DAENERYS

En los muros de Qarth algunos hombres golpeaban gongos para anunciar su llegada, mientras otros hacían sonar extraños cuernos que rodeaban sus cuerpos como grandes serpientes de bronce. Una columna de camellos salió de la ciudad para darles escolta como guardia de honor. Los jinetes vestían armaduras de escamas de cobre y yelmos con hocicos de jabalí y colmillos también de cobre, rematados por largos penachos de seda negra, y las sillas de sus monturas estaban adornadas con rubíes y granates. Los camellos iban cubiertos por mantas de cien colores diferentes.

—Qarth es la ciudad más grande que ha existido o existirá —le había dicho Pyat Pree ya entre los huesos de Vaes Tolorro—. Es el centro del mundo, la puerta entre el norte y el sur, el puente entre el este y el oeste, más antigua que el recuerdo del hombre y tan magnífica que Saathos el Sabio se sacó los ojos después de contemplarla, porque sabía que todo lo que viera a partir de entonces le resultaría triste y feo en comparación.

Dany no se tomó las palabras del brujo al pie de la letra, ni mucho menos, pero la magnificencia de la gran ciudad era innegable. Los tres gruesos muros que rodeaban Qarth mostraban tallas elaboradas. El exterior era de arenisca rojiza, de diez metros de altura y estaba decorado con animales: serpientes sinuosas, milanos en pleno vuelo, peces nadando, todos mezclados con lobos del desierto rojo, cebras rayadas y elefantes monstruosos. El muro central, de doce metros, era de granito gris adornado con escenas de guerra: espadas y lanzas contra escudos, flechas en el aire, héroes luchando, bebés asesinados, piras de cadáveres… La muralla interior eran catorce metros de mármol negro, con tallas que hicieron sonrojar a Dany hasta que se dijo que se estaba comportando como una idiota. No era ninguna doncella. Si podía contemplar las escenas de carnicerías de la muralla gris, ¿por qué tenía que apartar los ojos ante la visión de hombres y mujeres dándose placer unos a otros?

Las puertas exteriores tenían refuerzos de cobre, las intermedias de hierro, y las interiores tachonaduras en forma de ojos dorados. Todas se abrieron al paso de Dany. Cuando entró en la ciudad a lomos de su plata, los niños la precedían echando flores a su paso. Llevaban sandalias doradas y pinturas de colores vivos, y nada más.

Todos los colores que habían faltado en Vaes Tolorro estaban allí, en Qarth. Los edificios que se agolpaban en torno a ella eran fantásticos como un sueño febril, en tonos rosados, violáceos y ocres. Pasó bajo un arco de bronce que imitaba a dos serpientes copulando, cuyas escamas eran delicadas láminas de jade, obsidiana y lapislázuli. Las esbeltas torres eran las más altas que Dany había visto nunca, y en todas las plazas había ornamentadas fuentes en forma de dragones, grifos o manticoras.

Los qarthianos abarrotaban las calles y observaban desde delicados balcones que parecían demasiado frágiles para soportar su peso. Eran altos y de piel blanca, todos ataviados con linos, brocados y pieles de tigre, cada uno de ellos una dama o un señor a ojos de Dany. Las mujeres vestían túnicas que dejaban al descubierto un pecho, mientras que a los hombres les gustaba llevar faldas de seda con cuentas. Al pasar entre ellos envuelta en su túnica de piel de león, con la forma negra de Drogon sobre un hombro, Dany se sintió desastrada y bárbara. Los dothrakis llamaban a los qarthianos «hombres de leche» por su palidez, y Khal Drogo había soñado con el día en que podría saquear las grandes ciudades del este. Miró a sus jinetes de sangre, cuyos ojos oscuros y almendrados no dejaban traslucir sus pensamientos.

«¿Será posible que sólo vean la posibilidad de saquear Qarth? —se preguntó—. Qué salvajes debemos de parecerles.»

Pyat Pree guió a su pequeño khalasar por el centro de una gran galería donde los antiguos héroes de la ciudad se alzaban con el triple de su tamaño natural sobre columnas de mármol blanco y verde. Pasaron por un bazar en un edificio gigantesco en cuyo techo de enrejado habitaban un millar de pájaros de colores alegres. En las terrazas situadas sobre los tenderetes crecían árboles y flores, mientras que abajo parecía que se vendía todo lo que los dioses habían puesto sobre la tierra.

Su plata se encabritó cuando el príncipe mercader Xaro Xhoan Daxos se acercó hacia ella; Dany había descubierto que los caballos no toleraban la cercanía de los camellos.

