TYRION

Le habían advertido que se vistiera con prendas de abrigo. Tyrion Lannister obedeció. Llevaba unos calzones guateados y un jubón de lana, y se cubría con la capa de piel de gatosombra que había conseguido en las Montañas de la Luna. La capa tenía un largo absurdo, era para un hombre que lo doblara en estatura. Cuando no iba a caballo, la única manera de llevarla era envolverse en ella varias veces, con lo que parecía una bola de pelo a rayas.

Pese a todo se alegraba de haber seguido el consejo. El frío húmedo de la larga cripta se metía hasta los huesos. Timett prefirió volver a subir al sótano en cuanto probó la temperatura que había abajo. Se encontraban en algún punto bajo la colina de Visenya, detrás del edificio del Gremio de Alquimistas. Los muros de piedra húmeda tenían manchones de salitre, y la única luz que les llegaba procedía de la lámpara de aceite, de hierro y cristal, que con tanta cautela llevaba Hallyne el Piromante.

«Con cautela, desde luego… y con más cautela aún hay que manejar estos frascos.» Tyrion cogió uno para examinarlo. Era redondeado y rojizo, como un pomelo de barro. Para su mano resultaba un poco grande, pero sabía que en la de un hombre normal encajaría a la perfección. Las paredes eran muy finas, tan frágiles que le habían avisado para que no lo apretara demasiado, ya que lo podía aplastar con el puño. Además eran rugosas. Hallyne le explicó que era intencionado.

—Un frasco liso resbala de los dedos con mayor facilidad.

Tyrion inclinó el frasco para ver su contenido, y el fuego valyrio fluyó hacia el borde. Sabía que debía de ser de un color verde lóbrego, pero con tan poca luz era imposible confirmarlo.

—Está muy espeso —señaló.

—Es por el frío, mi señor —dijo Hallyne, un hombre demacrado, de manos blandas y húmedas, y modales obsequiosos. Vestía una túnica a rayas negras y escarlatas con ribetes de marta, aunque la piel parecía bastante remendada y apolillada—. Cuando se calienta la sustancia es más fluida, como el aceite de las lámparas.

«Sustancia» era como los piromantes llamaban al fuego valyrio. También se llamaban unos a otros «sapiencia», cosa que a Tyrion le resultaba casi tan molesta como su costumbre de insinuar cuán vastos eran los conocimientos secretos que querían hacerle creer que tenían. En otros tiempos habían sido un gremio muy poderoso, pero en los últimos siglos los maestres de la Ciudadela habían reemplazado a los alquimistas casi en todas partes. De la antigua orden sólo quedaban unos pocos, y ya ni siquiera fingían ser capaces de transmutar metales…

Pero podían hacer fuego valyrio.

—Tengo entendido que el agua no lo apaga.

—Es verdad. Una vez se le prende fuego, la sustancia arde hasta que se agota. Más aún, se filtra en la ropa, la madera, el cuero y hasta el acero, y hace que también esos materiales ardan.

Tyrion recordó al sacerdote rojo Thoros de Myr, con su espada llameante. Hasta una fina película de fuego valyrio podía arder durante una hora. Después de cada combate cuerpo a cuerpo, a Thoros había que darle una espada nueva, pero Robert le tenía afecto y siempre se la proporcionaba de buena gana.

—¿Por qué no se filtra también a través de la arcilla?

—Sí se filtra, mi señor —dijo Hallyne—. Bajo esta cripta hay otra donde almacenamos los frascos más antiguos. Los de tiempos del rey Aerys. Le gustaba que los hicieran con forma de frutas. Eran frutas muy peligrosas, mi señor Mano, y… hummm… están más maduras que nunca, no sé si me comprendéis. Las hemos sellado con cera y hemos inundado de agua la cripta inferior, pero aun así… Lo normal habría sido que las hubiéramos destruido, pero durante el saqueo de Desembarco del Rey murieron muchos de nuestros maestros, y los pocos acólitos que quedaron no tenían nivel suficiente para acometer esa tarea. Además, buena parte de las existencias que se prepararon para Aerys se perdieron. Sólo hace un año que encontramos doscientos frascos en un almacén situado bajo el Gran Sept de Baelor. Nadie recuerda cómo llegaron allí, pero no hace falta que os diga que el Septon Supremo estaba fuera de sí de pánico. Yo mismo me encargué de que se transportaran con todas las precauciones. Trabajamos sólo de noche, hicimos…

—Un trabajo excelente, no me cabe duda. —Tyrion volvió a dejar el frasco con los demás, que ocupaban toda la mesa en filas ordenadas, cuatro en fondo, desfilando hasta perderse en la penumbra subterránea. Y más allá había otras mesas, muchas—. Esas… eh… frutas del difunto rey Aerys, ¿aún se pueden utilizar?

