12

Al fin se supo que Dawnie tenía la intención de que su casamiento con Michael Harrington-Smythe se celebrara a fines de mayo, lo cual dejaba muy poco tiempo para los preparativos. Habiéndose informado de los antecedentes de la futura novia de su hijo, los padres de Mick estaban tan ansiosos como los de Dawnie de que la ceremonia fuese lo más sencilla posible.

Las dos parejas de padres más la pareja de los novios se encontraron en terreno neutral para planear el casamiento, siendo el terreno neutral un comedor privado en el «Hotel Wentworth», donde iba a celebrarse la recepción.

Todo el mundo se sentía incómodo. Muy a disgusto con cuello y corbata él, y con el corsé de los domingos ella, Ron y Es estaban sentados en los bordes de sus respectivos sillones, rehusándose a entablar conversación, mientras que los padres de Mick, para quienes el cuello, las corbatas y los corsés eran cosa de todos los días, hablaban con voces aburridas en las que se adivinaba cierta altivez. Sin gran éxito, Mick y Dawnie trataban desesperadamente de aflojar la tensión.

– Naturalmente, Dawn se casará de blanco, el vestido será de cola y tendrá por lo menos una dama -dijo en tono desafiante la señora Harrington-Smythe.

Es pareció no comprender; había olvidado por completo que el verdadero nombre de Dawnie era Dawn y le parecía algo desagradable que le recordaran que la familia Melville había escogido un diminutivo de la clase baja. «¡Um!», expresó, lo cual la señora Harrington-Smythe tomó como asentimiento.

– Los invitados a la ceremonia llevarán traje oscuro y corbata lisa de satén azul -continuó la señora Harrington-Smythe-. Puesto que va a ser una boda pequeña en privado, el traje de mañana o corbata blanca y levita resultarían de lo más inapropiado.

– ¡Um! -dijo Es, con su mano buscando por debajo de la mesa la de su marido hasta que la encontró y la apretó agradecidamente.

– Les daré a ustedes una lista de aquellas personas a quienes el novio desea que se inviten, señora Melville.

Y así continuó la conversación hasta que la señora Harrington-Smythe observó:

– Me parece que Dawn tiene un hermano mayor, señora Melville, pero Michael no me ha dado la menor idea de qué parte va a desempeñar en la ceremonia. Naturalmente, usted comprenderá que no puede ser el padrino ya que ese papel lo llenará un amigo de Michael, el señor Hilary Arbuckle-Hearth y, realmente, no se me ocurre qué otra función podría desempeñar en una ceremonia tan pequeña. A menos, por supuesto, que Dawn decida cambiar de opinión y lleve otro acompañante, además de su dama.

– Así está bien, señora -dijo Ron pesadamente, apretando la mano a Es-. No esperamos que Tim esté en la ceremonia. De hecho, estábamos pensando permitirle irse con la señorita Horton ese día.

Dawnie abrió la boca, asombrada.

– ¡Pero, papá -protestó-, no podéis hacer eso! ¡Tim es mi único hermano y quiero que esté en mi casamiento!

– ¡Pero, Dawnie querida, bien sabes que a Tim no le gusta estar entre mucha gente! -protestó su padre-. ¡Piensa en la que se armaría si empezara a vomitar por todas partes! ¡Por Dios! ¿No sería todo un espectáculo? No, creo que sería mejor para todos que Tim se fuera con la señorita Horton.

Los ojos de Dawnie se llenaron de lágrimas.

– ¡Cualquiera diría que te avergüenzas de él, papá! -repuso-. Yo no me avergüenzo de él. ¡Y quiero que todos lo conozcan y lo quieran tanto como yo!

– Dawnie, querida, yo creo que tu padre tiene razón en lo de Tim -medió Es-. Ya sabes que no le gusta estar entre mucha gente, y aunque no se sintiera mal, no estaría contento si tuviera que estar sentado durante toda la ceremonia.

Los Harrington-Smythe se miraban entre ellos, completamente asombrados.