—Si hay aquí algo que deseéis, oh mujer bella entre las bellas —le dijo Xaro desde su ornamentada silla de montar—, sólo tenéis que decirlo y será vuestro.

—Todo Qarth es suyo —entonó Pyat Pree con sus labios azules al otro lado de Dany—, no necesita fruslerías. Todo será como os prometí, khaleesi. Venid conmigo a la Casa de los Eternos, y beberéis de la verdad y la sabiduría.

—¿Para qué quiere ir a tu Palacio de Polvo, cuando yo puedo ofrecerle la luz del sol, el agua fresca y sedas para dormir? —replicó Xaro al brujo—. Los Trece pondrán una corona de jade negro y ópalos llameantes sobre su hermosa cabeza.

—El único palacio que deseo es el castillo rojo de Desembarco del Rey, mi señor Pyat. —Dany desconfiaba del brujo. La maegi Mirri Maz Duur la había dejado escarmentada de confiar en los que jugaban con hechicerías—. Y si la grandeza de Qarth quiere hacerme regalos, Xaro, que sean naves y espadas para recuperar lo que me corresponde por derecho.

—Como ordenéis, khaleesi. —Los labios azules de Pyat esbozaron una sonrisa gentil. Se alejó, meciéndose al compás del movimiento de su camello, con su larga túnica de cuentas agitándose detrás.

—La joven reina es más sabia de lo que corresponde a sus años —le susurró Xaro Xhoan Daxos desde la altura de su silla—. En Qarth tenemos un refrán: la casa de un brujo está hecha de huesos y mentiras.

—Entonces ¿por qué los hombres bajan la voz para hablar de los brujos de Qarth? En todo oriente se reverencia su poder y su sabiduría.

—En un tiempo fueron poderosos —accedió Xaro—, pero ahora resultan tan ridículos como esos soldados viejos y débiles que alardean de sus proezas cuando hace ya mucho que carecen de fuerza y destreza. Leen sus viejos pergaminos, beben color-del-ocaso hasta que se les ponen los labios azules e insinúan que poseen poderes temibles, pero comparados con los que los precedieron son cáscaras vacías. Os lo advierto, los regalos de Pyat Pree se convertirán en polvo entre vuestras manos. —Rozó con la fusta al camello y se alejó.

—El cuervo llama negro al grajo —comentó Ser Jorah en la lengua común de Poniente. El caballero exiliado cabalgaba a su derecha, como siempre. Para entrar en Qarth se había quitado el atuendo dothraki y volvía a lucir la armadura y las ropas de los Siete Reinos, a medio mundo de distancia—. Alteza, haríais bien en evitar a esos hombres.

—Esos hombres son los que me darán mi corona —replicó ella—. Xaro tiene riquezas sin límites, y Pyat Pree…

—Finge tener poder —terminó bruscamente el caballero. En su jubón verde oscuro, el oso de la Casa Mormont se alzaba sobre las patas traseras, negro y fiero. El gesto de Jorah al contemplar la multitud que abarrotaba el bazar no era menos fiero—. Yo no me quedaría aquí mucho tiempo, mi reina. No me gusta el olor de este lugar.

—Me parece que lo que oléis son los camellos —dijo Dany con una sonrisa—. Los qarthianos tienen un olor dulce, me parece a mí.

—Los olores dulces se suelen utilizar para cubrir un hedor.

«Mi gran oso —pensó Dany—. Soy su reina, pero también seré siempre su cachorro, y siempre me protegerá.» Aquello la hacía sentir segura, pero a la vez triste. Habría querido amarlo de una manera diferente.

Xaro Xhoan Daxos había ofrecido a Dany su hospitalidad mientras estuviera en la ciudad. Ella esperaba algo grandioso. Lo que no esperaba era un palacio más grande que muchas plazas de mercados. «A su lado la mansión del magíster Illyrio en Pentos parece una pocilga», pensó. Xaro le juró que su hogar podía alojar a todo el grupo de Dany con caballos incluidos; pero más que eso, los engulló. A ella le fue asignada un ala completa. Tenía jardines propios, una piscina de mármol, una torre de adivinación y un laberinto de brujo. Había esclavos que atendían la menor de sus necesidades. Los suelos de sus habitaciones privadas eran de mármol verde, y de las paredes colgaban tapices de seda que se estremecían con la menor brisa de aire.

—Sois demasiado generoso —dijo a Xaro Xhoan Daxos.

—No hay regalo demasiado generoso para la Madre de Dragones. —Xaro era un hombre lánguido, elegante, calvo, con la nariz ganchuda adornada con rubíes, ópalos y escamas de jade—. Mañana habrá un festín de pavo real y lengua de alondra, y oiréis música digna de la más hermosa de las mujeres. Los Trece vendrán a rendiros homenaje, así como todos los grandes de Qarth.

