Cuando entré en la sala de reuniones junto con Backus y Walling sólo había unas cuantas sillas vacías. La reunión de equipo la componían una serie de agentes sentados en torno a la gran mesa, además de una fila adicional de participantes en sillas alineadas junto a las paredes. Backus me señaló un lugar en la fila exterior y me invitó a sentarme. Él y Walling se dirigieron a los dos huecos que quedaban en el centro de la mesa. Al parecer, estaban reservados exclusivamente para ellos. Sentí sobre mí las miradas que se suelen dedicar a un extraño y me agaché para revolver en la bolsa del ordenador simulando que buscaba algo, a fin de no tener que aguantadas.
Backus había aceptado el trato. O mejor dicho, lo había aceptado la persona con quien había hablado por teléfono. Me habían admitido en el grupo, con la agente Walling como niñera… como ella misma dijo. Yo había redactado y firmado un acuerdo según el cual no escribiría sobre la investigación hasta que ésta culminara o se disolviese, o hasta que se diera el caso de una de las excepciones que había planteado. Le pregunté a Backus si podía acompañarme un fotógrafo, pero dijo que no formaba parte del trato. Aunque estuvo de acuerdo en considerar mis peticiones específicas de fotografías. Fue lo máximo que pude hacer por Glenn.
No alcé la vista hasta que Backus y Walling estuvieron sentados en sus puestos y decayó el interés por mi persona. En la sala había una docena de hombres y tres mujeres, incluyendo a Walling. La mayoría de los hombres iban en mangas de camisa y parecían haber dejado momentáneamente lo que estaban haciendo. Había muchos vasos de plástico, muchos papeles en los regazos y sobre la mesa. Una mujer recorría la sala entregando un expediente a cada agente. Reconocí en uno de ellos al hombre de cara enjuta que había entrado en el despacho de Walling y al que había visto después en la cafetería. Cuando Walling se levantó para ir a buscar más café, vi que él dejaba de comer y la seguía al mostrador para hablarle. No pude oír lo que le dijo, aunque me dio la impresión de que lo dejaba con la palabra en la boca, cosa que a él no pareció gustarle nada.
– Bueno, gente -dijo Backus-. Vamos a ver si empezamos con esto. Hoy está siendo un día muy largo y lo único que puede pasar es que se alargue todavía más.
Eso cortó en seco el murmullo de las conversaciones. Con la mayor suavidad que pude me agaché para sacar mi bloc de notas de la bolsa del ordenador. Lo abrí por una página en blanco y me dispuse a tomar apuntes.
– Antes que nada, una breve presentación -anunció Backus-. El hombre que se acaba de sentar junto a la pared es Jack McEvoy Es reportero del Rocky Mountain News y se propone unirse a nosotros hasta que esto termine. Ha sido gracias a su buen trabajo que se ha podido formar este equipo. Él fue quien descubrió a nuestro Poeta. Está de acuerdo en no escribir sobre nuestra investigación hasta que tengamos al culpable entre rejas. Os pido a todos que lo tratéis con la mayor consideración. Está aquí con permiso del agente especial responsable…
Sentí de nuevo las miradas sobre mí y me quedé absolutamente inmóvil con el bloc y la pluma en vilo, como si me hubieran cogido en la escena del crimen con las manos manchadas de sangre.
– Si no va a escribir, ¿cómo es que ha sacado el bloc de notas?
Aquella voz me sonaba familiar, y al alzar la vista reconocí al hombre de cara enjuta del despacho de Walling. – Tiene que tomar notas porque así tendrá constancia de los hechos cuando escriba -dijo Walling, saliendo inesperadamente en mi defensa.
– Está por ver el día en que uno de éstos informe sobre los hechos -le replicó el agente.
– Gordon, no hagamos que el señor McEvoy se sienta incómodo -le dijo Backus sonriendo-. Confío en que va a hacer un buen trabajo. El jefe también lo cree. Y, a decir verdad, lo que ha hecho hasta ahora ha sido un trabajo excelente, así que vamos a concederle tanto el beneficio de la duda como nuestra cooperación.
