23

De nuevo, los acontecimientos no se desarrollaron como Jack había deseado. David Hancock había salido a comer, aunque debía estar de vuelta en cualquier momento. Por unos instantes, Jack creyó que debía tratarse de algún tipo de broma porque era plena madrugada; pero entonces cayó en la cuenta de que la gente que trabajaba en los turnos de noche vivía en un mundo con el horario cambiado y que para ellos la comida de medianoche equivalía al almuerzo, dijera lo que dijese el reloj.

Estuvo paseando arriba y abajo por el laboratorio hasta que Hancock reapareció. Era un tipo menudo, de orígenes raciales indefinidos. A modo de compensación por su generosa calvicie, llevaba un canoso bigote y perilla que le daban un aire mefistofélico. Hancock escuchó a Jack sin hacer comentarios antes de coger el post-it que este le tendía. Luego, lo estudió mientras sorbía ruidosamente entre dientes.

– ¿Está usted seguro de que esto es una prueba de laboratorio? -preguntó mirando a Jack.

Las esperanzas de este de conseguir una respuesta cayeron en picado.

– Razonablemente seguro -contestó tendiendo la mano para recuperar la nota.

Hancock la apartó fuera del alcance de Jack mientras seguía mirándola.

– ¿Qué le hizo pensar que se trataba de una prueba de laboratorio?

– Formaba parte de la orden preoperatoria de varios pacientes -contestó Jack mirando por encima del hombro hacia la puerta.

– Pues no sería de este hospital.

– No -convino Jack moviéndose nerviosamente intentando decidir si debía coger el post-it y marcharse sin más-. Se trataba de órdenes del St. Francis y del Manhattan General.

– ¡Vaya! -exclamó despectivamente Hancock-. Dos centros de AmeriCare.

Pillado desprevenido por el comentario del supervisor, Jack se acercó para estudiar mejor su expresión.

– No sé si detecto cierto juicio de valor en su tono…

– Será mejor que lo crea. Tengo una hermana en Staten Island que trabaja para la ciudad y padece ciertos problemas de salud, pero los de AmeriCare han estado mareando la perdiz. Con esa gente todo son negocios. Lo último que les interesa es ocuparse realmente de los pacientes.

– Yo también he tenido mis diferencias con ellos -reconoció Jack-. Mire, quizá un día podamos compartir nuestras batallitas, pero en este momento lo que me interesa saber es qué clase de análisis es este MFUPN.

– Bueno, debo reconocer que no lo sé con absoluta seguridad -dijo Hancock-, pero yo diría que se trata de un análisis médico-genético.

Jack quedó desconcertado. Apenas media hora antes, Shirley Mayrand había hecho que se sintiera viejo; y en esos momentos temía que Hancock fuera a hacer lo mismo en términos de conocimiento. Jack estaba familiarizado con la ciencia genética, pero sus conocimientos se limitaban a los marcadores de identidad que se utilizaban en la medicina forense, y estaba al tanto de que ese nuevo campo, espoleado por el completo desciframiento del genoma humano, avanzaba a pasos agigantados.

– Yo diría que «MF» significa «microformación», que es una tecnología de alto rendimiento utilizada generalmente para expresar genes.

– ¿Y lo es ahora? -preguntó Jack inocentemente. Se sentía sobrepasado y avergonzado de reconocerlo, aunque lo que Hancock decía estaba relacionado con lo que Wo acababa de comentarle sobre el «MEF2A» del otro post-it.

– Parece usted algo perplejo, doctor -dijo Hancock-. Sabe lo que es una microformación, ¿verdad?

– Bueno, no exactamente -reconoció Jack.

– Entonces, deje que se lo explique. Las microformaciones son como una retícula, un tablero de damas formado por diminutos puntos compuestos por una variedad de secuencias conocidas de ADN que normalmente se aplica en la superficie del portaobjetos de un microscopio. Estoy hablando de muchos puntos, de miles de puntos, de tal modo que pueden dar información sobre la expresión de miles de genes en un momento dado.

– Ah, ¿sí? -dijo Jack, que de inmediato lo lamentó al comprender que estaba quedando como un tonto.

– De todas maneras, no creo que el análisis por el que me pregunta sea una prueba de expresión genética.

– Ah, ¿no? -preguntó tímidamente Jack.

– No. No lo creo. Mi opinión es que «UPN» significa «único polimorfismo nucleótido», y estoy seguro de que usted sabe que eso es una mutación concreta en el genoma humano. Como usted sabrá también, se han localizado con absoluta exactitud miles de UPN en el genoma humano que pueden ser relacionados con genes concretos que han sufrido una mutación y que se transmiten de generación en generación. Esos UPN que están así relacionados se llaman «marcadores», y son los marcadores que señalan los genes mutados o imperfectos.