«Todos los grandes de Qarth vendrán a ver mis dragones», pensó Dany, pero agradeció a Xaro su amabilidad antes de darle permiso para retirarse. Pyat Pree también se marchó, no sin antes jurarle que pediría a los Eternos que le concedieran una audiencia, «un honor tan poco frecuente como las nieves de verano». Antes de salir le besó el pie desnudo con aquellos labios color azul claro, y le entregó un obsequio, una vasija de ungüento que, según le dijo, permitiría que viera los espíritus del aire. La última de los tres en retirarse fue Quaithe de la Sombra. Sólo dio a Dany un consejo.

—Tened cuidado —dijo la mujer de la máscara de laca roja.

—¿De quién?

—De todos. Vendrán día y noche a contemplar las maravillas que han nacido de nuevo en el mundo, y cuando las vean las desearán. Porque los dragones son fuego hecho carne, y el fuego es poder.

—Dice la verdad, mi reina —comentó Ser Jorah cuando también Quaithe se hubo marchado—. Aunque no confío en ella más que en los otros.

—No la comprendo. —Pyat y Xaro habían colmado a Dany de promesas en cuanto vieron a los dragones, se habían declarado sus más leales sirvientes, pero Quaithe apenas si le había dirigido la palabra, y siempre en tono críptico. Y la desasosegaba no haber visto nunca el rostro de la mujer. «Acuérdate de Mirri Maz Duur —se dijo—. Acuérdate de la traición.» Se volvió hacia sus jinetes de sangre—. Mientras estemos aquí seguiremos montando guardia. Que nadie entre sin mi permiso en esta ala del palacio, y encargaos de que los dragones cuenten siempre con vigilancia.

—Así se hará, khaleesi —dijo Aggo.

—Sólo hemos visto de Qarth lo que Pyat Pree ha querido enseñarnos —prosiguió—. Rakharo, ve a indagar sobre el resto y cuéntame lo que averigües. Llévate a buenos hombres… y también a mujeres, para entrar en los lugares donde no puedan entrar los hombres.

—Lo que tú ordenas yo lo hago, sangre de mi sangre —dijo Rakharo.

—Ser Jorah, id a los muelles y averiguad qué tipo de barcos hay anclados. Ha pasado medio año desde que recibí las últimas noticias de los Siete Reinos. Tal vez los dioses nos hayan enviado con sus vientos a algún buen capitán de Poniente con un barco que nos lleve a casa.

—Los dioses no os harían ningún favor —replicó el caballero con el ceño fruncido—. El Usurpador os matará, tan cierto como que el sol sale por las mañanas. —Mormont se colgó los pulgares del cinto de la espada—. Mi lugar está aquí, a vuestro lado.

—Jhogo también puede cuidarme. Vos conocéis más idiomas que mis jinetes de sangre, y los dothrakis desconfían del mar y de los que lo navegan. Sólo vos podéis hacer esto por mí. Recorred los barcos, hablad con las tripulaciones y averiguad de dónde vienen, adónde van y cómo son sus capitanes.

—Como ordenéis, mi reina —aceptó el exiliado de mala gana.

Una vez se marcharon todos los hombres, las doncellas le quitaron las sedas sucias del viaje, y Dany se dirigió hacia la piscina de mármol a la sombra de un pórtico. El agua era de un frescor delicioso, y en la piscina nadaban pececillos dorados que le mordisqueaban la piel con curiosidad y la hacían reír. Fue muy agradable cerrar los ojos y flotar, sabiendo que podría descansar tanto como quisiera. Se preguntó si en el Torreón Rojo de Aegon habría una piscina como aquélla y jardines fragantes llenos de lavanda y menta.

«Claro, sin duda. Viserys siempre decía que los Siete Reinos eran más hermosos que ningún otro lugar en el mundo.»

Pensar en su hogar le resultaba inquietante. Si su sol y estrellas hubiera vivido, habría guiado a su khalasar a través del agua envenenada para barrer a sus enemigos, pero su fuerza había abandonado aquel mundo. Le quedaban sus jinetes de sangre, defensores jurados y diestros en la batalla, pero sólo al estilo de los señores de los caballos. Los dothrakis saqueaban ciudades y asolaban reinos, no los gobernaban. Dany no quería ver Desembarco del Rey reducido a ruinas ennegrecidas habitadas por fantasmas agitados. Ya había sorbido demasiadas lágrimas. «Quiero que mi reino sea hermoso, para llenarlo de hombres gordos, doncellas hermosas y niños que rían. Quiero que mi pueblo sonría al verme pasar a caballo, igual que decía Viserys que sonreían al ver a mi padre.»