—Oh, sí, desde luego. Pero con mucho cuidado, mi señor, con muchísimo cuidado. Con los años, la sustancia se va volviendo más… cómo diría yo, caprichosa. Arde con la menor chispa. Un exceso de calor, y los frascos se inflamarán. No deben exponerse a la luz del sol ni siquiera por un breve espacio de tiempo. Una vez se inicia el fuego en el interior, el calor hace que la sustancia se expanda de manera muy violenta, y el frasco no tarda en saltar en mil pedazos. Si hubiera más frascos cerca, también estallarían.

—¿Cuántos frascos tenéis ahora mismo?

—Esta mañana el sapiencia Munciter me dijo que disponíamos de siete mil ochocientos cuarenta. En esa cifra se incluyen los cuatro mil frascos de tiempos del rey Aerys, desde luego.

—¿Nuestras frutas demasiado maduras?

Hallyne asintió.

—El sapiencia Malliard cree que podremos proporcionaros los diez mil frascos que prometimos a la reina. Yo opino lo mismo.

El piromante parecía tan satisfecho con la perspectiva que a Tyrion le pareció obsceno. «Si es que nuestros enemigos os dan tiempo.» Los piromantes mantenían en secreto absoluto su receta del fuego valyrio, pero sabía que se trataba de un proceso largo y peligroso. Había dado por supuesto que la promesa de diez mil frascos era una baladronada, como la del vasallo que jura reunir diez mil espadas para su señor y el día de la batalla se presenta con ciento dos.

«Si de verdad pudieran proporcionarnos diez mil…» No sabía si debía sentirse encantado o aterrado. «Puede que las dos cosas.»

—Espero que vuestros hermanos de gremio no se estén dando una prisa improcedente, sapiencia. No queremos diez mil frascos de fuego valyrio defectuoso. Ni siquiera uno. Y, desde luego, menos aún queremos que suceda una calamidad.

—No sucederá ninguna calamidad, mi señor Mano. La sustancia la preparan acólitos en ciertas celdas de piedra sin ningún mobiliario. Luego un aprendiz recoge los frascos uno por uno en cuanto están listos, y los baja aquí. Encima de cada celda de trabajo hay una habitación llena de arena. Se ha lanzado un hechizo protector sobre los suelos, es muy, hummm, poderoso. Al menor indicio de incendio en la celda de abajo, el suelo se desmorona y la arena lo apaga de inmediato.

—Así como al descuidado acólito. —Tyrion sabía que, donde había dicho «hechizo», debía entender «truco». Le habría gustado inspeccionar una de aquellas celdas de techo falso para ver en qué consistía, pero no era el momento oportuno. Tal vez más tarde, cuando ganaran la guerra.

—Mis hermanos nunca se descuidan —insistió Hallyne—. Si puedo ser… hummm… sincero…

—Por favor.

—La sustancia corre por mis venas, habita en el corazón de todo piromante. Respetamos su poder. Pero los soldados comunes… hummm… pongamos por ejemplo, los que manejan una de las bombardas de la reina, en el fragor inconsciente de la batalla… el más pequeño de los errores puede provocar una catástrofe. Hay que tenerlo muy en cuenta. Mi padre le dijo lo mismo al rey Aerys, igual que su padre se lo dijo al anciano rey Jaehaerys.

—Pues parece que les hicieron caso —dijo Tyrion—. Si hubieran quemado la ciudad, a estas alturas yo me habría enterado. De modo que me recomendáis que tengamos cuidado.

—Mucho cuidado —matizó Hallyne—. Muchísimo.

—En cuanto a esos frascos de arcilla… ¿tenéis existencias abundantes?

—Pues sí, mi señor, gracias por vuestro interés.

—¿Os importaría si me llevo algunos? Unos miles.

—¿Unos miles?

—O tantos como podáis darme sin que eso afecte a la producción. Entended que os estoy pidiendo frascos vacíos. Hacédselos llegar a los capitanes de cada una de las puertas de la ciudad.

