XIII — Historia de Foila: La hija del armígero

—Hallvard, Melito y aun el ascio tuvieron todos su oportunidad. ¿No creéis que a mí también me corresponde una? Hasta el hombre que corteja a una doncella pensando que no tiene rivales, tiene uno: la propia doncella. Es posible que ella se le entregue, pero también que elija guardarse para sí misma. Él tiene que convencerla de que será más feliz con él que consigo misma, y aunque a menudo los hombres convencen de eso a las doncellas, no siempre es cierto. Voy a participar en esta competencia, y si puedo me ganaré para mí misma. Ya que me caso por cuentos, ¿voy a casarme con alguien que los cuente peor que yo?

»Cada uno de los hombres ha contado una historia de su propio país. Yo haré lo mismo. Mi tierra es la tierra de los horizontes lejanos, del cielo ancho. Es la tierra de la hierba y el viento los cascos al galope. En verano el viento puede ser caliente como el aliento de un horno, y cuando se incendian las pampas la línea de humo se extiende por cien leguas, y los leones, que entonces parecen demonios, huyen atropellando el ganado. Los hombres de mi país son bravos como toros y las mujeres, fieras como halcones.

»Cuando mi abuela era joven, había en mi país una villa tan remota que nadie la visitaba. Pertenecía a un armígero, vasallo del señor de Pascua. Las tierras eran ricas y la casa, excelente, aunque para traer las vigas tuvieron que arrastrarlas con bueyes todo un verano. Los muros eran de barro cocido, como en todas las casas de mi país, y tenían un grosor de tres pasos. Los que viven en los bosques se burlan de esos muros, pero son frescos, y encalados tienen muy buen aspecto, y no se incendian. Había una torre y una amplia sala de banquetes, y un artilugio de sogas y ruedas y cubos, y dos regaderas que se movían en círculo mojaban el jardín del techo.

»El armígero era un hombre gallardo y tenía una mujer adorable, pero de todos sus hijos sólo uno había vivido más de un año. Era una muchacha alta, morena como el cuero pero suave como el aceite, con pelo de color vino pálido y ojos oscuros como nubes de tormenta. Con todo, la villa donde moraban estaba tan remota que nadie lo sabía y nadie iba a verla. Muchas veces cabalgaba todo el día, sola, cazando con su peregrina o lanzándose tras unos manchados gatos de caza que habían avistado un antílope. Muchas otras veces se pasaba todo el día en su aposento, oyendo cantar a la alondra enjaulada y hojeando los viejos libros que la madre había traído.

»Por fin el padre decidió que debía casarse, pues estaba cerca de cumplir veinte años, y después pocos la querrían. Entonces envió a sus criados por doquier en tres leguas a la redonda, a vocear la belleza de la muchacha y prometer que cuando él muriese su heredaría lo que era suyo. Acudieron muchos jinetes magníficos, con sillas guarnecidas de plata y coral en los pomos de las espadas. Él los recibió a todos, y su hija, con el pelo bajo un sombrero de hombre y un largo cuchillo en un cinturón también de hombre, fingió ser uno de ellos y entre ellos se mezcló para oír cuál alardeaba de tener muchas mujeres cuál robaba cuando creía que no lo observaban. Cada noche se reunía con su padre y le decía quiénes estos hombres, y cuando se había retirado él los y les hablaba de las estacas adonde no va nadie, donde hombres atados con cuero crudo mueren al sol; y a la mañana siguiente los pretendientes ensillaban sus caballos y se alejaban.

»Pronto no quedaron más que tres. Entonces la hija del armígero ya no pudo mezclarse con ellos, pues temía que siendo tan pocos la reconocieran. Fue a su aposento y se soltó el pelo y lo cepilló, y se quitó la ropa de caza y se bañó en agua perfumada. Se puso anillos en los dedos y ajorcas en los brazos y anchos pendientes de oro en las orejas, y en la cabeza ese fino aro del mejor oro que llevan las hijas de los armígeros. En suma, hizo todo cuanto sabía para embellecerse, porque era de corazón animoso, y quizá no hubo nunca doncella más hermosa.

»Una vez vestida como deseaba, mandó a la criada a que llamara a su padre y a los tres pretendientes. “Miradme —dijo—. Veis que llevo un aro de oro en la frente y otros más pequeños colgados de las orejas, y en mis dedos hay anillos más pequeños aún. Abierto ante vosotros está mi cofre de joyas, y no hay en él más anillos que encontrar; pero en este cuarto hay un anillo más: un anillo que no llevo puesto. ¿Puede alguno de vosotros descubrirlo y dármelo?”

