Backus me dijo que la historia era como una sábana tendida en un día ventoso. Aunque estuviera cogida con dos o tres pinzas, podía salir volando en cualquier momento.
– Necesitamos algo más, Jack.
Asentí. El experto era él. Además, en mi corazón el juicio ya se había celebrado y el veredicto era culpable.
– ¿Qué vas a hacer? -le pregunté.
– Estoy pensando. Tú tenías… Estabas empezando una relación con ella, ¿no es así?
– ¿Tan evidente era? -Sí.
No dijo nada durante un largo minuto. Paseaba por la habitación, sin mirar realmente a ningún sitio, absolutamente concentrado en un diálogo íntimo. Por fin, se detuvo y me miró.
– ¿Te pondrías un micrófono?
– ¿Qué quieres decir?
– Ya sabes lo que quiero decir. La traigo aquí, la dejo a solas contigo y tú se lo sacas. Probablemente eres el único que podría hacerlo.
Recordé nuestra última conversación telefónica y cómo ella había adivinado mi juego.
– No sé. No creo que se lo pudiera sacar.
– Podría sospechar y comprobarlo -dijo Backus descartando la idea con los ojos fijos en el suelo en busca de otra-. Aun así, tú eres el único, Jack. No eres un agente y ella sabe que, en caso necesario, puede sacarte.
– ¿Sacarme de dónde?
– Sacarte de en medio -chasqueó los dedos-. Ya lo tengo. No hace falta que lleves un micrófono. Te pondremos dentro de uno.
– Pero ¿a qué te refieres?
Levantó un dedo como para decirme que esperara.
Cogió el teléfono, se colocó el auricular en el cuello y se lo llevó con él mientras marcaba un número y esperaba respuesta. El cable era como una correa que limitaba sus movimientos a sólo unos pasos en cualquier dirección.
– Haz las maletas -me dijo mientras esperaba a que le contestaran.
Me levanté y empecé a cumplir sus órdenes con parsimonia, poniendo mis escasas pertenencias en la bolsa del ordenador y en la funda de almohada mientras le escuchaba preguntar por el agente Cárter y empezar a dar instrucciones. Le dijo a Cárter que llamase al centro de comunicaciones de Quantico y dejara un mensaje para el avión del FBI en el que viajaba Rachel. Backus ordenó que lo hicieran regresar.
– Diles que ha surgido algo que no puedo comunicarles por radio y que necesito que vuelva -dijo por el teléfono-. Sólo eso, ¿entendido?
Satisfecho con la respuesta de Cárter, siguió.
– Ahora, antes de hacer eso, llama a la oficina del agente especial al mando. Necesito la dirección exacta y la combinación de la casa del terremoto. Él ya sabe lo que quiero decir. Iré allí directamente desde aquí. Quiero un técnico de sonido y vídeo y dos buenos agentes. Allí te lo explico. No me cuelgues y llama al agente especial al mando.
Miré extrañado a Backus.
– Está llamando por otra línea.
– ¿La casa del terremoto?
– Clearmountain me habló de ella. Está en las montañas que dan al valle. Está intervenida desde el techo hasta los cimientos. Sonido y vídeo. Sufrió desperfectos en el terremoto y los propietarios la abandonaron porque no tenían seguro. El FBI llegó a un acuerdo de alquiler con el banco y la utilizó en una operación para destapar los muchos fraudes que se llevaban entre manos después del terremoto entre las constructoras locales, los inspectores de seguridad, los contratistas y las casas de reparación. Los procesos aún están pendientes. La operación ya está cerrada, pero el alquiler todavía no ha vencido.
Así que…
Levantó la mano. Cárter volvía a estar al aparato. Backus escuchó unos momentos y asintió con la cabeza.
– A la derecha en Mulholland y luego la primera a la izquierda. Es fácil. ¿Cuál es la hora prevista de tu llegada? Colgó después de decirle a Cárter que le esperábamos allí y añadir que quería que los agentes pusieran todo su
empeño.