Vi que el tal Gordon sacudía la cabeza consternado, y que su rostro se ensombrecía. Por lo menos ya me iban dando pistas sobre a quién tenía que evitar. La siguiente fue cuando la mujer que repartía los papeles pasó de largo ante mí.
– Ésta va a ser la última reunión de todo el grupo -dijo Backus-. Mañana la mayoría de nosotros estará fuera de aquí y el centro neurálgico de la investigación se trasladará a Denver, donde se ubica el último caso. Rachel seguirá siendo la agente encargada del caso y de su coordinación. Brass y Brad se quedarán aquí para hacer el trabajo de confrontación y todo eso. Quiero tener cada día en Denver y en Quantico copias de los informes de todos los agentes desde cualquier lugar, por remoto que sea. De momento, usad el fax de nuestra oficina de Denver. El número debe de estar en las fotocopias que acabáis de recibir. Tendremos nuestras propias líneas y os daremos los números en cuanto los tengamos. Ahora, vamos a ver hasta dónde hemos llegado. Es muy importante que sintonicemos todos en la misma longitud de onda. No quiero que se filtre nada sobre este asunto. De eso ya hemos tenido bastante.
– Será mejor que no nos engañemos -dijo Gordon en tono sarcástico-. Ya tenemos aquí a la prensa vigilándonos. Sonaron algunas risas, pero Backus las cortó en seco.
– Vale, vale, Gordon, ya has mostrado tu desacuerdo en voz alta y clara. Ahora voy a cederle la palabra a Brass para que en unos minutos nos ponga al corriente de lo que tenemos hasta el momento.
La mujer que se sentaba a la mesa frente a Backus se aclaró la garganta, desplegó sobre la mesa tres hojas que parecían impresiones de ordenador y se levantó.
– Veamos -dijo-. Tenemos seis detectives muertos en seis estados. También tenemos seis homicidios sin resolver en los que cada uno de los detectives estaba trabajando en el momento de su muerte. El fondo de la cuestión es que aún no
estamos en condiciones de decidir en firme si se trata de un delincuente o dos… o incluso más, aunque esto parece improbable. Tenemos el presentimiento, no obstante, de que se trata de uno sólo, aunque de momento no tenemos gran cosa para respaldarlo. De lo que sí estamos seguros es de que las muertes de los seis detectives están relacionadas entre sí y, por lo tanto, parecen ser obra de la misma mano. De momento, vamos a fijarnos en ese delincuente. Ése al que hemos llamado el Poeta. Aparte de esto, no tenemos más que la teoría de la conexión con los demás casos. Hablaremos de ello más tarde. En primer lugar, comencemos por los detectives. Echad un vistazo a la primera página de vuestras fotocopias y después os haré algunas observaciones.
Vi que todos estudiaban los papeles y me sentí incómodo al verme excluido.
Decidí que al terminar la reunión hablaría de ello con Backus. Miré a Gordon y vi que él también me miraba. Me hizo un guiño y volvió la vista a los informes que tenía delante. Entonces vi que Walling se levantaba y rodeaba la mesa para acercarse a mí y darme una copia del expediente. Le hice un gesto de agradecimiento, pero ya se dirigía a su sitio. Al pasar frente a Gordon sus ojos se cruzaron en una larga mirada.
Miré las páginas que tenía en la mano. La primera era sólo una descripción de la estructura organizativa, con los nombres de los agentes y sus cometidos. Estaban también los números de teléfono y fax de las oficinas del FBI en Denver, Baltimore, Tampa, Chicago, Dallas y Albuquerque. Recorrí la lista de agentes y no encontré más que un Gordon. Gordon Thorson. Su cometido decía simplemente: «Quantico-Go.»
Después busqué a Brass en la lista y me resultó fácil deducir que se trataba de Brasilia Doran, a la que el informe le asignaba las funciones de «coordinación de víctimas/perfiles».