– Yo pensaba que era mayor que Dawn -dijo la señora Harrington-Smythe-. Lo siento; no sabía que era sólo un niño.

– ¡Bien, pues no es ningún niño! -explotó Dawnie, con las mejillas encendidas-. ¡Es un año mayor que yo, pero es un retrasado mental! ¡Eso es lo que ellos tratan de ocultar!

Hubo un silencio impresionante; la señora Harrington-Smythe tamborileó la mesa con los dedos y Mick miró a Dawnie con genuina sorpresa.

– Nunca me dijiste que Tim era un retrasado -dijo.

– ¡No, no lo hice porque nunca se me ocurrió que fuera algo que te importara! Hemos tenido a Tim con nosotros siempre y forma parte de mi vida, ¡una parte muy importante de mi vida! ¡Yo nunca recuerdo que es retrasado cuando hablo de él; eso es todo!

– No te enojes, Dawn -rogó Mick-. Realmente no es nada importante y tú tienes toda la razón. Simplemente me sorprendí un poco.

– ¡Pues sí estoy enojada! ¡Yo no estoy tratando de ocultar el hecho de que mi único hermano es un retrasado mental; son mi padre y mi madre los que aparentemente se han propuesto hacerlo! ¡Papá! ¿Cómo podéis hacer eso?

Ron pareció cohibido.

– Bien, Dawnie -dijo-. No es que estuviera tratando exactamente de ocultarlo; es que pensamos que serían menos molestias para ti si él no estuviera presente. A Tim no le gusta que haya mucha gente, tú lo sabes. Todo el mundo empieza a mirarlo tanto que él se siente a disgusto.

– ¡Oh, pobrecito! ¿Es tan feo? -preguntó la señora Harrington-Smythe con cierta duda en los ojos cuando éstos se detuvieron en Dawnie. ¿Y si fuese algo hereditario? ¡Y el idiota de Michael, escogiendo una muchacha como ésta, de la clase baja, con todas las maravillosas muchachas de su clase que tenía a su disposición! Por supuesto, decían que era extraordinariamente brillante, pero la brillantez no era substituto del buen linaje y jamás podría compensar la vulgaridad; ¡y toda la maldita familia de ella era vulgar, vulgar, vulgar! La muchacha no tenía absolutamente nada de pulimento, no sabía cómo comportarse con la gente decente.

– Tim es el hombre más guapo que jamás haya yo visto -replicó Dawnie ferozmente-. La gente lo mira con admiración, no con disgusto, ¡pero él no nota la diferencia! Todo lo que él sabe es que le están mirando y no le gusta esa sensación.

– Claro que es muy hermoso -contribuyó Es-. Como un dios griego, según dice la señorita Horton.

– ¿Quién es la señorita Horton? -preguntó Mick, esperando poder cambiar el tema.

– La señorita Horton es la dama a quien Tim le arregla el jardín los fines de semana.

– ¡Oh! ¿De veras? ¿Tim es jardinero, entonces?

– ¡No! ¡No es ningún jardinero! -saltó Dawnie ante el tono de voz-. Trabaja como obrero de la construcción durante la semana y los sábados se gana un poco de dinero extra arreglándole el jardín a esa señora, que es muy rica.

La explicación de Dawnie sólo sirvió para empeorar las cosas; los Harrington-Smythe se revolvían en sus sillones y trataban de no mirarse entre ellos ni a los Melville.

– Tim tiene un coeficiente mental de setenta y cinco -explicó Dawnie, ya más calmada- y, como tal, se supone que nadie puede emplearlo, pero mis padres han sido maravillosos con él, desde el principio. Comprendieron que no podrían estar a su lado toda la vida para mantenerlo y lo criaron de tal modo que él pudiese mantenerse y ser tan independiente como fuera posible, dadas las circunstancias. Desde el día que cumplió quince años Tim se ha ganado la vida como simple obrero, pues ésa es la única clase de trabajo que es capaz de desarrollar. Debo añadir que sigue trabajando con la persona que lo contrató cuando tenía quince años, lo cual puede ayudarles a comprender qué empleado tan valioso y bien apreciado es.

