LA BOLA DE FUEGO

Los cerdos manchados del vecino duermen entre las zanahorias silvestres. Las mujeres negras salen de la iglesia. El sol resplandece. Las levanta sobre la acera en sus pequeños zapatos negros. Tienen las manos desmadejadas de tanto desgranar rosarios. Su mirada aún sigue transfigurada por la oración.

Por sobre el tejado del peletero, la campana de la iglesia anuncia la mitad del día. El sol es el gran reloj sobre las campanadas del mediodía. La misa cantada ha terminado. El cielo quema.

Detrás de las viejecillas la acera está vacía. Windisch contempla la hilera de casas. Ve el extremo de la calle. «Amalie ya debería estar llegando», piensa. Entre la hierba hay unos cuantos gansos. Son blancos como las sandalias de Amalie.

La lágrima está en el armario. «Amalie no la ha llenado», piensa Windisch. «Amalie nunca está en casa cuando llueve. Siempre está en la ciudad.»

La acera se mueve bajo la luz. Los gansos despliegan velas. Tienen paños blancos en las alas. Las sandalias color de nieve de Amalie no caminan por la aldea.

La puerta del armario cruje. La botella gorgotea. Windisch tiene una bola de fuego húmeda en la lengua. La bola se desliza por su garganta. En las sienes de Windisch flamea un fuego. La bola se deshace. Teje una red de hilos calientes en la frente de Windisch. Traza entre sus cabellos crenchas zigzagueantes.

La gorra del policía gira al borde del espejo. Sus hombreras relucen. Los botones de su chaqueta azul crecen en medio del espejo. Sobre la chaqueta del policía emerge la cara de Windisch.

La cara de Windisch emerge una vez grande e imponente sobre la chaqueta. Dos veces apoya Windisch su cara pequeña y temerosa sobre las hombreras. El sargento se ríe entre las mejillas de la cara grande e imponente de Windisch. Con sus labios húmedos le dice: «No irás muy lejos con tu harina».

Windisch alza los puños. La chaqueta del policía vuela en mil pedazos. La cara grande e imponente de Windisch tiene una mancha de sangre. Windisch golpea las dos caras pequeñas y temerosas por encima de las hombreras y las mata.

La mujer de Windisch barre en silencio los restos del espejo roto.

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