THEON

Era de una belleza innegable. «Pero la primera siempre es una belleza», pensó Theon Greyjoy.

—Hermoso espectáculo, ¿eh? —dijo una voz femenina detrás de él—. Al joven señor le gusta, ¿verdad?

Theon se volvió y le dirigió una mirada valorativa. Le agradó lo que vio. Hija del hierro, eso se notaba a primera vista; esbelta, de piernas largas, el pelo negro y corto, la piel curtida por el viento, manos fuertes y seguras, y una daga al cinto. Tenía la nariz demasiado grande y afilada para su rostro delgado, pero lo compensaba con una sonrisa preciosa. Calculó que tendría unos pocos años más que él, pero no pasaría de los veinticinco. Se movía como si estuviera acostumbrada a tener la cubierta de un barco bajo los pies.

—Sí, es una belleza —dijo—. Pero no tanto como tú.

—Vaya, vaya. —La joven sonrió—. Más me vale tener cuidado. El joven señor tiene la lengua de miel.

—Pruébala y lo sabrás.

—¿Así nos ponemos? —replicó, mirándolo directamente a los ojos. En las Islas del Hierro había mujeres (no muchas, pero sí algunas) que tripulaban los barcoluengos junto con los hombres, y se decía que la sal y el mar las cambiaban, les daban los apetitos de un varón—. ¿Ha estado mucho tiempo en el mar el joven señor? ¿O es que en el lugar de donde vienes no había mujeres?

—Mujeres sí que había, pero ninguna como tú.

—¿Y qué sabrás tú cómo soy yo?

—Tengo ojos para verte la cara. Tengo orejas para oír tu risa. Y la polla se me ha puesto dura como un mástil.

La mujer se le acercó y le plantó la mano en la delantera de los calzones.

—Pues es verdad, no mentías —dijo, apretando a través de la tela—. ¿Duele mucho?

—Un horror.

—Pobre señor. —Lo soltó y dio un paso atrás—. Da la casualidad de que soy una mujer casada y estoy preñada.

—Los dioses son bondadosos —dijo Theon—. Así no hay riesgo de que te haga un bastardo.

—Pese a todo, mi hombre no te estaría agradecido.

—No, pero a lo mejor tú sí.

—¿Y por qué? Ya me he acostado con señores. Y son iguales que el resto de los hombres.

—¿Te has acostado alguna vez con un príncipe? —preguntó él—. Cuando estés gris y arrugada, y las tetas te cuelguen sobre la barriga, podrás contar a los hijos de tus hijos que una vez amaste a un rey.

—Ah, ¿entonces estamos hablando de amor? Y yo que pensaba que se trataba de pollas y de coños.

—¿Es amor lo que quieres? —Acababa de decidir que le gustaba aquella mujer, fuera quien fuera. Su ingenio rápido era todo un alivio para la húmeda y triste Pyke—. ¿Quieres que ponga tu nombre a mi barcoluengo, que toque el arpa para ti, que te encierre en una torre de mi castillo vestida únicamente con joyas, como la princesa de una canción?

—Deberías poner mi nombre a tu barco —señaló ella, haciendo caso omiso del resto—. Yo fui quien lo construyó.

—Lo construyó Sigrin, el jefe de astilleros de mi padre.

—Soy Esgred. Hija de Ambrode y esposa de Sigrin.

Theon no sabía que Ambrode tuviera una hija, ni Sigrin una esposa… pero sólo había visto al joven carpintero una vez, y del viejo apenas se acordaba.

—Es un desperdicio que te entregaran a Sigrin.

—Vaya, vaya. Lo mismo dice Sigrin, que es un desperdicio que te entregaran a ti su querida nave.

—¿Sabes quién soy? —Theon se enojó.

—El príncipe Theon de la Casa Greyjoy. ¿Quién si no? Dime la verdad, mi señor, ¿te gusta tu nueva novia? Sigrin querrá saberlo.

El barcoluengo era tan nuevo que todavía olía a resina y a brea. Su tío Aeron lo bendeciría al día siguiente, pero Theon había bajado a caballo desde Pyke para echarle un vistazo antes de que lo botaran. No era tan grande como el Gran kraken de Lord Balon ni el Victoria de hierro de su tío Victarion, pero era muy bello y parecía rápido, incluso allí, varado. Tenía un casco esbelto y negro de cien metros, sólo un mástil, cincuenta remos largos, una cubierta en la que cabían cien hombres… y en la proa, un espolón de hierro en forma de punta de flecha.

—Sigrin me ha prestado un servicio excelente —reconoció—. ¿Es una nave tan rápida como parece?

—Más… si el capitán sabe cómo gobernarla.

—Hace muchos años que no navego. —«Y jamás he sido capitán de una nave, la verdad sea dicha»—. Pero sigo siendo un Greyjoy, hijo del hierro. Llevo el mar en la sangre.

—Y tu sangre irá a parar al mar si navegas igual que te expresas —replicó ella.

—Jamás trataría mal a una doncella tan hermosa.

—¿Una doncella tan hermosa? —Se echó a reír—. No, esta nave es una zorra marina.

—Mira qué bien, ya le has puesto nombre. Zorra marina. —Aquello pareció divertirla; vio cómo le chispeaban los ojos.

—Y eso que decías que le ibas a poner mi nombre —dijo con tono ofendido.

