24

Al final decidieron no decirle nada a Dawnie sino hasta después del casamiento, cuando éste fuera ya un hecho consumado, pero al día siguiente que Mary y Ron se pusieron de acuerdo, ésta se lo comunicó a Archie Johnson.

– ¡Por todas las ostras del mundo, estás bromeando! -exclamó éste.

Mary tardó un rato largo en convencerlo de que hablaba en serio, y una vez que la sorpresa inicial perdió algo de su impacto, él se apresuró a felicitarla con toda sinceridad.

– Mary, querida, nada podría darme mayor placer. Vas a ser la pareja más despareja desde Chopin y George Sand, pero si alguien en esta bola de todo que llaman mundo sabe lo que hace, ese alguien eres tú. No voy a darte la lata poniendo toda clase de objeciones porque estoy plenamente seguro de que tú ya las pensaste. Lo único que de veras siento es que, después de tantos años de pensar que ya te tenía segura, vaya a perderte. Simplemente por eso soy capaz de echarme a llorar.

– ¿Y por qué diantres tienes que perderme?

– Bien, ¿no tendrás que dejar tu trabajo para cuidar a tu Tim?

– ¡Por supuesto que no! Necesito tres meses de vacaciones a partir de ahora mismo, sin aviso ni nada, lo cual me apena bastante, pero ni yo voy a dejar mi trabajo ni Tim va a dejar el suyo. Nos irá mejor a los dos si seguimos frecuentando a la gente. Si dejáramos de trabajar y no viéramos a nadie más sino a nosotros mismos, pronto nos echaríamos a perder.

– Me encantaría asistir a tu casamiento, Mary. Tú sabes cuánto te aprecio, y aunque no conozco a Tim, a él lo aprecio también porque hizo cambiar tu vida.

– Y a mí me gustaría mucho teneros, a ti y a Tricia, en mi casamiento.

– ¿Cuándo será?

– El próximo viernes en la noche, en la oficina del Registro Civil.

– Entonces, ¿por qué no empiezas a gozar de tu permiso ahora mismo? Si voy a tener que aguantar a Celeste Murphy durante tres meses, más vale que me enfrente al mal paso lo antes posible.

– Te lo agradezco mucho, pero no, gracias. Yo seguiré viniendo hasta el próximo jueves. Hasta entonces no necesito faltar al trabajo.

Emily Parker oyó las noticias llena de gozo. Esa noche, Mary la invitó después de la cena y se lo comunicó.

– Dios no desampara a nadie, querida; es precisamente lo que los dos necesitan. Estoy emocionada; de veras emocionada. A la salud de ustedes y que sean muy felices.

– ¿Asistirá usted a mi boda?

– ¡Vaya, no me perdería eso por nada en el mundo! ¡Que tenga mucha suerte, señorita Horton! ¡Estoy orgullosa de usted!

Esa misma noche, Mary fue a visitar a Harry Markham una vez que logró al fin empujar a Emily Parker al otro lado de los laureles.

Harry miró a su visitante con aire de curiosidad, preguntándose dónde la había visto antes, pero sin poder reconocerla.

– ¿Recuerda usted haber renovado la casa de la señora Emily Parker en Artarmon hace más de dos años, señor Markham?

– Sí, claro.

– Yo soy Mary Horton, la vecina de al lado de la señora Parker.

El rostro de él se iluminó.

– ¡Oh, correcto, correcto! -exclamó-. Ya me decía yo que la había visto en alguna parte.

– No vine a tratar ningún negocio, señor Markham. Vine a hablar de Tim Melville.

– ¿De Tim Melville?

– Así es; de Tim Melville. Tal vez sea para usted toda una sorpresa, señor Markham, pero me voy a casar con Tim el viernes próximo.

El pobre de Harry carraspeó y tragó saliva durante todo un minuto antes de encontrar la voz necesaria para decir, con una especie de graznido:

– ¿Qué se va usted a casar con el Lerdo Tim?

– Así es. El viernes próximo. Bajo otras circunstancias, conociendo por la señora Parker qué clase de bromas les gusta a ustedes jugarle a Tim, me vería yo tentada a convencerlo de que se busque otro trabajo, pero a él siempre le ha gustado trabajar con usted y sus hombres por lo que me alegra que siga trabajando con ustedes.

