TYRION

—La reina tiene intención de sacar de aquí al príncipe Tommen. —Estaban los dos a solas, arrodillados en la penumbra silenciosa del sept, rodeados de sombras y velas titilantes; pese a todo Lancel, hablaba en voz baja—. Lord Gyles se lo llevará a Rosby y lo disfrazará de paje para ocultarlo. Planean teñirle el pelo de negro y decir a todo el mundo que es hijo de un caballero errante.

—¿De quién tiene miedo Cersei, de la turba o de mí?

—De ambos —dijo Lancel.

—Ah. —Tyrion no había tenido noticia de aquel plan. ¿Acaso los pajaritos de Varys habían fallado, para variar? Claro, hasta las arañas echaban una cabezada de cuando en cuando… o tal vez el eunuco estuviera inmerso en un juego más sutil de lo que él imaginaba—. Os lo agradezco, ser.

—¿Me concederéis el favor que os pedí?

—Puede.

Lancel quería un puesto de mando en la batalla que se avecinaba. Una manera espléndida de morir antes de que terminara de crecerle el bigote, pero los caballeros jóvenes siempre se creían invencibles.

Tyrion se quedó en el sept un rato después de que su primo se marchara. En el altar del Guerrero, encendió una vela con la llama de otra. «Cuida de mi hermano, cabrón de mierda, que es de los tuyos.» Encendió otra vela al Desconocido, ésta por sí mismo.

Aquella noche, cuando la Fortaleza Roja estaba ya a oscuras, Bronn llegó y lo encontró sellando una carta.

—Llévale esto a Ser Jacelyn Bywater. —El enano vertió cera dorada caliente sobre el pergamino.

—¿Qué dice? —Bronn no sabía leer, de manera que hacía preguntas indiscretas.

—Que se le ordena elegir a cincuenta de sus mejores espadachines para que patrullen por el camino de las rosas. —Tyrion apretó su sello sobre la cera caliente.

—Es más probable que Stannis venga por el camino real.

—Claro, ya lo sé. Dile a Bywater que no haga caso del contenido de la carta y que lleve a sus hombres hacia el norte. Tiene que preparar una trampa en el camino a Rosby. Lord Gyles saldrá de este castillo dentro de un día o dos, con una docena de soldados, unos cuantos criados, y mi sobrino. Puede que el príncipe Tommen vaya vestido de paje.

—Y quieres que traiga al chico de vuelta, ¿no?

—No. Quiero que lo lleve al castillo. —Tyrion había decidido que sacar al chico de la ciudad era una de las mejores ideas que se le habían ocurrido a su hermana. En Rosby, Tommen estaría a salvo de la turba, y al alejarlo de su hermano también le ponía las cosas más difíciles a Stannis: aunque llegara a tomar Desembarco del Rey y ejecutara a Joffrey, aún tendría que enfrentarse a un Lannister pretendiente al trono—. Lord Gyles está demasiado enfermo para huir, y es demasiado cobarde para luchar. Ordenará a su castellano que abra las puertas. Una vez tras los muros, Bywater deberá expulsar a la guarnición y proteger allí a Tommen. Pregúntale que qué tal le suena que lo llamen Lord Bywater.

—Lord Bronn sonaría mejor. Yo también podría poner a salvo al chico. Lo mecería en mis rodillas y le cantaría nanas, si en ello me fuera el título.

—Tú me haces falta aquí —dijo Tyrion. «Y no te confiaría a mi sobrino.» Si a Joffrey le pasara algo, la pretensión Lannister al trono reposaría sobre los jóvenes hombros de Tommen. Los capas doradas de Ser Jacelyn defenderían al chico; los mercenarios de Bronn probablemente lo venderían a sus enemigos.

—¿Qué deberá hacer el nuevo lord con el antiguo?

—Lo que mejor le parezca, siempre que se acuerde de darle de comer. No quiero que muera. —Tyrion se apartó de la mesa—. Mi hermana enviará a un miembro de la Guardia Real como escolta del príncipe.

Bronn no se preocupó en absoluto.