»Los tres pretendientes buscaron por todas partes, detrás de los tapices y debajo de la cama. Por fin el más joven descolgó la jaula de la alondra y se la llevó a la hija del armígero; pues allí, ciñendo la pata derecha del pájaro, había un diminuto anillo de oro. “Ahora oídme —dijo ella—. Mi esposo será el hombre que me traiga de vuelta este pajarillo marrón.”

»Y diciendo eso abrió la jaula y metió la mano, y llevando la alondra hasta la ventana, la lanzó al aire. Los tres pretendientes vieron cómo el anillo de oro refulgía un momento al sol. La alondra se elevó hasta que sólo fue una mota contra el cielo.

»Entonces los pretendientes se precipitaron escaleras abajo y salieron llamando a sus monturas, los amigos de pies ligeros que ya los habían transportado tantas leguas por las pampas desiertas. Les echa ron al lomo las sillas guarnecidas de oro, y en menos de un momento se perdieron los tres de vista para el armígero y la hija del armígero, y cada uno para los otros también, pues uno se dirigió hacia las selvas del norte, otro hacia las montañas del este y el más joven hacia el oeste, donde estaba el mar incesante.

“Después de cabalgar unos días, el que iba hacia el norte llegó a un río demasiado rápido para cruzarlo a nado y anduvo por la orilla, atendiendo siempre al canto de los pájaros que allí moraban, hasta que encontró un vado. En aquel vado había un jinete vestido de marrón que montaba un destriero marrón. Un pañuelo marrón le enmascaraba la cara, marrones eran el capote, el sombrero y todas sus ropas, y en torno al tobillo de la marrón bota derecha llevaba un anillo de oro.

»“¿Quién eres?” —dijo el pretendiente. La figura de marrón no respondió.

»“En la casa del armígero había entre nosotros cierto joven que desapareció la víspera del último día —dijo el pretendiente—, y creo que ese joven eres tú. De alguna manera has sabido de mi búsqueda, y impedírmela. Pues bien, apártate de mi camino o muere donde estás.”

»Y con eso sacó la espada y espoleó el destriero el río. Por un tiempo lucharon como luchan los hombres de mi país, con la espada en la mano derecha y el largo cuchillo en la izquierda, pues el pretendiente era fuerte y valeroso y el jinete de marrón, rápido y ducho en filos. Pero al fin éste cayó, y su sangre manchó el agua.

»“Te dejo tu montura —dijo el pretendiente—, por si te alcanza la fuerza para subirte de nuevo a la silla. Pues soy un hombre compasivo.” —Y se alejó.”Después de cabalgar unos días, el pretendiente que se había encaminado hacia las montañas llegó a un puente de los que construyen los montañeses, una cosa angosta de soga y bambú, tendida sobre el abismo como una telaraña. Sólo a los locos se les ocurre cabalgar sobre semejantes artilugios, de modo que se apeó y llevó su montura por las bridas.

»Cuando empezaba a cruzar le pareció que el puente estaba vacío, pero no había hecho un cuarto del camino cuando en el centro apareció una figura. Por la forma se parecía mucho a un hombre, pero era toda marrón salvo por un destello blanco, y parecía tener plegadas unas alas marrones. Cuando estuvo aún más cerca, el segundo pretendiente vio que llevaba un anillo de oro en el tobillo de una bota, y que las alas marrones no parecían ahora más que una capa de ese color.

»Entonces trazó en el aire un signo para protegerse de los espíritus que han olvidado al creador, y gritó: “¿Quién eres?!Di cómo te llamas!”.

»“Ya me ves —respondió la figura—. Acierta quién soy y tu deseo será mi deseo.”

»“Eres el espíritu de la alondra que soltó la hija del armígero —dijo el segundo pretendiente—. Puedes cambiar de forma, pero el anillo te delata.”

»A eso, la figura de marrón desenvainó la espada, y presentó la empuñadura al segundo pretendiente. “Has acertado dijo—. ¿Qué quieres que haga?”

»“Regresa conmigo a la casa del armígero —dijo el pretendiente—, para que pueda mostrarte a su hija y así obtenerla.”

»“Si eso deseas, regresaré contigo de buena gana —dijo la figura de marrón—. Pero te prevengo que si ella me ve, no verá en mí lo que ves tú.”

