THEON

El maestre Luwin fue a verlo tras enviar a los primeros exploradores al otro lado de las murallas.

—Mi señor príncipe, debéis rendiros —dijo.

Theon echó una mirada a la bandeja de tortas de avena, miel y morcillas que le habían traído para desayunar. Otra noche de insomnio le había dejado destrozados los nervios, y la vista de los alimentos era suficiente para revolverle las tripas.

—¿Mi tío no ha respondido?

—No —dijo el maestre—. Tampoco ha respondido vuestro padre en Pyke.

—Manda más pájaros.

—No servirá de nada. Cuando los pájaros lleguen…

—¡Mándalos! —ordenó y con un movimiento del brazo tiró a un lado la bandeja de comida, apartó las mantas y se levantó de la cama de Ned Stark, desnudo y enojado—. ¿O quieres verme muerto? ¿Es eso, Luwin? Dime la verdad ahora mismo.

—Mi orden sirve. —El hombrecillo gris no dio señales de temor.

—Sí, pero ¿a quién?

—Al reino —dijo el maestre Luwin—, y a Invernalia. Theon, en una época os enseñé los números y las letras, la historia y el arte de la guerra. Y si hubierais querido aprender más, os habría enseñado más cosas. No diré que sienta un gran amor por vos, pero tampoco puedo odiaros. Incluso si así fuera, mientras seáis el señor de Invernalia, mi juramento me obliga a ser vuestro consejero. Por lo tanto, ahora os aconsejo que os rindáis.

Theon se inclinó para recoger del suelo la capa arrugada, la sacudió de juncos y se la echó por encima de los hombros.

«La chimenea, quiero la chimenea encendida, quiero fuego y ropa limpia. ¿Dónde está Wex? No iré a la tumba vestido con ropa sucia.»

—No tenéis ninguna posibilidad de manteneros aquí —prosiguió el maestre—. Si vuestro señor padre hubiera tenido la intención de mandaros ayuda, ya lo habría hecho. Lo que lo preocupa es el Cuello. La batalla por el norte se librará entre las ruinas de Foso Cailin.

—Puede que sí —dijo Theon—. Y mientras yo conserve Invernalia, los señores vasallos de Ser Rodrik y Stark no pueden marchar hacia el sur para atacar a mi tío por la retaguardia. —«No soy tan ignorante en lo relativo a la guerra como crees, anciano»—. Tengo comida suficiente para resistir un año de asedio, si fuera necesario.

—No habrá asedio. Quizá pasen uno o dos días armando escaleras y atando arpeos a las cuerdas. Pero en muy poco tiempo treparán por vuestras murallas por cien sitios a la vez. Quizá podáis defender un tiempo el torreón principal, pero el castillo caerá en menos de una hora. Lo mejor sería que abrierais las puertas y pidierais…

—¿Clemencia? Ya sé qué tipo de clemencia guardan para mí.

—Hay una posibilidad.

—Soy hijo del hierro —le recordó Theon—. Las posibilidades me las labro yo. ¿Qué opciones me han dejado? No, no me respondas, ya he oído demasiados consejos tuyos. Ve y manda esos pájaros, como te he ordenado, y dile a Lorren que quiero verlo. Y también a Wex. Quiero que limpien bien mi cota de malla, y que la guarnición forme en el patio.

Por un instante pensó que el maestre lo iba a desafiar. Pero finalmente Luwin, muy tieso, hizo una reverencia.

—Como ordenéis, señor.

El grupo era ridículamente reducido, los hombres del hierro eran pocos, y el patio muy grande.

—Tendremos encima a los norteños antes de que caiga la noche —les dijo—. Ser Rodrik Cassel y todos los señores que han acudido a su llamada. No huiré de ellos. He tomado este castillo y tengo la intención de defenderlo, de vivir o morir como príncipe de Invernalia. Pero no voy a ordenar a ningún hombre que muera por mí. Si os vais ahora, antes de que las fuerzas principales de Ser Rodrik caigan sobre nosotros, todavía tendréis una oportunidad de ser libres. —Desenvainó su espada larga y trazó una línea en el fango—. Los que se queden a combatir, que den un paso al frente.