—El Perro es el escudo de Joffrey, no lo abandonará. Los capas doradas de Mano de Hierro se pueden encargar de cualquiera de los otros.

—Si hay que matar a alguien, dile a Jacelyn que no quiero que sea delante de Tommen. —Tyrion se puso una gruesa capa de lana color marrón oscuro—. Mi sobrino es muy sensible.

—¿Estás seguro de que es un Lannister?

—No estoy seguro de nada excepto del invierno y la batalla —respondió—. Vamos. Cabalgo contigo parte del trayecto.

—¿A ver a Chataya?

—Qué bien me conoces…

Salieron por una poterna de la muralla norte. Tyrion picó espuelas y bajó al trote ligero por el callejón Sombranegra. Ante el ruido de los cascos de su caballo contra el empedrado, unas cuantas formas furtivas se movieron por los callejones, pero nadie se atrevió a acercarse a ellos. El Consejo había decretado el toque de queda, y había pena de muerte para cualquiera que estuviera en las calles de Desembarco del Rey después de que sonaran las campanas. Con aquello se había logrado restaurar en cierto modo la paz en la ciudad, y reducido el número de cadáveres que aparecían por las mañanas en los callejones, pero según Varys la gente lo maldecía por aquello. «Deberían dar las gracias, tienen aliento para maldecir.» Un par de capas doradas les dieron el alto cuando pasaban por la calle de los Hojalateros, pero al ver quiénes eran suplicaron perdón a la Mano y los dejaron proseguir. Bronn viró hacia el sur, en dirección a la Puerta del Lodazal, y se separaron.

Tyrion se dirigió hacia el burdel de Chataya, pero de repente perdió la paciencia. Se giró en la silla de montar y escudriñó la calle a sus espaldas. No había rastro de ningún seguidor. Todas las ventanas estaban a oscuras o cerradas con postigos. No se oía nada excepto el viento que silbaba por los callejones. «Si Cersei me ha puesto algún vigilante esta noche, debe de ir disfrazado de rata.»

—A la mierda —murmuró. Estaba harto de tanta precaución. Hizo dar media vuelta a su caballo y lo espoleó. «Si me sigue alguien, vamos a ver qué tal cabalga.» Su montura voló por las calles adoquinadas iluminadas por la luna, pasó como una flecha por estrechos callejones y callejuelas serpenteantes, y lo llevó al galope hasta su amada.

Al golpear la puerta de la verja oyó una música que se filtraba por encima de los muros coronados de púas. Uno de los ibbeneses fue a abrirle. Tyrion le dio las riendas de su caballo.

—¿Quién es ése? —preguntó. Los ventanales en forma de diamante del salón estaban iluminados con una luz amarillenta, y se oía la voz de un hombre que cantaba.

—Un bardo gordo —contestó el ibbenés encogiéndose de hombros.

El volumen aumentaba a medida que iba de los establos a la casa. A Tyrion nunca le habían gustado los bardos, y aquél menos que ninguno, aun antes de verlo. Cuando abrió la puerta, la canción se interrumpió.

—Mi señor Mano. —Se arrodilló. Era calvo y barrigudo—. Qué gran honor, qué gran honor.

—Mi señor —sonrió Shae al verlo.

Le encantaba aquella sonrisa, que le iluminaba el precioso rostro siempre rápida y espontánea. La chica llevaba una túnica de seda púrpura, ceñida con un fajín de hilo de plata. Los colores le destacaban el pelo oscuro y la piel clara.

—Querida —respondió—. ¿Y quién es éste?

—Me llaman Symon Pico de Oro, mi señor —contestó el bardo alzando la vista—. Soy actor, bardo, cuentacuentos…

—Y completamente idiota —terminó Tyrion—. ¿Cómo me has llamado cuando he entrado?

—¿Que cómo os he…? Pero si yo sólo he dicho… —El oro del pico de Symon parecía haberse trocado en plomo—. Mi señor Mano, qué gran honor, nada más…

—Si fueras medio listo habrías fingido que no me reconocías. No me habrías engañado, claro, pero debiste intentarlo. ¿Y ahora qué hago contigo? Conoces a mi amada Shae, sabes dónde vive, sabes que vengo a visitarla a solas por la noche…

—Os juro que no se lo diré a nadie.

