13

Laurie cubrió el dispositivo con su pequeña tapa de plástico cuando creyó que ya estaba adecuadamente saturado y lo dejó en el borde del lavabo. De ningún modo estaba dispuesta a quedarse sentada para verlo el tiempo que hacía falta; por lo tanto, se metió en la ducha, se enjabonó con gel y se dio champú en el pelo. Luego, se quedó unos minutos bajo el chorro de agua, dejando que le cayera como una cascada por la cabeza.

Había tenido una noche muy agitada porque su mente había sido incapaz de desconectar. Había dormido, pero a rachas y agobiada por sueños inquietantes, incluyendo la recurrente pesadilla de su hermano hundiéndose en el fango. Al sonar el despertador había sentido un cierto alivio por el hecho de que la larga noche hubiera acabado. Apenas se encontraba descansada, pero prefirió salir de la cama. Las sábanas y las mantas estaban en completo desorden por lo mucho que se había movido y parecía como si hubiera participado en una pelea de lucha libre. Al igual que las dos mañanas anteriores, había notado una leve náusea al incorporarse.

Cuando cerró el grifo de la ducha todavía le duraba, aunque levemente. De todas maneras, suponía que volvería a encontrarse bien después de haber desayunado algo.

Salió y se situó en la alfombra de baño. Se secó y, metiendo la cabeza en la ducha, agitó su espesa melena igual que un perro saliendo del agua. A continuación, se lo secó vigorosamente y se lo envolvió con una toalla. Solo entonces se atrevió a mirar a la inocente pieza de plástico que había dejado al lado del lavabo.

Contuvo el aliento. Con dedos ligeramente temblorosos cogió el dispositivo como si sostenerlo cerca pudiera cambiar el resultado. Pero no. En la pequeña ventana de plástico se veían dos líneas rosadas. Laurie cerró los ojos con fuerza y los mantuvo así unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, las líneas seguían allí. No se las había inventado. Habiendo leído a fondo las instrucciones del envase, sabía que la prueba había dado positivo: ¡estaba embarazada!

Con las rodillas que apenas la sostenían, Laurie bajó la tapa del inodoro y se sentó. Por un momento se sintió totalmente abrumada. En poco tiempo habían sucedido demasiados acontecimientos desconcertantes. Todo había empezado con su semirruptura con Jack, seguida rápidamente por el cáncer de su madre, el gen BRCA-1 mutante y por fin el torbellino de su relación con Roger. Y en esos momentos se veía arrastrada a otro conflicto potencial. Casi toda la vida había soñado lo que sería verse embarazada, pero una vez que lo estaba no sabía qué sentir. Era como si toda su vida girara sin control.

Volvió a dejar el dispositivo de análisis en el lavabo y miró la caja, que había dejado en el cesto. Una vez más se sintió tentada de culpar al mensajero, como si el estar embarazada fuera culpa de la prueba de embarazo. Habría podido hacerla la noche antes, pero había leído que era más fiable a primera hora de la mañana. Por lo tanto, esperó. Se le hacía evidente que estaba posponiéndolo y que había intentado aplazar lo inevitable. Cuando la posibilidad de hallarse embarazada se le ocurrió por primera vez, en el despacho de Roger, su convencimiento ya fue casi total. Al fin y al cabo, explicaba perfectamente las náuseas matutinas que tan tontamente había atribuido a las vieiras.

Laurie meneó la cabeza con consternación. El hecho de que estar embarazada le hubiera supuesto tamaña sorpresa era un ejemplo más de su costumbre de apartar de su mente los asuntos desagradables. Recordaba claramente haber pensado hacía tres semanas que no le había llegado la regla; pero, con todo lo que estaba ocurriendo, había optado por no darle importancia. Al fin y al cabo, la regla le había faltado otras veces, especialmente en situaciones de estrés, y en esos momentos de su vida, lo que le faltaba no era precisamente estrés.

Bajando la cabeza para contemplarse el vientre, Laurie intentó asimilar que allí dentro se estaba desarrollando la vida de una criatura. Aunque la idea siempre le había parecido natural, en esos momentos en que se había convertido en realidad, se le antojaba tan formidable que desafiaba su credulidad. Enseguida supo cuándo había tenido lugar la concepción. Tuvo que haber sido aquella madrugada en que tanto ella como Jack se encontraron extrañamente despiertos en plena noche. Al principio habían tenido cuidado de no molestarse el uno al otro; pero, cuando descubrieron que los dos estaban despiertos, empezaron a charlar. La charla llevó a las caricias, y las caricias condujeron al abrazo. El coito resultante fue de lo más natural y satisfactorio; sin embargo, más tarde, cuando Laurie se vio todavía despierta, la intensidad del acto amoroso hizo que irónicamente comprendiera qué era lo que le faltaba: una familia con hijos. La mayor paradoja residía en que aquel acto sexual había engendrado al niño que ella tanto deseaba, aunque sin el matrimonio.