—Así lo haré, mi señor, pero ¿para qué…?

—Si me decís que me vista con prendas de abrigo, lo hago. —Tyrion alzó la vista y le sonrió—. Si me decís que tenga cuidado, pues… —Se encogió de hombros—. Ya he visto todo lo que necesitaba. ¿Tenéis la bondad de acompañarme a mi litera?

—Será un gran… hummm… placer para mí, mi señor. —Hallyne alzó la lámpara y encabezó la marcha de regreso hacia las escaleras—. Habéis sido muy amable al visitarnos. Nos hacéis un gran honor, hummm. Hacía mucho tiempo que la Mano del Rey no nos honraba con su presencia. El último fue Lord Rossart, y porque pertenecía a nuestra orden. Eso fue en tiempos del rey Aerys. El rey Aerys estaba muy interesado en nuestro trabajo.

«El rey Aerys os utilizaba para asar vivos a sus enemigos.» Su hermano Jaime le había contado unas cuantas historias sobre el Rey Loco y sus amiguitos piromantes.

—Joffrey también estará muy interesado, no me cabe duda.

«Y precisamente por eso pienso mantenerlo bien alejado de vosotros.»

—Tenemos la esperanza de que algún día el rey visite en persona nuestro gremio. He hablado con vuestra regia hermana. Organizaríamos un gran banquete…

A medida que ascendían volvía a hacer calor.

—Su Alteza ha prohibido todos los banquetes hasta que no ganemos la guerra. —«Ante mi insistencia»—. El rey no considera apropiado que se organicen festines con platos exquisitos mientras su pueblo carece de pan.

—Un gesto muy, hummm, tierno, mi señor. En ese caso tal vez deberíamos ir algunos de nosotros a visitar al rey en la Fortaleza Roja. Podemos hacer una pequeña demostración de nuestros poderes, para distraer a Su Alteza de sus muchas preocupaciones, aunque sea sólo por una noche. El fuego valyrio no es más que uno de los temibles secretos que guarda nuestra antigua orden. Muchas y maravillosas son las cosas que podríamos mostraros.

—Se lo diré a mi hermana.

Tyrion no tenía nada en contra de unos cuantos trucos de magia, pero ya era demasiado problemática la afición de Joff a hacer que los hombres lucharan a muerte; no iba a permitir que probase las posibilidades de quemarlos vivos.

Cuando llegaron a la cima de las escaleras, Tyrion se quitó la capa de piel y se la colgó de un brazo. El Gremio de Alquimistas se reunía en un imponente edificio de piedra negra, de dimensiones increíbles, pero Hallyne lo guió por los pasillos laberínticos hasta que llegaron a la Galería de las Antorchas de Hierro, una cámara larga y retumbante en la que columnas de fuego verde danzaban en torno a columnas de metal negro de siete metros de altura. Las llamas espectrales se reflejaban contra el pulido mármol negro del suelo y las paredes, y bañaban la estancia con un resplandor esmeralda. Tyrion se habría sentido mucho más impresionado si no supiera que habían encendido las grandes antorchas de hierro aquella mañana en honor a su visita, y que las apagarían en cuanto las puertas se cerraran tras él. El fuego valyrio era demasiado costoso para despilfarrarlo.

Llegaron a la cima de las amplias escaleras curvas que salían a la calle de las Hermanas, casi al pie de la colina de Visenya. Se despidió de Hallyne y anadeó hasta donde lo esperaba Timett, hijo de Timett, con una escolta de Hombres Quemados. Teniendo en cuenta su objetivo de aquel día, le había parecido que semejante escolta era lo más apropiado. Además, sus cicatrices infundían terror en los corazones de la chusma. En los tiempos que corrían era algo muy necesario. Tan sólo hacía tres noches que una turba se había congregado a las puertas de la Fortaleza Roja para pedir alimentos. Joff los recibió con una lluvia de flechas y hubo cuatro muertos. Luego les gritó que tenían su permiso para comerse los cadáveres.

«Así nos ganamos más amigos.»

—¿Qué haces aquí? —Tyrion se sorprendió al ver también a Bronn junto a su litera.

—Llevar tus mensajes —respondió Bronn—. Mano de Hierro te requiere con urgencia en la Puerta de los Dioses. No me ha dicho para qué. Y también te han convocado para que vayas a Maegor.