Nadie dijo nada. Los hombres se mantenían allí de pie, con sus cotas, sus pieles, sus corazas de cuero endurecido, inmóviles como si los hubieran esculpido en piedra. Unos pocos intercambiaron miradas. Urzen levantó y volvió a apoyar los pies alternativamente. Dykk Harlaw carraspeó y escupió. Una leve brisa hizo oscilar los largos cabellos de Endehar.

Theon se sintió como si se estuviera ahogando. «¿Por qué me sorprendo?», pensó, sombrío. Su padre lo había abandonado, sus tíos, su hermana, hasta Hediondo, aquella criatura vil. ¿Por qué sus hombres iban a mostrar más lealtad? No había nada que hacer, nada que decir. Sólo podía permanecer allí, bajo las grandes paredes grises y el duro cielo blanquecino, con la espada en la mano, esperando, esperando…

El primero en cruzar la línea fue Wex. Tres pasos rápidos y quedó de pie junto a Theon, con aspecto desgarbado. Avergonzado por el chico, Lorren el Negro lo siguió, con el ceño fruncido.

—¿Quién más? —preguntó.

Rolfe el Rojo se adelantó. Kromm. Werlag. Tymor y sus hermanos. Ulf el Enfermo. Harrag el Robaovejas. Cuatro Harlaw y dos Botley. El último fue Kenned el Cachalote. Diecisiete en total.

Urzen estaba entre los que no se habían movido, así como Stygg y todos los hombres que Asha había traído de Bosquespeso.

—Marchaos entonces —les dijo Theon—. Huid con mi hermana. Ella os dará una cálida bienvenida a todos. No tengo la menor duda.

Stygg tuvo al menos la decencia de parecer avergonzado. Los demás echaron a andar sin pronunciar una palabra. Theon se volvió a los diecisiete que permanecían allí.

—Volved a las murallas. Si los dioses se compadecen de nosotros, me acordaré de cada uno de vosotros.

Lorren el Negro se quedó cuando los demás marcharon.

—Tan pronto comience la batalla, los del castillo se volverán contra nosotros.

—Lo sé. ¿Qué quieres que haga?

—Que los eliminéis —dijo Lorren—. A todos.

Theon hizo un gesto de asentimiento.

—¿Está lista la horca?

—Lo está. ¿Vais a utilizarla?

—¿Se os ocurre algo mejor?

—Sí. Puedo coger mi pica y ponerme en ese puente levadizo. Que vengan a por mí. De uno en uno, dos, tres a la vez, no tiene importancia. Mientras me quede un aliento, ninguno cruzará el foso.

«Quiere morir —pensó Theon—. No quiere una victoria, sino un final digno de una canción.»

—Lo de la horca es mejor.

—Como ordenéis —replicó Lorren, con la mirada cargada de desprecio.

Wex lo ayudó a vestirse para la batalla. Bajo el jubón negro y la capa dorada llevaba una cota de malla bien engrasada, y debajo de ella una coraza. Una vez estuvo vestido y armado, Theon subió a la torre del vigía en la esquina donde se unían las murallas este y sur, para contemplar el destino que lo aguardaba. Los norteños se desplegaban para rodear el castillo. Era difícil calcular su número. Por lo menos un millar; quizá el doble. «Contra diecisiete.» Habían traído catapultas y escorpiones. No vio torres de asedio avanzando por el camino real, pero en el Bosque de los Lobos había madera suficiente para construir todas las que hicieran falta.

Theon estudió sus estandartes, mirando por el tubo de lentes del maestre Luwin. El hacha de guerra de Cerwyn ondeaba con bravura por todas partes, y también se veían los árboles de Tallhart, así como los tritones de Puerto Blanco. Los blasones de Flint y Karstark eran menos. Aquí y allá pudo divisar el alce de los Hornwood. «Pero no hay ningún Glover, Asha se ha encargado de eso; tampoco están los Bolton de Fuerte Terror, ni los Umber han bajado desde la sombra del Muro.» Y tampoco hacían falta. Al poco tiempo, el niño Cley Cerwyn apareció ante las puertas con una bandera de paz en una larga asta, para anunciar que Ser Rodrik Cassel quería parlamentar con Theon el Renegado.