Los ojos de Harry se posaron en el elegante Bentley que estaba estacionado junto a la vereda. Recordó entonces que, según decían, ella era la mujer más rica de Artarmon y decidió que bien valía la pena aplacarla.

– ¡Vaya! -exclamó-. ¡Si rebuznara un burro me caería de la impresión, señorita Horton! ¡Ésa sí que es noticia!

– Estoy segura que lo es, señor Markham. Sin embargo, no tengo mucho tiempo y quisiera ser tan breve como sea posible. Hay un par de cosas que debemos decidir ahora mismo. En primer lugar, ¿desea usted retener a Tim a su servicio aunque él se tome tres meses de permiso a partir del jueves próximo? Segundo, si desea que siga trabajando con usted, ¿está usted dispuesto a decirles a sus hombres que no armen alboroto por lo del matrimonio de Tim?

Todavía vacilante, Harry sacudió la cabeza.

– ¡Qué diablos, señorita Horton, no sé qué decir!

– Entonces le sugiero que se decida, señor Markham. No puedo estarme aquí toda la noche.

Él lo pensó durante un momento.

– Bien -dijo al fin-, para serle sincero, señorita Horton, me gusta Tim, y a mis operarios también les gusta. Además, me parece que es el mejor tiempo para que se vaya a descansar tres meses, porque ya viene el verano y podré encontrar a un estudiante o dos como obreros temporales, aunque se necesitarían varios de ellos para llenar el puesto de Tim, así de inútiles son esos sinvergüenzas. Tim ya lleva conmigo doce años y trabaja muy bien. Tendría que pasarme más de tres meses para poder encontrar otro obrero tan alegre, tan comedido y tan digno de confianza como Tim por lo que, si a usted le conviene, me gustaría conservar al muchacho.

– Perfectamente -repuso ella-. En cuanto al punto número dos, espero que tenga usted el buen tino de comprender que sería muy malo para Tim que le hicieran burla por lo de su matrimonio. Yo no tengo nada en contra de las bromas pesadas que le juegan y las demás cosas que le hacen y que Tim parece aceptar como algo natural. A él en realidad no le afectan gran cosa. Sin embargo, el asunto de su matrimonio tiene que ser absolutamente tabú, y yo le doy a usted mi palabra de que si alguna vez sé que lo han avergonzado o humillado porque se haya casado con una solterona rica, los haré pedazos a usted y a los de su cuadrilla tanto moral como económicamente. Yo no puedo evitarles qué discutan el asunto entre ustedes y, de hecho, ni siquiera se me ocurriría hacerlo ya que estoy segura de que es un punto de chismorreo verdaderamente interesante e intrigante. Pero cuando Tim esté presente, el asunto nunca deberá mencionarse, si no es para desearle las felicitaciones de costumbre. ¿Está claro?

Mary Horton era un adversario de mucho respeto para Harry Markham, de modo que éste cedió sin objeción alguna.

– Sí, claro, señorita Horton. Lo que usted diga, señorita Horton.

Mary le extendió la mano.

– Muchísimas gracias, señor Markham -contestó-. Le agradezco mucho su cooperación. Buenas noches.

El que seguía en la lista de Mary era el ginecólogo. Habiendo decidido qué era lo que tenía que hacer, Mary atacaba los obstáculos uno por uno, en su debido orden, y gozaba al hacerlo más de lo que se había imaginado. Ése era su elemento, el hacer cosas; ninguna duda la inquietaba, no había titubeos una vez que había decidido qué hacer.

En el consultorio del ginecólogo, ella le explicó la situación tranquilamente.

– No me es posible correr el riesgo de un embarazo, doctor, y estoy segura de que usted ve el porqué. Supongo que tendrán que hospitalizarme para hacerme un ligamento de trompas, así que se me ocurrió que mientras estoy allí y ustedes me estén hurgando, tal vez pudieran hacer algo sobre el hecho de que soy una virgen intacta. Yo no puedo hacer peligrar estas relaciones evidenciando la menor muestra de dolor, y entiendo que, a mi edad, es muy doloroso para una mujer el comenzar su actividad sexual.

El ginecólogo se llevó una mano a la cara rápidamente para encubrir una sonrisa involuntaria; más que la mayoría de hombres, conocía esa clase de mujeres como Mary Horton, pues había muchas de ellas trabajando en hospitales australianos. Esas solteronas dedicadas a su trabajo, pensó, son todas iguales. Bruscas, de un gran sentido práctico, desconcertantemente lógicas y, a pesar de todo eso, mujeres hasta le médula, llenas de orgullo, de sensibilidad y de una curiosa suavidad. Dominada ya su risita, hizo sonar su pluma en el escritorio y miró gravemente a Mary.