Pero antes tendría que conquistarlo.

«El Usurpador os matará, tan cierto como que el sol sale por las mañanas», había dicho Mormont. Robert había acabado con su valiente hermano Rhaegar, y uno de sus enviados cruzó el mar dothraki para envenenarla junto con su hijo nonato. Se decía que Robert Baratheon era fuerte como un toro e intrépido en la batalla, que amaba la guerra más que nada en el mundo. Y junto a él se alzaban los grandes señores a los que su hermano llamaba «los perros del Usurpador»: Eddard Stark, con sus ojos fríos y su corazón de hielo, y los dorados Lannister, padre e hijo, tan ricos, tan poderosos, tan traicioneros…

¿Cómo iba ella a derrotar a hombres así? Cuando Khal Drogo estaba vivo, los hombres temblaban y le hacían regalos para aplacar su ira. De lo contrario, tomaba sus ciudades, sus riquezas y sus esposas. Pero su khalasar había sido vasto, y el de Dany era exiguo. Su pueblo la había seguido en el cruce del desierto rojo, en pos del cometa, y también la seguirían a través del agua envenenada, pero no eran suficientes. Tal vez ni siquiera sus dragones fueran suficientes. Viserys había creído que el reino se alzaría para apoyar a su rey legítimo… pero Viserys era un idiota, y los idiotas creen idioteces.

Las dudas la hicieron temblar. De repente el agua le pareció fría, y molestos los pececillos que le mordisqueaban la piel. Dany se levantó y salió de la piscina.

—Irri —llamó—. Jhiqui.

Mientras las doncellas la secaban con toallas y la envolvían en una túnica de seda, los pensamientos de Dany se centraron en los tres que habían ido a buscarla a la Ciudad de Huesos.

«La Estrella Sangrante me guió a Qarth con un objetivo. Aquí encontraré lo que necesito, si tengo la fuerza para aceptar lo que me ofrezcan y la sabiduría para evitar trampas y engaños. Si los dioses quieren que conquiste, me darán los medios, me enviarán una señal, y si no… si no…»

Ya casi había anochecido cuando Irri llegó junto a Dany, que estaba alimentando a los dragones al otro lado de las cortinas de seda, para decirle que Ser Jorah había regresado de los muelles… y que no venía solo.

—Hazlo entrar, con quienquiera que haya traído —dijo, curiosa.

Cuando pasaron la encontraron sentada entre cojines, rodeada por los dragones. El hombre que acompañaba a Ser Jorah llevaba una capa de plumas verdes y amarillas, y tenía la piel tan negra como el azabache pulido.

—Alteza —dijo el caballero—, os presento a Quhuru Mo, capitán del Viento de canela, que viene de Árboles Altos.

—Es un gran honor para mí, mi reina —dijo el hombre negro arrodillándose. No hablaba la lengua de las Islas del Verano, que Dany desconocía, sino el fluido valyrio de las Nueve Ciudades Libres.

—El honor es mío, Quhuru Mo —dijo Dany en el mismo idioma—. ¿Venís de las Islas del Verano?

—Así es, Alteza, pero no hace ni medio año que tocamos puerto en Antigua. De allí os traigo un regalo maravilloso.

—¿Un regalo?

—Un regalo en forma de noticias. Madre de Dragones, Hija de la Tormenta, os digo la verdad, Robert Baratheon ha muerto.

Tras los muros, el ocaso cubría Qarth de oscuridad, pero en el corazón de Dany había salido el sol.

—¿Muerto?

—Así se dice en Antigua, en Dorne, en Lys y en todos los puertos que hemos tocado.

«Me envió vino envenenado, pero yo vivo y él ha muerto.» Sobre su hombro, Viserion batió en el aire las alas color crema.

—¿En qué circunstancias?

—Mientras cazaba en su Bosque Real lo destrozó un jabalí monstruoso, o eso me dijeron en Antigua. Otros cuentan que lo traicionó su reina, o su hermano, o Lord Stark, que era su Mano. Pero todos los relatos coinciden en que el rey Robert está muerto y enterrado.

Dany jamás había visto al Usurpador, pero rara vez pasaba un día sin que pensara en él. Su larga sombra la había cubierto desde el día en que nació, cuando la parieron en medio de sangre y truenos a un mundo en el que ya no tenía lugar. Y aquel desconocido de ébano acababa de disipar esa sombra.

—Ahora el que ocupa el Trono de Hierro es el chico —dijo Ser Jorah.