En la lista había otras asignaciones; algunas estaban escritas a mano o en código, aunque la mayoría se limitaban a señalar la ciudad y el nombre de la víctima. Al parecer se iban a destacar dos agentes del BSS a cada una de las ciudades en que había estado el Poeta, para coordinar allí las investigaciones de los casos con los agentes locales y la policía.
Pasé a la segunda página, que era la que todos estaban leyendo.
Informe preliminar de victimo logia – El poeta, BSS 17/95 Víctimas:
1. Clifford Beltran, Oficina del Sheriff del Condado de Sarasota, homicidios. Blanco, nacido el 14-3-34, fallecido el 1-4-92 Arma: escopeta S &W calibre 12 Un disparo – cabeza
Lugar: su domicilio. Sin testigos
2. John Brooks, Departamento de Policía de Chicago, homicidios, Área 3. Negro, nacido el 21-7 -54, fallecido el 30-10-93 Arma: pistola de servicio, Glockl9
Dos disparos, un impacto – cabeza Lugar: su domicilio. Sin testigos
3. Garland Petry Departamento de Policía de Dallas, homicidios. Blanco, nacido el 11-11-51, fallecido el 28-3-94 Arma: pistola de servicio, Beretta38
Dos disparos, dos impactos – pecho y cabeza Lugar: su domicilio. Sin testigos
4. Morris Kotite, Departamento de Policía de Albuquerque, homicidios.
Hispano, nacido el 14-9-56, fallecido el 24-9-94 Arma: pistola de servicio, S &W 38 Dos disparos, dos impactos – pecho y cabeza Lugar: coche. Sin testigos
5. Sean McEvoy Departamento de Policía de Denver, homicidios.
Blanco, nacido el 21-5-60, fallecido el 10-2-95 Arma: pistola de servicio, S &W 38 Un disparo – cabeza Lugar: coche. Sin testigos
Lo primero que noté fue que todavía no habían puesto en la lista a McCafferty Era el número dos. Entonces sentí que los ojos de casi todos los que estaban en la sala volvían a clavarse en mí a medida que leían el último nombre y, al parecer, se daban cuenta de quién era yo. Mantuve la mirada en la página que tenía ante mí, fijándome en las notas que figuraban bajo el nombre de mi hermano. Su vida había quedado reducida a una serie de someras descripciones y fechas. Por fin, Brasilia Doran intervino y desvió la atención.
– Bueno, para vuestra información, esto se imprimió antes de que hubiéramos confirmado el sexto caso -dijo-. Si queréis añadirlo a la lista, está entre Beltran y Brooks. Su nombre es John McCafferty, detective de homicidios del Departamento de Policía de Baltimore. Os daré más detalles después. De todos modos, como podéis ver, no existen muchas coincidencias entre estos casos. Las armas utilizadas son diferentes, difieren los lugares de las muertes, y entre
las víctimas tenemos tres blancos, un negro y un hispano…, El caso añadido, McCafferty, era un varón blanco de cuarenta y siete años.
»Pero existen ciertos comunes denominadores en cuanto a la escena del crimen y a las pruebas. Todas las víctimas eran detectives de homicidios varones que fallecieron a consecuencia de un tiro mortal en la cabeza y en ningún caso hubo testigos oculares de los disparos. De ahí pasamos a las dos coincidencias claves con las que queremos trabajar. En todos los casos tenemos una referencia a Edgar Alian Poe. Ésa es una. La segunda clave es que, según sus colegas, cada una de las víctimas estaba obsesionada con un determinado caso criminal, dos de ellas hasta el punto de que habían pedido tratamiento. Si pasáis a la página siguiente…
El rumor de las páginas al girar inundó toda la sala. Noté que a todos los presentes les embargaba una cierta fascinación. Para mí era un momento surrealista. Me sentía como un guionista cuando, por fin, ve su película en la pantalla. Antes, todo aquello era algo oculto en mis cuadernos y en mi ordenador y formaba parte del lejano reino de las conjeturas. Ahora había allí una sala abarrotada de investigadores hablando abiertamente de ello, mirando fotocopias, confirmando la existencia de aquel horror.