Cuando Backus arrancó el coche me despedí en secreto del Hombre Marlboro. Desde Sunset nos dirigimos hacia el este en dirección a Laurel Canyon Boulevard y luego por la carretera de curvas que cruza las montañas.
– ¿Cómo lo vamos a hacer? -le pregunté-. ¿Cómo vas a traer a Rachel al sitio adonde vamos?
– Dejarás un mensaje en su contestador automático en Quantico. Le dirás que estás en casa de un amigo, alguien que conocías del periódico y que se vino a vivir aquí, y le dejarás el número. Luego, cuando hable con Rachel le diré que la he hecho venir de Florida porque has estado haciendo llamadas y extrañas acusaciones contra ella, pero que nadie sabe dónde estás. Le diré que creo que has tomado demasiadas pastillas y que necesitamos encontrarte.
Cada vez me sentía más incómodo ante la idea de hacer de cebo y tener que enfrentarme a Rachel. No sabía cómo iba a salir de aquello.
– Rachel recibirá el mensaje -continuó Backus-. Pero no te llamará. Buscará la dirección del número que le hayas dado e irá a verte. A ti solo. Con un propósito u otro.
– ¿Cuál? -pregunté, aunque ya tenía alguna idea. -Para que cambies de opinión… o para matarte. Creerá que eres el único que lo sabe y querrá convencerte de que te equivocas con todas esas ideas extravagantes. O quitarte de en medio. Creo que optará por lo último.
Asentí. Yo creía lo mismo.
– Pero nosotros estaremos allí. Dentro de la casa, muy cerca. No era un consuelo.
– No sé…
– No te preocupes, Jack-dijo Backus dándome una palmada amistosa en el hombro-. Lo harás bien y esta vez todo saldrá perfectamente. De lo único que tienes que preocuparte es de que hable. Tenemos que grabar lo que diga. Bastará con que admita una parte de la historia del Poeta. Haz que hable.
– Lo intentaré.
– Lo conseguirás.
En Mulholland Drive, Backus giró a la derecha tal como le había indicado a Cárter y seguimos la carretera, que serpenteaba por la cresta de la montaña; abajo se veía una panorámica del valle a través de la neblina. Seguimos las curvas durante casi un kilómetro antes de divisar la carretera de Wrightwood Drive, girar a la izquierda y descender hacia un grupo de casitas construidas sobre pilones de hierro, colgando en el vacío por encima del borde de la montaña, precarios testimonios de la ingeniería y de los deseos de los constructores de dejar su marca en todas las crestas de la ciudad.
– ¿Puedes creerte que hay gente que vive en esas casas? -preguntó Backus.
– No me gustaría estar en una de ellas durante un terremoto.
Backus conducía despacio, buscando los números de la calle pintados en el bordillo. Dejé que él se encargara de eso mientras yo intentaba atrapar vistas del valle entre las casas. Estaba a punto de anochecer y empezaban a encenderse luces. Por fin, Backus detuvo el coche frente a una casa en una curva de la carretera.
– Es ésta.
Era una casita de madera. Desde la fachada no podían verse los pilones en que se aguantaba y parecía flotar sobre el valle. Los dos nos la quedamos mirando un rato antes de decidirnos a salir del coche.
– ¿Y si conoce la casa?
– ¿Rachel? No, Jack. Yo sólo la conozco por Clearmountain. Me lo contó como un cotilleo. Algunos de la oficina la utilizan de vez en cuando… ya sabes. Cuando están con alguien a quien no pueden llevar a casa.
Lo miré y me guiñó un ojo.
– Vamos a verla -dijo-. No te olvides tus cosas. En la entrada había una caja con un bloqueo de seguridad. Backus conocía la combinación para acceder a un pequeño compartimento donde estaba la llave que abría la puerta. La abrió y dio la luz de la entrada. Lo seguí y cerré la puerta. La casa estaba modestamente amueblada, pero no me
fijé mucho porque inmediatamente llamó mi atención la pared posterior de la sala. Estaba toda ella compuesta de gruesos paneles de vidrio que ofrecían una vista espectacular de todo el valle que se extendía bajo la casa. Crucé la habitación y miré afuera, estupefacto ante el mar de luces. En el otro extremo del valle se veía el perfil de otra cadena de montañas. Era hermoso. Me acerqué al cristal lo bastante para que se empañara y vi el oscuro arroyo que fluía justo debajo. Me invadió un sentimiento de inquietud ante la idea de estar sobre un precipicio y di un paso atrás en el momento en que Backus encendía una luz detrás de mí.