—¿Convocado? —Tyrion sabía que sólo una persona se atrevería a utilizar semejante palabra—. ¿Qué quiere de mí Cersei?

Bronn se encogió de hombros.

—La reina ordena que vuelvas al castillo al momento y te reúnas con ella en sus habitaciones. El mensaje me lo dio ese mozalbete, vuestro primo. Tiene cuatro pelos encima del labio y ya se cree un hombre.

—Cuatro pelos y un título de caballero. No olvidemos que ahora es Ser Lancel. —Tyrion sabía que Ser Jacelyn no lo haría llamar si no se tratara de un asunto importante—. Más vale que vaya a ver qué quiere Bywater. Dile a mi hermana que me reuniré con ella cuando vuelva.

—No le va a hacer gracia —le advirtió Bronn.

—Mejor. Cuanto más haga esperar a Cersei, más furiosa se pondrá, y la furia la vuelve idiota. La prefiero furiosa e idiota a serena y astuta.

Tyrion tiró la capa doblada al interior de la litera y permitió que Timett lo ayudara a subir.

La plaza del mercado situada tras la Puerta de los Dioses, que en otros tiempos habría estado abarrotada de granjeros vendiendo sus cosechas, estaba casi desierta cuando Tyrion la cruzó. Ser Jacelyn lo recibió junto a la puerta y alzó la mano de hierro a modo de brusco saludo.

—Mi señor. Ha llegado vuestro primo Cleos Frey, viene de Aguasdulces con un estandarte de paz. Trae una carta de Robb Stark.

—¿Términos de paz?

—Eso dice.

—Mi querido primo. Llevadme con él.

Los capas doradas habían confinado a Ser Cleos en una habitación sin ventanas de la caseta de guardia. Al verlo entrar se levantó.

—Tyrion, cuánto me alegro de verte.

—Eso no me lo dice mucha gente.

—¿Ha venido Cersei contigo?

—Mi hermana está ocupada con otros asuntos. ¿Ésa es la carta de Stark? —La cogió de la mesa—. Podéis marcharos, Ser Jacelyn.

Bywater hizo una reverencia y salió.

—Me dijeron que entregara la oferta a la reina regente —dijo Ser Cleos cuando se cerró la puerta.

—Yo mismo lo haré. —Tyrion echó un vistazo al mapa que Robb Stark había enviado junto con la carta—. Todo a su debido tiempo, primo. Siéntate. Descansa. Estás muy delgado y ojeroso. —En realidad su aspecto era aún mucho peor que eso.

—Sí. —Ser Cleos se dejó caer en un banco—. Las cosas van mal en las tierras de los ríos, Tyrion. Sobre todo en torno al Ojo de Dioses y al camino real. Los señores de los ríos están quemando sus cosechas para rendirnos por hambre, y los forrajeadores de tu padre prenden fuego a todas las aldeas que toman, después de pasar por la espada a sus habitantes.

Así era la guerra. A los plebeyos los masacraban mientras que a los de noble cuna los retenían para pedir rescate. «Tengo que acordarme de dar gracias a los dioses por haber nacido Lannister.»

—Pese al estandarte de paz, nos atacaron dos veces. —Ser Cleos se pasó una mano por el escaso cabello castaño—. Eran lobos vestidos con armaduras, ansiosos de atacar a cualquiera que pareciera más débil que ellos. Únicamente los dioses saben en qué bando estaban al empezar todo esto, ahora sólo se defienden a ellos mismos. Perdí a tres hombres y tengo el doble de heridos.

—¿Qué noticias hay de nuestro enemigo? —Tyrion volvió a concentrarse en los términos de la oferta de Stark. «El chico no pide gran cosa. Sólo la mitad del reino, la liberación de nuestros cautivos, rehenes, la espada de su padre… ah, sí, y a sus hermanas.»

—Está en Aguasdulces, sin hacer nada —dijo Ser Cleos—. Creo que teme enfrentarse a tu padre en el campo de batalla. Pierde hombres con cada día que pasa. Los señores de los ríos se han marchado, cada uno a defender sus tierras.

«¿Será eso lo que pretendía mi padre?» Tyrion volvió a enrollar el mapa de Stark.

—Estos términos son inaceptables.

—¿Consentirás al menos en intercambiar a las niñas Stark por Tion y por Willem? —preguntó Ser Cleos, desesperado.

