EL GALLO CIEGO

La mujer de Windisch se ha sentado al borde de la cama. «Hoy día vinieron dos hombres», dice. «Contaron las gallinas y anotaron el número. Luego cogieron ocho y se las llevaron. Las encerraron en jaulas de tela metálica. El remolque del tractor se llenó de gallinas.» La mujer de Windisch suspira. «Tuve que firmar», dice. «También firmé por cuatrocientos kilos de maíz y cien kilos de patatas. Dijeron que vendrían más tarde a por ellos. Les di en el acto los cincuenta huevos. Se metieron al huerto con sus botas de goma. Vieron el trébol frente al granero. Dijeron que el año próximo tendremos que plantar allí remolachas azucareras.»

Windisch levanta la tapa de la olla. «¿Y los vecinos?», pregunta. «A ellos no los visitaron», responde la mujer de Windisch, que se mete en la cama y se tapa. «Dijeron que los vecinos tienen ocho niños pequeños y nosotros una hija que ya se gana la vida.»

En la olla hay sangre e hígado. «Tuve que matar al gallo blanco», dice la mujer de Windisch. «Los dos hombres recorrieron el corral de arriba abajo y el animal se asustó. Se precipitó aleteando contra la valla y se hirió en la cabeza. Cuando los tipos se marcharon, ya estaba ciego.»

Anillos de cebolla flotan en la olla sobre ojos de aceite. «Y tú misma dijiste que conservaríamos a nuestro gran gallo blanco para tener grandes gallinas blancas el año próximo», dice Windisch. «Y tú dijiste que todo lo blanco es muy sensible. Y tenías razón», dice la mujer de Windisch.

El armario cruje.

«Cuando iba al molino, me detuve ante la cruz de los caídos», dice Windisch en la oscuridad. «Quise entrar en la iglesia y rezar, pero estaba cerrada con llave. Y pensé que era un signo de mal agüero. San Antonio está justo detrás de la puerta. Su librote es marrón. Parece un pasaporte.»

En el aire caliente y oscuro de la habitación, Windisch sueña que el cielo se ha abierto. Las nubes se alejan del pueblo. Por el cielo vacío vuela un gallo blanco. Se golpea la cabeza contra un álamo seco que se yergue en la pradera. Y ya no ve. Se queda ciego. Windisch está a la orilla de un campo de girasoles. Grita: «El gallo se ha quedado ciego». El eco de su voz regresa convertido en la voz de su mujer. Windisch se adentra en el campo de girasoles y grita: «No te busco porque sé que no estás aquí».

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