Entonces vi las resquebrajaduras. Tres de los cinco paneles de vidrio tenían fracturas que los atravesaban en forma de telaraña. Me giré hacia la izquierda y vi la imagen partida de Backus y de mí mismo en una pared cubierta con un espejo que también se había rajado con el terremoto.
– ¿Qué más pasó? ¿Estamos seguros aquí dentro?
– Sí. Pero la seguridad es algo relativo. El próximo temblor importante puede cambiarlo todo… Por lo que se refiere a otros daños, hay un suelo debajo de nosotros. Había un suelo, debería decir. Clearmountain me dijo que los mayores desperfectos estaban ahí. Paredes combadas, tuberías rotas.
Dejé el ordenador y mi funda de almohada en el suelo y me giré hacia la ventana trasera. Se me iban los ojos hacia la panorámica y caminé hacia ella. Oí un fuerte crujido en la entrada. Miré a Backus, alarmado.
– No te preocupes. Hicieron que un ingeniero revisara los pilones antes de empezar la operación. A la casa no le va a pasar nada. Tiene el aspecto y cruje como si fuera a derrumbarse, pero eso es lo que se requería para la operación.
Asentí, aunque sin demasiada confianza.
– Al único que le va a pasar algo es a ti, Jack.
Lo miré por el espejo, sin estar muy seguro de lo que quería decir. Y allí, cuadruplicada por el reflejo partido, vi la pistola en su mano.
– ¿Qué significa esto? -pregunté.
– El final del cuento.
De golpe lo entendí todo. Había seguido el camino equivocado y había acusado a la persona que no era. En ese momento también entendí que era mi propio fallo interno el que me había llevado por el mal camino. Mi incapacidad para confiar en alguien. Había hurgado en los sentimientos de Rachel para descubrir sus fallos, en vez de aceptar la verdad.
– Tú -dije-. Tú eres el Poeta.
No contestó. Sonrió ligeramente y asintió. Sabía que el avión de Rachel no iba a regresar y que el agente Cárter no iba a venir con un técnico y dos agentes. Ahora veía el verdadero plan perfectamente, incluido el dedo con el que Backus debía de haber cortado la línea mientras hacía el simulacro de llamada desde mi habitación del hotel. Ahora sí que estaba solo con el Poeta.
– Bob, ¿por qué? ¿Por qué tú?
Estaba tan sorprendido que todavía le llamaba por su nombre de pila como lo haría con un amigo.
– Es una historia tan vieja como todas -replicó-, Demasiado vieja y olvidada como para contártela. De todas maneras, no necesitas saberla. Siéntate en la silla, Jack.
Señaló con la pistola hacia la silla que había frente al sofá. Luego volvió a apuntarme. No me moví.
– Las llamadas -dije-. ¿Hiciste las llamadas desde la habitación de Thorson?
Lo dije por decir algo y ganar tiempo, aunque sabía de sobras que el tiempo no significaba nada para mí en aquel momento. Nadie sabía que estaba allí. Nadie iba a acudir. Baclrus se rió de mi pregunta con una risa forzada y despectiva.
– Cosas de la suerte -dijo-. Esa noche fui yo quien registró en el hotel a todos nosotros: Cárter, Thorson y yo. Luego parece ser que confundí las llaves. Hice las llamadas desde mi habitación, pero en la factura constaba el nombre de Thorson. No lo supe, claro, hasta que cogí las facturas de tu habitación el lunes por la noche, mientras estabas con Rachel.
Pensé en lo que había dicho Rachel acerca de labrarse la propia suerte, y que podría aplicarse también a los asesinos múltiples.