—No —dijo con tono amable Tyrion, que recordó que Tion Frey era el hermano menor de Ser Cleos—. Pero propondremos otro intercambio. Deja que lo consulte con Cersei y con el Consejo. Te enviaremos de vuelta a Aguasdulces con nuestra oferta.

Era obvio que la perspectiva no le parecía nada satisfactoria.

—Mi señor, no creo que Robb Stark vaya a ceder. La que quiere la paz es Lady Catelyn, no el muchacho.

—Lo que quiere Lady Catelyn es recuperar a sus hijas. —Tyrion se bajó del banco, con la carta y el mapa en la mano—. Ser Jacelyn se encargará de que tengas comida y fuego. Necesitas un buen descanso, primo. Enviaré a buscarte en cuanto sepamos algo más.

Ser Jacelyn estaba en la muralla, vigilando el entrenamiento de varios cientos de nuevos reclutas. Eran muchos los que buscaban refugio en Desembarco del Rey, así que no faltaban hombres que quisieran unirse a la Guardia de la Ciudad a cambio de una barriga llena y un lecho de paja en los barracones, pero Tyrion no se hacía ilusiones acerca de cómo lucharían aquellos andrajosos si llegaba el momento de la batalla.

—Hicisteis bien en enviar a buscarme —dijo Tyrion—. Dejo a Ser Cleos en vuestras manos. Quiero que sea tratado con toda hospitalidad.

—¿Y su escolta? —quiso saber el comandante.

—Dadles comida y ropas limpias, y enviad a un maestre para que cure sus heridas. Bajo ningún concepto deben entrar en la ciudad, ¿comprendido?

No le sería de ninguna utilidad que las noticias de las condiciones en que se encontraba Desembarco del Rey llegaran a oídos de Robb Stark en Aguasdulces.

—Comprendido, mi señor.

—Ah, una cosa más. Los alquimistas van a enviar un buen número de frascos de barro a cada una de las puertas. Quiero que los utilicéis para entrenar a los hombres que vayan a manejar las bombardas. Llenad los frascos con pintura verde y que practiquen cargándolos y disparándolos. Si alguno se mancha de pintura, sustituidlo de inmediato. Cuando dominen los frascos de pintura, llenadlos con aceite para lámparas, y que se entrenen para prenderles fuego y dispararlos mientras aún están encendidos. Cuando aprendan a hacerlo sin quemarse, estarán listos para el fuego valyrio.

—Son medidas muy prudentes. —Ser Jacelyn se rascó la mejilla con la mano de hierro—. Aunque no me gusta ese meado de alquimista.

—A mí tampoco, pero hago lo que puedo con lo que tengo.

Una vez subido en su litera, Tyrion Lannister echó las cortinas y ahuecó el almohadón que tenía bajo el codo. Cersei iba a disgustarse cuando se enterase de que había interceptado la carta de Stark, pero su padre lo había enviado allí a gobernar, no a complacer a su hermana.

En su opinión, Robb Stark les había dado una oportunidad de oro. Dejaría que el chico esperase en Aguasdulces, soñando con una paz fácil. Tyrion le enviaría la respuesta con sus términos, en la que concedería al Rey en el Norte lo justo para mantenerlo esperanzado. Ser Cleos se iba a dejar el huesudo culo Frey cabalgando ida y vuelta con ofertas y contraofertas. Y mientras, su primo Ser Stafford entrenaría al nuevo ejército que había reunido en Roca Casterly. Una vez estuviera listo, entre Lord Tywin y él podrían aplastar a los Tully y a los Stark.

«Ojalá los hermanos de Robert fueran igual de amables.» Pese a lo lento de su avance, Renly Baratheon seguía arrastrándose hacia el noroeste con su ejército sureño, y no pasaba una noche sin que Tyrion se acostara con el temor de despertar y enterarse de que Lord Stannis estaba subiendo por el Aguasnegras con toda su flota.

«Al parecer tengo una buena cantidad de fuego valyrio, pero aun así…»

El vocerío en la calle interrumpió sus reflexiones. Tyrion echó un vistazo cauteloso entre las cortinas. Estaban cruzando la plaza de los Zapateros, donde se había reunido una multitud bajo los toldos de cuero para escuchar el discurso rimbombante de un profeta. La túnica de lana sin teñir atada a la cintura con una cuerda de cáñamo lo identificaba como miembro de los hermanos mendicantes.