La página siguiente contenía las notas de los suicidas, todas las citas de los poemas de roe que yo había encontrado y anotado la noche anterior.
– Aquí es donde todos los casos confluyen de manera irrefutable -dijo Doran-. A nuestro Poeta le gusta Edgar Alian Poe. Todavía no sabemos por qué, pero es algo sobre lo que vamos a trabajar aquí, en Quantico, mientras vosotros viajáis por ahí. Voy a ceder la palabra a Brad un momento para que os explique un poco todo esto.
El agente que se sentaba junto a Doran se levantó. Volví a la primera página del expediente y encontré en la lista un agente llamado Bradley Hazelton. Brass y Brad. «Vaya equipo», pensé. Hazelton, delgaducho y con las mejillas picadas de acné, se encajó las gafas sobre la nariz antes de empezar a hablar.
– Hummm, a la conclusión a que hemos llegado es que las seis citas de estos casos, o sea, incluyendo el de Baltimore, proceden de tres poemas de Poe, así como de sus últimas palabras. Estamos examinándolas para decidir si podemos llegar a algún tipo de denominador común sobre la temática de los poemas y aclarar de qué manera se relacionan con el delincuente. No buscamos nada en concreto. Parece estar bastante claro que en esto es en lo que el delincuente está jugando con nosotros y asumiendo su mayor riesgo. Creo que no estaríamos aquí ahora, y que el señor McEvoy no habría hallado una conexión entre estos casos, si nuestro hombre no hubiera decidido citar a Edgar Alian Poe. Así pues, esos poemas son su firma. Intentaremos averiguar por qué ha elegido a Poe en vez de, pongamos por caso, a Walt Whitman, aunque yo…
– Te diré por qué -le interrumpió un agente sentado en el otro extremo de la mesa-. Porque roe era un gilipollas morboso, igual que nuestro hombre.
Hubo algunas risas.
– Bueno, sí, probablemente es correcto en sentido general -dijo Hazelton, pasando por alto el hecho de que el comentario había servido para aliviar la tensión en la sala-. No obstante, Brass y yo vamos a trabajar en ello y si se os ocurre alguna idea tendré mucho gusto en escucharla. Por el momento, se pueden extraer un par de conclusiones. Poe está considerado el padre de la literatura de misterio desde la publicación de Los crímenes de la calle Morgue, qué es básicamente una novela policíaca. Así que quizá se trata de un delincuente que está considerando esto como una especie de rompecabezas misterioso. Simplemente, quiere divertirse a costa nuestra, dejándonos las palabras de Poe como pistas. También he empezado a leer a algunos expertos en el análisis y la crítica de la obra de Poe y he encontrado algo interesante. Uno de los poemas que ha utilizado nuestro hombre se titula «El palacio encantado». Este poema está incluido en un cuento titulado La caída de la casa Usher. Estoy seguro de que habéis oído hablar de él o lo habéis leído. De todos modos, el análisis clásico de este poema es que, aunque su interpretación literal sea la de una descripción de la casa de los Usher, es también una descripción encubierta o subconsciente del protagonista del cuento,
Roderick Usher. Y este nombre, como sabéis los que estuvisteis en la reunión de anoche, apareció relacionado con la muerte de la víctima número seis… Perdón, con la de Sean McEvoy. Que no es sólo un número. Me miró asintiendo con la cabeza y le devolví el gesto.
– La descripción que hace en el poema es la siguiente… un momento -Hazelton se puso a buscar entre sus notas hasta que encontró lo que necesitaba, volvió a subirse las gafas y continuó-: Ya está, aquí lo tenemos: «Amarillos pendones, sobre el techo flotaban, áureos y gloriosos», y más adelante dice: «… por las almenas expandía una fragancia alada». Bueno, un poco más adelante tenemos una mención a «dos ventanas luminosas», bla, bla, bla. De todos modos, lo que esto deja traslucir con respecto a la descripción del personaje es que se trata de un varón blanco que vive aislado, de cabello rubio, quizás un cabello rubio largo o rizado, y con gafas. Es el punto de partida para trazar su perfil físico.