Laurie se puso en pie y se contempló de perfil en el espejo intentando distinguir la más mínima protuberancia en su vientre, pero enseguida se rió abiertamente de sí misma. Sabía que, a las cinco semanas, un embrión no pasaba de unos ocho milímetros, lo cual no era suficiente para provocar cambios externos visibles.

De repente, Laurie dejó de reír y se miró a los ojos en el espejo. Estar embarazada en sus circunstancias no era para tomárselo a risa, sino un error que podía acarrear graves consecuencias para su vida y también para la de otros. Aquella línea de pensamiento la llevó a preguntarse cómo podía haber ocurrido. Siempre había tenido cuidado de evitar hacer el amor los días en que podía ser fértil. ¿Dónde había estado el error? Volvió a recordar aquella noche y casi al instante lo comprendió: a las dos de la mañana, ya era técnicamente el día siguiente. El día antes había sido el décimo y seguramente no tendría que haber pasado nada; pero no al undécimo.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Laurie en voz alta mientras la realidad de la situación calaba en ella. Se sentía realmente abrumada y algo deprimida. Sus ganas de hablar con Jack habían pasado de ser un deseo a una necesidad; no obstante, se preguntaba si iba a ser capaz de reunir la fuerza necesaria. En esos momentos tenía muchos asuntos en la cabeza, entre los que el marcador del gen BRCA-1 no era el menos importante. ¿Qué papel iba a desempeñar en su embarazo? No lo sabía, pero la palabra que invariablemente despertaba en su mente era «aborto». A pesar de su condición de médico, Laurie siempre había asociado aquella palabra con sus connotaciones políticas respecto a los derechos de las mujeres en lugar de con un procedimiento en el que algún día podía llegar a pensar. De repente, todo había cambiado.

– Tienes que controlarte -le dijo a la figura del espejo con más firmeza de la que sentía en realidad. Puso en marcha el secador y empezó a secarse el pelo. Su único refugio era la profesión. A pesar de sus problemas, tenía que ir a trabajar.

Tal como había supuesto, el malestar desapareció en cuanto hubo tomado algo para desayunar. Cereales sin leche fue lo que más le apeteció. Mientras comía, volvió a notar las molestias abdominales de los últimos días. Se palpó con los dedos, y el síntoma aumentó, especialmente si se tocaba cerca de la cintura; de todas maneras, no lo podía calificar de dolor. Se preguntó si no sería una de las primeras sensaciones propias del embarazo. Dado que era primeriza, desconocía si la implantación provocaba aquella sensación. Estaba al tanto de que el proceso implicaba cierta invasión de la pared uterina, así que no se podía descartar. También cabía que la molestia procediera de su ovario derecho. Fuera lo que fuese, era el menor de sus problemas.

Cuando llegó al trabajo eran solo las siete y cuarto. Aun así, no confiaba en hallar a Jack todavía en la sala de identificación.

Últimamente parecía llegar cada día más temprano. Sus suposiciones se vieron confirmadas cuando vio que el lugar favorito de Vinnie estaba vacío y que su diario, abierto por la sección de deportes, yacía abandonado en la mesa. Eso significaba que se encontraba abajo, ayudando a Jack. Chet parecía muy ocupado, sentado ante el escritorio principal con todas las carpetas de los casos que habían llegado durante la noche. Iba a ser su último día de la semana con aquella tarea. Laurie era la siguiente forense en el turno de guardia para el fin de semana, lo cual quería decir que la siguiente semana también iba a tocarle decidir qué casos debían ser objeto de autopsia y cuáles no.

– ¿Jack está ya en el foso? -preguntó mientras tomaba su primer sorbo de café. Creía que la cafeína le mejoraría el ánimo y confiaba en que su estómago la aguantara.

Chet levantó la cabeza.

– Ya sabes cómo es Jack. Cuando yo llegué, ya estaba aquí ojeando las carpetas e impaciente por ponerse manos a la obra.

– ¿De qué caso se está ocupando? -El calor del café le produjo un contradictorio escalofrío.

– Es curioso que me lo preguntes. Cogió un caso igual que los dos tuyos de ayer.

Laurie se apartó la taza de los labios y abrió la boca con expresión de sorpresa.

– ¿Te refieres a un caso del Manhattan General?

– Pues sí. Un tipo bastante joven al que acababan de operar de una hernia y de repente la diñó.

– ¿Por qué lo ha cogido Jack si sabe que esos casos me interesan?

– Te lo ha hecho como un favor.

– ¡Vamos ya, Chet! ¿Qué quieres decir con «como un favor»?

– Según parece, Calvin avisó a Janice para que lo llamara si aparecía algún otro caso como esos. Está claro que ella lo hizo porque Calvin llegó casi al mismo tiempo que Jack y lo comprobó. Cuando yo llegué, me dijo específicamente que no quería que tú te ocuparas. De hecho, me dijo que ibas a tener oficialmente una jornada de papeleo, así que tienes el día libre. El caso es que Jack se ofreció para ocuparse del caso porque dijo que querrías tener los resultados lo antes posible.

– ¿Te dijo Calvin por qué no quería que yo me ocupara? -preguntó Laurie. Parecía un deliberado golpe bajo, especialmente teniendo en cuenta que su serie de casos misteriosos era la única evasión con la que contaba frente a todos sus problemas.