—El rey Joffrey reina —asintió Quhuru Mo—, pero los Lannister gobiernan. Los hermanos de Robert han huido de Desembarco del Rey. Se dice que ambos quieren reclamar la corona. Y la Mano ha caído, era Lord Stark, amigo del rey Robert. Ha sido detenido por traición.

—¿Ned Stark… traidor? —bufó Ser Jorah—. Imposible. El Largo Verano volverá antes de que ése mancille su estimado honor.

—¿Qué honor puede tener? —dijo Dany—. Traicionó a su rey legítimo, igual que esos Lannister. —Estaba complacida de que los perros del Usurpador pelearan entre ellos, aunque no sorprendida. Lo mismo había sucedido cuando murió Drogo, y su gran khalasar se hizo pedazos—. Mi hermano Viserys, que era el rey legítimo, también ha muerto —dijo al isleño—. Khal Drogo, mi señor esposo, lo mató con una corona de oro fundido.

¿Se habría comportado su hermano con más sensatez de haber sabido que la venganza por la que tanto había rezado estaba ya tan cerca?

—Entonces mi corazón llora por ti, Madre de Dragones, y por Poniente, que se desangra privado de su rey legítimo.

Bajo los dedos suaves de Dany, el dragón verde, Rhaegal, contemplaba al desconocido con ojos de oro líquido. Abrió la boca, y sus dientes brillaron como agujas negras.

—¿Cuándo regresará vuestro barco a Poniente, capitán?

—Dentro de un año o más, por desgracia. Desde aquí el Viento de canela pondrá rumbo al este, para seguir la ruta del comercio por el mar de Jade.

—Ya —dijo Dany, decepcionada—. En ese caso, os deseo buenos vientos y suerte en el comercio. Me habéis traído un regalo de gran valor.

—Me siento mil veces recompensado, gran reina.

—¿Por qué? —Lo miraba asombrada.

—He visto dragones. —Al hombre le brillaban los ojos.

—Y espero que algún día volváis a verlos —dijo Dany riéndose—. Venid a visitarme en Desembarco del Rey cuando ocupe el trono de mi padre y recibiréis una gran recompensa.

El isleño prometió que lo haría, le besó los dedos y se despidió. Jhiqui lo acompañó a la salida.

Khaleesi —dijo el caballero cuando estuvieron a solas—, si estuviera en vuestro lugar no hablaría de esos planes con tanta libertad. Este hombre lo contará todo adondequiera que vaya.

—Que lo cuente —dijo—. Que el mundo entero conozca mi propósito. El Usurpador ha muerto, ¿qué importa?

—No todo lo que cuentan los marineros es cierto —la previno Ser Jorah—. Y aunque Robert esté muerto de verdad, reina su hijo. Nada ha cambiado.

—Todo ha cambiado. —Dany se levantó bruscamente. Los dragones chillaron, se desenroscaron y extendieron las alas. Drogon revoloteó hasta posarse en el dintel sobre los arcos. Los otros saltaron por el suelo, arrastrando por el mármol las puntas de las alas—. Antes los Siete Reinos eran como el khalasar de mi Drogo, mil aunados por su fuerza. Ahora se hacen pedazos, como pasó con el khalasar cuando mi khal yacía muerto.

—Los grandes señores siempre han luchado entre ellos. Decidme quién ha ganado y os diré qué significa. Los Siete Reinos no caerán en vuestras manos como otros tantos melocotones maduros, khaleesi. Necesitaréis una flota, oro, ejércitos, alianzas…

—Ya sé todo eso. —Le cogió las manos y alzó la vista para mirarlo a los ojos, oscuros, desconfiados. «A veces me ve como a una niña a la que tiene que proteger, y a veces como a una mujer con la que querría acostarse, pero… ¿alguna vez me ve como a su reina?»—. No soy la niña asustada que conocisteis en Pentos. Sí, sólo he vivido quince días de mi nombre… pero soy tan anciana como las viejas del dosh khaleen, y a la vez tan joven como mis dragones, Jorah. He parido un hijo, quemado a un khal y cruzado el desierto rojo y el mar dothraki. Mi sangre es la sangre del dragón.

—Igual que la de vuestro hermano —dijo, testarudo.

—Yo no soy Viserys.

—No —reconoció él—. En vos hay más de Rhaegar, pero hasta Rhaegar podía morir. Robert lo demostró en el Tridente y no le hizo falta más que una maza. Hasta los dragones mueren.

—Hasta los dragones mueren. —Se puso de puntillas para depositar un ligero beso en la mejilla sin afeitar del caballero—. Pero también los asesinos de dragones.

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