»Papá ha estado pagando una póliza de seguro desde que supo que Tim era un retrasado mental, así que mi hermano nunca tendrá que preocuparse en lo económico; siempre tendrá lo suficiente para vivir. Desde que yo empecé a trabajar he contribuido a aumentar el monto de la prima y también va a dar ahí parte del sueldo de Tim. ¡Él es el miembro más rico de la familia!

»Hasta hace poco no sabía leer ni escribir ni hacer cuentas; pero mamá y papá le enseñaron las cosas verdaderamente importantes, como por ejemplo, cómo andar por la ciudad para ir de un trabajo a otro y de un lugar a otro, sin necesidad de que alguien esté siempre a su lado. Le enseñaron a contar el dinero, aunque no puede contar ninguna otra cosa, lo cual es extraño; uno diría que él podría asociar lo que hace con el dinero con otra clase de cuentas, pero no es así. Ésa es una de las bromas horribles que la mente les juega a los retrasados. Sin embargo, puede comprar el billete del autobús o del tren y también puede comprarse comida y ropa. Actualmente no es para nosotros ninguna carga y nunca lo ha sido. Yo estoy muy orgullosa de mi hermano y lo quiero muchísimo, pues no existe una persona más buena, más dulce ni más digna de amor. Y oye esto, Mick -añadió, volviéndose a su prometido-, cuando Tim quede solo y necesite un hogar, me lo voy a llevar conmigo. Si no te parece, lo siento mucho. Puedes cancelar todo el asunto ahora mismo.

– Dawn, mi querida Dawn -contestó Mick, imperturbable-. Me casaría contigo aunque tuvieras diez hermanos retrasados mentales y completamente estúpidos.

La respuesta no la satisfizo, pero estaba demasiado excitada para analizar por qué no le había gustado y, posteriormente, se olvidó del asunto.

– Eso no es nada hereditario -explicó Es, un poco patéticamente-. Fueron mis ovarios, según los médicos. Yo tenía más de cuarenta años cuando me casé con Ron y nunca había tenido niños antes. Por lo tanto, Tim nació tonto, ¿saben? Dawnie salió bien porque mis ovarios ya habían aprendido a funcionar. Sólo fue el primero, Tim, el que resultó afectado por ellos. Pero es como dice Dawnie: sencillamente no existe alguien más bueno que Tim.

– Ya veo -dijo el señor Harrington-Smythe, sin saber qué otra cosa decir-. Bien, creo que no le corresponde a nadie sino al señor y a la señora Melville decidir si su hijo debe o no asistir al casamiento.

– Y ya lo hemos decidido -repuso Es con firmeza-. Como no puede soportar la presencia de mucha gente, Tim no asistirá. A la señorita Horton le encantará llevárselo a pasar con ella el fin de semana.

Dawnie soltó el llanto y corrió al tocador, donde su madre se le unió unos minutos después.

– No llores, querida -la consoló, palmeándole la espalda.

– ¡Es que todo está saliendo mal, mamá! A ti y a papá no os gustan los Harrington-Smythe, vosotros tampoco les caéis bien a ellos ¡y yo ya no sé lo que piensa Mick! ¡Oh, todo va a ser horrible!

– ¡Cálmate, Dawnie! Ron y yo pertenecemos a un mundo diferente del de los Harrington-Smythe, eso es todo. Ellos normalmente no se mezclan con gente como nosotros, así es que, ¿cómo quieres que sepan qué hacer cuando se ven obligados a mezclarse con gente como nosotros? Y lo mismo sucede de allá para acá, querida. Los Harrington-Smythe no son la clase de gente con la que yo juego tenis los martes, jueves y sábados ni las que Ron se encuentra en el «Seaside» y en el Club.