– No lo dijo. Y ya conoces a Calvin, no es que le guste dar explicaciones. Se limitó a dejar bien claro que no quería que tú te ocuparas. También me dijo que te avisara de que deseaba verte en su despacho lo antes posible. Por lo tanto, mensaje entregado. ¡Buena suerte!

– ¡Qué raro! ¿Parecía enfadado?

– No más de lo normal, lo siento -dijo Chet encogiéndose de hombros-. Eso es todo lo que puedo decirte.

Laurie asintió como si lo entendiera, pero no lo comprendía. Dejó el abrigo encima de una de las sillas y salió hacia el vestíbulo de recepción. Estaba nerviosa. Al igual que los demás aspectos de su vida, que en sus palabras estaban «para tirar al cubo de la basura», no le habría sorprendido que su carrera profesional estuviera también en la cuerda floja; aunque no tenía idea de qué podía haber hecho para irritar a Calvin, aparte de haber expuesto su caso en la conferencia del día anterior. Sin embargo, cuando después había hablado con él, le había parecido que todo iba bien.

Hizo que Marlene le abriera la puerta de la zona administrativa, que parecía tan silenciosa como una tumba. Aún no había llegado ninguna de las secretarias; pero Calvin se hallaba en su despacho repasando documentos de su bandeja de entrada y firmándolos apresuradamente. Terminó con los últimos a pesar de que Laurie ya se había presentado. Le hizo un gesto para que entrara y se sentara mientras reunía los documentos firmados y los metía en la bandeja de salida; luego se recostó en su asiento y miró a Laurie por encima de las gafas con la barbilla casi sobre el pecho.

– Por si no lo sabe todavía, el nombre del nuevo caso potencial es Clark Mulhausen, y supongo que quiere saber por qué he dado órdenes para que no se ocupara de él, ¿no?

– La verdad es que me gustaría -dijo Laurie, que se sentía algo aliviada porque el tono de Calvin apenas era estridente, lo cual sugería que no estaba enfadado y que no iban a echarle un rapapolvo o, peor aún, enviarla a casa con una excedencia.

– En pocas palabras: porque todavía tiene pendiente de firmar sus primeros casos de eso que usted llama «serie» de hace más de un mes. En la fecha en que estamos no puede estar esperando los resultados de ningún laboratorio, así que debe finiquitarlos. Para serle sincero, al jefe le han llegado ciertos comentarios sobre ellos de la oficina del alcalde. Dios sabe por qué. Sea por lo que sea, me ha hecho saber que los quiere firmados ya, lo cual significa que la presión me la pasa a mí. Puede que tenga algo que ver con las pólizas de seguros de las familias. ¿Quién sabe? En cualquier caso, termínelos. Le doy el día libre para asegurarme. Le parece justo, ¿no?

– No los he firmado porque en conciencia no puedo decir que la muerte haya sido accidental o natural, y sé que no quiere que diga que son homicidios porque eso implicaría la existencia de un asesino múltiple, y de eso no tengo ninguna prueba, al menos por el momento.

– Laurie, no me lo ponga difícil -dijo Calvin inclinándose hacia delante con aspecto intimidatorio, bajando la cabeza y traspasándola con sus oscuros y amenazadores ojos-. Estoy intentando mostrarme amable en esto y tampoco pretendo que descarte la posibilidad de que los casos estén relacionados; pero, por el momento va a tener que elegir entre causa natural o accidental. Yo me inclino, igual que Dick Katzenburg, por la natural, ya que no hay pruebas de que se trate de un accidente o de un homicidio. Los certificados de defunción siempre pueden ser rectificados si aparece nueva información. No podemos dejar estos casos en el limbo para siempre, y usted no puede, sin pruebas, organizar un escándalo diciendo que son muertes accidentales u homicidios. ¡Sea razonable!

– De acuerdo, lo haré -repuso Laurie con un suspiro de resignación.

– ¡Gracias! ¡Pero, maldita sea, parece como si le estuviera pidiendo la luna! Bueno, ya que estamos con el tema, ¿qué ha averiguado sobre esos casos de Queens? ¿Los perfiles encajan?

– Eso parece -dijo Laurie en tono fatigado, mirando el suelo con los codos apoyados en las rodillas-, al menos por lo que he averiguado de los informes de investigación. Estoy esperando los historiales.

– Manténgame informado. ¡Ahora métase en ese despacho suyo y fírmeme esos casos del Manhattan General!

Laurie asintió y se puso en pie. Lanzó una torcida sonrisa a Calvin y dio media vuelta para marcharse.

– Laurie -la llamó Calvin-. Se comporta con aire de abatimiento, lo cual no es propio de usted. ¿Qué ocurre? ¿Está bien? Me tiene preocupado. No me gusta verla así.

