LA SOPA DE HIERBAS

La mujer de Windisch estuvo cinco años en Rusia. Dormía en una barraca con camas de hierro en cuyos bordes chasqueaban los piojos. La habían pelado al rape. Tenía la cara gris. Y el cuero cabelludo rojo y carcomido.

Sobre las montañas se alzaba otra cadena montañosa de nubes y nieve a la deriva. Sobre el camión ardía el hielo. No todos se apeaban a la entrada de la mina. Cada mañana había hombres y mujeres que se quedaban sentados en los bancos. Con los ojos abiertos. Dejaban pasar a todos los demás. Se habían congelado. Estaban sentados en el más allá.

La mina era negra. La pala, fría. El carbón, pesado.

Cuando la nieve se fundió por primera vez, una hierba fina y puntiaguda empezó a brotar entre la rocalla de las hondonadas. Katharina había vendido su abrigo de invierno por diez rebanadas de pan. Su estómago era un erizo. Katharina recogía un manojo de hierbas cada día. La sopa de hierbas calentaba y era buena. El erizo ocultaba sus púas durante unas horas.

Luego llegó la segunda nevada. Katharina tenía una manta de lana. Era su abrigo durante el día. El erizo pinchaba.

Cuando oscurecía, Katharina seguía la luminosidad de la nieve. Agachada, se deslizaba junto a la sombra del guardián. Iba hasta la cama de hierro de un hombre. Un cocinero. Que la llamaba Käthe, la abrigaba y le regalaba patatas calientes y dulces. El erizo ocultaba sus púas durante unas horas.

Cuando la nieve se fundió por segunda vez, la sopa de hierbas empezó a brotar bajo los zapatos. Katharina vendió su manta de lana por diez rodajas de pan. El erizo volvió a ocultar sus púas durante unas horas.

Luego llegó la tercera nevada. La zamarra de piel de oveja era el abrigo de Katharina.

Cuando murió el cocinero, la luz de la nieve pasó a brillar en otra barraca. Katharina se deslizaba a la sombra de otro guardián. Hacia la cama de hierro de un hombre. Un médico. Que la llamaba Katyusha, la abrigaba y un día le dio una hojita de papel blanco. Debido a una enfermedad. Durante tres días, Katharina no tuvo necesidad de ir a la mina.

Cuando la nieve se fundió por tercera vez, Katharina vendió su zamarra de piel de oveja por un bol de azúcar. Katharina comió pan húmedo y espolvoreado con un poco de azúcar. El erizo volvió a ocultar sus púas durante unos días.

Luego llegó la cuarta nevada. Las medias de lana gris eran el abrigo de Katharina.

Cuando murió el médico, la luz de la nieve pasó a brillar sobre el patio del campo. Katharina se deslizaba a rastras frente al perro dormido. Iba hasta la cama de hierro de un hombre. Que era sepulturero. Y también enterraba a los rusos en el pueblo. La llamaba Katia, la abrigaba y le daba carne traída de algún banquete fúnebre en el pueblo.

Cuando la nieve se fundió por cuarta vez, Katharina vendió sus medias de lana gris por una escudilla de harina de maíz. La papilla de maíz era caliente. Y se hinchaba. El erizo ocultó sus púas durante unos días.

Luego llegó la quinta nevada. El vestido de tela marrón de Katharina fue su abrigo.

Cuando murió el sepulturero, Katharina se puso su abrigo. Una noche se deslizó por la nieve siguiendo la cerca. Hasta la casa de una anciana rusa que vivía sola en el pueblo. El sepulturero había enterrado a su marido. La anciana rusa reconoció el abrigo de Katharina. Había pertenecido a su esposo. Katharina se calentó en su casa. Empezó a ordeñar su cabra. La rusa la llamaba diévochka. Y le daba leche.

Cuando la nieve se fundió por quinta vez, florecieron panojas amarillas entre la hierba.

En la sopa de hierbas flotaba un polvo amarillento y dulce.

Una tarde entraron en el patio del campamento unos coches verdes. Aplastaron la hierba. Katharina estaba sentada en una piedra frente a la barraca. Vio las huellas fangosas de los neumáticos. Vio a los guardianes desconocidos.

Las mujeres subieron a los coches verdes. Las huellas fangosas no conducían a la mina. Los coches verdes se detuvieron frente a la pequeña estación.

Katharina subió al tren. Estaba llorando de alegría.

Aún tenía un resto de sopa de hierbas pegado a las manos cuando le dijeron que el tren la llevaría de vuelta a casa.

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