—En eso estamos de acuerdo. Buenas noches. —Tyrion subió con Shae al piso de arriba.

—Mi bardo no podrá volver a cantar —bromeó la chica—. Lo habéis dejado sin voz del susto.

—El miedo lo ayudará a llegar a las notas altas.

—No le haréis daño, ¿verdad? —La muchacha cerró la puerta de su dormitorio, encendió una vela perfumada y se arrodilló para quitarle las botas—. Sus canciones me animan las noches que no venís.

—Ojalá pudiera venir todas las noches —suspiró mientras ella le frotaba los pies desnudos—. ¿Qué tal canta?

—Mejor que algunos. No tan bien como otros.

Tyrion le abrió la túnica y enterró el rostro entre sus pechos. Shae siempre olía a limpio, incluso en aquella pocilga hedionda de ciudad.

—Que se quede si quieres, pero que no se aleje de ti. No quiero que vaya por ahí contándolo todo en los tenderetes.

—No lo hará, os lo…

Tyrion le tapó la boca con la mano. Ya habían hablado suficiente; necesitaba la dulce simplicidad del placer que encontraba entre los muslos de Shae. Allí al menos lo querían y siempre era bienvenido.

Más tarde, sacó el brazo de debajo de la cabeza de la muchacha, se puso la túnica y bajó al jardín. La luna creciente teñía de plata las hojas de los árboles frutales, y brillaba en la superficie del estanque de piedra. Tyrion se sentó junto al agua. En algún punto a su derecha se oía a un grillo; el sonido le resultaba reconfortante.

«Aquí hay paz —pensó—. Pero ¿cuánto va a durar?»

Una vaharada a rancio le hizo volver la cabeza. Shae estaba en la puerta, detrás de él, vestida con la túnica plateada que le había regalado. «Amé a una doncella hermosa como el verano, con la luz del sol en el cabello.» A su espalda se encontraba un hermano mendicante, un hombre corpulento con la túnica sucia y remendada, los pies descalzos llenos de porquería costrosa, y un cuenco colgado del cuello con una correa de cuero, en el lugar donde si fuera un septon habría llevado un cristal.

—Lord Varys ha venido a veros —anunció Shae.

El hermano mendicante la miró atónito. Tyrion se echó a reír.

—Es verdad. ¿Cómo lo has reconocido? Yo no había caído.

—Sigue siendo él —contestó Shae encogiéndose de hombros—, sólo se ha cambiado de ropa.

—De ropa, de aspecto, de olor, de manera de andar… —dijo Tyrion—. Habría engañado a casi cualquier hombre.

—Y probablemente a casi cualquier mujer. Pero no a una puta. Las putas aprendemos a ver a los hombres, no sus atuendos, si no queremos acabar muertas en un callejón.

Varys hizo una mueca de dolor, y no por culpa de las costras falsas que tenía en los pies. Tyrion soltó una risita.

—Shae, ¿nos traes un poco de vino? —Le iba a hacer falta una copa. Fuera lo que fuera lo que llevaba allí al eunuco a aquellas horas de la noche, no era nada bueno.

—Casi me da miedo contaros por qué he venido, mi señor —dijo Varys cuando Shae los dejó a solas—. Traigo malas noticias.

—Deberíais vestiros de plumas negras, Varys, sois peor presagio que un cuervo. —Tyrion se puso en pie con torpeza, temeroso de la respuesta a la pregunta que iba a hacer—. ¿Se trata de Jaime? —«Si le han hecho algo, lo pagarán caro.»

—No, mi señor. Se trata de algo muy diferente. Ser Cortnay Penrose ha muerto. Bastión de Tormentas ha abierto sus puertas a Stannis Baratheon.

La consternación le borró de la mente cualquier otro pensamiento. Cuando Shae volvió con el vino, bebió un sorbo y estampó la copa contra la pared. La muchacha alzó una mano para protegerse de los trozos de vidrio roto, mientras el vino dibujaba largos dedos negros sobre las piedras a la luz de la luna.