Fue como si a Jack se le encendiera la proverbial bombilla en la mente. No había entendido todo lo que Hancock le había explicado, pero no importaba. Con dedos temblorosos se apresuró a sacar la hoja del historial del Sobczyk, y, al hacerlo, sacó el otro arrugado post-it. Se lo mostró también a Hancock.

– ¿Podría ser esto el resultado de un MFUNP?

El supervisor cogió la segunda nota y se rascó la calva.

– «Eme E Efe Dos A» -leyó en voz alta-. ¿Que si me suena? GUM… -Apartó la vista del papel mientras se daba unos golpecitos en la calva con los nudillos. Luego, volvió a mirarlo-. ¡Sí! ¡Lo recuerdo! Si no estoy equivocado, se trata de un gen asociado con las arterias coronarias. No sé exactamente en qué sentido está relacionado, pero creo recordar que si alguien presenta esta forma mutada de gen, tiene altas probabilidades de sufrir algún tipo de enfermedad coronaria. Por lo tanto, para responder su pregunta, «MEF2A positivo» podría ser el resultado de una prueba de MFUNP y significar que esa persona tiene el marcador de la variante mutada del gen MEF2A.

Jack agarró la mano de Hancock y se la estrechó calurosa y sinceramente.

– Mire, será mejor que nos reunamos otro día para charlar; pero no sabe lo agradecido que le estoy. ¡Muchas gracias! Creo que acaba de resolver usted un misterio.

– ¿Qué clase de misterio? -preguntó Hancock, pero Jack ya corría camino de la puerta.

Habiendo entrado en el laboratorio a través de Urgencias, Jack recorrió el mismo camino para salir. Supuso que habría otra salida más conveniente, pero no quiso perder tiempo preguntando. La «investigación de los post-it», tal como él la llamaba, había tenido mucho más éxito del esperado. En esos momentos creía tener tanto un posible móvil como -aunque indemostrable- un método para las muertes que Laurie tan clarividentemente había documentado. Lo único que le faltaba era averiguar de dónde había sacado Laurie los MEF2A y comprobar si los demás pacientes presentaban el mismo marcador.

Cruzó a toda prisa las puertas batientes que separaban Urgencias de la sala de espera y estuvo a punto de chocar con un hombre en una silla de ruedas al que llevaban a tratamiento. El hombre jadeaba, y sus jadeos se intensificaron con el susto. Disculpándose y deseándole una pronta recuperación, Jack cruzó corriendo la sala de espera y salió a la noche. Volvía a llover, pero no le importó. Si sus conjeturas eran ciertas, AmeriCare era todavía más amoral y venal de lo que había imaginado. Se alegró de que Laurie estuviera en la UCPA y no en cualquiera de las plantas destinadas a los pacientes.

Al llegar a la Primera Avenida, giró hacia el sur. Parpadeaba mientras caminaba bajo la lluvia, y notaba las gotas corriéndole por el rostro. Tenía una idea bastante clara de dónde había sacado Laurie el «MEF2A positivo». Tenía que encontrarlo si quería presentarlo como argumento irrebatible, de modo que decidió concederse quince minutos para buscarlo en el despacho de Laurie. Si al cabo de ese tiempo no tenía éxito, volvería al Manhattan General. Si aquella valquiria no lo dejaba entrar en la UCPA, se conformaría con acampar ante su puerta.


Laurie se despertó sobresaltada. El hecho de que se hubiera dormido a pesar de la angustia la asustó tanto como el ruido que la había arrancado del sueño. Eran Jazz y Elizabeth, que acababan de irrumpir en la habitación hablando de otro paciente. Jazz se le acercó por la derecha mientras que Elizabeth rodeó la cama hasta situarse al otro lado.

Haciendo un esfuerzo, Laurie se incorporó. Mientras dormía se había deslizado de lado hasta acabar apoyando el hombro en la barandilla. Miró a las dos mujeres fijamente. Notaba un sordo dolor en el bajo vientre, y tenía la boca seca. En la UCPA le habían dado trocitos de hielo; pero, en la habitación, nada.

– ¡Cielos! -exclamó Jazz mirándola-. Si hubiéramos sabido que se había dormido nos habríamos ahorrado algunos problemas.

– ¿Ha hablado con mi médico? -quiso saber Laurie.

– Digamos que he hablado con el doctor José Cabero -contestó Jazz-, que resulta que está accesible; no como su doctora Riley, que sin duda está durmiendo.

Laurie notó que el pulso se le aceleraba. También recordaba el nombre del médico por haberlo leído en las listas de Roger. De hecho, había leído el expediente del sujeto y se había enterado de sus demandas por negligencia y de sus problemas con las adicciones. De ningún modo deseaba caer en manos de aquel anestesista.