La sala estalló en una ronda de carcajadas y Hazelton pareció tomárselo como algo personal.
– Está en los libros -protestó-. Estoy hablando en serio y creo que es un punto de partida.
– Espera un momento, un momento -dijo una voz desde la fila exterior. Un hombre se puso en pie para atraer la atención de toda la sala. Era mayor que la mayoría de los agentes y ostentaba ese aire inconfundible de los veteranos-. ¿De qué estamos hablando aquí? Banderas amarillas ondeando… ¿qué es esa mierda? Todo esto de Poe está muy bien, probablemente le sirva a este chico para vender muchos periódicos, pero en las veinticuatro horas que llevo en esto no he visto nada que me convenza de que hay por ahí, en la calle, un tipejo que de un modo u otro ha conseguido cargarse a cinco, seis compañeros veteranos metiéndoles sus propias armas en la boca. ¿Adonde vamos a ir a parar?
Se levantó en la sala un murmullo de comentarios favorables y gestos de asentimiento.
Oí que alguien llamaba «Smitty» al agente que había echado a rodar la bola y encontré a un tal Chuck Smith en la lista de la primera página. Estaba destinado a Dallas. Brass Doran se levantó para reconducir el asunto.
– Sabemos que ésa es la cuestión -dijo-. Si para algo no estamos preparados en este momento es para discutir sobre metodología. Pero en mi opinión, la relación con Poe es definitiva, y Bob está de acuerdo. Entonces, ¿cuál es la alternativa? ¿Decir que es imposible y dejarlo correr? No, actuemos pensando que puede haber otras vidas en peligro, porque es posible que lo estén. Esperamos encontrar respuestas a las preguntas que os hacéis. Pero estoy de acuerdo en que es algo que tenemos que considerar y en que el escepticismo es saludable. Se trata de una cuestión de control. ¿Cómo consiguió el Poeta hacerse con el control de esos hombres?
Volvió la cabeza y echó un vistazo por la sala. Smitty se quedó callado esta vez.
– Brass -dijo Backus-. Sigamos con las primeras víctimas.
– Vale, chicos, página siguiente.
Esa página contenía información sobre los crímenes que habían obsesionado a los detectives asesinados por el Poeta. El informe los llamaba víctimas secundarias a pesar de que, a decir verdad, habían sido los primeros en morir en cada una de las ciudades. Noté que una vez más la lista no había sido actualizada. Faltaba Polly Arnherst, la mujer cuyo asesinato había obsesionado a John McCafferty en Baltimore.
VICTIMOLOGÍA SECUNDARIA- PRELIMINARES
1. Gabriel Ortiz, Sarasota, Florida Estudiante
Hispano, nacido el 1-6-82, fallecido el 14-2-92 Estrangulamiento por ligadura, abusos deshonestos (fibra de capoc)
2. Robert Smathers, Chicago Estudiante
Negro, nacido el 11-8-81, fallecido el 15-8-93 Estrangulamiento manual, mutilación ante mortem
3. Althea Granadine, Dallas Estudiante
Negra, nacida el 10-10-84, fallecida el 4-1-94 Apuñalamiento múltiple, pecho, mutilación ante mortem
4. Manuela Cortez, Albuquerque, Nuevo México Sirvienta
Hispana, nacida el 11-4-46, fallecida el 16-8-94 Múltiples golpes con arma contundente, mutilación/?os¿ mortem (fibra de capoc)
5. Theresa Lo fio n, Denver, Colorado Estudiante, empleada de guardería
Blanca, nacida el 4-7-75, fallecida el 16-12-94 Estrangulamiento por ligadura, mutilaciónpost mortem(ñbra de capoc)
– Bueno, también aquí nos falta una -dijo Doran-. Baltimore. En este caso no se trata de un niño, sino de una maestra llamada Polly Arnherst. Presenta estrangulamiento por ligadura y mutilación post mortem.