—¡Maldito sea! —exclamó.

—¿Quién, mi señor? —Varys sonrió, con lo que mostró todos los dientes podridos—. ¿Ser Cortnay o Lord Stannis?

—Los dos. —Bastión de Tormentas era una fortaleza imponente, debería de haber resistido medio año o más… el tiempo necesario para que su padre acabara con Robb Stark—. ¿Cómo ha sido?

—Mi señor —contestó Varys mirando a Shae—, no debemos preocupar a vuestra hermosa dama con una conversación tan triste y sanguinaria.

—Una dama se asustaría —dijo Shae—. Pero yo no.

—Pues deberías asustarte —replicó Tyrion—. Ahora que ya tiene Bastión de Tormentas, Stannis no tardará en centrar su atención en Desembarco del Rey. —Ahora lamentaba haber tirado el vino—. Lord Varys, dejadnos un instante, luego volveré con vos al castillo.

—Os espero en los establos. —Hizo una reverencia y se alejó con pasos enérgicos.

—Aquí no estás a salvo —dijo Tyrion a Shae atrayéndola hacia él.

—Tengo muros, y los guardias que me pusisteis.

—Son mercenarios —dijo Tyrion—. Les gusta mi oro, claro, pero no darán la vida por él. En cuanto a los muros, un hombre puede subirse en los hombros de otro y saltarlo sin problemas. Durante la revuelta quemaron una casa muy parecida a ésta. A su dueño, un orfebre, lo mataron por el crimen de tener la despensa llena, igual que despedazaron al Septon Supremo, violaron cincuenta veces a Lollys y le machacaron el cráneo a Ser Aron. ¿Qué crees que harían si tuvieran a su alcance a la dama de la Mano?

—A la puta de la Mano, diréis. —Lo miró con sus inmensos ojos atrevidos—. Aunque podría ser vuestra dama, mi señor. Me vestiría con todas esas ropas bonitas que me habéis regalado, sedas, brocados, hilo de oro, me pondría las joyas, me sentaría a vuestro lado en los banquetes y os cogería la mano. Os daría hijos, estoy segura, y juro que jamás os avergonzaría.

«El amor que siento por ti ya es vergüenza suficiente.»

—Es un hermoso sueño, Shae. Pero olvídalo, te lo suplico. Es imposible.

—¿Por culpa de la reina? No le tengo miedo.

—Yo sí.

—Pues matadla y se acabó. No es que os queráis mucho, precisamente.

—Es mi hermana. —Tyrion suspiró—. El hombre que mata a los de su sangre está maldito ante los ojos de los dioses y de los hombres. Y más aún, pese a lo que tú y yo opinemos de Cersei, mi padre y mi hermano la aman. Puedo competir en astucia con cualquiera en los Siete Reinos, pero los dioses no me han dado la capacidad de enfrentarme a Jaime con una espada en la mano.

—El Joven Lobo y Lord Stannis también tienen espadas y no os dan miedo.

«Ni te lo imaginas, pequeña.»

—A ellos me puedo enfrentar con todo el poder de la Casa Lannister. Pero para enfrentarme a Jaime o a mi padre no tengo más que una espalda jorobada y un par de piernas cortas.

—Me tenéis a mí.

Shae lo besó, le echó los brazos al cuello y presionó el cuerpo contra el de Tyrion. El beso lo excitó, como le pasaba siempre, pero se liberó de su abrazo con delicadeza.

—Ahora no, pequeña, tengo… bueno, un principio de plan. Creo que podría llevarte a las cocinas del castillo.

—¿A las cocinas? —El rostro de Shae se tensó.

—Sí. Si lo hago a través de Varys, nadie se enterará.

—Os voy a envenenar, mi señor. —La muchacha dejó escapar una risita—. Todos los hombres que han probado mis guisos me han dicho lo buena puta que soy.

—En la Fortaleza Roja hay cocineros de sobra. Y también carniceros y panaderos. Tendrías que hacerte pasar por pinche.