Renegado. El nombre era amargo como la bilis. Recordó que había ido a Pyke para guiar los barcos de su padre contra Lannisport.

—Saldré enseguida —gritó hacia bajo—. Solo.

Lorren el Negro lo desaprobó.

—La sangre sólo se lava con sangre —declaró—. Los caballeros pueden respetar los armisticios con otros caballeros, pero no cuidan tanto su honor cuando tratan con aquellos a los que consideran bandoleros.

—Soy el príncipe de Invernalia y el heredero de las Islas del Hierro —replicó Theon, airado—. Ve a buscar a la chica y haz lo que te dije.

—Como ordenéis, príncipe —respondió Lorren el Negro, con una mirada asesina.

«Él también se ha vuelto contra mí —constató Theon. Últimamente le parecía que hasta las mismas piedras de Invernalia se habían vuelto en su contra—. Si muero, lo haré sin amigos, abandonado.» ¿Qué opción le dejaba eso que no fuera vivir?

Cabalgó hasta la torre de la entrada con la corona en la cabeza. Una mujer estaba sacando agua del pozo, y Gage, el cocinero, lo observaba ante las puertas de la cocina. Ocultaban su odio bajo un aspecto malhumorado y rostros tan inexpresivos como la piedra, pero de todos modos él podía percibirlo.

Cuando bajó el puente levadizo, un viento gélido llegó del otro lado del foso. Le produjo un estremecimiento. «Es el frío, nada más —se dijo Theon—, sólo estoy tiritando, no temblando. Hasta los valientes tiritan.» Cabalgó en las fauces de aquel viento, bajo el rastrillo, sobre el puente levadizo. Las puertas exteriores se abrieron para permitirle el paso. Cuando apareció al pie de las murallas, casi sintió cómo los niños lo observaban desde las órbitas vacías donde habían estado sus ojos.

Ser Rodrik lo esperaba en el mercado, a horcajadas sobre su caballo pinto. Junto a él, el lobo huargo de los Stark tremolaba en el asta que llevaba el joven Cley Cerwyn. Estaban solos en la plaza, aunque Theon podía ver arqueros en los techos de las casas circundantes, así como lanceros a su derecha, y a su izquierda una línea de caballeros en sus monturas, bajo el tritón y el tridente de la Casa Manderly.

«Todos ellos me quieren muerto.» Algunos eran chicos con los que había bebido, jugado a los dados o incluso ido de putas, pero si cayera en sus manos eso no lo salvaría.

—Ser Rodrik. —Theon tiró de las riendas y su caballo se detuvo—. Lamento que nos tengamos que encontrar como enemigos.

—Lo que yo lamento es que deba esperar todavía para colgaros. —El viejo caballero escupió en el suelo fangoso—. Theon el Renegado.

—Soy un Greyjoy de Pyke —le recordó Theon—. El manto en el que me envolvió mi padre tenía un kraken, no un lobo huargo.

—Durante diez años habéis sido pupilo de los Stark.

—Yo más bien diría que he sido rehén y prisionero.

—Entonces quizá Lord Eddard debió teneros encadenado a la pared de una mazmorra. En lugar de ello, os educó entre sus hijos, los dulces niños que has asesinado, y para mi eterna deshonra yo os entrené en el arte de la guerra. Hubiera debido atravesaros el vientre con una espada, en lugar de poner una en vuestras manos.

—He venido a parlamentar, no a escuchar vuestros insultos. Decid lo que tengáis que decir, anciano. ¿Qué deseáis de mí?

—Dos cosas —respondió Ser Rodrik—, Invernalia y vuestra vida. Ordenad a vuestros hombres que abran las puertas y rindan sus armas. Los que no han asesinado niños serán libres de marchar, pero vos seréis llevado ante la justicia del rey Robb. Que los dioses se apiaden de vos antes de que él regrese.