Esperó un poco por si alguien tomaba notas.
– Todavía estamos esperando que nos envíen por fax los expedientes y más datos sobre estos casos -prosiguió-. Esto lo acabamos de preparar para la reunión. Pero, ante todo, lo que estamos buscando con respecto a estos casos secundarios son coincidencias que impliquen a niños. Tres de las víctimas eran niños, dos trabajaban en contacto directo con niños, y la última, Manuela Cortez, era una sirvienta que fue raptada y asesinada en algún punto del camino hacia la escuela donde los hijos de su patrona esperaban que fuera a recogerlos. La extrapolación que hacemos es que las presas iniciales de esta cadena eran niños, aunque en la mitad de los casos quizás algo salió mal y el acecho se vio interrumpido por las víctimas adultas, que fueron eliminadas.
– ¿Y qué se desprende de las mutilaciones? -preguntó un agente desde la fila exterior-. Algunas de ellas fueron después de la muerte y en los niños… antes.
– No estamos seguros, aunque de momento suponemos que pueden tener algo que ver con su necesidad de ocultarse. Pretendía camuflarse utilizando métodos y patologías diferentes. Los casos enumerados en esta página parecen similares, pero cuanto más se profundiza en su análisis, más distintos son. Es como si a esas víctimas las hubiesen matado seis hombres distintos, con patologías diferentes. De hecho, todos los casos fueron sometidos a los cuestionarios del VICAP por las oficinas locales, pero no concordaban entre sí. Recordad que el cuestionario tiene actualmente dieciocho páginas. En resumen, creo que ese delincuente nos ha estudiado en profundidad. Creo que sabía actuar con cada una de esas víctimas de manera lo bastante diferente como para que nuestro fiable ordenador no registrara las semejanzas. El único error que ha cometido son las fibras de capoc. Ahí es donde le hemos cogido.
Un agente de la segunda fila levantó la mano y Doran le cedió la palabra con la cabeza.
– Si había tres incidentes en los que se recuperaron fibras de capoc, ¿cómo es que el ordenador del VICAP no registró esta coincidencia si como tú dices se introdujeron todos los casos?
– Error humano. En el primer caso, el del pequeño Ortiz, el capoc era originario de la zona y no se tuvo en cuenta. No lo señalaron en el cuestionario. En el caso de Albuquerque no se identificaron las fibras hasta después de que se nos enviara el informe del VICAP. Una vez identificadas como capoc, el informe no fue actualizado. Un descuido. Perdimos la conexión. Hasta hoy no hemos recibido la confirmación de nuestra oficina local. Sólo en el caso de Denver el capoc se consideró lo bastante significativo como para mencionarlo en el formulario del VICAP.
A varios agentes se les escapó un gruñido y yo mismo noté cómo se me aceleraba el corazón. Se había perdido la oportunidad de identificar que se trataba de un asesino en serie ya desde el caso de Albuquerque. Me preguntaba qué habría pasado si no se hubiera perdido esa pista. Quizá Sean estaría vivo.
– Esto nos lleva a la cuestión primordial -dijo Doran-. ¿Cuántos asesinos tenemos? ¿Uno que tira la primera piedra y otro que se carga a los detectives? ¿O sólo uno? Uno que lo hace todo. De momento, basándonos inicialmente en la improbabilidad logística que conlleva el hecho de ser dos, estamos siguiendo la teoría de la conexión. Nuestra presunción es que en cada ciudad las dos muertes están conectadas entre sí.
– ¿Cuál es la patología? -preguntó Smitty
– Sólo podemos hacer conjeturas, por ahora. La más obvia es que mata al detective para tapar sus propias huellas, para asegurarse la huida. Pero también manejamos otra teoría. Y es que el primer homicidio lo comete para poner a un detective ante el punto de mira. Dicho de otro modo, el primer homicidio es un cebo, presentado de manera suficientemente horripilante como para obsesionar a un detective de homicidios. Suponemos que entonces el Poeta acosa a cada uno de esos oficiales y se aprende sus hábitos rutinarios. Eso le permite acercarse a él y llevar a cabo el consiguiente asesinato sin que lo descubran.