—Marmitona —dijo—. Con un vestido de tela marrón y basta. ¿Así es como me quiere ver mi señor?

—Tu señor te quiere ver viva —replicó Tyrion—. Y no se pueden fregar cazuelas con vestidos de seda y terciopelo.

—¿Acaso mi señor se ha cansado de mí? —Le metió la mano bajo la túnica y le cogió la polla. Con dos caricias se la puso dura—. Pero aquí hay alguien que todavía me quiere. —Rió—. ¿Querréis follar con la marmitona, mi señor? Me podéis echar harina por encima y lamerme salsa en las tetas…

—Basta ya. —Su comportamiento le recordaba al de Dancy, que con tanto empeño había intentado ganar la apuesta. Le apartó la mano para evitar más travesuras—. No es momento para juegos de cama, Shae. Tu vida corre peligro.

—No quería molestar a mi señor —dijo Shae. La sonrisa había desaparecido de su rostro—, yo sólo… ¿no podríais ponerme más guardias y ya está?

Tyrion suspiró. «Recuerda lo joven que es», se dijo. Le cogió la mano.

—Las joyas se pueden reemplazar, se pueden tejer nuevos vestidos, más bonitos que los antiguos. Para mí eres lo más precioso que hay entre estos muros. La Fortaleza Roja no es un lugar seguro, pero sí más que esta casa. Quiero que estés allí.

—En las cocinas, fregando cazuelas.

—Será poco tiempo.

—Mi padre me hacía trabajar en las cocinas —dijo con una mueca—. Por eso me fugué.

—Me habías dicho que te fugaste porque tu padre te hacía acostarte con él —le recordó.

—Eso encima. Fregar cazuelas me gustaba tan poco como meterme en su cama. —Sacudió la cabeza—. ¿Por qué no me podéis tener en vuestra torre? La mitad de los señores de la corte tienen calientacamas.

—Me prohibieron expresamente que te trajera al castillo.

—¿Quién? ¿Vuestro estúpido padre? —Shae hizo un puchero—. Sois mayor, podéis tener tantas putas como queráis ¿Os toma por un niño imberbe? ¿Qué os va a hacer, daros una azotaina?

Tyrion la abofeteó. No muy fuerte, pero sí lo suficiente.

—Maldita sea —dijo—. Maldita sea. No te burles de mí jamás. Tú no.

Shae se quedó sin palabras. Durante unos instantes sólo se oyeron los grillos.

—Ruego a mi señor que me perdone —dijo al final con voz inexpresiva y apagada—. No era mi intención ser impertinente.

«Y no era mi intención darte una bofetada. Por los dioses, ¿acaso me estoy transformando en Cersei?»

—Los dos hemos hecho mal —dijo—. Tú no lo entiendes, Shae. —Las palabras que nunca había querido decir brotaron de él como cómicos de un caballo hueco—. Cuando tenía trece años me casé con la hija de un granjero. O eso creía yo que era. Estaba ciego de amor y pensaba que ella sentía lo mismo por mí, pero mi padre me restregó la verdad por la cara. Mi esposa era una puta a la que Jaime había pagado para que probara el sexo. —«Y yo me lo creí todo, fui un imbécil»—. Para darme una lección, Lord Tywin entregó a mi esposa a sus guardias y les dijo que la utilizaran como quisieran, y a mí me ordenó mirar. —«Y acostarme con ella una última vez, cuando todos hubieron terminado. Una última vez, sin rastro de amor ni de ternura. “Para que la recuerdes tal como era de verdad”, me dijo, y yo debería haberme negado, pero la polla me traicionó e hice lo que me mandaba»—. Después mi padre consiguió que anularan el matrimonio. Según dijo el Septon, fue como si no nos hubiéramos casado. —Le apretó la mano—. Por favor, no volvamos a hablar de la Torre de la Mano. Estarás muy poco tiempo en las cocinas. En cuanto acabemos con Stannis, tendrás otra casa y sedas tan suaves como tus manos.

Shae tenía los ojos muy abiertos, pero Tyrion no podía leer lo que ocultaban.