—Robb no volverá a ver Invernalia —prometió Theon—. Su ejército caerá en el Foso Cailin, igual que todos los ejércitos sureños a lo largo de diez mil años. Ahora dominamos el norte, ser.

—Domináis tres castillos —replicó Ser Rodrik—, y me dispongo a recuperar éste, Renegado.

—Éstas son mis condiciones —dijo Theon sin prestar atención al insulto—. Tenéis hasta la caída de la noche para dispersaros. Los que juren lealtad a Balon Greyjoy como su rey, y a mí como príncipe de Invernalia, serán ratificados en sus derechos y propiedades, y no sufrirán daño alguno. Los que nos desafíen serán destruidos.

—¿Estáis loco, Greyjoy? —intervino el joven Cerwyn, que no daba crédito a sus oídos.

—Es sólo soberbia, hijo —le dijo Ser Rodrik sacudiendo la cabeza—. Me temo que Theon siempre ha tenido una opinión demasiado elevada de sí mismo. —El anciano apuntó hacia él con un dedo—. No penséis que necesito esperar a Robb para tratar con vos. Tengo conmigo a unos dos mil hombres… y si lo que cuentan es verdad, no tenéis más de cincuenta.

«En verdad, diecisiete.» Theon se obligó a sonreír.

—Tengo algo mejor que hombres. —Y levantó un puño por encima de la cabeza, la señal que Lorren el Negro debía esperar.

Las murallas de Invernalia estaban a su espalda, pero Ser Rodrik las tenía de frente y no podía evitar verlas. Theon vigiló su expresión. Cuando su barbilla tembló bajo las rígidas patillas blancas, supo qué era lo que el anciano estaba viendo. «No le causa sorpresa —pensó con tristeza—, pero tiene miedo.»

—Es una cobardía —dijo Ser Rodrik—. Usar a una criatura de esa manera… es despreciable.

—Oh, lo sé —replicó Theon—. Es un plato que ya he probado, ¿o acaso se os ha olvidado? Tenía diez años cuando me sacaron de la casa de mi padre, para garantizar que él no volvería a encabezar una rebelión.

—¡No es lo mismo!

—El lazo corredizo que yo llevaba no era de cáñamo —dijo Theon con el rostro impasible—, es verdad, pero como si lo hubiera sido. Y me laceró. Me laceró hasta dejarme en carne viva. —Hasta ese momento no se había dado cuenta plenamente de que había sido así, pero cuando las palabras brotaron de su boca vio que estaban llenas de verdad.

—No se os hizo ningún daño.

—Ni se le hará a vuestra Beth, siempre que…

—Víbora —masculló el caballero interrumpiéndolo, con el rostro púrpura bajo las patillas blancas—. Os di la oportunidad de salvar a vuestros hombres y morir con una pizca de honor, Renegado. Debí saber que pedía demasiado de un asesino de niños. —Su mano fue a la empuñadura de su espada—. Debería atravesaros ahora mismo, y poner punto final a vuestros engaños y mentiras. Por los dioses que debería hacerlo.

Theon no sentía miedo ante un anciano decrépito, pero los arqueros y la línea de caballeros eran algo bien diferente. Si sacaban las espadas, sus posibilidades de regresar vivo al castillo eran prácticamente nulas.

—Renegad de vuestro juramento, matadme, y veréis a vuestra pequeña Beth morir estrangulada al extremo de una cuerda.

Los nudillos de Ser Rodrik estaban blancos, pero unos instantes después retiró la mano de la empuñadura de la espada.

—En verdad, he vivido demasiado.

—No estoy en desacuerdo con eso, ser. ¿Aceptaréis mis condiciones?

—Tengo un deber para con Lady Catelyn y la Casa Stark.

—Y vuestra propia casa, ¿qué? Beth es la última de vuestra sangre.

—Me ofrezco en lugar de mi hija. —El anciano caballero se irguió—. Soltadla y llevadme como vuestro rehén. Sin duda el castellano de Invernalia vale más que una niña.

—No para mí. —«Un gesto valiente, anciano, pero no soy tan imbécil»—. Y apostaría que tampoco para Lord Manderly ni para Leobald Tallhart. —«Tu triste pellejo, anciano, no vale más para ellos que el de cualquier otro hombre»—. No, me quedaré con la niña… y ella estará a salvo siempre que hagáis lo que os he ordenado. Su vida está en vuestras manos.