»“No importa, ven conmigo” —respondió el pretendiente, pues no sabía qué otra cosa decir.

»En los puentes que construyen los montañeses, un hombre puede dar media vuelta sin gran dificultad, pero para una bestia cuadrúpeda esto es casi imposible. Por lo tanto tuvieron que seguir hasta el otro lado para que el segundo pretendiente pudiera dirigir otra vez su montura hacia la casa del armfgero. “Qué tedioso es esto —pensó mientras recorría la gran catenaria del puente—, y sin embargo qué difícil y peligroso. ¿No podré sacarle algún provecho?” Al fin llamó a la figura de marrón. “Tengo que cruzar este puente y luego volver a cruzarlo. ¿Pero hace falta que tú también lo hagas? ¿Por qué no vuelas al otro lado y me esperas allí?”

»Al oír eso la figura de marrón rió, con un prodigioso gorjeo. “¿No has visto que tengo un ala vendada? Revoloteé demasiado cerca de uno de tus rivales y me hirió con la hoja.”

»“¿O sea que no puedes volar?” —preguntó el segundo pretendiente.

»“En verdad que no. Cuando te acercaste a este puente estaba descansando en el pasaje marrón, y al oír tus pasos me faltó fuerza para alzar vuelo.”

»“Ya”, dijo el segundo pretendiente, y nada más. Pero por dentro pensó: “Si cortara el puente, la alondra se vería obligada a cobrar de nuevo forma de pájaro; pero no podría volar lejos, y la mataría seguramente. Entonces podría llevarla y la hija del armígero la reconocería.”

»Cuando llegaron al otro lado, palmeó el cuello de su montura y le hizo dar media vuelta, pensando que iba a morir, pero que el mejor de estos animales valía muy poco comparado con la propiedad de grandes rebaños. “Síguenos”, le dijo a la figura de marrón, y condujo la montura de nuevo hasta el puente, de modo que él iba primero sobre el abismo ventoso y gemebundo, y el destriero marchaba detrás de él, y por último la figura de marrón. “Cuando el puente se derrumbe la bestia retrocederá —pensaba—, y el espíritu de la alondra tendrá que retomar su forma de pájaro o perecer.” Estos planes provenían de las creencias de mi tierra, ¿sabéis?, donde los que aprecian a los aparecidos os dirán que, como los pensamientos, una vez hechos prisioneros ya no cambian de forma.

»Curva abajo por el largo puente avanzaron los tres, y subieron hasta el lado de donde venía el segundo pretendiente, y en cuanto éste hizo pie en la roca sacó la espada, que había afilado con empeño. Dos pasamanos de cuerda tenía el puente, y dos cables de cáñamo para aguantar la pasarela. Tenía que haber cortado primero esos cables, pero perdió un momento en los pasamanos, y la figura de marrón saltó desde atrás a la silla del destriero, picó espuelas y lo arrolló. Así el pretendiente murió bajo los cascos de su propia montura.

»Después de cabalgar también unos días, el pretendiente más joven, que había ido hacia el oeste, llegó a la orilla del mar. Allí en la playa, junto a las olas inquietas, se encontró con una figura de capote marrón, sombrero marrón, pañuelo marrón tapándole boca y nariz, y un anillo de oro en el tobillo de la bota marrón.

»“Aquí me ves —dijo la persona de marrón—. Acierta quién soy y tu deseo será mi deseo.”

»“Eres un ángel —replicó el pretendiente más joven—, enviado para guiarme hasta la alondra que busco.”

»A eso el ángel marrón desenvainó una espada, y presentó la empuñadura al pretendiente más joven diciendo: “Has acertado. ¿Qué quieres que haga?”

»Jamás intentaré contrariar la voluntad del señor de los Angeles —respondió el pretendiente más joven—. Puesto que te envían para guiarme hasta la alondra, mi único deseo es que lo hagas.”

»“Y lo haré —dijo el ángel—. ¿Pero quieres ir por el camino más corto o por el mejor?”

»Al oír eso el pretendiente más joven pensó: “Aquí hay alguna trampa. Aun los poderes del empíreo censuran la impaciencia de los hombres, cosa que por ser inmortales pueden permitirse fácilmente. Seguro que el camino más corto pasa por horrores y cavernas subterráneas, o cosas parecidas.” Por lo tanto le contestó al ángel: “Por el mejor. ¿No sería ir por otro una deshonra para aquella que desposaré?”