—Si me paso el día limpiando hornos y fregando platos no tendré las manos suaves —dijo—. ¿Seguiréis queriendo que os toquen cuando estén todas enrojecidas y agrietadas por el calor, la lejía y el jabón?

—Más que nunca —respondió—. Cuando las vea, me recordarán lo valiente que fuiste.

No habría sabido decir si la muchacha lo creía. Shae se limitó a bajar la mirada.

—Haré lo que ordenéis, mi señor.

Era todo lo conforme que iba a estar, al menos de momento, eso era obvio. Le dio un beso en la mejilla que había abofeteado para aliviar el escozor del golpe.

—Haré que vengan a buscarte.

Varys aguardaba en los establos, tal como había prometido, llevaba un caballo renqueante y medio muerto. Tyrion montó, y uno de los mercenarios les abrió las puertas. Cabalgaron en silencio.

«Los dioses me ayuden, ¿por qué le he contado lo de Tysha?», se preguntó. De repente tenía mucho miedo. Había secretos que no se debían confesar jamás, había vergüenzas que un hombre tenía que llevarse a la tumba. ¿Qué quería de ella cuando se lo dijo, que lo perdonara? Y la mirada que Shae le dirigió, ¿qué significaba? ¿Tanto detestaba la sola idea de fregar cazuelas, o era por su confesión? «¿Cómo he podido contarle eso y seguir esperando que me ame? —preguntaba una parte de sí mismo, mientras la otra se burlaba—: No seas idiota, enano, lo que la puta ama es el oro y las joyas.»

El codo herido lo atormentaba, cada vez que el caballo ponía los cascos en el suelo sentía un latigazo de dolor. A veces casi le parecía oír cómo le chirriaban los huesos. Tal vez debiera acudir a un maestre, pedir una pócima que lo aliviara… pero desde que había descubierto la verdad acerca de Pycelle no confiaba en los maestres. Sólo los dioses sabían con quién conspiraban o qué ponían en las pociones que daban.

—Varys, tengo que llevar a Shae al castillo sin que Cersei lo sepa —dijo. Le narró a grandes rasgos su plan de que trabajara en las cocinas. Cuando terminó, el eunuco chasqueó la lengua.

—Haré lo que mi señor ordene, por supuesto, pero… tengo que advertiros que las cocinas están llenas de ojos y oídos. Aunque nadie sospeche de ella, le harán un millar de preguntas. ¿Dónde nació? ¿Quiénes son sus padres? ¿Cómo llegó a Desembarco del Rey? No puede decir la verdad, de modo que tendrá que mentir… y mentir, y mentir. —Miró a Tyrion de reojo—. Además, una marmitona tan joven y bonita despertará lujuria, aparte de curiosidad. La tocarán, la pellizcarán, la acariciarán… Los pinches de cocina se meterán bajo sus mantas por la noche. Algún cocinero solitario querrá casarse con ella. Los panaderos le amasarán los pechos con las manos enharinadas.

—Prefiero que la acaricien a que la apuñalen —dijo Tyrion.

Varys cabalgó en silencio unos instantes.

—Puede que haya otra solución. Da la casualidad de que la doncella que atiende a la hija de Lady Tanda le ha estado sisando joyas. Si informo a Lady Tanda, la despedirá de inmediato. Y a su hija le hará falta una nueva doncella.

—Comprendo. —A Tyrion le gustó la idea de inmediato. La doncella de una dama llevaba ropas mejores que una pinche de cocina, y tal vez hasta alguna joya. Shae estaría encantada. Además, Cersei opinaba que Lady Tanda era tediosa e histérica, y Lollys una estúpida sin remedio. Seguro que no iría a visitarlas a menudo.

—Lollys es muy tímida y confiada —dijo Varys—. Aceptará la historia que le cuente. Desde que la muchedumbre le arrebató la virginidad tiene miedo de salir de sus habitaciones, de manera que nadie verá mucho a Shae… pero al mismo tiempo estará cerca cuando necesitéis consuelo en sus brazos.

—Sabéis tan bien como yo que la Torre de la Mano está vigilada. Si la doncella de Lollys empieza a visitarme por las noches, Cersei sentirá curiosidad.