»Tú eres ya toda una mujer, Dawnie -prosiguió la madre- y una muchacha de veras inteligente. Debes comprender que jamás podremos ser amigos. ¡Vaya, ni siquiera nos reímos de lo mismo! Pero tampoco somos enemigos, y mucho menos con nuestros hijos casándose la una con el otro. Y nunca nos reuniremos, excepto tal vez cuando haya bautizos y cosas así. Además, así es como debe ser. ¿Por qué tendríamos que ser carne y uña simplemente porque nuestros hijos se casaron? Y creo que eres lo suficientemente inteligente para comprender todo eso, ¿o no?

– Sí -dijo Dawnie limpiándose las lágrimas-, supongo que sí. ¡Pero es que yo deseaba que todo saliera perfecto!

– Claro que sí, mi amor, pero la vida no es así, no lo ha sido nunca. Fuiste tú la que escogió a Mick y él a ti, no nosotros ni los Harrington-Smythe. Si por nosotros hubiera sido, jamás te hubiéramos casado con alguien como Mick, ni los Harrington-Smythe a él contigo. ¡Vaya apellido de dos cañones, si me lo preguntas! Pero lo estamos haciendo lo mejor que podemos, dadas las circunstancias, así que, por lo que más quieras, no hagas una tragedia de lo de Tim. Él no tiene por qué entrar en esto y no es justo que tú lo mezcles a la fuerza. Deja que el pobre muchacho viva su propia vida y no se los impongas por la fuerza a los Harrington-Smythe. Ellos no lo conocen como nosotros, así que, ¿cómo puedes esperar que comprendan?

– ¡Dios te bendiga, mamá, no sé qué haría sin ti! Se supone que yo soy la más inteligente de los Melville, pero a veces tengo la curiosa sensación de que los inteligentes sois tú y papá. ¿Cómo lo hacéis para ser así?

– Ni yo hice nada, querida, ni lo hizo tu padre. La vida es la que nos hace prudentes, mientras más vivimos. Cuando tus hijos sean grandes como tú lo eres ahora, vas a ser tú la que los deslumbre. Para entonces yo ya estaré haciendo crecer las margaritas.

A final de cuentas, Ron telefoneó a Mary Horton y le pidió que resolviera la cuestión de si a Tim debería permitírsele asistir a la boda. Aunque nunca se habían visto y él comprendía que la señorita Horton pertenecía más al círculo de los Harrington-Smythe que al de los Melville, Ron se sentía en cierto modo más en confianza con ella; la señorita Horton comprendería el dilema en que se encontraba y ofrecería una solución razonable.

– Es un mal negocio, señorita Horton -dijo, respirando ruidosamente en el receptor-. Los Harrington-Smythe no están nada contentos con la elección que hizo su precioso hijo y, honradamente, yo no puedo culparlos. Ellos temen que mi muchacha no encaje en su medio y, si no fuera porque Dawnie es tan endiabladamente lista, a mí también me preocuparía eso. Como están las cosas, creo que ella aprenderá más aprisa de lo que ellos puedan creer y nadie tendrá jamás motivo de vergüenza por algo que ella diga o haga.

– Yo no conozco a Dawnie personalmente, señor Melville -contestó Mary en tono comprensivo-, pero por lo que he oído, estoy segura de que tiene usted razón. Yo no me preocuparía por ella.

– ¡Ah! Si no estoy preocupado -repuso él-. Dawnie tiene todo lo que necesita para ese negocio y saldrá adelante. Es Tim el que me tiene preocupado.

– ¿Tim? ¿Y por qué?

– Bueno… él es… ¿cómo diríamos?… diferente. Jamás crecerá como debe ser y él no sabe cuándo comete una equivocación; no puede aprender nada cuando las comete. ¿Qué va a pasar con el pobre infeliz cuando le faltemos?

– Yo pienso que ustedes han hecho un trabajo espléndido con Tim -dijo Mary, con la garganta apretada sin saber por qué-. Lo han criado de tal modo que es sorprendente lo independiente y autosuficiente que es.

