EL MORETÓN

Amalie está en la puerta. Sobre los trozos de cristal hay manchas rojas. La sangre de Windisch es más roja que el vestido de Amalie.

Un último resto de primavera irlandesa sube desde las pantorrillas de Amalie. El moretón de su cuello es más rojo que su vestido. Amalie se quita las sandalias blancas. «Ven a comer», le dice la mujer de Windisch.

La sopa humea. Amalie se sienta entre la niebla. Sostiene la cuchara con las puntas rojas de sus dedos. Mira la sopa. El vaho le hace mover los labios. Sopla. La mujer de Windisch se sienta suspirando en la nube gris que se eleva ante el plato.

Por la ventana llega un murmullo de hojas. «Vuelan hacia el patio», piensa Windisch. «Hay hojas como para vestir diez árboles y todas vuelan hacia el patio.»

Windisch desliza su mirada por la oreja de Amalie. Es una parte de lo que ve. Está rojiza y arrugada como un párpado.

Windisch deglute un tallarín blando y blanco. Se le pega en la garganta. Windisch pone la cuchara sobre la mesa y tose. Los ojos se le llenan de agua.

Windisch vomita su sopa en la sopa. Tiene un gusto acre en la boca. Y se le sube a la frente. La sopa del plato se enturbia con la sopa vomitada.

Windisch ve un patio muy ancho en la sopa del plato. Es una tarde de verano en ese patio.

Загрузка...