—Yo podría llevar a la joven a vuestras habitaciones sin que la vieran. La casa de Chataya no es la única que tiene pasadizos.

—¿Un acceso secreto? ¿A mis habitaciones? —Tyrion estaba más molesto que sorprendido. ¿Por qué habría ordenado Maegor el Cruel matar a todos los que habían trabajado en la construcción de su castillo, si no fuera para preservar esos secretos?—. Me lo tendría que haber imaginado. ¿Dónde está la puerta? ¿En el estudio? ¿En el dormitorio?

—Ay, amigo mío, no querréis obligarme a revelar todos mis secretitos, ¿verdad?

—A partir de ahora consideradlos nuestros secretitos, Varys. —Tyrion alzó la vista para mirar al eunuco, con su maloliente atuendo de mendigo—. Suponiendo que estéis de mi lado, claro.

—¿Acaso lo dudáis?

—Por supuesto que no, confío en vos de manera implícita. —Una carcajada amarga resonó contra los postigos de las ventanas—. De hecho, confío en vos como si fuerais de mi sangre. Bien, contadme cómo murió Cortnay Penrose.

—Se dice que se tiró de una torre.

—¿Que se tiró? No, eso no me lo creo.

—Los guardias no vieron entrar a nadie en sus habitaciones, ni encontraron a nadie después.

—Será porque el asesino había entrado antes y se había escondido bajo la cama —sugirió Tyrion—. O bajó del tejado con una soga y se metió por la ventana. O puede que los guardias mientan. ¿Quién nos dice que no fueron ellos quienes lo mataron?

—Sin duda tenéis razón, mi señor. —Pero su tono petulante indicaba lo contrario.

—Vos no lo creéis. Entonces, ¿cómo pudo ser?

Varys guardó silencio durante un largo momento. Sólo se oía el sonido rítmico de las herraduras de los caballos contra los adoquines. Por último, carraspeó para aclararse la garganta.

—Mi señor, ¿creéis en los poderes antiguos?

—¿Como la magia, queréis decir? —replicó Tyrion con impaciencia—. ¿Hechizos de sangre, maldiciones, cambios de forma y esas cosas? —Soltó un bufido despectivo—. ¿Insinuáis que a Ser Cortnay lo mataron a golpe de magia?

—La mañana del día en que murió, Ser Cortnay había desafiado a Lord Stannis a un combate singular. Decidme, ¿eso sería propio de un hombre tan desesperado como para matarse horas después? Y también está el asunto de la misteriosa muerte de Lord Renly, en un momento tan adecuado para Stannis, justo cuando su ejército se disponía a acabar con el de su hermano. —El eunuco hizo una pausa—. Mi señor, en cierta ocasión me preguntasteis cómo fui mutilado.

—Lo recuerdo —dijo Tyrion—. No quisisteis hablar del tema.

—Ni quiero ahora, pero… —En aquella ocasión la pausa fue más larga que en la anterior. Cuando volvió a hablar, su voz sonaba diferente—. Era un huérfano aprendiz de cómico. Nuestro amo tenía una pequeña coca, y navegábamos por el mar Angosto para actuar en todas las Ciudades Libres, y a veces también en Antigua y en Desembarco del Rey.

»Un día, cuando estábamos en Myr, cierto hombre vino a ver a nuestra compañía. Después de la actuación hizo a mi amo una oferta por mí, y por lo visto fue demasiado tentadora para rechazarla. Yo estaba aterrado. Temía que aquel hombre quisiera usarme como había oído que hacían algunos hombres con los niños, pero en realidad lo único que quería de mí era mi miembro. Me dio una pócima que me dejó inmovilizado y sin voz, pero que no aturdió mis sentidos. Cogió una navaja larga y curva, y me lo cortó de raíz mientras entonaba un cántico. Lo vi quemar mis partes en un brasero. Las llamas se tornaron azules, y una voz respondió a su llamada, aunque no entendí las palabras que dijo.