Laurie se volvió para encararse con su jefe. Estaba sorprendida. No era propio de él hacer preguntas personales y mucho menos mostrar interés. Ella no lo esperaba de alguien con autoridad y menos del duro Calvin. La sorpresa agitó en su interior sentimientos indeseados que inmediatamente amenazaron con aflorar. Dado que lo último que deseaba era desmoronarse ante su machista jefe, luchó contra el impulso respirando profundamente y conteniendo el aliento unos segundos. Calvin enarcó las cejas como invitándola a hablar.

– Supongo que tengo muchas cosas en la cabeza -dijo Laurie a modo de excusa, temerosa de mirarlo a la cara.

– ¿Querría ser un poco más concreta? -preguntó Calvin en un tono mucho más suave de lo habitual.

– En estos momentos no -respondió Laurie dedicándole otra medio sonrisa.

Calvin asintió.

– De acuerdo. Pero recuerde que mi puerta siempre está abierta.

– Gracias -consiguió articular Laurie antes de salir rápidamente.

Mientras caminaba por el pasillo de la planta baja sintió que una mezcla de sentimientos se añadía a sus caóticos pensamientos. Por una parte, se consideraba afortunada por no haber hecho una escena; y por otra, estaba irritada consigo misma por su embarazosa tendencia a demostrar sus emociones. Resultaba ridículo que tuviera que luchar para contener una lágrima solo porque su jefe se mostraba mínimamente solícito. Por otra parte, estaba impresionada por haber visto una faceta de su jefe desconocida hasta la fecha. Después del nervioso pesimismo que la llamada de Calvin había despertado en ella, estaba contenta por seguir conservando el trabajo. Si le hubieran dado unas vacaciones forzosas por cualquier falta real o imaginaria, no estaba seguro de haberlo soportado. Con la nueva preocupación de su embarazo sumada a sus demás angustias, necesitaba más que nunca la evasión que le reportaba el trabajo.

Asomó la cabeza en el despacho de los investigadores y preguntó a Bart Arnold si Janice estaba aún allí porque quería enterarse de los detalles del caso de Clark Mulhausen para asegurarse de poder añadirlo a su lista.

– Se fue hace diez minutos -le dijo Bart-. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

– En realidad, no. ¿Y Cheryl, está disponible?

– Hoy no es tu día: está fuera con un caso. ¿Quieres que le diga que te llame cuando vuelva?

– Puedes darle un mensaje: ayer le pedí que solicitara al hospital St. Francis una serie de historiales clínicos. Me gustaría que la petición se hiciera por la vía urgente. Los necesito lo antes posible.

– No hay problema -dijo Bart tomando nota en un post-it-. Se lo dejaré en la mesa. Dalo por hecho.

Laurie se encaminó hacia la sala de identificación para recuperar su abrigo, pero entonces se acordó de que Jack estaba en el foso haciendo la autopsia de Clark Mulhausen. Seguramente tendría el informe de investigación de Janice y, con él, todos los detalles. Dio media vuelta y se dirigió hacia el ascensor de atrás. No solo deseaba asegurarse de que el perfil de Mulhausen encajaba con los de su serie; además tendría una excusa para hablar con Jack. Recordando sus vacilaciones de la tarde anterior ante su despacho, sería buena cosa tener una razón profesional para romper el hielo y proponerle que salieran juntos del trabajo para hablar. Al pensar en el tipo de conversación que iba a tener se puso tensa. Con su estado de ánimo, no sabía si Jack estaría dispuesto a ir con ella o a aceptar lo que tenía que contarle. Lou le había dado a entender que sí, pero no estaba segura.

En el pasado, para hacer una breve visita a la sala de autopsias había bastado con una bata, un gorro y una mascarilla, pero los tiempos habían cambiado. En ese momento, Laurie tuvo que ir al vestuario y ponerse la ropa de trabajo antes de dirigirse a la sala de los trajes lunares y enfundarse en uno como si fuera a realizar una autopsia. Calvin había establecido aquellas nuevas normas, y parecían inamovibles.

– ¡Ay! -gimió cuando extendió el brazo para colgar su blusa en la taquilla. Había notado la misma punzada que, en los últimos días, no había dejado de molestarla en la zona abdominal; pero entonces era un agudo dolor que la hizo hacer una mueca y retirar la mano. Rápidamente se la llevó a la zona de la molestia. Afortunadamente, el dolor remitió y desapareció tan bruscamente como había aparecido. Palpó el área con cuidado, pero no halló síntomas residuales. Volvió a extender el brazo como había hecho al colgar su blusa y no notó nada. Meneando la cabeza y preguntándose si tendría algo que ver con el embarazo, pensó en que quizá sería mejor preguntar a Sue si a ella le había ocurrido algo parecido en sus dos embarazos.

Con el recuerdo del dolor desvaneciéndose en su mente, Laurie siguió cambiándose de ropa y cruzó el pasillo para enfundarse en un traje lunar. Unos minutos más tarde entraba en la sala de autopsias. Cuando la pesada puerta se cerró tras ella, las dos personas presentes se irguieron ante el cuerpo en el que estaban trabajando y la miraron.

– ¡Dios sea loado! -exclamó Jack-. ¡Todavía no son las ocho y media y la doctora Montgomery aparece con todo el equipo! ¿A qué se debe tan gran honor?