Esto sumió la sala en el silencio.
Yo tenía la sensación de que muchos de aquellos agentes, aunque avezados en no pocas investigaciones de asesinatos en serie, no se habían encontrado nunca ante un depredador como ése al que ahora llamaban el Poeta.
– Por supuesto -dijo Brass-, para nosotros esta teoría es sólo provisional… Backus se puso en pie.
– Gracias, Brass -le dijo, y dirigiéndose a toda la sala añadió-: Rápidamente, porque quiero que tracemos unos perfiles y hemos de dejar esto listo, Gordon tiene algo que decirnos.
– Sí, muy rápido -dijo Thorson mientras se levantaba y se desplazaba hacia un caballete que sostenía una gran pizarra-. El mapa que tenéis en el expediente no está actualizado porque falta la conexión de Baltimore. Así que prestadme un momento de atención.
Dibujó rápidamente el perfil de Estados Unidos con un grueso rotulador negro. Después, con uno rojo, empezó a trazar la ruta del Poeta. Empezando por Florida, que había dibujado desproporcionadamente pequeña en relación con el resto del país, la línea subía hasta Baltimore y después hasta Chicago para luego bajar a Dallas, volver a subir a Albuquerque y finalmente llegar hasta Denver. Volvió a coger el rotulador negro y escribió las fechas de los asesinatos en cada ciudad.
– Casi se explica por sí mismo -dijo Thorson-. Nuestro hombre se dirige hacia el Oeste y es obvio que le sacan de quicio los polis de homicidios.
Levantó la mano y la blandió sobre la mitad occidental del país que había dibujado.
– La próxima vez lo veremos aparecer por aquí, a menos que tengamos suerte y lo pillemos antes.
Al mirar el final de la línea roja que Thorson había trazado sentí la necesidad de preguntarme por el porvenir. ¿Dónde estaba el Poeta? ¿Quién sería el siguiente?
– ¿Por qué no le dejamos que llegue a California y así estará ya en su ambiente? Y se acabó el problema. Todo el mundo rió el chiste de un agente que se sentaba en la segunda fila. El humor envalentonó a Hazelton.
– Eh, Gordon -dijo, acercándose al atril y señalando con un lápiz el desproporcionadamente pequeño apéndice de Florida-. Espero que este mapa no sea una especie de desliz freudiano por tu parte.
Esto arrancó la más sonora carcajada de la reunión y la cara de Thorson enrojeció, aunque sonrió por el chiste a su costa. Vi que a Rachel Walling se le iluminaba la cara de gusto.
– Muy divertido, Hazel -replicó Thorson en voz alta-. ¿Por qué no vuelves a analizar los poemas? Se ve que es lo tuyo.
Las risas se cortaron en seco y sospeché que Thorson le había clavado a Hazelton un aguijón que era más personal que gracioso.
– Bueno, si me dejáis continuar -dijo Thorson-, para vuestra información, esta noche vamos a alertar a todas las oficinas federales, sobre todo en el Oeste, para que estén al tanto de algo así. Nos sería de gran ayuda tener noticias anticipadas del próximo y poder trasladar nuestro laboratorio a uno de los posibles escenarios criminales. Pronto tendremos listo un equipo móvil. Aunque de momento nos tenemos que basar en las oficinas locales para todo. ¿Bob?
Backus se aclaró la garganta para proseguir con el debate.
– Si a nadie se le ocurre nada más, vamos con los perfiles. ¿Qué es lo que sabemos sobre ese delincuente? Quisiera añadir algo a la alerta que Gordon ha anunciado.
A partir de ahí todo fue una retahila de confusas observaciones, muchas de ellas absolutamente erróneas y algunas
que hasta hicieron reír.
Pude comprobar que había mucha camaradería entre los agentes. También vi que había cierta rivalidad, como lo había demostrado el juego entre Walling y Thorson y después entre éste y Hazelton. No obstante, tenía la sensación de que aquellas personas ya se habían sentado otras veces en torno a aquella mesa y en aquella sala para hacer lo mismo. Demasiadas veces, desgraciadamente.
