LA MARCA DELA MUERTE

La mujer de Windisch aguarda con los pies descalzos sobre las piedras del pasillo. Tiene el pelo revuelto, como si soplara viento en la casa. Windisch ve la piel de gallina de sus pantorrillas. Y la piel áspera de sus tobillos.

Windisch huele el camisón de su mujer. Está caliente. Sus pómulos son duros. Y tiemblan. La boca se le desgarra: «¡Qué horas son éstas de venir a casa!», grita ella. «A las tres miré el reloj. Y ya han dado las cinco.» Agita las manos en el aire. Windisch le mira el dedo. No se ve viscoso.

Windisch estruja una hoja de manzano seca entre sus dedos. Oye a su mujer chillar en el vestíbulo. La oye dar portazos. Entrar chillando en la cocina. Una cuchara rebota sobre la estufa.

Windisch se para en el umbral de la cocina. La mujer recoge la cuchara. «¡Cerdo putañero!», chilla. «Le voy a contar a tu hija todas tus marranadas.»

Sobre la tetera hay una burbuja verde. Sobre la burbuja aparece la cara de su mujer. Windisch se le acerca. Le da una bofetada en plena cara. Ella se calla. Agacha la cabeza. Llorando, pone la tetera sobre la mesa.

Windisch se sienta ante su bol de té. El vaho le devora la cara. El vapor de la menta invade la cocina. Windisch ve su ojo dentro del té. Un hilillo de azúcar se desliza desde la cuchara a su ojo. La cuchara está dentro del té.

Windisch bebe un trago de té. «Ha muerto la vieja Kroner», dice. Su mujer sopla el bol. Sus ojos son dos lunares rojos. «La campana dobla a muerto», dice.

Tiene una marca roja en la mejilla. La marca de la mano de Windisch. La marca del vaho del té. La marca de la muerte de la vieja Kroner.

El repique de la campana atraviesa las paredes. La lámpara dobla a muerto. El techo dobla a muerto.

Windisch respira profundamente. Encuentra su aliento en el fondo del bol.

«Quién sabe cuándo y dónde moriremos», dice la mujer de Windisch. Se lleva la mano al pelo. Se revuelve un mechón. Una gota de té le resbala por la barbilla.

En la calle se abre paso una luz gris. Las ventanas del peletero están iluminadas. «Esta tarde es el entierro», dice Windisch.

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