20

Esa semana Mary estuvo tan ocupada como lo había esperado. De las varias reuniones que el Consejo de la «Contable Steel & Mining» sostenía durante el año, ésa era la más importante. Tres representantes de la casa matriz, con sede en Estados Unidos, llegaron por avión desde Nueva York para asistir a ella. Surgieron los acostumbrados problemas de organización relacionados con hoteles que no satisfacían a los visitantes, alimentos que no podían conseguirse, esposas aburridas, programaciones incompletas y cosas así; cuando al fin llegó la noche del viernes, el suspiro de alivio que Mary dejó escapar le salió tan del fondo del corazón como el de Archie Johnson. Estaba en la oficina de éste en el último piso de la Torre Constable, con los pies en alto, mirando aturdidamente el cambiante panorama de luces que se extendía en todas direcciones hasta el horizonte ya moteado de estrellas.

– ¡Cristo en bicicleta, Mary, qué feliz me siento de que al fin todo haya pasado! -exclamó Archie, empujando a un lado su plato vacío-. Fue una idea buenísima la que se te ocurrió de que nos enviaran comida china acá arriba. De veras lo fue.

– Pensé que te gustaría -contestó ella moviendo los dedos de los pies con deleite-. Siento los pies como pelotas y todo el día me he estado muriendo por sacarme un momento los zapatos. Pensé que la señora de Hiram P. Schwartz nunca iba a encontrar su pasaporte a tiempo para alcanzar el avión y el cabello se me erizaba de pensar que tendría que atenderla durante el fin de semana.

Archie sonrió. Los impecables zapatos de su secretaria habían caído de cualquier modo en el otro extremo de la habitación y ella casi había desaparecido en las fauces de un sillón enorme, y sólo le asomaban los pies, apoyados en una otomana.

– ¿Sabes algo, Mary? Tú debías haber adoptado a un niño retrasado mental desde hace muchos años. ¡Por lo más sagrado que tengan las moscas, cómo has cambiado desde entonces! Jamás hubiera podido salir adelante sin tu ayuda, pero confieso que ahora ya es más divertido trabajar contigo. Nunca he podido prescindir de ti, pero no pensé que llegaría a ver el día en que tuviera que admitir que verdaderamente gozo de tu compañía, vieja bruja, pero así es, ¡realmente me gusta! ¡Y pensar que, durante todos estos años, la cosa ha estado ahí todo el tiempo, dentro de ti, y que nunca la habías dejado que se asomara siquiera! Eso, si me permites decirlo, es una verdadera lástima.

– Tal vez -repuso ella con una sonrisa-, pero, ¿sabes algo, Archie? Todo sucede cuando debe suceder. De haberme encontrado con Tim hace varios años, nunca me hubiera interesado en él. Algunos de nosotros nos pasamos la mitad de la vida sin despertar.

Johnson encendió un puro y lo chupó con deleite.

– Hemos estado tan ocupados -dijo- que ni siquiera he tenido tiempo de preguntarte qué fue exactamente lo que sucedió el viernes pasado. Su madre murió, ¿no es así?

– Sí. Fue una cosa terrible -murmuró y se estremeció-. Me llevé a Tim y a su padre, que se llama Ron, a mi casa de campo el domingo pasado y ahí los dejé. Salgo para allá esta misma noche. Espero que estén bien, pues supongo que, si hubieran tenido algún problema, ya habría tenido noticias suyas. Al parecer, Tim todavía no comprende plenamente qué fue lo que sucedió, me imagino. ¡Bueno, sí! Sabe que su madre ha muerto y sabe también qué es lo que eso significa, pero la realidad concreta de su desaparición todavía no empieza a hacer efecto en él, por lo menos todavía no había empezado a extrañarla cuando los dejé. Ron dice que se repondrá pronto y espero que así sea. Ron me da mucha lástima. Su hija hizo toda una escena cuando fui a recoger a Tim el viernes.

– ¿Cómo?

– Sí -Mary se puso de pie y caminó hasta el bar-. ¿Quieres un brandy o algo así?

– ¿Después de una comida china? No, gracias. Tomaré una taza de té, si eres tan amable.

La siguió con la vista cuando se paró tras el mostrador del bar donde había un pequeño fogón.

– ¿Y qué clase de escena? -agregó Archie.

La cabeza de Mary había desaparecido tras el mostrador.

– Es un poco vergonzoso hablar de eso -contestó-. Fue una escena terrible, dejémoslo así. Ella dijo que… ¡en realidad no importa! -finalizó, haciendo sonar las tazas.

– ¿Qué fue lo que dijo? ¡Vamos, Mary, desembucha!

En los ojos que se alzaron a mirarlo había un brillo desafiante de orgullo lastimado.

