EL REDIL

El nuevo molinero está en el mirador. «Me envía el alcalde», dice. «Voy a vivir aquí.»

Lleva un sombrerito ladeado en la cabeza. Su zamarra es nueva. Examina la mesa del mirador. «Me puede ser útil», dice. Recorre la casa seguido por Windisch. La mujer de Windisch va detrás de su marido, descalza.

El nuevo molinero mira la puerta del vestíbulo. Acciona el picaporte. Examina las paredes y el techo. Golpea la puerta. «Es vieja», dice. Se apoya contra el marco de la puerta y mira la habitación vacía. «Me dijeron que la casa estaba amueblada», dice. «¿Cómo que amueblada?», pregunta Windisch. «He vendido mis muebles.»

La mujer de Windisch sale del vestíbulo apoyando con fuerza los talones. Windisch siente latir sus sienes.

El nuevo molinero repasa las paredes y el techo. Abre y cierra la ventana. Presiona con la punta del pie las tablas del suelo. «En ese caso telefonearé a mi mujer para que traiga los muebles», dice.

Luego sale al patio. Mira las vallas. Ve los cerdos manchados del vecino. «Tengo diez cerdos y veintiséis ovejas», dice. «¿Dónde está el redil?»

Windisch ve las hojas amarillas sobre la arena. «Aquí nunca hemos tenido ovejas», dice. La mujer de Windisch sale al patio con su escoba. «Los alemanes no tienen ovejas», dice. La escoba cruje sobre la arena.

«El cobertizo puede servir de garaje», dice el molinero. «Me agenciaré unas cuantas tablas y construiré un redil.»

Le estrecha la mano a Windisch. «El molino es bonito», dice.

Al barrer, la mujer de Windisch traza grandes ondas circulares en la arena.

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