– ¿Cómo sabías que tenía las facturas?
– No lo sabía. No estaba seguro. Pero llamaste a Michael Warren y le dijiste que tenías a su informante cogido por las pelotas. Él me llamó a mí, porque ése era yo. Aunque me dijo que tú acusabas a Gordon de ser su informante, tenía que averiguar qué era lo que sabías. Por eso te dejé volver a la investigación, Jack. Tenía que averiguar lo que sabías. Hasta que no entré en tu habitación mientras estabas en la cama con Rachel no supe que eran las facturas del hotel.
– ¿Fuiste tú el que más tarde me siguió al bar?
– Esa noche tuviste suerte. Si hubieras ido hasta la puerta para saber quién estaba ahí, todo se habría acabado en ese momento. Pero cuando al día siguiente no fuiste tras de mí, sino que acusaste a Thorson de entrar en tu habitación, creí que ya no tenía por qué preocuparme, que te ibas-a olvidar. A partir de ahí todo fue bien, de acuerdo con el plan previsto, hasta que hoy has llamado haciendo preguntas sobre condones y llamadas telefónicas. Sabía lo que andabas buscando, Jack. Sabía que tenía que espabilarme. Ahora siéntate en esa silla. No te lo voy a repetir.
Me acerqué a la silla y me senté. Me froté las manos contra los muslos y noté que me temblaban. Estaba de espaldas a la pared de cristal. Backus era lo único que tenía ante mi vista.
– ¿Cómo supiste lo de Gladden? -le pregunté-. Gladden y Beltran.
– Estaba allí, ¿recuerdas? Formaba parte del equipo. Mientras Rachel y Gordon hacían otras entrevistas, tuve mi pequeña charla con William. Con las ganas que tenía de hablar no me fue difícil identificar a Beltran. Luego esperé a que Gladden actuara, una vez que estuvo en libertad. Sabía que actuaría. Formaba parte de su naturaleza. Conozco el tema. Y entonces lo utilicé de tapadera. Sabía que si algún día se descubría mi trabajo las pruebas apuntarían hacia él. -¿YlaredASP?
– Estamos hablando demasiado, Jack. Tengo trabajo que hacer.
Sin dejar de mirarme, se agachó para coger mi funda de almohada y vaciarla. Se acuclilló y palpó mis pertenencias sin dejar de mirarme. Hizo lo mismo con la bolsa del ordenador hasta que dio con el frasco de pastillas que me habían dado en el hospital. Echó una ojeada rápida a la etiqueta, la leyó y volvió a mirarme con una sonrisa.
– Tilenol con codeína -dijo volviendo a sonreír-. Hará un bonito efecto. Tómate una. Tómate dos, mejor. Me tiró el frasco e instintivamente lo cogí.
– No puedo -dije-. Me he tomado una hace unas dos horas y no puedo tomar más hasta dentro de dos horas más.
– Tómate dos, Jack. Ahora.
Su voz era monótona, pero me aterrorizó la expresión de sus ojos. Manipulé torpemente la tapa hasta que finalmente conseguí abrir el frasco.
– Necesito agua.
– Sin agua, Jack. Tómate las pastillas.
Me puse dos pastillas en la boca e intenté simular que me las tragaba al tiempo que las hacía desaparecer debajo de la lengua.
– Ya está.
– Abre bien la boca, Jack.
Lo hice y se acercó para mirar, pero no tanto como para que pudiera arrebatarle la pistola. Se mantuvo fuera de mi
alcance.
– ¿Sabes lo que creo? Creo que las tienes debajo de la lengua, Jack. Pero no importa, porque se disolverán. Sólo que tardará un poquito más. Tengo…
Se oyó otro crujido y echó un vistazo a su alrededor, pero enseguida volvió a mirarme.
– Tengo tiempo.
– Tú escribiste aquellos archivos ASP Tú eres el ídolo.