—Es lo que he hecho. —Le tomó la mano—. Ayúdame, mi señora. En las tierras verdes creen que una mujer preñada da suerte al hombre que se acuesta con ella.

—¿Y qué saben de naves en las tierras verdes? ¿O de mujeres, ya que estamos? Además, me parece que te lo acabas de inventar.

—Si confieso, ¿me seguirás amando?

—¿Seguiré? ¿Cuándo te he amado yo?

—Jamás —reconoció—, pero es un error que intento reparar, mi dulce Esgred. El viento es frío. Sube a bordo de mi barco y deja que te dé calor. Mañana mi tío Aeron verterá agua marina por la proa y musitará una plegaria al Dios Ahogado, pero yo prefiero bendecirla con la leche de mi entrepierna. Y de la tuya.

—Puede que el Dios Ahogado no se lo tome muy bien.

—A la mierda con el Dios Ahogado. Si se mete con nosotros lo ahogaré de nuevo. Partiremos a la guerra antes de quince días. ¿Me enviarías a la batalla sin poder dormir de deseo?

—De buena gana.

—Ah, mujer cruel. Mi nave tiene el nombre que realmente merece. Si la estrello contra las rocas por estar distraído, únicamente tú tendrás la culpa.

—¿Piensas gobernarla con este timón? —Esgred le frotó una vez más la delantera de los calzones y sonrió al tiempo que con el dedo trazaba el perfil férreo de su miembro.

—Ven a Pyke conmigo —dijo de repente. «¿Qué dirá Lord Balon? ¿Y a mí qué me importa? Ya soy un hombre, si quiero llevarme a una mujer a la cama no es asunto de nadie.»

—¿Y qué haría yo en Pyke? —preguntó sin apartar la mano.

—Mi padre dará un banquete esta noche para sus capitanes. —En realidad lo daba todas las noches mientras esperaba la llegada de los más rezagados, pero no había por qué decírselo a la joven.

—¿Mi señor príncipe me nombrará su capitana por una noche?

Tenía la sonrisa más pícara que jamás había visto en una mujer.

—Es posible. Siempre que supiera que me llevarás a buen puerto.

—Bueno, sé qué parte del remo va al mar, y no hay nadie que maneje como yo los cabos y los nudos. —Le estaba desatando los calzones con una mano, pero retrocedió con paso ligero—. Lástima que sea una mujer casada y preñada.

—Tengo que volver al castillo —dijo Theon nervioso mientras se ataba las ropas de nuevo—. Si no vienes conmigo puede que el dolor haga que me extravíe, y será una gran pérdida para las islas.

—Eso no se puede consentir… pero el caso es que no tengo caballo.

—Puedes ir en el de mi escudero.

—¿Y dejar que vuestro pobre escudero vuelva andando a Pyke?

—Entonces comparte el mío.

—Eso te gustaría. —Otra vez la sonrisa—. A ver… ¿dónde me pondría yo, delante o detrás?

—Puedes ponerte donde quieras.

—Me gusta ponerme arriba.

«¿Dónde ha estado esta mujer toda mi vida?»

—Los salones de mi padre son sombríos y húmedos. Necesitan de una Esgred que avive los fuegos.

—El joven señor tiene la lengua de miel.

—¿No fue así como empezó todo?

—Y así es como termina. —La joven alzó los brazos—. Esgred es tuya, dulce príncipe. Llévame a tu castillo. Quiero ver cómo surgen del mar tus orgullosas torres.

—He dejado mi caballo en la posada. Ven.

Caminaron juntos por la costa, y cuando Theon la cogió por el brazo ella no se apartó. Le gustaba su manera de andar; era osada, parecía como si se meciera y sugería que entre las mantas sería igual de osada.

Puerto Noble estaba más concurrido que nunca, por doquier se veía a las tripulaciones de los barcoluengos que se alineaban ante la orilla de guijarros o estaban anclados más allá de la escollera. Los hijos del hierro no doblaban la rodilla con facilidad, pero Theon advirtió que los remeros y los ciudadanos por igual bajaban la voz al verlos pasar, y los saludaban con respetuosas inclinaciones de la cabeza.

«Por fin se han enterado de quién soy —pensó—. Ya era hora.»

Lord Goodbrother de Gran Wyk había llegado la noche anterior con el grueso de sus fuerzas, casi cuarenta barcoluengos. Sus hombres estaban por todas partes, llamaban la atención por sus fajines de pelo de cabra a franjas. Se rumoreaba que muchachos imberbes con aquellos fajines estaban follándose a las putas de Otter Gimpknee en la posada hasta que no podían ni cerrar las piernas. Por lo que a Theon respectaba, se las podían quedar a todas. Eran una manada de guarras picadas de viruelas que no quería ni ver. Su actual acompañante era mucho más de su gusto. Y estaba casada con el jefe de astilleros de su padre, y encima preñada, lo que la hacía más misteriosa y deseable.

—¿Mi señor príncipe ha empezado ya a elegir su tripulación? —preguntó Esgred mientras se dirigían hacia los establos—. ¡Hola, Dienteazul! —gritó al pasar junto a un marinero, un hombre alto con chaleco de piel de oso y yelmo adornado con alas—. ¿Cómo está tu mujer?

—Preñada y bien gorda, dice que van a ser gemelos.

—¿Tan pronto? —Esgred le dirigió su sonrisa traviesa—. Sí que has tardado poco en meter el remo en el agua.