– Solo quiero saber si este caso encaja con los otros de mi serie -contestó Laurie con la mayor naturalidad posible mientras se blindaba por si el sarcasmo de Jack continuaba, como parecía probable. Se acercó al pie de la mesa. Jack estaba a izquierda y Vinnie, a la derecha-. Por favor, seguid trabajando. No pretendo interrumpiros.

– No quiero que pienses que te he quitado el caso. ¿Sabes por qué me estoy ocupando de él?

– Lo sé. Chet me lo dijo.

– ¿Has visto a Calvin? Esta mañana estaba de lo más raro. ¿Va todo bien entre vosotros?

– Todo va bien. Me preocupé cuando Chet me dijo que me habían dado el día libre para que despachara el papeleo y que Calvin deseaba verme sin falta; pero, al final, resultó que lo único que quería era que firmara los casos que tengo pendientes de mi serie. Se supone que debo certificar que fueron de muerte natural.

– ¿Y vas a hacerlo? Yo diría que no hay manera de que pudieran ser de muerte natural.

– No tengo elección -admitió Laurie-. Lo dejó bien claro. Odio las presiones políticas en este trabajo, y este asunto es un buen ejemplo de ellas. En fin, sea como sea, ¿qué opinas del caso Mulhausen? ¿Encaja con mi serie?

Jack contempló el abierto tórax. Ya había retirado los pulmones y de disponía a abrir los grandes conductos. El corazón estaba a plena vista.

– Hasta el momento, diría que sí. El perfil es el mismo y no veo rastros de ninguna patología. Lo sabré seguro dentro de media hora, cuando haya acabado con el corazón, pero me sorprendería si encontrara algo.

– ¿Te importa si echo un vistazo al informe de investigación?

– ¿Importarme? ¿Por qué va a importarme? Pero puedo ahorrarte la molestia y contarte los hechos: el paciente era un corredor de bolsa de treinta y seis años, sano, al que operaron ayer de una hernia y se estaba recuperando normalmente. A las cuatro y media de la madrugada fue hallado muerto en la cama. Las notas de las enfermeras dicen que ya estaba frío cuando lo hallaron pero que, aun así, intentaron reanimarlo. Naturalmente no consiguieron nada. Por lo tanto, ¿creo que encaja en tu serie? Lo creo. Y lo que es más: me parece que has dado con algo serio con esa idea tuya. Al principio no me lo pareció; pero, ahora, sí. Especialmente con siete casos.

Laurie intentó leer los matices de la expresión de Jack, pero la pantalla de plástico se lo impidió. A pesar de todo, se sentía animada. Al igual que Calvin, se comportaba mejor de lo que ella esperaba, y eso la hacía sentir optimista en varios frentes.

– ¿Y qué hay de esos casos que Dick Katzenburg mencionó ayer? -preguntó Jack-. ¿Han salido como esperabas?

– Sí, al menos por lo que se refiere a los informes de investigación. Estoy esperando que lleguen los historiales clínicos del hospital para poder estar segura.

– Fue un buen descubrimiento. Ayer, cuando cogiste el micrófono e hiciste tu pequeña exposición, me sentí fastidiado porque significaba alargar la tortura de la reunión de los jueves; pero ahora debo reconocer que tenías razón. Si resulta que los casos de Dick se corresponden con los tuyos, el número se multiplica por dos, lo cual arroja serias sombras sobre AmeriCare, ¿no crees?

– No tengo ni idea de lo puede suponer para AmeriCare -contestó Laurie, sorprendida por la locuacidad de Jack. Incluso eso le daba ánimos.

– Bueno, como suele decirse: «Algo huele a podrido en Dinamarca». Trece casos significa que no hay sitio para las coincidencias. De todas maneras resulta interesante que no hayamos encontrado un arma del crimen común a todos ellos, y esa es la razón por la que me resisto a respaldar tu tesis del homicidio, aunque cada vez me parece más probable. Dime: ¿todos los casos se produjeron en la unidad de cuidados intensivos o en la de reanimación tras la anestesia?

– No sé en los de Dick, pero los míos no ocurrieron en ninguno de los dos sitios, sino en las habitaciones de los pacientes. ¿Por qué lo preguntas? ¿Dónde encontraron a Mulhausen?

– Estaba en una habitación normal. No sé por qué lo pregunto. Puede que manejen los medicamentos de forma distinta en cuidados intensivos o en reanimación que en una planta normal. En realidad estoy pensando si puede haberse producido algún tipo de error, como que recibieran la medicación equivocada. No es más que otra posibilidad.

– Gracias por la idea -dijo Laurie sin gran convicción-. La tendré en cuenta.

– También creo que has de seguir presionando a Toxicología. Estoy convencido de que al final será la que nos saque las castañas del fuego.

– Eso es fácil de decir, pero no sé qué más puedo hacer. Peter Letterman ha mirado en todas partes buscando hasta lo más insignificante. Ayer me habló de intentar rastrear no sé qué increíble toxina procedente de una rana de Sudamérica.