– El doctor se enfadó mucho cuando supo la que estaba organizando usted -prosiguió Jazz-, y me dijo de forma inequívoca que el análisis de coagulación que había ordenado debía hacerse como fuera. También le molestaron mucho sus amenazas de arrancarse la vía intravenosa y de salir de la cama con sonda incluida.

– ¡No me importa lo que opine el doctor Cabero! -espetó Laurie-. Usted me dijo que iba a llamar a mi médico. Quiero hablar con la doctora Riley.

– Debo corregirla -contestó Jazz alzando el dedo índice-. Dije que llamaría a un médico, no a su médico. Debo recordarle que el Departamento de Anestesia se considera todavía responsable de usted. Técnicamente, se encuentra en período postanestésico.

– Quiero a mi médico -gruñó Laurie apretando fuerte los dientes.

– ¡Caramba, menuda fiera!, ¿eh? -comentó Jazz a su compañera, que asintió y sonrió. A continuación, miró a Laurie y dijo-: Ya que casi son las cuatro de la mañana, verá cumplido su deseo dentro de pocas horas. Entretanto, tenemos intención de seguir al pie de la letra las instrucciones que el doctor Cabero ha sido tan amable de comunicarnos para su propia protección. -Dicho lo cual, hizo un gesto a Elizabeth.

Laurie empezó a repetir lo que opinaba del doctor Cabero; pero, antes de que pudiera acabar la frase, las dos enfermeras la sujetaron por los brazos inmovilizándola en la cama. Sorprendida por aquella inesperada agresión, Laurie luchó por liberarse; sin embargo, el dolor de la operación unido a la fuerza de las dos mujeres anuló toda resistencia. Lo siguiente que supo fue que tenía las muñecas atadas con tiras de Velero sujetas bajo el colchón. Todo había sucedido tan deprisa que estaba aturdida.

– ¡Ya está! ¡Misión cumplida! -dijo Jazz a su compañera irguiéndose-. Ahora podemos estar tranquilas de que la vía intravenosa se quedará donde está y que nuestra rebelde paciente no se esfumará.

– ¡Esto es un atropello! -farfulló Laurie, que tiró frenéticamente de las ataduras consiguiendo únicamente mover las barandillas. Las ligaduras aguantaron sin inmutarse.

– El doctor Cabero no piensa igual -dijo Jazz con una sonrisa-. En su opinión, el estrés de las intervenciones puede desorientar a ciertos pacientes que necesitan que los protejan de sí mismos. Al mismo tiempo, le preocupaba que usted pudiera haberse molestado, de modo que ha ordenado que le administremos un potente sedante de efectos inmediatos. -Sacó del bolsillo una jeringa cuyo contenido ya estaba listo para ser inyectado. Le quitó la caperuza con los dientes y la puso contra la luz mientras le daba unos golpecitos con el dedo.

– ¡No quiero ningún sedante! -chilló Laurie intentando nuevamente liberarse.

– Esa es precisamente la clase de respuesta que el sedante pretende evitar -dijo Jazz-. Elizabeth, ¿te importaría sujetar el brazo de la señorita Montgomery mientras yo hago los honores?

Con una sonrisa parecida a la de su compañera, Elizabeth agarró a Laurie por los hombros y aplicó su considerable peso sobre ellos. Laurie intentó revolverse, pero sin éxito. Notó en el brazo el frío contacto del algodón empapado de alcohol seguido de un pinchazo y un agudo dolor. Acto seguido, Jazz se incorporó y volvió a tapar la jeringa con la caperuza.

– ¡Que duerma bien! -dijo despidiéndose con un gesto de la mano y saliendo con su compañera.

Un gemido de indefensión se escapó de los labios de Laurie mientras se relajaba en la almohada. Antes, bajo los efectos del dolor y de los medicamentos que le habían administrado, había creído imposible sentirse más desamparada; pero se había equivocado. En esos momentos se hallaba maniatada igual que una víctima dispuesta para el sacrificio. Ignoraba qué le habían inyectado. Por lo que sabía, bien podía tratarse de un veneno que hacía inútil toda resistencia. Si era el sedante que había dicho Jazz, no tardaría en ser aún más vulnerable.


A pesar de que Jack se encontraba en buena forma física gracias a sus partidos de baloncesto y a la bicicleta, cuando llegó a los ascensores de Medicina Legal estaba sin aliento. Oyó a Carl Novak llamándolo por su nombre al pasar ante su garita, pero no se detuvo. Tampoco vio a nadie en el despacho del depósito. Presionó varias veces el botón de llamada del ascensor, como si así pudiera acelerar su llegada.

