LA NAVAJA

Windisch está sentado ante la ventana de la cocina. Se está afeitando. Con la brocha reparte la espuma blanca por su cara. La espuma cruje sobre sus mejillas. Con la punta del dedo distribuye la nieve en torno a su boca. Mira el espejo. Ve en él la puerta de la cocina. Y su cara.

Windisch ve que se ha puesto demasiada nieve en la cara. Ve cómo su boca yace entre la nieve. Siente que la nieve en las fosas nasales y en la barbilla le impide hablar.

Windisch abre la navaja. Prueba el filo de la hoja sobre la piel de su dedo. Se coloca la hoja bajo el ojo. El pómulo no se mueve. Con la otra mano, Windisch se estira las arrugas debajo del ojo. Luego mira por la ventana. Y ve la hierba verde.

La navaja tiembla. El filo de su hoja arde.

Hace varias semanas que Windisch tiene una herida debajo del ojo. Está roja, con los bordes blandos y purulentos. Cada noche acaba llena de polvo de harina.

Hace varios días que se ha formado una costra bajo el ojo de Windisch.

Por la mañana, Windisch sale de casa con la costra. Después de abrir la puerta del molino y guardarse el candado en el bolsillo de la chaqueta, se lleva la mano a la mejilla. La costra ha desaparecido.

«A lo mejor está en el bache», piensa Windisch.

Cuando ya es de día fuera, Windisch va al estanque del molino. Se arrodilla entre la hierba y mira su cara en el agua. Pequeños círculos se quiebran contra su oreja. Sus cabellos emborronan la imagen.

Windisch tiene una cicatriz curva y blanca debajo del ojo.

Una vara de junco se ha partido. Se abre y se cierra junto a su mano. La vara de junco tiene un filo de navaja pardo.

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