—Sí, y en remar, remar y remar —rugió el hombretón.

—Es muy fuerte —observó Theon—. ¿Dices que se llama Dienteazul? ¿Lo debería elegir para mi Zorra marina?

—Sólo si quieres insultarlo. Dienteazul tiene barco propio.

—He estado fuera durante mucho tiempo y no reconozco a los hombres —admitió Theon. Había buscado a los pocos amigos con los que jugara de niño, pero habían desaparecido; o estaban muertos o se habían transformado en desconocidos—. Mi tío Victarion me ha cedido a su timonel.

—¿Rymolf Bebetormentas? Es buen hombre, siempre que está sobrio. —Vio más rostros conocidos y saludó a un trío que pasó junto a ellos—. Uller, Qarl, Skyte. ¿Dónde está vuestro hermano?

—Me temo que el Dios Ahogado necesitaba un remero fuerte —respondió el hombre achaparrado con un mechón blanco en la barba.

—Quiere decir que Eldiss bebió demasiado vino y le reventó la barriga —dijo el joven de mejillas rosadas que estaba junto a él.

—Lo que está muerto nunca morirá —dijo Esgred.

—Lo que está muerto nunca morirá. —Theon también murmuró las palabras—. Eres muy conocida —dijo a la mujer cuando el trío pasó de largo.

—Todo el mundo aprecia a la mujer del jefe de astilleros. Más les vale, si no quieren que se les hundan los barcos. Si necesitas remeros, esos tres son de los buenos.

—En Puerto Noble no faltan brazos fuertes. —Theon había meditado mucho sobre aquel asunto. Lo que necesitaba eran luchadores, y hombres que fueran leales a él, no a su señor padre ni a sus tíos. Por el momento se comportaba como un príncipe obediente, mientras esperaba a que Lord Balon descubriera sus planes por completo. Pero si resultaba que no le gustaban esos planes, o el papel que le correspondía en ellos…

—Con la fuerza no basta. Los remos de un barcoluengo se tienen que mover al unísono para que alcance la máxima velocidad. Si eres listo, elegirás hombres que ya hayan remado juntos.

—Sabio consejo. Quizá tú puedas ayudarme a elegirlos. —«Que crea que necesito de su inteligencia, a las mujeres les gusta eso.»

—Quizá. Si me tratas bien.

—¿Cómo si no?

Theon aceleró el paso cuando se acercaron a la Myraham, que se mecía en el amarradero, ya sin carga. Su capitán había querido hacerse a la mar hacía ya dos semanas, pero Lord Balon no lo consintió. No dejaba partir a ningún comerciante que hubiera atracado en Puerto Noble, para que las noticias no llegaran a tierra firme antes de que estuviera preparado para atacar.

—Mi señor —lo llamó una voz lastimera desde el castillo de proa. La hija del capitán lo miraba aferrada a la baranda. Su padre le había prohibido desembarcar, pero siempre que Theon iba a Puerto Noble la veía vagar desamparada por la cubierta—. Mi señor, un momento —lo siguió llamando—. Mi señor, si os place…

—¿Sí? —preguntó Esgred mientras Theon se apresuraba a pasar de largo—. ¿Le placía a mi señor?

—Durante un tiempo, sí. —No tenía sentido mostrarse recatado con ella—. Pero ahora quiere ser mi esposa de sal.

—Ah. Pues la verdad es que le iría bien un poco de sal. Demasiado tierna y blanda, ¿no? ¿O me equivoco?

—No te equivocas. —«Tierna y blanda. Exacto. ¿Cómo lo ha sabido?»

Había dicho a Wex que lo esperase en la posada. La sala común estaba tan abarrotada que Theon tuvo que abrirse camino a empujones. No quedaba ningún asiento libre, ni en los bancos ni junto a las mesas. Tampoco vio a su escudero.

—¡Wex! —gritó para hacerse oír por encima del estrépito y del bullicio.

«Como esté arriba con una de esas putas picadas de viruelas, le arranco la piel a tiras», estaba pensando cuando por fin divisó al muchacho, que se dedicaba a jugar a los dados cerca de la chimenea… y, a juzgar por el montón de monedas que tenía al lado, iba ganando.

—Es hora de marcharnos —anunció Theon.

Como el chico no le hizo caso, lo agarró por la oreja y lo sacó de la partida. Wex agarró un puñado de monedas de cobre y lo siguió sin decir palabra. Era una de las cosas que más le gustaban de él. Muchos escuderos tenían la lengua afilada, pero Wex era mudo de nacimiento… lo que no le impedía ser muy avispado para sus doce años. Era hijo bastardo de un hermanastro de Lord Botley, y al tomarlo como escudero, Theon estaba pagando parte del precio de su caballo.

Cuando Wex vio a Esgred abrió los ojos como platos. «Cualquiera diría que no ha visto una mujer en su vida», pensó Theon.

—Esgred montará conmigo a la grupa, viene a Pyke. Ensilla los caballos y date prisa.

La montura del chico era un caballito flaco de los establos de Lord Balon, nada que ver con el de Theon.

—¿De dónde has sacado ese caballo infernal? —preguntó Esgred cuando lo vio. Pero por su risa supo que la había impresionado.

—Lord Botley lo compró el año pasado en Lannisport, pero resultó que era mucho caballo para él, así que estuvo encantado de venderlo.