»Cuando hubo terminado conmigo, los comediantes ya se habían marchado. Aquel hombre no tenía ningún interés en mí, ya había servido a sus propósitos, de modo que me echó. Le pregunté qué debía hacer, y me dijo que morirme. Por llevarle la contraria, decidí vivir. Mendigué, robé y vendí las partes de mi cuerpo que aún conservaba. Pronto fui el mejor ladrón de todo Myr, y cuando crecí me di cuenta de que a menudo el contenido de la carta que escribe un hombre puede ser más valioso que el contenido de su monedero.

»Pero a menudo sueño con aquella noche, mi señor. No con el hechicero, ni con su navaja, ni siquiera con mis partes ardiendo en el brasero. Sueño con la voz. La voz que salía de las llamas. ¿Qué era? ¿Un dios, un demonio, un truco de conjurador? No sabría deciros, y creo que conozco todos los trucos. Lo único que sé a ciencia cierta es que aquel hombre lo invocó, la voz respondió, y desde aquel día detesto la magia y a todos los que la practican. Si Lord Stannis es uno de ellos, deseo su muerte.

Cuando terminó, cabalgaron en silencio durante largo rato.

—Es una historia pavorosa —dijo Tyrion al final—. Os compadezco.

—Me compadecéis —dijo el eunuco con un suspiro—, pero no me creéis. No, mi señor, no tenéis por qué disculparos. Estaba drogado, el dolor era terrible, todo aquello sucedió hace muchos años, en un lugar muy lejano al otro lado del mar… Sin duda aquella voz la soñé. Yo me lo he repetido un millar de veces.

—Creo en las espadas de acero —dijo Tyrion—, en las monedas de oro y en la astucia de los hombres. Y creo que en el pasado hubo dragones. Al fin y al cabo, he visto sus cráneos.

—Esperemos que no veáis nunca nada peor, mi señor.

—En eso estamos de acuerdo —sonrió Tyrion—. En cuanto a la muerte de Ser Cortnay… bueno, sabemos que Stannis contrató naves mercenarias en las Ciudades Libres. Tal vez contratara también los servicios de un asesino hábil.

—Un asesino muy hábil.

—Los hay así. Cuando era pequeño soñaba con tener dinero para contratar a un Hombre sin Rostro y mandarlo a por mi querida hermana.

—No importa ahora cómo muriera Ser Cortnay —dijo Varys—. El caso es que está muerto y el castillo ha caído. Stannis es libre para marchar contra nosotros.

—¿Tenemos alguna posibilidad de convencer a los dornienses para que bajen a las Marcas? —preguntó Tyrion.

—Ninguna.

—Lástima. En fin, al menos la amenaza hará que los señores de las Marcas se queden más cerca de sus castillos. ¿Se sabe algo de mi padre?

—Si Lord Tywin ha ganado la otra orilla del Forca Roja, a mí no me ha llegado la noticia. Pero, si no se da prisa, podría quedar atrapado entre sus enemigos. Al norte del Mander se ha visto la hoja de los Oakheart y el árbol de los Rowan.

—¿Y qué hay de Meñique?

—Puede que no llegara a Puenteamargo. O puede que lo mataran allí. Lord Tarly ha tomado las líneas de aprovisionamiento de Renly, y ha pasado a muchos hombres por la espada, sobre todo a los de Florent. Lord Caswell se ha encerrado en su castillo.

Tyrion, sin poder contenerse más, soltó una carcajada. Varys tiró de las riendas, perplejo.

—¿Mi señor?

—¿No veis lo gracioso que es esto, Lord Varys? —Tyrion hizo un gesto en dirección a las ventanas cerradas, a la ciudad durmiente—. Bastión de Tormentas ha caído, y Stannis se acerca con fuego, acero y sólo los dioses saben qué poderes misteriosos; el pueblo no tiene a Jaime para que los proteja, ni a Robert, ni a Renly, ni a Rhaegar, ni a su querido Caballero de las Flores. Sólo a mí, al que odia. —Se echó a reír de nuevo—. El enano, el consejero malvado, el mono deforme, el demonio… Yo soy todo lo que se interpone entre el caos y ellos.

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