El perfil que iba saliendo iba a servir de muy poco en la caza del Poeta. Las generalidades que los agentes iban poniendo sobre la mesa se referían principalmente a su descripción íntima. Rabia. Aislamiento. Nivel de formación e inteligencia por encima de la media. «¿Cómo identificar esas cosas entre la masa?», me preguntaba. No hay manera.
De vez en cuando, Backus intervenía con alguna pregunta para reencauzar el debate.
– Si estás de acuerdo con la última teoría de Brass, ¿por qué polis de homicidios?
– Responde a esta pregunta y lo tendrás metido en una celda. Ése es el misterio. Ese rollo de la poesía es una maniobra de diversión.
– ¿Rico o pobre?
– Consigue dinero. Tiene que conseguirlo. Allá donde va, no se queda mucho tiempo. No trabaja: su trabajo es matar.
– Debe tener una cuenta bancaria o unos padres ricos, algo así. Utiliza coches y necesita dinero para llenar el depósito.
La sesión se alargó durante otros veinte minutos mientras Doran iba tomando notas para trazar el retrato preliminar. Después, Backus la concluyó diciendo a todos que se fueran a descansar el resto de la noche para salir de viaje a primera hora de la mañana.
Al terminar la reunión se me acercaron unos cuantos para presentarse, me dieron el pésame por lo de mi hermano y me expresaron su admiración por lo que había investigado. Pero fueron sólo unos cuantos, incluyendo a Hazelton y Doran. Al cabo de unos minutos me quedé solo en medio de la sala, y estaba mirando a Walling cuando se me acercó Gordon Thorson. Me tendió la mano y, tras un instante de duda, se la estreché.
– Espero que no tengamos problemas -dijo con una sonrisa cordial.
– En absoluto. Ha estado bien.
Su apretón era fuerte y al cabo de los dos segundos habituales intenté desasirme, pero él no me soltó la mano. Al contrario, tiró de ella y se inclinó para que sólo yo pudiera oír lo que iba a decirme.
– Me alegro de que tu hermano no esté aquí para ver esto -susurró-. Si yo hubiera hecho lo que has hecho tú para meterte en este caso, me moriría de vergüenza. No podría soportarme a mí mismo.
Se enderezó, siempre con la misma sonrisa. Yo sólo le miré e, inexplicablemente, asentí con la cabeza. Entonces me soltó la mano y se fue. Me sentí humillado por no haber sabido defenderme. Me había limitado a asentir estúpidamente.
– ¿Qué ha pasado?
Me volví. Era Rachel Walling.
– Uf, nada. Él sólo… nada.
– Sea lo que fuere, olvídalo. Es un guipo lias. Asentí.
– Sí, ya me voy haciendo esa idea.
– Vamos, volvamos a la sala de juntas. Estoy hambrienta. Por el pasillo me contó el plan de viaje.
– Saldremos mañana temprano. Es mejor que te quedes aquí esta noche en vez de estar yendo y viniendo al Hilton. Los viernes suelen quedar libres casi todos los dormitorios para visitantes. Te puedo meter en uno de ellos y no tienes más que llamar al Hilton para que recojan tu habitación y manden tus cosas a Denver. ¿Algún problema?
– Uf, no. Supongo que…
Todavía estaba pensando en Thorson.
– Que se jo da. -¿Qué?
– Ese tipo, Thorson, es un guipo lias.
– Olvídate de él. Mañana nos vamos y él se queda aquí. ¿Qué hacemos con el Hilton?
– Sí, de acuerdo. Llevo aquí el ordenador y todo lo que es importante.
– Intentaré conseguirte una camisa limpia por la mañana.
– ¡Vaya, el coche! Tengo uno de alquiler en el garaje del Hilton.
– ¿Dónde están las llaves? Me las saqué del bolsillo.
– Dámelas. Yo me ocuparé de él.