– ¡Caramba, sí que suena exótico! Eso me recuerda el dicho «Cuando oigas ruido de cascos, piensa en caballos, no en cebras». Algo ha interrumpido las funciones cardíacas de esos sujetos. No puedo evitar creer que ha de tratarse de algún medicamento que provoca arritmia. Dónde o cómo lo consigan, es otra historia.

– Pero algo así sin duda aparecería en las pruebas de toxicología.

– Eso es cierto -reconoció Jack-. ¿Y qué hay de algún contaminante en su vía intravenosa? ¿Tenían todos una?

Laurie reflexionó unos instantes.

– Ahora que lo mencionas, sí. Pero no es infrecuente porque a la mayoría de los que han sido operados se les deja una vía puesta al menos hasta veinticuatro horas después. En cuanto a lo del contaminante en el fluido intravenoso, ya pensé en ello, pero es poco probable. Si se hubiera tratado de un contaminante, tendríamos más casos y no se limitarían solo a los pacientes más jóvenes y sanos ni a los que han sido objeto de cirugía electiva.

– No creo que de antemano debamos descartar nada -dijo Jack-, lo cual me recuerda la pregunta sobre los electrolitos que te hizo ayer nuestro colega de Staten Island cuando hiciste tu exposición. Le dijiste que todos los niveles eran normales. ¿Era cierto?

– Absolutamente. Insistí a Peter para que lo comprobara especialmente, y me informó que eran normales.

– Bueno, parece de verdad que has cubierto todas las posibilidades -dijo Jack-. Acabaré con este tal Mulhausen para asegurarme de que no hay coágulos ni presenta patología cardíaca alguna. -Situó el escalpelo y se inclinó sobre el cuerpo.

– Sí, he intentado pensar en todas las posibilidades -repuso Laurie. Luego, tras un momento de vacilación, añadió-: Jack, ¿podría hablar un momento contigo de un asunto algo más personal?

– ¡Oh, por amor de Dios! -exclamó Vinnie, que se había estado moviendo impacientemente durante toda la conversación de Jack y Laurie-. ¿Es que no podemos acabar esta maldita autopsia de una vez?

Jack se irguió y miró a Laurie.

– ¿De qué quieres hablar?

Laurie miró a Vinnie. Se sentía incómoda en su presencia, especialmente tras su exabrupto.

Jack se percató de la reacción de Laurie.

– No te preocupes por Vinnie. Por mucho que me ayude como asistente, puedes hacer como si no estuviera. Yo lo hago siempre.

– Muy gracioso -replicó Vinnie-. ¿Por qué no me río?

– La verdad -dijo Laurie-, es que no pretendía que hablásemos ahora. Lo que me gustaría es quedar para vernos porque tengo cosas importantes que contarte.

Jack no respondió de inmediato, sino que se quedó mirándola a través de la máscara de plástico.

– A ver, deja que lo adivine: te vas a casar y quieres que haga de dama de honor.

Vinnie soltó tal carcajada que pareció que se ahogaba.

– Jack -dijo Laurie manteniendo un tono tranquilo no sin dificultad-, estoy intentando hablarte en serio.

– Y yo también -consiguió articular él-. Ya que no has negado lo de las nupcias, me doy por informado, pero me temo que voy a tener que declinar el papel de dama de honor.

– ¡Jack, no voy a casarme! Tengo que hablar contigo sobre algo que nos afecta a los dos.

– De acuerdo, soy todo oídos.

– No tengo intención de decirte nada en la sala de autopsias.

Jack hizo un gesto abarcando el lugar con todos sus siniestros detalles.

– ¿Qué tiene de malo? Yo me siento como en casa.

– ¡Jack! ¿No puedes hablar en serio por un momento? Te he dicho que es importante.

– Bien, conforme. ¿Qué otro entorno tenemos a nuestra disposición que satisfaga tus necesidades? Si me das media hora más o menos puedo reunirme contigo en la sala de identificación y allí podríamos charlar agradablemente alrededor de una taza de café de Vinnie. El único problema es que los demás se presentarán a trabajar en cualquier momento. Quizá prefieras una cita en nuestra preciosa cafetería con vistas y poder disfrutar de cualquiera de las exquisiteces de nuestras máquinas de bebidas. Allí podríamos codearnos con los bedeles y demás personal de alcurnia.

Laurie contempló a Jack lo mejor que pudo a través de la pantalla de plástico. Aquella vuelta al sarcasmo había apoyado su anterior optimismo acerca de que fuera a mostrarse receptivo; pero, aun así, insistió.

– Lo que esperaba era que pudiéramos ir a cenar esta noche, preferentemente a Elios si es que podemos reservar. -Elios era un restaurante que había desempeñado cierto papel en la larga relación de los dos.

Jack la contempló durante un largo momento. Aunque el día antes no había dado excesivo crédito a los comentarios de Lou sobre ella, de repente se preguntó si no habría en ellos un atisbo de verdad. Al mismo tiempo se recordó que no estaba de humor para más humillaciones.

– ¿Qué pasa con Romeo esta noche? ¿Está enfermo o qué?