Las Islas del Hierro eran demasiado dispersas y rocosas para criar buenos caballos. Pocos isleños eran jinetes hábiles, se sentían más a gusto en la cubierta de un barco que sobre una silla de montar. Hasta los señores montaban caballos de pequeño tamaño o ponis peludos de Harlaw. Hasta los carros de bueyes eran más comunes que los tiros de caballos. Y los que eran demasiado pobres labraban ellos mismos el suelo escaso y pedregoso.

Pero Theon había pasado diez años en Invernalia y no tenía la menor intención de ir a la guerra sin una buena montura. Se estaba beneficiando del error de criterio de Lord Botley, y tenía un semental de temperamento tan negro como su pelaje, no tan grande como la mayoría de los corceles de batalla, pero aun así enorme. Como Theon no era tan corpulento como la mayoría de los caballeros, le iba de maravilla. Y aquel animal tenía fuego en los ojos. Nada más conocer a su nuevo dueño, le mostró los dientes y le lanzó un bocado a la cara.

—¿Cómo se llama? —preguntó Esgred a Theon mientras montaba.

Sonrisas. —Le tendió la mano y la ayudó a subir delante de él, para poder rodearla con los brazos mientras cabalgaban—. Conocí a un hombre que me dijo que yo sonreía ante lo que no debía.

—¿Y es así?

—Sólo lo dicen los que no sonríen ante nada. —Estaba pensando en su padre y en su tío Aeron.

—¿Y mi señor príncipe está sonriendo ahora?

—Desde luego. —Theon la rodeó con el brazo para coger las riendas. Era casi tan alta como él. Tenía el pelo sucio, y una cicatriz vieja y rosada en el hermoso cuello, pero le gustaba su olor a sal, a sudor y a mujer.

El viaje de vuelta a Pyke prometía ser mucho más interesante que el de ida. Cuando estuvieron a buena distancia de Puerto Noble, Theon le puso una mano sobre un pecho. Esgred se la apartó.

—Más vale que agarres las riendas con las dos manos, o esta fiera nos lanzará por los aires y nos matará a coces.

—Le he quitado esa costumbre a golpes. —Theon, divertido, se comportó bien un rato y se dedicó a charlar sobre el clima (gris y encapotado, como todos los días desde su llegada, con lluvias frecuentes) y a contarle a cuántos hombres había matado en el Bosque Susurrante. Cuando llegó al momento en que se encontró a poca distancia del Matarreyes en persona, volvió a subir la mano. La mujer tenía los pechos pequeños, pero le gustaba su firmeza.

—No quieres hacer eso, mi señor príncipe.

—Sí quiero, vaya si quiero. —Theon le dio un pellizco.

—Tu escudero te está mirando.

—Que mire. Total, no va a decir nada… —Esgred le abrió los dedos, y en esta ocasión lo sujetó con firmeza. Tenía las manos fuertes—. Así me gustan a mí las mujeres, con buenas manos.

—Cualquiera lo diría —replicó ella con un resoplido—, después de ver a esa moza en el muelle.

—No me juzgues por ella. Era la única mujer del barco.

—Háblame de tu padre. ¿Me recibirá con alegría en su castillo?

—¿Por qué? Si no me recibe con alegría ni a mí, que soy sangre de su sangre, heredero de Pyke y de las Islas del Hierro.

—¿De verdad? —preguntó con voz melosa—. Se dice que tienes tíos, hermanos, una hermana…

—Mis hermanos murieron hace mucho, y mi hermana… se dice que el vestido preferido de Asha es una loriga, y que lleva la ropa interior acorazada. Pero aunque se vista de hombre, no es un hombre. Una vez gane la guerra la casaré para firmar alguna buena alianza. Si encuentro quien la quiera, claro. Recuerdo que tenía la nariz como un pico de buitre, espinillas por todos lados, y menos pecho que un muchacho.

—A tu hermana aún la puedes casar —señaló Esgred—. Pero a tus tíos no.

—Mis tíos… —Los derechos de Theon estaban por encima de los de los tres hermanos de su padre, pero aun así era un tema delicado. En las islas no era extraño que un tío fuerte y ambicioso despojara de sus derechos a un sobrino débil, y por lo general de paso lo mataba.

«Pero yo no soy débil —se dijo Theon—, y para cuando muera mi padre pienso ser mucho más fuerte.»

—Mis tíos no son una amenaza para mí —declaró—. Aeron está ebrio de agua de mar y de santidad. Sólo vive para su dios…

—¿Su dios? ¿No es tu dios?

—Sí, mío también. Lo que está muerto nunca morirá. —Sonrió con los dientes apretados—. Si digo estas cosas cuando convenga, Pelomojado no me dará problemas. En cuanto a mi tío Victarion…

—Lord Capitán de la flota del Hierro y un guerrero temible. En todas las tabernas se cantan sus hazañas.

—Durante la rebelión de mi señor padre, navegó hasta Lannisport con mi tío Euron y prendió fuego a la flota, que estaba allí anclada —recordó Theon—. Pero el autor del plan fue Euron. Victarion es como un enorme buey, fuerte, incansable, obediente, pero que no ganará ninguna carrera. Sin duda me servirá con la misma lealtad con la que ha servido a mi señor padre. No tiene el cerebro ni la ambición que hacen falta para la traición.

—En cambio a Euron Ojo de Grajo no le falta astucia. De él se cuentan cosas espantosas.