– Sí, soy el ídolo, gracias a ti. Y para contestar a tu pregunta anterior, me enteré de la existencia del sistema ASP gracias a Beltran. Fue muy amable por su parte el estar conectado el día que fui a visitarle. Así que ocupé su puesto en la red, por decido de algún modo. Utilicé sus claves y más adelante hice que el operador del sistema las cambiara por Edgar y Perry. Me temo que el señor Gomble nunca supo que tenía… un zorro en el gallinero, según tus mismas palabras.
Miré al espejo de mi derecha y vi en él el reflejo de las luces del valle. «Tantas luces, tanta gente -pensé-, y nadie puede verme ni ayudarme.» Noté que me recorrían el cuerpo los escalofríos del miedo, cada vez más intensos.
– Tienes que relajarte, Jack -dijo Backus con una calma monótona-. Es la clave. ¿Todavía no notas la codeína? Las pastillas se habían roto bajo la lengua y me llenaban la boca de un gusto acre.
– ¿Qué me vas a hacer?
– Voy a hacer contigo lo mismo que hice con todos ellos. ¿No querías saber más sobre el Poeta? Ahora sabrás todo lo que puede saberse. Todo. Conocimiento de primera mano. Tú eres el elegido. ¿Recuerdas lo que decía el fax? La elección está hecha, lo tengo ante mi vista. Eras tú, Jack. Siempre has sido tú.
– ¡Backus, jodido enfermo! Tú… El exabrupto hizo que parte de la sustancia disuelta se esparciera en la boca y me la tragara sin poder evitarlo. Backus, al parecer, se percató de lo ocurrido, estalló en una carcajada y la cortó en seco. Se me quedó mirando y advertí una luz mortecina en sus ojos fijos. Comprendí lo loco que estaba y caí en la cuenta de que, puesto que Rachel no era la asesina, lo que yo creía que era parte de su intento de confundir podía ser, en realidad, parte de la forma que tenía el Poeta de matar. Los condones, el aspecto sexual: podían formar parte del programa de asesinatos.
– ¿Qué le hiciste a mi hermano?
– Eso fue algo entre él y yo. Algo personal.
– Cuéntamelo. Suspiró.
– Nada, Jack. Nada. Fue con el único con el que no pude cumplir el programa. Es mi fracaso. Pero ahora tengo su doble y una segunda oportunidad. Y esta vez no vaya fracasar.
Bajé la cabeza. Notaba que empezaban a hacerme efecto los sedantes. Cerré los ojos con fuerza y apreté los puños, pero ya era tarde. El veneno estaba en la sangre.
– No puedes hacer nada -dijo Backus-. Relájate, Jack. Deja que te haga efecto. Pronto habrá terminado todo.
– No conseguirás escapar. Rachel no puede equivocarse al interpretar lo ocurrido.
– ¿Sabes, Jack? Creo que tienes toda la razón. Rachel lo sabrá. Quizá lo sepa ya. Por eso me iré después de esto. Eres mi último trabajo, luego me retiraré.
No le entendí.
– ¿ Retirarte?
– Estoy seguro de que Rachel ya tiene sospechas. Por eso la he estado mandando a Florida, pero sólo ha sido una forma de aplazarlo. Enseguida lo sabrá. Por eso ha llegado la hora de cambiar de piel y mudarme. Tengo que volver a ser yo mismo, Jack.
Su rostro se iluminó con las últimas palabras. Pensé que iba a confesar quién era, pero no lo hizo.
– ¿Cómo te encuentras, Jack? ¿Un poco mareado?
No contesté, pero él sabía que era así. Me sentía como si estuviera a punto de deslizarme hacia el vacío, como un bote en una cascada. Backus se limitaba a mirarme y hablar con voz monótona, pronunciando mi nombre con frecuencia.
– Deja que te haga efecto, Jack. Limítate a disfrutar de estos momentos. Piensa en tu hermano. Piensa en lo que le vas a decir. Creo que deberías contarle que has resultado ser un gran investigador. Dos en la familia, no está mal. Piensa en la cara de Sean. Sonriendo. Sonriéndote a ti, Jack. Ahora deja que tus ojos se cierren hasta que puedas verle. Adelante. No va a pasar nada. Estás a salvo, Jack.