– Dio a entender que Tim era mi amante -dijo.

– ¡Que me hagan unas salchichas de mierda! -reventó Archie y, echando atrás la cabeza, rompió a reír con grandes carcajadas-. ¡Pero qué bajeza! ¡Así se lo hubiera dicho si ella me lo hubiera preguntado! -impulsándose, se levantó de un tirón del sillón y, llegando al bar, se recostó en éste-. No dejes que eso te inquiete, Mary. ¡Esa muchacha debe ser una mala persona!

– No; no es una mala persona. Se casó con una mala persona, que es diferente. Y su esposo está haciendo todo lo posible por hacerla peor. Honradamente, yo no creo que nada de lo que ella dijo haya sido otra cosa que repetir como un loro lo que su marido le había estado cuchicheando en la oreja. Ella quiere mucho a Tim y es intensamente protectora. -Su cabeza desapareció bajo el mostrador del bar y las palabras siguientes sonaron un poco turbias-. Todos pensaban que yo era mucho más vieja que lo que en realidad soy, así es que, cuando me presenté a recoger a Tim, sufrieron una sacudida.

– ¿Y cómo se habían formado esa idea?

– Tim les dijo que yo tenía el pelo blanco y, por mi pelo blanco, Tim suponía que yo era una vieja, realmente vieja. Así que les dijo que yo era muy vieja.

– ¿Pero acaso nunca los conociste antes de que la madre muriera? ¡Tú no eres de las que se andan escondiendo en callejones, Mary! ¿Por qué no corregiste a tiempo ese mal entendido?

El rostro de ella se encendió dolorosamente.

– Realmente -repuso- no sé por qué nunca se me ocurrió presentarme personalmente a los padres de Tim. Si tuve miedo de que impidieran nuestra amistad si se enteraban de mi verdadera edad, puedo asegurarte que ese miedo era completamente inconsciente. Yo sabía que Tim estaba perfectamente seguro conmigo y me gustaba mucho oír lo que él me decía de su familia. Ahora pienso que lo que yo estaba haciendo era posponer el conocerlos porque pensaba que no serían en absoluto como Tim me los describía.

Archie extendió el brazo por encima del mostrador y le palmeó suavemente un hombro.

– Bien -dijo-, no tienes por qué preocuparte. Prosigue. ¿Me decías que la hermana de Tim lo quiere mucho?

– Sí. Y Tim la quería tanto como ella a él hasta que se casó; a partir de entonces, él se alejó un poco de ella. Parecía sentir como que su hermana lo había abandonado, aunque en varias ocasiones yo traté de razonar con él. Por todo lo que me decía acerca de ella, yo tenía la impresión de que era una muchacha de espíritu sano, sensata y de buen corazón. Y, además, muy brillante. ¿No es eso extraño?

– No lo sé. ¿Tú crees que lo es? ¿Y qué hiciste después de sus exabruptos?

La cabeza de ella volvió a desaparecer detrás del bar.

– Me sentí devastada. Creo que lloré. ¡Imagíname llorando… a mí!

Cuando volvió a alzar la cabeza, había en su rostro un intento de sonrisa.

– Es algo que aturde la imaginación, ¿no crees?

Archie no contestó. Mary dejó escapar un suspiro, con el rostro serio y con una expresión dolorida.

– He llorado mucho últimamente, Archie -confesó-. He llorado mucho.

– Eso sí que aturde la imaginación, pero te creo. Además, todos debemos llorar de vez en cuando. ¡Hasta yo he llorado! -admitió Archie, como si eso fuera algo casi increíble.

Mary rompió a reír, relajándose un poco.

– Tú, según tu propia manera de hablar, eres un rezno, Archie.

Johnson la miró mientras Mary servía el té, con algo parecido a la lástima en los ojos. Debía haber sido un golpe terrible para su orgullo, pensó, el ver esa cosa tan apreciada, tan atesorada, reducida a un nivel tan bajo. Porque, para ella, el solo pensamiento de algún componente físico en Tim rebajaba a éste; tenía un concepto monástico de la vida… ¿y acaso era algo de qué maravillarse? ¡Con la vida tan extraña, tan apartada que había llevado! «Somos lo que somos, pensó él, y no podemos ser más que lo que las circunstancias han hecho de nosotros.»

– Vamos, querida -dijo él, sorbiendo el té. Ya en la silla, mirando por la ventana, volvió a hablar-. Me gustaría conocer a Tim si eso es posible, Mary -dijo.

Hubo un largo silencio a sus espaldas; luego, la voz de ella se dejó oír, muy bajito.

– Uno de estos días -pareció como si hubiera hablado desde muy lejos.

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