—Por los dioses, Theon, ¿cómo podéis hacer esto? Sabéis que debo atacar, que he hecho un juramento…

—Si este ejército sigue armado y frente a mis puertas cuando se ponga el sol —dijo Theon—, Beth será ahorcada. Otro rehén la seguirá a la tumba con la primera luz de la aurora, y otro al crepúsculo. Cada amanecer y cada atardecer significarán una muerte hasta que os larguéis. Tengo abundancia de rehenes.

No esperó una respuesta. Hizo que Sonrisas se diera vuelta y cabalgó de regreso al castillo. Al principio iba lento, pero pensar en todos aquellos arqueros a sus espaldas lo obligó a ir al trote. Las pequeñas cabezas lo veían aproximarse desde sus picas, sus rostros desollados y cubiertos de alquitrán crecían a cada paso; entre ellos se encontraba la pequeña Beth Cassel, llorando, con un lazo corredizo al cuello. Theon clavó las espuelas y puso el caballo al galope. Los cascos de Sonrisas resonaban en el puente levadizo como un repique de tambores.

Desmontó en el patio y tendió las riendas a Wex.

—Es posible que se larguen —le dijo a Lorren el Negro—. Lo sabremos al anochecer. Ten a la niña aquí dentro hasta esa hora, en algún lugar seguro. —Bajo las capas de cuero, acero y lana, sentía el cuerpo pegajoso de sudor—. Necesito una copa de vino. Un tonel de vino sería aún mejor.

Habían encendido el fuego en el dormitorio de Ned Stark. Theon se sentó junto a él y llenó una copa con un vino de mucho cuerpo, procedente de las bodegas del castillo, un vino tan ácido como su estado de ánimo. «Atacarán —pensó, sombrío, mirando las llamas—. Ser Rodrik ama a su hija, pero sigue siendo el castellano, y por encima de todo es un caballero.» Si hubiera sido Theon el que tuviera un lazo corredizo en torno al cuello, y Lord Balon el comandante del ejército exterior, los cuernos de guerra habrían dado ya la señal de ataque, no tenía la menor duda de ello. Debía dar gracias a los dioses por que Ser Rodrik no fuera hijo del hierro. Los hombres de las tierras verdes estaban hechos de un material más blando, aunque no todo lo blando que le hacía falta.

En caso contrario, si el anciano daba la orden de atacar el castillo a pesar de todo, Invernalia caería; Theon no se engañaba al respecto. Sus diecisiete hombres matarían cada uno a cuatro o cinco enemigos, pero al final serían aplastados.

Theon contempló las llamas por encima del borde de su copa de vino, rabioso por la injusticia de todo aquello.

—Cabalgué junto con Robb Stark en el Bosque Susurrante —masculló. Había sentido miedo aquella noche, pero nada semejante al que tenía en aquel momento. Una cosa es ir al combate rodeado de amigos, y otra muy diferente perecer solo y despreciado.

«Clemencia», pensó con tristeza.

El vino no le ofreció solaz alguno, así que Theon envió a Wex en busca de su arco y fue al viejo patio de armas. Allí estuvo lanzando flechas una tras otra a los blancos de la arquería hasta que le dolieron los hombros y le sangraron los dedos, haciendo una pausa sólo para arrancar las flechas de los blancos para comenzar una nueva ronda. «Con este arco salvé la vida de Bran —recordó—. Quisiera poder salvar la mía.» Varias mujeres se acercaron al pozo, pero se fueron al momento; lo que veían en el rostro de Theon las espantaba al instante.

A sus espaldas se erigía la torre rota, con la cima dentada como una corona en el lugar donde, mucho tiempo atrás, el fuego había hecho derrumbarse los pisos superiores. La sombra de la torre se movía con el sol, alargándose de manera gradual, un brazo negro que se extendía en busca de Theon Greyjoy. Cuando el sol tocó la muralla, él estaba a su alcance.