No logré impedirlo. Se me caían los párpados. Intenté desviar la mirada y observé las luces en el espejo, pero el cansancio me venció. Cerré los ojos.
– Muy bien, Jack. Excelente. ¿Puedes ver a Sean?
Asentí y noté su mano en mi muñeca izquierda. La colocó en el brazo de la silla. Luego hizo lo mismo con la derecha.
– Perfecto, Jack. Eres un sujeto maravilloso. Tan dócil. Ahora no quiero que notes ningún dolor. Ningún dolor, Jack. No importa lo que ocurra. No vas a sentir ningún dolor, ¿entiendes?
– Sí -dije.
– No quiero que te muevas, Jack. De hecho, Jack, no puedes moverte. Tus brazos son como pesos muertos. No puedes moverlos, ¿no es así?
– Sí -dije.
Seguía con los ojos cerrados y tenía la barbilla apoyada en el pecho, pero era perfectamente consciente de lo que me rodeaba. Era como si el cuerpo se hubiera se parado de la mente, como si me viera desde arriba sentado en la silla.
– Ahora abre los ojos, Jack.
Hice lo que me decía y vi a Backus de pie delante de mí. Se había enfundado la pistola bajo la chaqueta abierta y en una mano sostenía una larga aguja de acero. Era mi oportunidad. La pistola estaba en la cartuchera, pero yo no podía moverme de la silla ni llegar hasta él. Mi mente no podía enviar mensajes al cuerpo. Permanecí sentado y quieto, incapaz de hacer otra cosa que observar cómo introducía la punta de la aguja en la palma de mi mano y repetía la operación en dos de los dedos. No hice movimiento alguno para impedírselo.
– Muy bien, Jack. Creo que ahora ya estás preparado para mí. Recuerda, los brazos como pesos muertos. No puedes moverlos por mucho que quieras. No puedes hablar por mucho que quieras. Pero manten los ojos abiertos. No quieres perderte nada.
Dio un paso atrás y me dedicó una mirada de aprobación.
– ¿Quién es el mejor ahora, Jack? -me preguntó-. ¿Quién es el mejor hombre? ¿Quién es el ganador y quién el perdedor?
Me repelía. No podía mover los brazos ni hablar, pero igualmente sentía la energía del terror absoluto que daba alaridos en mi interior. Noté que los ojos se me humedecían, pero no me cayó ninguna lágrima. Vi cómo se llevaba las manos a la hebilla del cinturón mientras decía:
– Ni siquiera tengo que volver a utilizar condón, Jack.
En el mismo momento en que lo decía la luz de la entrada se apagó. Entonces vi a alguien moviéndose entre las sombras y oí su voz. Era Rachel.
– No te muevas ni un milímetro, Bob. Ni un milímetro.
Lo dijo con calma y confianza. Backus se quedó helado, mirándome a los ojos, como si pudiera ver a Rachel reflejada en ellos. Tenía la mirada muerta. Su mano derecha, que Rachel no podía ver, empezó a desplazarse hacia la chaqueta. Yo quería gritar para avisarla, pero no pude. Tensé todos los músculos del cuerpo para intentar moverme un solo centímetro y conseguí separar un poco la pierna izquierda de la silla. Pero ya era bastante. El control de Backus sobre mí empezaba a perder eficacia.
– ¡Rachel! -logré gritar en el momento en que Backus sacaba la pistola de la cartuchera y disparaba a diestro y siniestro.
Hubo un intercambio de tiros y Backus cayó de espaldas al suelo. Oí como uno de los paneles se hacía pedazos y noté el frío de la noche que entraba en la habitación, mientras Backus gateaba hasta protegerse detrás de la silla en la que yo estaba sentado.
Rachel apareció por la esquina, se apoderó de la lámpara y la arrancó del enchufe. La casa quedó en una oscuridad sólo rota por las minúsculas luces del valle. Backus disparó dos veces contra ella, con la pistola tan cerca de mí que me ensordecía. Noté cómo arrastraba la silla hacia atrás para cubrirse mejor. Yo estaba como cuando despiertas de un sueño profundo, pues me costaba moverme. Cuando empecé a levantarme, Backus me clavó la mano en el hombro y me sentó de un golpe.