– ¡Bueno, eso ya lo sé! -replicó Ron-. Si el asunto fuera únicamente el que él pueda arreglárselas solo, yo no me preocuparía, pero no es eso, ¿sabe usted? Tim necesita a su madre y a su padre para que le den cariño y tranquilidad porque no ha crecido lo suficiente como para encontrar a alguien que nos reemplace, una mujer y una familia propia, quiero decir, que es lo que un hombre hace normalmente.

– ¡Pero los tendrá a ustedes todavía por muchos años, señor Melville! Todavía son jóvenes, usted y su esposa.

– En eso es en lo que está usted equivocada, señorita Horton. Es y yo ya no somos jóvenes. Nos llevamos seis meses de diferencia y ambos cumplimos los setenta este año.

– ¡Ah!

Hubo un súbito silencio durante un momento y luego volvió a dejarse oír la voz de Mary con cierto titubeo.

– Nunca me hubiera imaginado que usted y la señora Melville fueran tan mayores.

– Pues sí lo somos. Le diré, señorita Horton: con Dawnie casándose con un tipo que definitivamente no va a querer cargar con el hermano de su esposa, un retrasado mental, Es y yo estamos muy preocupados a causa de Tim. A veces, en la noche, oigo llorar a la pobre Es y sé que llora por Tim. Él no nos sobrevivirá mucho, va usted a verlo. Cuando se encuentre solo, sencillamente se morirá de pena. Ya verá usted.

– La gente no se muere de pena -dijo Mary gentilmente. Hablaba así porque en su existencia nunca había habido sacudidas emocionales.

– ¡Al diablo, cómo que no! -explotó Ron-. ¡Oh! Le ruego me perdone, señorita Horton. Sé que no debería maldecir así, pero ¡me extraña que usted no crea que la gente puede morirse de pena! Yo mismo he visto suceder eso; y más de una vez. Y a Tim le va a pasar algo así; sencillamente se desmoronará. Uno necesita el deseo de vivir tanto como la salud, querida señorita. Y no teniendo a nadie que se preocupe por él, Tim se morirá. Pasará el tiempo sentado, llorando, olvidándose de comer, hasta que se muera.

– Bien; mientras yo viva, siempre habrá alguien que se preocupe por él -repuso Mary tentativamente.

– ¡Pero usted tampoco es joven, señorita Horton! Yo confiaba en Dawnie, pero ahora ya no es posible -dijo y dejó escapar un suspiro-. ¡Vaya, pues! No tiene caso llorar sobre la leche derramada, ¿verdad?

Mary tenía ya en la punta de la lengua el asegurarle a Ron que ella no tenía setenta años, pero antes de que pudiera decir algo, Ron prosiguió:

– En realidad, la llamé para consultar con usted si Tim puede asistir a la boda. A mí me gustaría que fuera, pero sé que no se va a sentir bien sentado todo el tiempo durante la ceremonia y luego en la recepción. Dawnie se enojó mucho cuando dije que yo creía que Tim no debía asistir, pero todavía sigo pensando igual. A lo que yo quería llegar era a esto: ¿querría usted que Tim pasara en su compañía ese fin de semana?

– ¡Claro que sí, señor Melville! Pero a mí me parece que es una pena que Tim no esté con ustedes para ver a Dawnie arreglarse y que no pueda asistir al casamiento… Quisiera proponerle algo: ¿por qué no lo llevan a la iglesia para que vea casarse a Dawnie y yo paso por él inmediatamente después para que no tenga que asistir a la recepción?

– ¡Oiga, ésa es una magnífica idea, señorita Horton! ¡Qué diablos! ¿Cómo no se me ocurrió a mí? Eso resuelve todos nuestros problemas, ¿o no lo cree usted así?

– Sí; creo que sí. Llámeme cuando ya tenga todos los detalles respecto a la hora, el sitio, etcétera, y yo le doy mi palabra de que me encargaré de Tim después de la ceremonia.

– Señorita Horton, ¡es usted formidable! ¡De veras lo es!

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