—Nadie ha visto a mi tío Euron en las islas desde hace dos años. —Theon se acomodó en la silla de montar—. Puede que esté muerto. —Y si era así, tanto mejor. El hermano mayor de Lord Balon jamás había renunciado a las antiguas costumbres. Se decía que su Silencio, con las velas negras y el casco rojo oscuro, tenía una reputación temible en todos los puertos desde Ibben hasta Asshai.

—Puede que esté muerto —asintió Esgred—. Y aunque esté vivo, qué más da, se ha pasado tanto tiempo en el mar que aquí sería un forastero. Los hijos del Hierro no dejarían jamás que un forastero se sentara en la Silla de Piedramar.

—No, me imagino que no —respondió Theon antes de caer en la cuenta de que, probablemente, muchos lo considerarían a él un forastero. Frunció el ceño. «Diez años son mucho tiempo, pero ya he vuelto, y a mi padre le queda mucha vida por delante. Tendré tiempo de demostrar mi valía.» Valoró la posibilidad de volver a acariciar el pecho de Esgred, pero seguro que le apartaba la mano de nuevo, y además tanta charla sobre sus tíos había apagado en cierto modo su ardor. Ya habría tiempo para aquellos juegos en el castillo, en la intimidad de sus habitaciones—. Cuando lleguemos a Pyke hablaré con Helya para que te coloque en un lugar de honor durante el banquete —dijo—. Yo tengo que sentarme en la tarima, a la derecha de mi padre, pero en cuanto se marche bajaré para estar contigo. No suele quedarse mucho tiempo. Últimamente no aguanta bien la bebida.

—Es triste ver envejecer a un gran hombre.

—Lord Balon no es más que el padre de un gran hombre.

—Modesto, el joven señor.

—Sólo un tonto se humilla a sí mismo, habiendo tantos hombres en el mundo dispuestos a encargarse de esa tarea. —Le depositó un beso en la nuca. Ella se apartó.

—¿Qué me pondré para el banquete?

—Le diré a Helya que te vista. Seguro que te vale alguna ropa de mi madre. Está fuera, en Harlaw, y no creo que vuelva.

—Se dice que los vientos fríos la han consumido. ¿No piensas ir a verla? Harlaw está apenas a un día de navegación, y seguro que Lady Greyjoy anhela ver a su hijo por última vez.

—Ojalá pudiera. Aquí tengo mucho que hacer. Ahora que he regresado, mi padre depende de mí. Tal vez, cuando reine la paz…

—Tu visita le daría paz a ella.

—Empiezas a hablar como una mujer —se quejó Theon.

—Confieso, soy una mujer… y recién preñada.

—Eso dices tú. —Aquello, sin saber por qué, lo excitaba—. Pero tu cuerpo todavía no muestra signos. ¿Cómo lo vas a demostrar? Para creerte, quiero ver cómo maduran tus pechos y probar tu leche de madre.

—¿Y qué dirá a eso mi esposo? ¿Ese sirviente leal de tu padre?

—Le encargaremos construir tantos barcos que ni se dará cuenta de que lo has dejado.

—Es cruel el joven señor que me ha secuestrado —dijo la mujer riéndole la broma—. Si te prometo que algún día verás mamar a mi bebé, ¿me contarás algo más sobre tu guerra, Theon de la Casa Greyjoy? Nos quedan muchos kilómetros de montañas por delante, y me gustaría saber más sobre ese rey lobo al que serviste y los leones dorados contra los que lucha.

Deseoso de complacerla, Theon empezó a hablar. El resto del largo viaje pasó muy deprisa mientras le llenaba la hermosa cabecita con historias sobre Invernalia y sobre la guerra. Algunas de las cosas que dijo le sorprendieron a él mismo.

«Los dioses la bendigan, qué fácil es hablar con ella —reflexionó—. Me siento como si la conociera desde hace años. Si su juego entre las sábanas es tan bueno como su ingenio, tendré que quedármela como sea. —Pensó en Sigrin, el jefe de astilleros, un hombre grueso de corto ingenio, pelo rubio que comenzaba a ralear y la frente llena de granos, y sacudió la cabeza—. Qué desperdicio. Qué espantoso desperdicio.»

Le pareció que no había pasado nada de tiempo cuando la gran muralla de Pyke se alzó ante ellos.

Las puertas estaban abiertas. Theon picó espuelas a Sonrisas, y entró al trote ligero. Mientras ayudaba a Esgred a desmontar, los perros ladraban como locos. Muchos se acercaron meneando las colas. Pasaron de largo junto a él y casi derribaron a la mujer, saltando en torno a ella y lamiéndola.

—¡Fuera! —gritó Theon, lanzando sin puntería una patada contra una perra grande de color castaño.

Pero Esgred se reía y jugaba a pelear con los animales. Tras los perros llegó corriendo un mozo de cuadras.

—Encárgate del caballo —le ordenó Theon—. Y llévate a estos malditos perros…

El patán no le prestó atención. Sonreía ampliamente, mostrando los huecos de la dentadura.

—Lady Asha, habéis vuelto.

—Sí, anoche —dijo ella—. Llegué en barco de Gran Wyk con Lord Goodbrother, y pasé la noche en la posada. Mi hermanito ha tenido la amabilidad de traerme de Puerto Noble.

Besó a uno de los perros en la nariz y sonrió a Theon.