«Si cuelgo a la chica, los norteños atacarán de inmediato —pensó mientras arrancaba una flecha—. Si no la cuelgo, sabrán que mis amenazas son en vano. —Colocó otra flecha en el arco—. No hay manera de salir de esto, ninguna.»

—Si contarais con cien arqueros tan buenos como vos, tendríais una oportunidad de retener el castillo —dijo quedamente una voz.

Cuando se volvió, el maestre Luwin estaba detrás de él.

—Lárgate —le dijo Theon—. Ya estoy harto de tus consejos.

—¿Y de la vida? ¿También de la vida estáis harto, mi señor príncipe?

—Una palabra más y te atravesaré con esta flecha —amenazó levantando el arco.

—No lo haréis.

—¿Qué te apuestas? —Theon tensó el arco, llevando las plumas grises de ganso hasta su mejilla.

—Soy vuestra última esperanza, Theon.

«No tengo ninguna esperanza», pensó, pero de todos modos bajó un poco el arco.

—No voy a huir —dijo.

—No hablo de huir. Vestid el negro.

—¿La Guardia de la Noche? —Theon dejó que el arco se destensara lentamente y apuntó la flecha hacia el suelo.

—Ser Rodrik ha servido a la Casa Stark toda su vida, y la Casa Stark siempre ha sido amiga de la Guardia. No os lo negará. Abrid las puertas, rendid vuestras armas y él se verá obligado a dejaros vestir el negro.

«Un hermano de la Guardia de la Noche.» Eso significaba que no habría corona, ni hijos, ni esposa… pero significaba la vida, y una vida con honor. El propio hermano de Ned Stark había elegido la Guardia, al igual que Jon Nieve… Tengo mucha ropa negra, sólo habría que arrancarle los krakens. Hasta mi caballo es negro. Podría ascender en la Guardia, a capitán de los exploradores, incluso a Lord Comandante. Que Asha se quede con las malditas islas, son tan lúgubres como ella. Si sirviera en Guardiaoriente, podría capitanear mi propia nave, y más allá del Muro hay muy buena caza. Y, en lo tocante a mujeres, ¿qué hembra salvaje no querría un príncipe en su cama? —Su rostro se distendió en una lenta sonrisa—. No es posible cambiar una capa negra. Allí seré tan bueno como cualquiera…»

—¡Príncipe Theon! —El grito súbito rompió su ensoñación en pedazos. Kromm llegaba corriendo del otro lado del cuartel—. ¡Los norteños!

Sintió una punzada súbita de miedo que le dio náuseas.

—¿Atacan?

—Aún hay tiempo. —El maestre Luwin le oprimió el brazo—. Izad bandera blanca…

—Combaten entre sí —informó Kromm con urgencia—. Llegaron más hombres, centenares, y al principio hicieron como que se unían a los otros, ¡pero ahora han caído sobre ellos!

—¿Será Asha? —«Después de todo, ¿habría venido a salvarlo?»

—No —dijo Kromm con un gesto de negación—. Os digo que son norteños. En su estandarte llevan un hombre ensangrentado.

«El hombre desollado de Fuerte Terror.» Theon recordó que Hediondo había pertenecido al bastardo de Bolton antes de ser capturado. Era difícil creer que una criatura tan vil como él pudiera hacer que los Bolton cambiaran su alianza, pero era lo único que tenía sentido.

—Voy a verlo —dijo Theon.

El maestre Luwin lo siguió. Cuando llegaron a las almenas, toda la plaza del mercado al otro lado de las puertas estaba cubierta de cadáveres y caballos agonizantes. No pudo ver líneas de batalla, sólo un caótico remolino de estandartes y hojas afiladas. El aire otoñal vibraba con gritos y gemidos. Ser Rodrik tenía más seguidores, pero los hombres de Fuerte Terror parecían tener mejores mandos, y habían pillado a los otros por sorpresa. Theon los vio cargar, retroceder y cargar de nuevo, dejando al ejército más numeroso convertido en fracciones sangrantes cada vez que intentaban formar entre las casas. Podía oír el choque de las picas de hierro contra escudos de roble por encima del bramido de terror de un caballo herido. Alcanzó a ver que la posada estaba en llamas.