—¡Corrupción! —chillaba el hombre con tono agudo—. ¡Ahí tenéis la advertencia! ¡Contemplad el flagelo del Padre! —Señaló la herida roja que rasgaba el cielo. Se había situado de manera que la colina Alta de Aegon quedara justo detrás de él, y el cometa parecía suspendido sobre sus torres como un mal presagio. «Ha elegido un buen escenario», reflexionó Tyrion—. Estamos hinchados, abotargados, podridos… La hermana yace con el hermano en el lecho de los reyes, y el fruto de su incesto hace cabriolas por el palacio al son de la música que toca un monito tarado y diabólico. ¡Las damas nobles fornican con bufones y engendran monstruos! ¡Hasta el Septon Supremo se ha olvidado de los dioses! Se baña en aguas perfumadas y engorda a base de alondras y lampreas mientras su pueblo se muere de hambre. El orgullo se antepone a la plegaria, los gusanos gobiernan nuestros castillos, el oro lo es todo… ¡pero eso se acabó! ¡El verano pútrido se acaba, y el Rey Putero ha caído! Cuando el jabalí lo destripó, un hedor espantoso ascendió hacia los cielos, y de su barriga salieron mil serpientes siseantes. —Señaló el cometa y el castillo con un dedo huesudo—. ¡Ahí tenéis el presagio! ¡Los dioses lo exigen a gritos, purificaos o seréis purificados! ¡Bañaos en el vino de la probidad, o seréis bañados en fuego! ¡Fuego!

—¡Fuego! —repitieron otras voces.

Pero los gritos burlones casi las ahogaron por completo. Aquello alegró a Tyrion. Dio orden de seguir adelante, y la litera se meció como un barco en el mar agitado mientras los Hombres Quemados abrían camino. «Conque monito tarado y diabólico.» Pero aquel miserable tenía razón en lo del Septon Supremo. ¿Cómo le había dicho el Chico Luna hacía unos días? «Un hombre tan piadoso que adora a los Siete con fervor extremo, imaginad que siempre que se sienta a la mesa toma una comida en honor a cada uno de ellos.» El recuerdo de la burla del bufón hizo sonreír a Tyrion.

Se dio por satisfecho cuando consiguió llegar a la Fortaleza Roja sin más incidentes. Mientras subía por las escaleras hacia sus habitaciones, se sentía mucho más esperanzado que al amanecer.

«Tiempo, lo único que necesito es tiempo para encajar todas las piezas. Una vez tenga hecha la cadena…»

Abrió la puerta de la estancia.

Cersei se apartó de la ventana, con un airoso revoloteo de las faldas en torno a sus esbeltas caderas.

—¿Cómo te atreves a desobedecer mis órdenes?

—¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi torre?

—¿Tu torre? ¡Es el castillo de mi hijo, el rey!

—Algo así me habían comentado. —Tyrion no estaba contento. Crawn lo iba a estar aún menos. Sus Hermanos de la Luna estaban de guardia aquel día—. Da la casualidad de que iba a ir a verte.

—¿De veras?

—¿Dudas de mí? —Tyrion cerró la puerta de golpe.

—Siempre, y con motivo.

—Qué lástima. —Anadeó hacia la alacena y se sirvió una copa de vino. Hablar con Cersei le provocaba sed—. Me gustaría saber en qué te he ofendido.

—Eres un gusano repugnante. Myrcella es mi única hija. ¿De verdad creías que te iba a permitir venderla como un saco de avena?

«Myrcella —pensó—. Vaya, vaya, el huevo se está incubando. A ver de qué color es el polluelo.»

—¿Cómo un saco de avena? Nada de eso. Myrcella es una princesa. Muchos te dirían que nació para esto. ¿O acaso tenías intención de casarla con Tommen?

La mano de Cersei fue como un látigo; le hizo soltar la copa de vino, que se derramó por el suelo.

—Seas o no mi hermano, haré que te arranquen la lengua. Yo soy la regente de Joffrey, no tú, y digo que Myrcella no será entregada a ese príncipe de Dorne, como fui entregada yo a Robert Baratheon.

—¿Por qué no? —Tyrion se sacudió el vino de los dedos y suspiró—. En Dorne estaría mucho más segura que aquí.

—¿Eres así de ignorante, o sólo perverso? Demasiado bien sabes que los Martell no tienen motivos para querernos bien.