Theon se había quedado mirándola, boquiabierto. «Asha. No. No puede ser Asha.» De pronto se dio cuenta de que en su mente había dos Ashas. Una era la niñita que había conocido. La otra, más bien un fruto vago de su imaginación, tenía cierta semejanza con su madre. Y ninguna de las dos se parecía en absoluto a aquella… aquella… aquella…

—Las espinillas se fueron cuando llegaron los pechos. Pero el pico de buitre aún lo tengo.

Theon recuperó la capacidad de hablar.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Antes quería saber cómo eras. —Asha soltó al perro y se irguió—. Y lo he conseguido. —Le hizo una media reverencia burlona—. Tendrás que disculparme ahora, hermanito. Tengo que bañarme y vestirme para el banquete. A ver si encuentro la loriga y la ropa interior acorazada.

Volvió a dedicarle su sonrisa malévola y cruzó el puente con aquella manera de andar que tanto le gustaba a Theon, como meciéndose.

Cuando se volvió, vio que Wex se estaba partiendo de risa. Le dio un golpe encima de una oreja.

—Esto por pasártelo tan bien con esto. —Y otro, todavía más fuerte—. Y esto por no avisarme. La próxima vez, más vale que te crezca la lengua.

Sus habitaciones en el Torreón Sangriento nunca le habían parecido tan gélidas, aunque los esclavos habían dejado encendido el brasero. Theon se quitó las botas de una patada, dejó caer la capa al suelo y se sirvió una copa de vino, sin dejar de recordar a la niña desgarbada de rodillas huesudas y cara llena de granos.

«Me desató los calzones —pensó, ultrajado— y dijo… oh, dioses, y yo le dije…» Gimió. Era increíble hasta qué punto se había puesto en ridículo.

«No —pensó—. No me he puesto en ridículo, me ha puesto en ridículo ella, la muy zorra, qué bien se lo debe de haber pasado. Y no dejaba de tocarme la polla…»

Cogió la copa y se dirigió hacia el asiento junto a la ventana, donde se sentó para contemplar el mar mientras el sol se ponía sobre Pyke. «Aquí no hay lugar para mí —pensó—, y el motivo es Asha, ¡los Otros se la lleven!» Abajo, el agua pasó de verde a gris, y luego a negra. Ya le llegaba el sonido de la música distante, y sabía que era hora de cambiarse para el banquete.

Eligió unas botas sencillas y ropas más sencillas aún, en varios tonos de gris y negro que hacían juego con su estado de ánimo. Ningún adorno; no tenía nada comprado con hierro.

«Podría haberle quitado algo a aquel salvaje que maté para salvar a Bran Stark, pero no tenía nada. Maldita sea mi suerte, que sólo mato a pobres.»

Cuando llegó Theon, la sala alargada estaba llena de humo y abarrotada; allí se encontraban todos los señores y capitanes de su padre, eran casi cuatrocientos. Dagmer Barbarrota todavía no había regresado de Viejo Wyk con los Stonehouse y los Drumm, pero allí estaban todos los demás: los Harlaw de Harlaw, los Blacktyde de Marea Negra, los Sparr, los Merlyn y los Goodbrother de Gran Wyck, los Saltcliffe y los Sunderly de Acantilado de Sal, y los Botley y los Wynch del otro lado de Pyke. Los esclavos servían cerveza, y había música de violines, de pellejos y de tambores. Tres hombres corpulentos estaban ejecutando la danza del dedo, lanzándose unos a otros hachas de mango corto. Lo difícil era coger el hacha o saltar sobre ella sin perder el compás. Se llamaba la danza del dedo porque solía terminar cuando uno de los bailarines perdía uno… o dos, o cinco.

Ni los bailarines ni los bebedores se fijaron en Theon Greyjoy cuando se encaminó hacia la tarima. Lord Balon ocupaba la Silla de Piedramar, tallada con la forma de un gran kraken a partir de un gigantesco bloque de piedra negra. Según contaba la leyenda, los primeros hombres lo habían encontrado en las playas de Viejo Wyk cuando llegaron a las Islas del Hierro. A la izquierda del trono se sentaban los tíos de Theon. Asha había ocupado el lugar de honor, a su derecha.

—Llegas tarde, Theon —observó Lord Balon.

—Te pido disculpas. —Theon ocupó el sitio vacío junto a su hermana. Se inclinó hacia ella—. Estás ocupando mi lugar —le siseó al oído.

—Pero, hermano, me parece que te confundes. —Asha clavó en él unos ojos llenos de inocencia—. Tu lugar está en Invernalia. —Su sonrisa cortaba como un cuchillo—. ¿Y dónde están esas ropas tan bonitas que tienes? Me han dicho que te gusta el tacto de la seda y el terciopelo sobre la piel.

Ella llevaba un vestido de suave lana verde, de corte sencillo y ajustado, que destacaba las líneas esbeltas de su cuerpo.

—Se te ha debido de oxidar la loriga —replicó—. Qué lástima. Me habría gustado verte vestida de hierro.

Asha se echó a reír.

—Puede que aún me veas, hermanito… Siempre que tu Zorra marina pueda ir tan deprisa como mi Viento negro. —Uno de los esclavos de su padre se acercó con una jarra de vino—. ¿Qué beberás esta noche, Theon, cerveza o vino? —Se acercó más a él—. ¿O sigues teniendo sed de mi leche de madre?