– Creo que estoy de acuerdo con usted, señorita Horton. ¿Sería ahora tan amable de pasar detrás de ese biombo y despojarse de sus ropas? En un momento vendrá una enfermera a entregarle una bata.

El sábado por la mañana Tim era ya el único al que no le habían dicho nada. Mary le había pedido a Ron que no mencionara el asunto, pero se negó a llevarse a Tim a la casa de campo si no los acompañaba Ron.

– Por supuesto, tiene usted que venir con nosotros, Ron -dijo con tono firme-. ¿Por qué habría de ser diferente? Todavía no estamos casados, usted ya sabe. Me las puedo arreglar para llevarme a Tim a solas para decírselo.

La oportunidad se presentó en la tarde; Ron fue a dormir una siestecita, según confesó en voz alta, haciéndole un guiño significativo a Mary, y se dirigió a su dormitorio.

– Tim -sugirió Mary-, ¿por qué no vamos un rato a la playa y nos sentamos un rato al sol?

Tim se puso de pie al instante, con una amplia sonrisa.

– ¡Ah! -contestó inmediatamente-. Es una idea magnífica, Mary. ¿Ya hace bastante calor como para nadar?

– No lo creo, pero, de todas maneras, no importa. Quiero hablar contigo un rato, no nadar.

– Me gusta hablar contigo, Mary -le confió él-. Hace tanto tiempo que no hablamos.

– ¡No seas adulón! -regañó amorosamente y soltó la risa-. Siempre estamos hablando.

– Pero no de la misma manera como cuando dices, «Tim, quiero hablar contigo». Ésas son las conversaciones que más me gustan porque tienes algo bueno que decirme.

Mary abrió los ojos aún más, asombrada.

– ¡Vaya que eres perspicaz! Vamos, entonces; no perdamos más el tiempo.

Era algo difícil librarse de un golpe del estado de ánimo intensamente práctico y lleno de energía de los pocos días anteriores, y durante un rato siguió sentada en la arena en silencio, tratando de descender de sus alturas de brusquedad escueta. El adoptar esa actitud había sido algo esencial para su bienestar mental pues sin ella jamás se las hubiera arreglado para decir y hacer todo lo que se necesitaba, ya que cualquier señal de vulnerabilidad habría dado como resultado algún desastre. Ahora, sin embargo, la dureza ya no era necesaria y había que descartarla.

– Tim, ¿tienes alguna idea de lo que es el matrimonio?

– Creo que sí. Es como papá y mamá y lo que mi Dawnie hizo hace poco.

– ¿Y puedes decirme algo más al respecto?

– ¡Cielos, yo no sé! -dijo, pasándose una mano por el espeso cabello dorado y haciendo una mueca-. Significa que uno se va a vivir con alguien con el que no vivía antes, ¿no es así?

– En parte -repuso ella, volviéndose hacia él-. Cuando eres un hombre crecido y ya no eres un niño, acabas encontrándote con alguien que te gusta tanto que piensas en irte a vivir con esa persona en lugar de vivir con papá y mamá. Y si a esa persona que te gusta tanto, tú también le gustas de igual modo, entonces los dos van a un sacerdote o a un ministro o a un juez y se casan. Los dos firman un papel y el firmar ese pedacito de papel significa que ya están casados y que pueden vivir juntos por el resto de su vida sin ofender a Dios.

– ¿Y significa realmente que pueden vivir juntos por el resto de su vida?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué no me puedo casar contigo, Mary? Me gustaría casarme contigo, me gustaría verte toda vestida como una princesa de un cuento de hadas con un largo vestido blanco al igual que Dawnie y como está mamá en la foto de su casamiento, la que está en el vestidor de su cuarto.

– Muchas muchachas se ponen un vestido blanco de cola cuando se casan, Tim, pero no es el vestido blanco de cola lo que hace a una estar casada, sino el pedacito de papel.

– Pero mamá y Dawnie llevaron vestidos largos -sostuvo él tercamente enamorado de la idea.