– Rachel-gritá-, si disparas le darás a él. ¿Es eso lo que quieres? Tira la pistola y sal fuera. Allí hablaremos.
– Olvídalo, Rachel-dije-. Nos matará a los dos. ¡Dispárale! ¡Dispárale!
Rachel acribilló la agujereada pared una vez más. Esta vez la parte más baja. El cañón de su pistola se dirigió hacia un punto justo por encima de mi hombro derecho, pero dudó. Backus no. Disparó dos veces al tiempo que Rachel se ponía a cubierto de un brinco y vi cómo de la esquina de la entrada saltaban esquirlas de yeso.
– ¡Rachel! -grité.
Hundí los talones en la moqueta y, haciendo acopio de fuerzas, empujé la silla hacia atrás con todo el empuje de que fui capaz.
El movimiento sorprendió a Backus. Noté que la silla lo golpeaba contundentemente y que quedaba al descubierto. En ese momento, Rachel se lanzó rodando desde la esquina de la entrada y la habitación se iluminó con la luz de otra ráfaga de su pistola.
Detrás de mí oí un alarido de Backus y luego silencio. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra vi que Rachel salía del recibidor y venía hacia mí. Sostenía la pistola en alto con las dos manos, con los codos unidos. Apuntaba detrás de mí. Me di la vuelta lentamente cuando pasó por mi lado. En el precipicio, apuntó hacia abajo, hacia la oscuridad en la que Backus había caído. Se mantuvo tensa y a la expectativa durante por lo menos medio minuto antes de darse por satisfecha.
La casa quedó envuelta en el silencio. Sentí en la piel el frío de la noche. Finalmente, se dio la vuelta y vino hacia mí. Cogiéndome del brazo, tiró de mí hasta que me puse de pie.
– Vamos, Jack -dijo-. Despierta. ¿Estás herido?
– Sean. -¿Qué?
– Nada. ¿Estás bien?
– Eso creo. ¿Estás herido?
Vi que miraba al suelo, detrás de mí, y me giré. Había sangre en el suelo. Y cristales rotos.
– No, no es mía -dije-. Le diste. O se cortó con los cristales.
Retrocedí hasta el borde con ella. Sólo había oscuridad allí abajo. Lo único que se oía era la brisa entre los árboles y el ruido del tráfico que llegaba amortiguado desde la carretera.
– Rachel, lo siento -dije-. Creí… Creí que eras tú. Lo siento.
– No digas nada, Jack. Ya hablaremos.
– Creí que estabas en un avión.
– Después de hablar contigo me di cuenta de que pasaba algo. Entonces me llamó Brad Hazelton y me contó que le habías llamado. Decidí hablar contigo antes de irme. Fui al hotel y te vi salir con Backus. No sé por qué, pero os seguí. Creo que fue porque Bob ya me había mandado antes a Florida, cuando debería haber enviado a Gordon. Desde entonces no me fiaba de él.
– ¿Qué es lo que has oído ahí escondida?
– Lo suficiente, pero no podía hacer nada mientras él no se guardara el arma. Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, Jack.
Se apartó del borde, pero yo permanecí allí, fascinado por la oscuridad.
– No le pregunté por los otros. No le pregunté por qué.
– ¿Qué otros?
– Sean, los otros. Beltran tuvo lo que se merecía, pero ¿por qué Sean? ¿Por qué los otros?
– No hay explicación, Jack. Y si la hubiera, nunca la sabríamos. Tengo el coche ahí en la carretera. He de llamar para pedir ayuda y un helicóptero que busque en el barranco. Para asegurarme. Será mejor que llame también al hospital.
– ¿Por qué?
– Para decir cuántas pastillas te has tomado y ver qué tenemos que hacer. Se dirigió a la puerta.
– Rachel-le dije desde atrás-. Gracias.
– De nada, Jack.