Theon enrojeció.

—Vino —dijo al esclavo.

Asha se apartó de él, golpeó la mesa y pidió cerveza a gritos.

Theon cortó en dos una hogaza de pan, la vació de miga y llamó a un cocinero para que se la llenara de guiso de pescado. El olor de la espesa mezcla le daba náuseas, pero se forzó a comer unos bocados. Había bebido vino suficiente para dos comidas. «Si vomito, será encima de ella.»

—¿Sabe nuestro padre que te has casado con su jefe de astilleros? —preguntó a su hermana.

—No más que Sigrin. —Se encogió de hombros—. Esgred es el nombre del primer barco que construyó. Lo llamó como a su madre. No se sabe bien a cuál de las dos quiere más.

—Todo lo que me dijiste era mentira.

—Todo no. ¿Recuerdas cuando te conté que me gustaba ponerme arriba? —Asha sonrió. Aquello únicamente sirvió para ponerlo más furioso.

—Todo eso de que estabas casada y preñada…

—Esa parte era verdad. —Asha se puso en pie de un salto—. ¡Eh, Rolfe, aquí! —gritó a uno de los que estaban inmersos en la danza del dedo, al tiempo que alzaba una mano. El hombre la vio, se giró, y de pronto el hacha salió volando de su mano, con la hoja centelleante en sus giros, en medio de la luz de las antorchas. Theon apenas si tuvo tiempo de lanzar un grito ahogado antes de que Asha atrapara el arma en el aire y la clavara en la mesa, partiendo en dos su hogaza rellena y llenando el mantel de salpicaduras—. Éste es mi señor esposo. —Su hermana se metió una mano por el escote del vestido y sacó una daga de entre sus senos—. Y éste es mi bebé de pecho.

No podía ni imaginarse qué cara había puesto, pero de pronto se dio cuenta de que la sala entera retumbaba con las carcajadas, que todos se reían de él. Hasta su padre sonreía, malditos fueran los dioses, y su tío Victarion no disimulaba la risa. Lo mejor que pudo hacer fue forzar una sonrisa. «Ya veremos quién ríe cuando termine todo esto, zorra.»

Asha arrancó el hacha de la mesa y la lanzó de nuevo a los que bailaban, en medio de aplausos y aclamaciones.

—Harías bien en recordar qué te dije acerca de elegir a tu tripulación. —Un esclavo les ofreció una fuente, y su hermana pinchó un pescado salado y se lo comió directamente de la punta de la daga—. Si te hubieras molestado en aprender algo sobre Sigrin, jamás habría podido engañarte. Te pasas diez años de lobo y llegas aquí como príncipe de todas las islas, pero no sabes nada, no conoces a nadie. ¿Por qué van a luchar por ti los hombres? ¿Por qué van a morir por ti?

—Porque soy su legítimo príncipe —replicó Theon, rígido.

—Según las leyes de las tierras verdes, es posible. Pero aquí tenemos nuestras leyes, ¿o ya te has olvidado?

Theon frunció el ceño y se dedicó a contemplar la rezumante hogaza que tenía delante. No tardaría mucho en tener guiso en el regazo. Llamó a gritos a un esclavo para que lo limpiara todo. «Me he pasado la mitad de la vida esperando volver a casa, ¿y para qué? ¿Para que se burlen de mí y me desprecien?» Aquélla no era la Pyke que recordaba. O que creía recordar. Era tan pequeño cuando se lo llevaron como rehén…

El banquete era exiguo, una simple sucesión de guisos de pescado, pan negro y cabra poco especiada. Lo más sabroso en opinión de Theon fue una empanada de cebolla. La cerveza y el vino siguieron corriendo mucho después de que se retirase el último de los platos.

Lord Balon Greyjoy se levantó de la Silla de Piedramar.

—Terminaos las bebidas y venid a mi habitación —ordenó a sus acompañantes en la tarima—. Tenemos que hacer planes.

Los dejó allí sin añadir palabra y salió flanqueado por dos de sus guardias. Sus hermanos no tardaron en seguirlo. Theon se levantó para ir en pos de ellos.

—Parece que mi hermano pequeño tiene prisa. —Asha alzó su cuerno de bebida y pidió más cerveza.

—Nuestro señor padre aguarda.

—Lleva muchos años aguardando. No le pasará nada por esperar un poco más… pero si lo que pasa es que temes su ira, no lo dudes, escabúllete en pos de él. No creo que te cueste mucho alcanzar a nuestros tíos. —Sonrió—. Uno está ebrio de agua de mar, y el otro no es más que un gran buey gris que seguramente se perderá antes de llegar a su destino.

—Yo no corro detrás de ningún hombre. —Theon volvió a sentarse, molesto.

—¿De ningún hombre, pero de todas las mujeres?

—No fui yo quien te agarró la polla.

—Porque no tengo. Pero bien que agarraste el resto de mí.

—Soy un hombre, con apetitos de hombre. —Theon sentía cómo le palpitaba la sangre en las mejillas—. Pero ¿qué clase de criatura antinatural eres tú?

—Sólo una tímida doncella. —Movió la mano como una flecha y le dio un apretón en la polla. Theon estuvo a punto de saltar de la silla—. ¿Qué pasa, hermano, no quieres que te lleve a buen puerto?