—Tienen todos los motivos del mundo para detestarnos. Pese a todo, creo que accederán. El rencor del príncipe Doran contra la Casa Lannister sólo se remonta una generación, mientras que su pueblo ha estado en guerra contra Bastión de Tormenta y Altojardín desde hace mil años, y Renly ha dado por supuesta la fidelidad de Dorne. Myrcella tiene nueve años, y Trystane Martell, once. He propuesto que se casen cuando mi sobrina tenga catorce años. Hasta entonces, será invitada de honor en Lanza del Sol, bajo la protección del príncipe Doran.

—Será su rehén —dijo Cersei con los labios apretados.

—Será su invitada de honor —insistió Tyrion—, y sospecho que Martell tratará a Myrcella mucho mejor de lo que Joffrey ha tratado a Sansa Stark. Tengo intención de enviar con ella a Ser Arys Oakheart. Tendrá como escudo juramentado a un miembro de la Guardia Real, así nadie olvidará quién ni qué es Myrcella.

—De gran cosa le servirá Ser Arys si Doran Martell decide que la muerte de mi hija es la venganza por la de su hermana.

—El honor de Martell no le permitiría matar a una niña de nueve años, y menos a una chiquilla tan dulce e inocente como Myrcella. Mientras esté en su poder, tendrá la seguridad de que mantendremos nuestro compromiso, y los términos son demasiado deseables para que los rechace. Myrcella no es más que una pequeña parte del trato. También le he ofrecido al asesino de su hermana, un asiento en el Consejo, unos castillos de las marcas…

—Es demasiado. —Cersei paseó por la habitación como una leona inquieta, sus faldas ondulando con cada movimiento—. Has ofrecido demasiado, y sin mi autorización ni mi consentimiento.

—Estamos hablando del príncipe de Dorne. Si le hubiera ofrecido menos me habría escupido a la cara.

—¡Es demasiado! —insistió Cersei, volviéndose de nuevo hacia él.

—¿Qué le habrías ofrecido tú, el agujero que tienes entre las piernas? —preguntó Tyrion, también furioso. En aquella ocasión vio venir la bofetada. Fue tan violenta que le crujió el cuello—. Mi querida, queridísima hermana —dijo—, te prometo que ha sido la última vez que me golpeas.

—No me amenaces, hombrecillo —replicó su hermana riéndose—. ¿Crees que estás a salvo porque tienes una carta de nuestro padre? No es más que un trozo de papel. Eddard Stark también tenía un trozo de papel, y mira de qué le sirvió.

«Eddard Stark no tenía a la Guardia de la Ciudad —pensó Tyrion—. Ni mis clanes, ni los mercenarios que ha contratado Bronn. Yo sí.» O eso esperaba. Había confiado en Varys, en Ser Jacelyn Bywater, en Bronn. Seguro que Lord Stark también se había hecho ciertas ilusiones.

Pero no dijo nada. Un hombre inteligente no echaba fuego valyrio a un brasero. En lugar de eso se sirvió otra copa de vino.

—¿Crees que Myrcella estará muy segura aquí si cae Desembarco del Rey? Renly y Stannis clavarán su cabeza en una pica, al lado de la tuya.

Y entonces Cersei se echó a llorar.

Tyrion Lannister no se hubiera quedado más atónito si Aegon el Conquistador en persona hubiera irrumpido en la estancia en aquel momento, a lomos de un dragón y haciendo juegos malabares con tartas. No había visto llorar a su hermana desde los tiempos en que eran niños, en Roca Casterly. Dio un paso hacia ella, con torpeza. Si tu hermana llora, se supone que tienes que consolarla… ¡Pero era Cersei! Fue a ponerle la mano en el hombro, dubitativo.

—No me toques —siseó ella, apartándose. Aquello no debería haberle dolido, pero le dolió, y más que ninguna bofetada. Con el rostro congestionado, tan furiosa como triste, Cersei trató de recuperar el aliento—. No me mires… no se te ocurra mirarme… tú no.

—No pretendía asustarte. —Tyrion le dio la espalda con cortesía—. Te prometo que a Myrcella no le va a pasar nada malo.

—Mentiroso —dijo ella—. No soy una niña a la que se pueda tranquilizar con promesas vanas. También me dijiste que liberarías a Jaime. ¿Dónde está?

—Supongo que en Aguasdulces. A salvo y bien vigilado hasta que se me ocurra la manera de liberarlo.

