DIEZ LEI

La gitanilla del pueblo vecino exprime su delantal gris verdoso. De su mano chorrea agua. Del centro de la cabeza le cuelga una trenza sobre la espalda. En la trenza hay una cinta roja. Cuelga del extremo inferior como una lengua. La gitanilla se planta ante los tractoristas descalza y con los dedos de los pies cochambrosos.

Los tractoristas llevan sombreros pequeños y mojados. Sus manos negras reposan sobre la mesa. «Si me lo enseñas», le dice uno de ellos, «te doy diez lei». Y pone diez lei sobre la mesa. Los tractoristas se ríen. Los ojos les brillan. Tienen la cara roja. Sus miradas manosean la larga falda floreada. La gitana se la remanga. El tractorista vacía su vaso. La gitana recoge el billete de la mesa. Se enrosca la trenza alrededor del dedo y ríe.

Windisch siente el olor a aguardiente y a sudor de la mesa vecina. «No se quitan las zamarras de piel de oveja en todo el verano», dice el carpintero, en cuyo pulgar hay espuma de cerveza. Y sumerge el índice en el vaso. «El cerdo de al lado me ha soplado su ceniza en la cerveza», dice. Y mira al rumano que tiene a su espalda. El rumano sostiene el cigarrillo en la comisura de los labios. Lo ha empapado de saliva. Se ríe. «No más alemán», dice. Y añade, en rumano: «Estamos en Rumania».

El carpintero tiene una mirada ávida. Levanta su vaso y lo vacía. «Pronto estaréis libres de nosotros», exclama. Le hace una seña al tabernero, que está en la mesa de los tractoristas. «Otra cerveza», pide.

El carpintero se enjuga la boca con el dorso de la mano. «¿Ya has ido a ver al jardinero?», pregunta. «No», dice Windisch. «¿Sabes dónde queda?», pregunta el carpintero. Windisch asiente con la cabeza: «A la entrada de la ciudad». «En Fratelia, en la calle Enescu», dice el carpintero.

La gitanilla tira de la lengua roja de su trenza. Ríe y se gira. Windisch ve sus pantorrillas. «¿Cuánto?», pregunta. «Quince mil por persona», dice el carpintero. Recibe la cerveza de manos del tabernero. «Una casa de un piso. A la izquierda quedan los invernaderos. Si el coche rojo está en el patio, quiere decir que está abierto. En el patio habrá alguien cortando leña. Él te hará entrar», dice el carpintero. «No toques el timbre. Si lo haces, el leñador desaparecerá. Y no volverá a abrir la puerta.»

Los hombres y mujeres que están en una esquina de la sala beben todos de la misma botella. Uno de los hombres lleva un sombrero de terciopelo negro abollado y carga un niño en sus brazos. Windisch ve las pequeñas plantas de los pies desnudos. El niño intenta coger la botella. Abre la boca. El hombre le acerca el gollete a la boca. El niño cierra los ojos y bebe. «Borrachín», dice el hombre. Le quita la botella y se ríe. La mujer que está a su lado mordisquea una corteza de pan. Mastica y bebe. En el interior de la botella flotan migas de pan blanco.

«Esos apestan a establo», dice el carpintero. De su dedo cuelga un largo cabello castaño.

«Son los de la vaquería», dice Windisch.

Las mujeres cantan. El niño avanza tambaleándose ante ellas y tira de sus faldas.

«Hoy es día de pago», dice Windisch. «Se pasan tres días bebiendo. Y al final se quedan otra vez sin nada.»

«La vaquera del pañuelo azul vive detrás del molino», dice Windisch. La gitanilla se remanga la falda. De pie junto a su pala, el sepulturero hurga en su bolsillo. Le da diez lei.

La vaquera del pañuelo azul canta y vomita contra la pared.

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