—No estás hecha para el matrimonio —decidió Theon—. Cuando gobierne, creo que te enviaré con las hermanas silenciosas.

Se puso en pie y con paso inseguro fue a reunirse con su padre.

Cuando llegó al cimbreante puente que llevaba a la Torre del Mar, llovía con fuerza. Tenía el estómago revuelto como las olas que veía abajo, y el vino hacía que su paso fuera inseguro. Theon apretó los dientes y agarró la cuerda con fuerza para cruzar, imaginando que era el cuello de Asha.

La estancia era tan húmeda y llena de corrientes como siempre. Su padre, enterrado bajo las pieles de foca, estaba sentado ante el brasero, entre sus dos hermanos. En el momento en que Theon entró, Victarion hablaba de mareas y vientos, pero Lord Balon lo hizo callar con un gesto.

—Ya tengo mis planes. Es hora de que los sepáis.

—Tengo algunas sugerencias…

—Cuando necesite tu consejo te lo pediré —lo interrumpió su padre—. Nos ha llegado un pájaro de Viejo Wyk. Dagmer va a venir con los Drumm y los Stonehouse. Si los dioses nos dan buenos vientos, zarparemos en cuanto lleguen. Mejor dicho, tú zarparás. Quiero que asestes el primer golpe, Theon. Irás con ocho barcoluengos hacia el norte…

—¿Ocho? —Enrojeció—. ¿Qué puedo hacer con tan sólo ocho naves?

—Tu misión será asediar la Costa Pedregosa, atacar las aldeas de pescadores y hundir todo barco que te encuentres. Puede que así saques de sus refugios de piedra a unos cuantos señores norteños. Aeron irá contigo, y también Dagmer Barbarrota.

—Que el Dios Ahogado bendiga nuestras espadas —dijo el sacerdote.

Theon se sintió como si le hubieran cruzado el rostro de una bofetada. Lo estaban enviando a una misión de saqueo, a quemar pueblos de pescadores y violar a sus feas hijas, y aun así parecía que Lord Balon no confiaba en él lo suficiente ni para eso. Ya era bastante malo tener que aguantar los sermones y ceños fruncidos de Pelomojado; con Dagmer Barbarrota a su lado, su mando sería sólo nominal.

—Asha, hija mía —siguió Lord Balon. Theon se volvió y vio que su hermana había entrado en silencio—. Tomarás treinta barcoluengos con tripulación selecta para ir a Punta Dragón Marino. Desembarcarás en los estuarios al norte de Bosquespeso. Si avanzas deprisa, puede que el castillo caiga incluso antes de que llegues.

—Siempre he querido un castillo —dijo Asha con voz dulce, y sonrió como una gata ante un plato de leche.

—Pues tómalo.

Theon tuvo que morderse la lengua. Bosquespeso era la fortaleza de los Glover. Tanto Robett como Galbart estaban en el sur, en la guerra, de modo que las defensas serían débiles, y cuando el castillo cayera los hijos del hierro tendrían una base segura en el corazón del norte.

«Deberían enviarme a mí a tomar el castillo.» Él conocía Bosquespeso. Había visitado a los Glover muchas veces con Eddard Stark.

—Victarion —dijo Lord Balon a su hermano—, el principal cometido recae sobre ti. Una vez mis hijos ataquen, Invernalia va a responder. Te encontrarás con poca oposición cuando subas por el Lanza de Sal y por el río de la Fiebre. Cuando llegues a las cabeceras de los ríos, estarás a menos de treinta kilómetros de Foso Cailin. El Cuello es la clave del reino. Ya controlamos los mares de occidente. Cuando ocupemos Foso Cailin, el cachorro de lobo no podrá volver hacia el norte… y si es tan idiota como para intentarlo, sus enemigos lo aislarán del sur de su columna. Robb el Mocoso será una rata encajonada.

Theon no pudo seguir en silencio.

—Es un plan osado, padre, pero los señores en sus castillos…

—Los señores se han ido al sur con el cachorro —lo interrumpió Lord Balon—. Los únicos que quedan atrás son los cobardes, los viejos y los niños. Se rendirán o caerán, uno a uno. Puede que Invernalia se nos resista un año entero, ¿y qué? Tendremos el resto, bosques, campos, castillos, y sus habitantes serán nuestros esclavos y nuestras esposas de sal.

—¡Y las aguas de la ira se alzarán —exclamó Aeron Pelomojado levantando los brazos—, y el Dios Ahogado extenderá sus dominios por las tierras verdes!

—Lo que está muerto nunca morirá —entonó Victarion.

Lord Balon y Asha repitieron sus palabras, y Theon no tuvo más remedio que murmurarlas él también. Y de esa forma terminó la reunión.

En el exterior llovía más que nunca. El puente de cuerdas se retorcía y oscilaba bajo sus pies. Theon Greyjoy se detuvo en medio y contempló las rocas de abajo. El sonido de las olas era un rugido ensordecedor, y el agua salada le salpicaba los labios. Una ráfaga de viento lo hizo caer de rodillas.

Asha lo ayudó a levantarse.

—Tampoco aguantas bien el vino, hermano.

Theon se apoyó en su hombro y dejó que lo ayudara a atravesar el puente de tablones resbaladizos.

—Me gustabas más cuando eras Esgred —dijo, acusador.

—Me parece justo —dijo ella riéndose—. A mí tú me gustabas más cuando tenías nueve años.

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