Lorren el Negro apareció a su lado y permaneció un rato en silencio. El sol poniente estaba muy bajo, pintando los campos y las casas de un rojo brillante. Un agudo grito de dolor resonó por encima de las murallas, y tras las casas que ardían se oyó sonar un cuerno de guerra. Theon contempló a un hombre herido que se arrastraba con dolor por el suelo, manchando el fango con su sangre mientras intentaba llegar al pozo que se encontraba en el centro de la plaza del mercado. Murió antes de llegar allí. Llevaba un chaleco de cuero y un yelmo cónico, pero ninguna insignia que indicara de qué lado había peleado.

Los cuervos llegaron en la penumbra azul, con las estrellas vespertinas.

—Los dothrakis creen que las estrellas son espíritus de los valientes muertos —dijo Theon; el maestre Luwin se lo había dicho mucho tiempo atrás.

—¿Los dothrakis?

—Los señores de los caballos, al otro lado del mar Angosto.

—Ah, ésos. —Lorren el Negro hizo una mueca bajo la barba—. Los salvajes creen cualquier tontería.

A medida que oscurecía y el humo se disipaba, era más difícil ver qué ocurría abajo, pero el choque del acero disminuyó gradualmente hasta desaparecer, y los gritos y los cuernos de combate dejaron paso a gemidos y sollozos lastimeros. Finalmente, una columna de hombres a caballo apareció entre las columnas de humo. Los encabezaba un caballero con armadura oscura. Su yelmo redondeado era de un rojo mate, y de sus hombros colgaba una capa color rosa pálido. Hizo detenerse a su caballo ante las puertas exteriores, y uno de sus hombres gritó para que les abrieran el castillo.

—¿Amigos o enemigos? —gritó Lorren el Negro.

—¿Os traería un enemigo estos magníficos regalos? —Yelmo Rojo hizo un gesto con la mano, y tres cadáveres cayeron delante de las puertas. Una antorcha osciló sobre los cuerpos, para que los defensores pudieran ver los rostros de los muertos desde las murallas.

—El viejo castellano —dijo Lorren el Negro.

—Con Leobald Tallhart y Cley Cerwyn.

El jovencísimo señor había sido alcanzado en el ojo por una flecha, y Ser Rodrik había perdido el brazo izquierdo a la altura del codo. El maestre Luwin soltó un grito de angustia sin palabras, se apartó de la aspillera y, presa de las náuseas, cayó de rodillas.

—Ese gran cerdo de Manderly fue demasiado cobarde para salir de Puerto Blanco; si no, también lo habríamos traído —gritó Yelmo Rojo.

«Estoy salvado —pensó Theon. Entonces, ¿por qué sentía tal vacío interior? Era una victoria, una dulce victoria, la liberación por la que había rezado. Miró al maestre Luwin—. Y pensar lo cerca que estuve de rendirme y vestir el negro…»

—Abrid las puertas a nuestros amigos. —Quizá esa noche Theon dormiría sin miedo de lo que podrían traerle sus sueños.

Los hombres de Fuerte Terror atravesaron el foso y entraron por las puertas interiores. Theon, acompañado por Lorren el Negro y el maestre Luwin, bajó al patio a recibirlos. Del extremo de unas pocas lanzas colgaban pendones rosados, pero la mayoría llevaba picas de guerra, espadones y escudos casi convertidos en astillas.

—¿Cuántos hombres habéis perdido? —preguntó Theon a Yelmo Rojo cuando éste desmontó.

—Veinte o treinta.

La antorcha se reflejó en el esmalte astillado del visor. El yelmo y el gorjal habían sido moldeados con la forma del rostro y los hombros de una persona, sin piel y ensangrentados, con la boca abierta en un silencioso grito de angustia.

—Ser Rodrik os superaba por una ventaja de cinco a uno.

—Sí, pero creyó que éramos amigos. Un error habitual. Cuando el viejo tonto me dio la mano, le corté medio brazo. A continuación, dejé que me viera la cara. —El hombre se llevó las dos manos al yelmo y se lo quitó, para sostenerlo en el hueco del brazo.