Vinnie soltó una risita que a duras penas controló cuando Laurie lo fulminó con la mirada.

– Mira, no lo sé -continuó Jack-, es la clase de noticia que me coge desprevenido porque esta noche tenía pensado llevarme a la bolera a unas monjas que están de visita.

Vinnie no pudo contenerse y se alejó.

– ¿No podrías tomártelo en serio por un momento? -insistió Laurie-. No me lo estás poniendo fácil.

– ¿Que no te lo estoy poniendo fácil? -preguntó Jack desdeñosamente-. Pues como cambio no está mal. Llevo meses intentando quedar contigo alguna noche, pero siempre estás ocupada con algún acontecimiento cultural de la máxima importancia.

– Solo ha pasado un mes, y tú me lo preguntaste dos veces, y las dos tenía planes para esa noche. Escucha, Jack, tengo que hablar contigo. ¿Nos vemos hoy o no?

– Se diría que estás muy motivada con esta cita.

– Sí. Mucho -convino Laurie.

– De acuerdo, pues que sea esta noche. ¿A qué hora?

– ¿Te va bien en Elios?

Jack se encogió de hombros.

– Va bien.

– De acuerdo. Llamaré para ver si puedo reservar y te avisaré. Puede que tenga que ser pronto, porque es viernes.

– Conforme -repuso Jack-. Esperaré a que me llames.

Con un último gesto de asentimiento, Laurie se alejó de la mesa y salió de la sala de autopsias para quitarse el traje protector. Estaba contenta de que Jack se hubiera avenido a quedar; pero tal como Calvin le había comentado, se sentía abatida por el esfuerzo que había tenido que hacer y ya no albergaba optimismo sobre su reacción ante la noticia.

Tras ponerse la ropa de calle y rescatar su abrigo de la sala de identificación, cogió el ascensor hasta el tercer piso. Su idea era hacer una visita rápida a Peter para levantarle la moral por sus esfuerzos y asegurarse de que no había descubierto nada importante en el caso Sobczyk. Tan absorta estaba en sus problemas personales que no reparó en la posibilidad de tropezarse con su archienemigo, el director del laboratorio John de Vries. Por desgracia, este se encontraba en el despacho de Peter, según parecía echándole una bronca, porque tenía los brazos en jarras; y Peter, una expresión acobardada. Sin saberlo, Laurie se había metido en la boca del lobo.

– ¡Pero si es la seductora en persona! -exclamó De Vries-. ¡Justo a tiempo!

– ¿Cómo dice? -preguntó Laurie notando que la ira la invadía tras semejante comentario sexista.

– Según parece, ha sido usted capaz de seducir a Peter y convertirlo en su esclavo dentro de este laboratorio -gruñó De Vries-. Usted y yo ya hemos hablado de esto. Con la miseria de presupuesto que me asignan para dirigir este laboratorio, nadie recibe un trato especial, lo cual significa invariablemente que todos deben esperar más de la cuenta. ¿Me he expresado con claridad o hace falta que lo ponga por escrito? Además, puede estar usted segura de que el doctor Washington y el doctor Bingham serán informados de esta situación. Entretanto, la quiero fuera de aquí. -Para dar mayor énfasis a sus palabras, De Vries le indicó la puerta.

Durante unos segundos, Laurie miró alternativamente a Peter y John de Vries. Lo que menos deseaba era empeorar la situación de su amigo, de modo que se abstuvo de decirle a John lo que pensaba de él. Dio media vuelta y salió del laboratorio.

Mientras subía por la escalera, Laurie se sintió aún más deprimida que antes. Detestaba tener enfrentamientos con la gente, especialmente con sus compañeros de trabajo, porque a menudo desembocaban en respuestas inapropiadas, como la que había tenido con Calvin, aunque tratándose de John, lo dominante era el enfado. Pensando en Calvin, se preguntó cuáles serían las consecuencias, porque De Vries no amenazaba en vano, y llegó a la conclusión de que seguramente tendría noticias del subdirector. Lo que no sabía era de qué tipo. Lo único que deseaba era no haber creado problemas a Peter, porque él sí tenía que tratar con John diariamente.

Entró en su despacho, colgó el abrigo detrás de la puerta y vio que el de Riva también estaba, lo que significaba que su amiga se hallaba en la sala de identificación o en la de autopsias. Se sentó a su mesa y pensó en la llamada telefónica que tenía que hacer. La había estado temiendo desde que la prueba de embarazo había dado positivo. Para ella era como si llamar fuera a confirmarle los hechos, algo que había estado intentando evitar por el inmenso error que suponía. A pesar de lo mucho que le apetecía tener hijos, aquel no era el momento, y se preguntaba en qué había pensado para permitirse semejante riesgo. A pesar de que solo hacía unas semanas de ello, no podía recordarlo.

Cogiendo el teléfono, Laurie marcó a regañadientes el número del Manhattan General. Mientras se establecía la comunicación, contempló los documentos de los casos de Queens que debía añadir a su esquema junto con el que Jack tenía entre manos en esos momentos.