—Yo tendría que haber nacido hombre. —Cersei sorbió por la nariz—. Así no necesitaría de ninguno de vosotros. No habría permitido que sucediera nada de todo esto. ¿Cómo es posible que Jaime se dejara capturar por ese chico? ¿Y nuestro padre? Confié en él, estúpida de mí, y ¿dónde está ahora que lo requiero? ¿Qué hace?

—La guerra.

—¿Desde detrás de los muros de Harrenhal? —bufó, despectiva—. Curiosa manera de luchar. Se parece mucho a esconderse.

—Las apariencias engañan.

—¿Cómo lo llamarías tú? Nuestro padre está sentado en un castillo, Robb Stark está sentado en otro, y ninguno de los dos hace nada.

—Hay maneras y maneras de estar sentado —señaló Tyrion—. Los dos esperan que el otro haga un movimiento, pero el león permanece inmóvil, en equilibrio, con la cola tensa, mientras que el cervatillo está paralizado por el miedo, con las entrañas hechas gelatina. Se mueva hacia donde se mueva, el león caerá sobre él, y lo sabe.

—¿Y estás seguro de que nuestro padre es el león?

—Lo pone en todos nuestros blasones —contestó Tyrion con una sonrisa.

—Si el prisionero fuera nuestro padre —dijo ella haciendo caso omiso de la broma—, Jaime no se habría quedado sentado sin hacer nada, eso te lo aseguro.

«En ese caso, Jaime estaría perdiendo su ejército contra los muros de Aguasdulces. Nunca ha tenido paciencia, igual que tú, mi querida hermana.»

—No todos somos tan osados como Jaime, pero hay otras maneras de ganar una guerra. Harrenhal es fuerte, y su situación es perfecta.

—Mientras que Desembarco del Rey no lo es, eso lo sabemos muy bien los dos. Mientras nuestro padre juega al león y al cervatillo con Stark, Renly marcha por el camino de las rosas. ¡Puede llegar a nuestras puertas en cualquier momento!

—La ciudad no caerá en un día. Harrenhal no está lejos, y por el camino real la marcha sería rápida. Antes de que Renly terminara de preparar las máquinas de asedio, nuestro padre lo sorprendería por la retaguardia. Su ejército sería el martillo, y los muros de la ciudad el yunque. Me parece una imagen encantadora.

Los ojos verdes de Cersei se clavaron en él, desconfiados, pero al mismo tiempo hambrientos de la seguridad con que la estaba alimentando.

—¿Y si Robb Stark se pusiera en marcha?

—Harrenhal está cerca de los vados del Tridente, de manera que Roose Bolton no podría llevar su ejército norteño a reunirse con el del Joven Lobo. Stark no puede marchar contra Desembarco del Rey sin antes tomar Harrenhal, y no tendría fuerzas para ello ni con la ayuda de Roose Bolton. —Tyrion ensayó su sonrisa más conquistadora—. Y mientras, nuestro padre se alimenta de las tierras del río, y nuestro tío consigue nuevas tropas en la Roca.

—¿Cómo sabes todo eso? —Cersei lo miró con desconfianza—. ¿Te contó nuestro padre sus intenciones antes de enviarte aquí?

—No. He mirado un mapa.

—Así que todo lo que me has contado no es más que producto de tu grotesca cabeza, Gnomo. —Se volvió, desdeñosa.

—Mi querida hermana —replicó Tyrion—, si no estuviéramos en posición de vencer, ¿para qué nos iban a pedir la paz los Stark? —Le mostró la carta que había llevado Ser Cleos Frey—. El Joven Lobo nos ha enviado sus términos. Son inaceptables, claro, pero por algo se empieza. ¿Quieres echarles un vistazo?

—Sí. —En un instante volvía a ser toda regia—. ¿Cómo es que tienes tú la carta? Deberían habérmela entregado a mí.

—¿Para qué sirve una Mano, si no es para tenderte las cosas? —Tyrion le entregó la carta. Las uñas de Cersei le habían arañado el rostro y le escocía la mejilla, pero no se podía decir que aquello desmejorase mucho su aspecto.

«Que me arranque media cara a zarpazos si quiere, será un precio bajo a cambio de que acceda al matrimonio con el de Dorne.» Lo tenía al alcance de la mano, lo presentía.

Y también cierto conocimiento sobre un informador… pero bueno, aquello era la guinda del pastel.

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