—Hediondo —dijo Theon, con inquietud. «¿Cómo ha conseguido un sirviente una armadura de tanta calidad?»

—¿Hediondo? —El hombre se rió—. No, ese pobre desgraciado está muerto. —Dio un paso y se aproximó—. Fue culpa de la chica. Si no hubiera huido tan lejos, su caballo no se hubiera quedado cojo y hubiéramos podido escapar. Le di el mío cuando vi a los jinetes desde la cordillera. En ese momento, yo había terminado con ella, y a él le gustaba aprovechar su turno cuando aún estaban calientes. Tuve que arrancarlo de encima de ella y meterle mis ropas en las manos: las botas de piel de becerro, el jubón de terciopelo, el cinto de la espada con incrustaciones de plata, hasta mi manto de marta cibelina.

»—Corre a Fuerte Terror —le dije—, y trae toda la ayuda que puedas. Llévate mi caballo, es más veloz, y toma, ponte el anillo que me dio mi padre, para que sepan que vas en mi nombre.

»Ni se le pasó por la cabeza preguntarme nada. Cuando lo atravesaron por la espalda con una flecha, yo había tenido tiempo de ponerme sus harapos y de untarme con la mierda de la chica. A lo mejor también me habrían ahorcado, pero fue lo único que se me ocurrió. —Se frotó la boca con el dorso de la mano—. Y ahora, mi querido príncipe me prometió que habría una mujer si yo traía a doscientos hombres. Bien, he traído tres veces esa cantidad, y no se trata de chicos bisoños ni labriegos, sino de la mismísima guarnición de mi padre.

Theon había dado su palabra. No era el momento de regatear. «Págale el precio de la traición y ocúpate de él después.»

—Harrag —dijo—, ve a la perrera y trae a Palla para…

—Ramsay. —En los labios regordetes de Hediondo había una sonrisa, pero no en los ojos pálidos—. Mi esposa me llamó «Nieve» antes de comerse los dedos, pero yo digo que mi apellido es Bolton. —La sonrisa se le congeló en el rostro—. Así que me ofrecéis a una chica de la perrera a cambio de mis buenos servicios, ¿no es así?

En su voz había un tono que a Theon no le gustó, como no le gustaba la manera insolente con que lo miraban los hombres de Fuerte Terror.

—Fue lo prometido.

—Huele a mierda de perro. Da la casualidad de que ya he tenido suficiente de malos olores. Creo que mejor tomaré a la que os calienta la cama. ¿Cómo se llama? ¿Kyra?

—¿Estás loco? —dijo Theon, airado—. Haré que os…

El revés del bastardo le dio de lleno, y el hueso de su mejilla se estremeció con un crujido repulsivo bajo el acero articulado. El mundo desapareció en una roja ola de dolor.

Un rato después, Theon volvió en sí sobre el suelo. Rodó sobre su vientre y tragó un buche de sangre. Intentó gritar para que cerraran las puertas, pero era demasiado tarde. Los hombres de Fuerte Terror habían eliminado a Rolfe el Rojo y a Kenned, y cada vez entraban más, un río de cotas de malla y espadas afiladas. Tenía un zumbido en los oídos y el terror reinaba en torno a él. Lorren el Negro había sacado su espada, pero cuatro atacantes lo arrinconaban. Vio caer a Ulf, alcanzado en el vientre por el disparo de una ballesta cuando corría hacia la sala principal. El maestre Luwin intentaba llegar hasta él cuando un caballero montado le clavó una lanza en la espalda y a continuación retrocedió para pasarle por encima. Otro hombre hacía girar una antorcha en grandes círculos en torno a su cabeza, y después la lanzó hacia el techo de paja de los establos.

—Sacad de aquí a los Frey —gritaba el bastardo mientras las llamas se elevaban al cielo—, y quemad el resto. Quemadlo, quemadlo todo.

Lo último que vio Theon Greyjoy fue a Sonrisas, que había escapado a coces de los establos incendiados con las crines en llamas, relinchando, encabritado…

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