Cuando la telefonista contestó, Laurie le pidió que le pasara con la consulta de la doctora Laura Riley. Mientras la extensión empezaba a sonar, Laurie se sintió agradecida de que Sue le hubiera buscado una ginecóloga que también hacía obstetricia. No era lo más frecuente en el mundo de los médicos.

Cuando la secretaria de la doctora Riley contestó, Laurie le explicó su situación y se vio tropezando con las palabras al decirle que estaba embarazada según la prueba de farmacia que se había hecho.

– Bien, en ese caso, no debemos esperar a septiembre -contestó jovialmente la secretaria-. A la doctora Riley le gusta ver a sus pacientes de obstetricia entre ocho y diez semanas después de su última regla. ¿Cuánto lleva usted?

– Unas siete semanas.

– Entonces debería venir la semana que viene o la siguiente.

Se produjo una pausa, y Laurie se dio cuenta de que le temblaba la mano con la que sostenía el auricular.

– ¿Qué le parece el próximo viernes? -dijo la secretaria tras ponerse nuevamente al aparato-. Sería dentro de una semana, a la una y media.

– Me parece bien -repuso Laurie-. Gracias por hacerme un hueco.

– De nada. ¿Puede darme su nombre?

– Lo siento, no me había dado cuenta. Soy la doctora Laurie Montgomery.

– ¡Doctora Montgomery! La recuerdo. Hablé con usted ayer.

Laurie hizo una mueca. En esos momentos, su secreto era ya casi público. A pesar de que nunca había visto a aquella secretaria, la mujer conocía un detalle terrible e íntimo de su vida privada que Laurie todavía no sabía cómo manejar. Se avecinaban decisiones difíciles.

– ¡Felicidades! -continuó diciendo la secretaria-. Espere un momento y no cuelgue. Estoy segura de que la doctora Riley querrá saludarla.

Sin tiempo para contestar, Laurie se vio en espera y escuchando una melodía. Por un breve momento, pensó en colgar, pero decidió que no podía hacerlo. Para mantener la mente ocupada, miró el montón de certificados de defunción y de informes de investigación de Queens. Ansiosa por poder evadirse, cogió el primero y empezó a leer. El nombre de la paciente era Kristin Svensen, de treinta y tres años, que había sido ingresada para una hemorroidectomía. Laurie meneó la cabeza ante las dimensiones de la tragedia, que hacía que sus problemas parecieran insignificantes comparados con la muerte de una joven y sana mujer en un hospital después de que simplemente le extirparan las hemorroides.

– Doctora Montgomery, acabo de enterarme de la buena noticia, ¡felicidades!

– Puedes llamarme Laurie.

– Muy bien; y tú, Laura.

– No estoy segura de que las felicitaciones sean lo más apropiado. Para ser sincera, para mí ha sido una sorpresa tirando a desagradable. No estoy segura de cómo debo tomármelo.

– Entiendo -contestó Laura conteniendo su expresividad. A continuación, con la perspicacia de la experiencia, añadió-: Todavía tenemos que asegurarnos que tú y la criatura que llevas estáis sanos. ¿Has tenido algún problema?

– Algunos mareos matinales, pero poco duraderos. -Laurie se sentía incómoda hablando de su embarazo, y tenía ganas de colgar.

– Háznoslo saber si empeoran. Hay cantidad de recursos para tratar los mareos en los miles de libros que se han publicado sobre el embarazo. En cuanto a ellos, mi consejo es que te mantengas alejada de los que son más conservadores porque te volverán loca haciéndote creer que no puedes hacer nada, como tomar un baño caliente. Dicho esto, nos veremos el próximo viernes.

Laurie le dio las gracias y colgó. Fue un alivio poder olvidarse de la llamada. Cogió las hojas de la impresora con los casos de Queens y las alineó golpeándolas de canto sobre la mesa. El gesto le produjo una molestia en la misma zona que le había dolido antes, mientras se cambiaba en el vestuario, y se preguntó si no tendría que haberle mencionado el dolor a Laura Riley. Seguramente sí, pero no tenía intención de llamarla. Ya se lo preguntaría el día de la consulta a menos que se hiciera tan intenso y frecuente que la obligara a telefonear. También se preguntó si tendría que haberle avisado de que era portadora del marcador BRCA-1; pero, al igual que con el dolor, decidió que podía perfectamente esperar a la primera visita.

Con los papeles en la mano, Laurie fue a descolgar el teléfono, pero vaciló. Había pensado llamar a Roger por distintos motivos, el menor de los cuales no era el sentirse culpable por haberlo dejado con las dudas de su inexplicable comportamiento en su despacho; pero no sabía qué iba a decirle. Todavía no estaba dispuesta a contarle la verdad por una serie de razones, pero comprendía que debía decirle algo. Al final, decidió que recurriría al problema del BRCA-1 como ya había hecho.

Descolgó y marcó el número directo de Roger. Lo que de verdad la motivaba era el deseo de llevarle las copias del material de Queens para poder hablar directamente del asunto. A pesar del torbellino de problemas que ocupaba su mente, se le había ocurrido una idea con aquellos casos que podía ayudar a resolver el misterio del SMAR.

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