearon porque estaba furioso por mi falta de visión. ¿Qué pasaba conmigo, me preguntó, que me atrevía a negarle a Tim su derecho a ser un hombre de la única manera que podía serlo? ¿Por qué no habría Tim de gozar de la vida igual que cualquier otro?
»A mí jamás se me había ocurrido eso antes, preocupada como estaba por lo que otra gente pudiera pensar, imaginando cómo se reirían de él y cómo se burlarían y lo atormentarían porque se había casado con una solterona rica que por la edad podía ser su madre. Sin embargo, yo siempre había pasado por alto el hecho de que tiene derecho a sacarle a la vida lo mismo que cualquier otro pueda sacar.
Nuevamente bajó la vista y se puso a explorar el borde desportillado de la taza con la punta del dedo; Ron estaba ocultando sus reacciones bastante bien y ella no tenía idea de lo que pensaba; como para confundirla más todavía, él tomó la tetera para volver a llenarle la taza.
– Todos hemos oído hablar de contratiempos. Recuerdo que una vez me enojé muchísimo porque una de las muchachas de la oficina se enamoró de un parapléjico y éste se negaba a casarse con ella. Archie conocía a la chica lo bastante bien para estar seguro de que era mujer de un solo hombre y de que jamás habría para ella ningún otro sino el que había escogido. Por lo tanto, fue a ver al tipo y le dijo que no tirara por la borda su oportunidad de ser feliz simplemente porque no era hombre en ese sentido de la palabra. Y todos estuvimos de acuerdo en que Archie había hecho lo adecuado, que no había razón alguna para que la muchacha no se casara con su hombre en una silla de ruedas. La vida es más que eso, como Archie les dijo.
»Y la vida es más que eso, Ron, pero, ¿qué hay acerca de Tim? ¿Qué le está dando la vida a Tim y qué más podría darle? Con toda seguridad, a Tim puede irle mejor que a mí. ¿Pero será así? ¿Será así en la realidad? Sea yo lo que sea, Tim me ama. Y sea él lo que sea, yo lo amo. Conmigo él estará seguro, Ron, y si casándome con él puedo colmar su vida tanto como es posible hacerlo, entonces me casaré con él en contra de todo el mundo, incluyéndole a usted.
La sensación de estar al borde de un precipicio había desaparecido enteramente mientras hablaba; Ron la miraba con aire de curiosidad. En varias ocasiones la había visto conmovida, pero nunca así, tan vibrantemente viva. En ningún aspecto se le podría adjudicar a Mary la palabra «tímida» pues lo único que distinguía su rostro era su fuerza de carácter. Ahora parecía que la cara se le había encendido con una belleza pasajera que desaparecería en cuanto su celo se apagara: Ron se sorprendió pensando qué efecto produciría en ella el casarse con Tim. Más viejo e infinitamente más versado en el mundo que Mary, sabía que la respuesta nunca era sencilla.
– Por lo común las mujeres viven más que los hombres -prosiguió ella con decisión- de modo que hay muchas probabilidades de que esté a su lado durante muchos años. No soy tan vieja como para que nos pongamos a considerar que vaya a morirme pronto y a dejarle solo. Él no va a salir a buscar a ninguna muchacha bonita porque su esposa se esté poniendo fea y gastada.
»Ya estoy fea y gastada, Ron, pero a él no le preocupa eso en absoluto.
»También se me ocurrió que simplemente viviéramos juntos, ya que, a los ojos de mucha gente, ése sería un pecado menos grave, pero John Martinson tiene razón. El matrimonio es lo mejor. Si me caso con él, tendré autoridad plena y legal sobre él y Dawnie nunca podrá quitármelo. Dawnie me ha estado preocupando desde hace tiempo. No creo que usted se haya puesto a pensar con qué facilidad podría arrancarme la custodia de Tim en cuanto a usted le sucediera algo. ¿Y por qué lo iba usted a pensar? Es su hija y usted la quiere muchísimo. Sin embargo, no me puede ver y jamás admitiría que yo puedo ser mejor para Tim que ella. Las cartas de usted para ella y para Mick, el poder legal que usted me ha dado, todo eso no significaría nada si Dawnie realmente quisiera crearme dificultades. A la muerte de usted, Dawnie se convertiría en tutora legal de Tim ante los ojos de cualquier tribunal de este país, a pesar de todas las instrucciones que usted hubiera dejado al respecto.
»Yo no soy ni siquiera pariente. No hace mucho que conozco a Tim y nuestra relación es ya altamente sospechosa.
»Cuando usted me pidió por primera vez que me hiciera cargo de Tim, yo no pensé nada más allá del hecho de que usted confiaba en mí de una manera tan magnífica, pero creo que no puede usted ser lo bastante imparcial para ver a Dawnie tal como es. Ella adora a Tim, pero me odia a mí con esa misma intensidad, y Tim se convertiría en su víctima. John Martinson no comprendió la magnitud de la enemistad que Dawnie me tiene, pero a pesar de eso acertó con la única solución que es factible. Debo casarme con Tim.
Ron rió irónicamente.
– ¿No es curiosa esta vida? -preguntó-. En una cosa sí tiene usted razón, Mary. La gente les perdonaría el que vivieran juntos más fácilmente que si se casaran. Es una de esas situaciones extrañas en las que el matrimonio es casi un crimen, ¿o no?
– Ésa es exactamente la palabra que yo empleé con John Martinson. Criminal.
Ron se puso en pie, rodeó la mesa lentamente y le puso a Mary una mano en el hombro; después, agachó la cabeza y la besó.
– Es usted una persona excelente, Mary -le dijo-. Me sentiré feliz de verla a usted casada con mi hijo. Ni Es ni yo podríamos haber pedido una respuesta mejor, y me imagino que desde su tumba la estará alentando a usted.
»Pero lo mejor será que todo se haga pronto, Mary, muy pronto. Si yo lo atestiguo y digo en mi testamento que lo apruebo, será muy poco lo que Dawnie pueda hacer. Si lo dejamos hasta después que yo me muera, no pisará usted un terreno muy firme. Yo debía haber sido el que lo viera primero, pero uno es siempre un poco ciego en lo que toca a los hijos.
– Por eso tenía que tratar el asunto con usted esta misma noche, Ron. Voy a tener que internarme en un hospital algunos días para que me arreglen de tal modo que no pueda tener hijos, pero yo también pienso que el casamiento deberá efectuarse tan pronto como sea posible.
– ¡Tiene usted toda la razón! El lunes próximo iremos a sacar la licencia para que puedan casarse el fin de semana, ¿le parece bien?
Ella le acarició la arrugada mejilla amorosamente.
– No podía haber pedido un suegro mejor que usted, Ron. Muchísimas gracias por comprenderme y por consentir el matrimonio.