»“Algunos dicen una cosa y otros otra —replicó el ángel—. Ahora déjame montar a tu grupa. No lejos de aquí hay un puerto de mercancías, y allí acabo de vender dos destrieros tan buenos como los tuyos o mejores. Venderemos también el tuyo, y el anillo de oro que llevo en la bota.”

»En el puerto hicieron lo que el ángel había indicado, y con el dinero compraron un barco, no grande pero rápido y robusto, y para trabajarlo contrataron tres marinos expertos.

»Al tercer día de haber zarpado, el pretendiente más joven tuvo uno de esos sueños que los jóvenes tienen de noche. Al despertarse tocó la almohada que tenía junto a la cabeza y la encontró tibia, y cuando se echó a dormir de nuevo aspiró un perfume delicado: el olor, podría haberse dicho, de las hierbas en flor que las mujeres de mi tierra secan en primavera para trenzárselas en el pelo.

»Llegaron a una isla a donde no iba hombre alguno, y el pretendiente más joven desembarcó en busca de la alondra. No la encontró, pero al morir el día se despojó de sus ropas para refrescarse en el mar espumoso. Allí, cuando ya brillaban las estrellas, se le unió otro joven. Juntos nadaron, y juntos se echaron en la playa a contarse historias.

»Un día, mientras oteaban sobre la proa del barco en busca de algún otro navío (pues a veces comerciaban y a veces también combatían), se alzó una gran ráfaga de viento que arrastró el sombrero del ángel al mar devorador, y el pañuelo marrón que le cubría la cara no tardó en unírsele.

»Al fin se cansaron del mar incesante y empeza— ron a pensar en mi tierra, donde en otoño los leones atropellan el ganado cuando arden los pastos, y los hombres son bravos como toros y las mujeres fieras como halcones. Al barco lo llamaban Alondra, y ahora el Alondra surcaba aguas azules, empalando cada mañana el sol rojo en su bauprés. Lo vendieron en el puerto donde lo habían comprado y recibieron tres veces el precio, pues se había vuelto un velero famoso, renombrado en canciones e historias; y en verdad que todos cuantos llegaban al puerto se asombraban de lo pequeño que era, un casco marrón de apenas doce pasos de la roda al codaste. El botín también lo vendieron, y las mercancías que habían obtenido comerciando. Las gentes de mi tierra guardan para ellas los mejores destrieros que crían, pero es a ese puerto adonde llevan los mejores de los que venden, y allí el pretendiente más joven y el ángel compraron buenas monturas y llenaron las alforjas con gemas y oro, y partieron hacia la casa del armígero que está tan alejada que nunca va nadie.

»Muchas escaramuzas tuvieron por el camino, y muchas veces ensangrentaron las espadas que habían lavado a menudo en el mar limpiador y habían secado en las velas o la arena. Pero a la larga llegaron. Con gritos el armígero dio la bienvenida al ángel, y con llanto su mujer, y con parloteo todos los sirvientes. Yallí el ángel se quitó las ropas marrones y una vez más se convirtió en la hija del armígero.

»Se planeó una gran boda. En mi tierra esas cosas ocupan muchos días, pues hay que cavar de nuevo los pozos de asar, y matar ganado, y los mensajeros deben viajar días enteros para avisar a invitados que también viajarán días enteros. Al tercer día, mientras esperaban, la hija del armígero mandó su criada a que dijera al pretendiente más joven: “Hoy mi ama no saldrá a cazar. En cambio, os invita a su aposento a hablar de los tiempos pasados en el mar y la tierra.” El pretendiente más joven se vistió con las mejo res ropas que había comprado al volver al puerto, y pronto estuvo a la puerta de la hija del armígero. “La encontró sentada en el banco de la ventana, hojeando uno de los viejos libros que la madre había traído y oyendo cantar una alondra enjaulada. A esa jaula se acercó, y vio que la alondra tenía un anillo de oro en una pata. Luego miró a la hija del armígero, intrigado.

»“¿No te prometió el ángel que encontraste en la playa que te guiaría hasta esta alondra? —dijo ella—. ¿Ypor el mejor camino? Todas las mañanas le abro la jaula y la echo a volar para que ejercite las alas. Pronto ella regresa a donde tiene comida, agua limpia y seguridad.”

»Dicen algunos que la boda del pretendiente más joven y la hija del armígero fue la mejor que se ha visto en mi tierra.

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