– ¿De veras te gustaría casarte conmigo, Tim? -interrogó Mary, haciendo que la atención de él se desviara del vestido blanco de cola.

Tim asintió con la cabeza vigorosamente, sonriéndole.

– ¡Oh, sí! ¡De veras me gustaría casarme contigo, Mary! Así podría vivir contigo todo el tiempo y no tendría que regresar a casa los domingos en la noche.

El río seguía su camino rumbo al mar, lamiendo sus riberas y murmurando pacíficamente; Mary se espantó una terca mosca que le rondaba la cara.

– ¿Querrías entonces vivir conmigo más que vivir con tu padre?

– Sí. Papá pertenece a mamá y ya sólo espera poder ir a dormirse con ella debajo de la tierra, ¿no es así? Yo te pertenezco a ti, Mary.

– Pues bien; tu padre y yo estábamos hablando de ti la otra noche, cuando regresamos después de haber ido a ver al señor Martinson, y decidimos que sería una buena idea que tú y yo nos casáramos. Nos preocupa mucho lo que pueda sucederte, Tim, y no hay nadie en todo el mundo que nos guste más que tú.

Los ojos azules chispearon con la luz que el río reflejaba.

– ¡Oh, Mary! ¿Lo dices de verdad? ¿Lo dices en serio? ¿Te casarás conmigo?

– Sí, Tim. Me voy a casar contigo.

– ¿Y entonces podré irme a vivir contigo, de veras puedo pertenecerte?

– Sí.

– ¿Podremos casarnos hoy mismo?

Ella parpadeó ante el resplandor del río, súbitamente triste.

– Hoy no, querido -repuso-, pero muy pronto. El próximo viernes.

– ¿Y papá sabe cuándo va a ser?

– Sí. Sabe que es el próximo viernes. Ya todo está arreglado.

– ¿Y llevarás puesto un vestido blanco de cola como hicieron mamá y mi Dawnie?

Ella sacudió la cabeza.

– No, Tim -contestó-. No puedo hacerlo. Me gustaría llevar un largo vestido blanco porque a ti te gusta, pero tardan mucho tiempo en hacer uno y ni tu padre ni yo queremos esperar tanto.

El desencanto ensombreció su sonrisa por un momento, pero ésta volvió a renacer al instante.

– ¿Y no tendré que irme a casa después de eso?

– Tendrás que hacerlo durante un poquito de tiempo, porque yo tengo que irme al hospital.

– ¡Oh, Mary, no! ¡Tú no puedes ir al hospital! ¡Por favor, por favor no vayas al hospital! -los ojos se le habían llenado de lágrimas-. ¡Te morirás, Mary! ¡Te irás de mí a dormir bajo la tierra y ya no volveré a verte!

Mary se inclinó y le tomó las manos en un apretón fuerte y confortante.

– ¡Vamos, vamos, Tim! -le consoló-. El que vaya al hospital no quiere decir que vaya a morirme. Simplemente porque tu mamá murió cuando fue al hospital, eso no significa que yo también me vaya a morir. Muchas y muchas y muchas personas van al hospital y vuelven a salir de él y no se mueren. El hospital es un lugar al que uno va cuando está enfermo y quiere ponerse bien. A veces uno está tan enfermo que ya no puede ponerse bien, pero yo no estoy enferma como lo estaba tu madre, ¿verdad? Yo no estoy débil ni me duele nada, ¿o sí? Pero fui a ver al médico y él quiere arreglar algo en mí que no está del todo bien, y quiere hacerlo antes de que tú vengas a vivir conmigo para que yo esté muy bien para ti.

Era difícil hacer que le creyera, pero después de un rato Tim se calmó y pareció aceptar el hecho de que Mary no iba al hospital a morirse.

– ¿Entonces, estás segura de que no vas a morirte?

– Así es, Tim. Estoy segura de que no voy a morirme. Todavía no puedo morirme. No permitiré que eso suceda.

– ¿Y nos casaremos antes de que te vayas al hospital?

– Sí. Todo está arreglado para el próximo viernes.

Él se echó hacia atrás, apoyando el cuerpo en las manos extendidas y suspiró felizmente; luego rodó sobre sí mismo rumbo a la orilla del agua, hasta que terminó en ésta, riéndose lleno de gozo.

– ¡Voy a casarme con Mary, voy a casarme con Mary! -canturreó, echando agua a Mary cuando ésta se acercó a la orilla del río.

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