Mientras esperaba, pensó en qué podía haber hecho Laurie con el CD que había copiado en la oficina de Roger. Sin duda había sido de allí de donde ella había conseguido la información sobre el MEF2A. El ascensor llegó y Jack saltó a su interior. El CD no había estado junto a las listas ni a los historiales, y él tampoco lo había visto en la mesa ni en los cajones de Laurie. El único sitio donde no había buscado había sido en el archivador de cuatro pisos. Miró la hora. Eran las cuatro y cinco. Llevaba más de tres horas fuera del Manhattan General, lo cual era el límite de lo que consideraba aceptable. Tal como había decidido, se concedería quince minutos para localizar el CD.

El ascensor se detuvo con una sacudida y sus puertas tardaron en abrirse lo que a Jack le pareció una eternidad. Impaciente, las golpeó con el puño hasta que finalmente se abrieron a su debido tiempo, y él salió corriendo al oscuro pasillo. Igual que en las películas de dibujos animados, estuvo a punto de pasar de largo el despacho de Laurie por culpa de lo deprisa que iba, y tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no resbalar en el encerado suelo. Una vez dentro, empezó por el cajón superior del archivador.

Tras cinco minutos de infructuosa búsqueda, cerró el de abajo y se levantó. Se rascó la cabeza mientras se preguntaba dónde demonios podía estar el maldito CD. Miró el escritorio de Riva, pero descartó semejante posibilidad porque no había motivo para que Laurie lo hubiera guardado allí. Una alternativa más verosímil era que él lo hubiese pasado por alto al examinar la mesa de Laurie, de modo que se sentó y revisó los cajones una vez más siendo especialmente exhaustivo, convencido de que el disco tenía que hallarse en alguna parte.

Jack volvió a incorporarse tras registrar el último cajón.

– ¡Maldición! -exclamó en voz alta.

Miró el reloj. Le quedaban cinco minutos del tiempo que se había concedido. Mientras escudriñaba la superficie de la mesa pensando en revisar los historiales por si el disco se había deslizado entre ellos, vio por el rabillo del ojo una pequeña luz amarilla en el marco de la pantalla del ordenador. Aunque la pantalla estaba a oscuras, indicaba que el ordenador estaba conectado.

Con el índice derecho presionó una de las teclas. La pantalla se iluminó al instante, y Jack se vio contemplando una página del historial de Stephen Lewis con una lista de todos los análisis del laboratorio. La letra era diminuta, y tuvo que recurrir a las gafas de lectura que llevaba escondidas. Con ellas pudo leer lo que ponía, y sus ojos descendieron por la columna del lado izquierdo de la página. Al final llegó al MFUMP y, recorriendo horizontalmente con el dedo, halló: «MEF2A positivo».

Meneando la cabeza por su estupidez al no haber comprobado que el disco estuviera en el ordenador, Jack cogió el ratón y examinó durante varios minutos las fichas de los distintos casos de Laurie. Lo que descubrió no le sorprendió. Todos los pacientes del St. Francis y del Manhattan General habían dado positivo en la prueba MFUMP para el marcador de algún gen mutado. Algunos, los reconoció; otros, no. Al repasar el historial de Darlene Morgan, sintió un escalofrío de alarma. ¡Su prueba había dado positivo para el gen BRCA-1!

Como si lo impulsara un cohete, Jack se puso en pie de un salto, salió a toda prisa del despacho de Laurie y corrió por el pasillo hasta el ascensor. Mientras bajaba, buscó el móvil en los bolsillos de su abrigo. Miró el reloj. Eran las cuatro y dieciséis. Rápidamente marcó el número del Manhattan General, pero no intentó activar la llamada. No tenía señal.

Tan pronto se abrieron las puertas del sótano Jack corrió todo el pasillo pasando por segunda vez, pero en dirección opuesta, ante un sorprendido Carl Novak. De nuevo, hizo caso omiso del guardia. Tenía el móvil pegado a la oreja tras haber apretado el botón de activar la llamada nada más salir de la cabina. La telefonista del hospital contestó justo cuando Jack saltaba a la acera desde la plataforma de carga y descarga. Tras identificarse como médico y sin aminorar el paso, pidió casi sin aliento que le pasaran con la UCPA. Lo que deseaba era asegurarse de que no trasladaban a Laurie antes de que la doctora Riley hiciera su ronda matinal.

El teléfono de la UCPA respondió en el instante en que Jack llegaba a la Primera Avenida. Reconoció la autoritaria voz de la enfermera jefe y se detuvo. No llovía con la intensidad que lo había hecho un cuarto de hora antes, cuando había llegado a Medicina Legal, pero seguía chispeando lo bastante para que tuviera que proteger el móvil con la mano. Ante él, los relativamente infrecuentes coches corrían hacia el norte.

Entre jadeo y jadeo, Jack se identificó ante Thea.

– Espere un segundo -dijo la enfermera. A través del teléfono, Jack oyó que daba voces para que determinado paciente fuera instalado en determinada cama. Luego, Thea volvió a ponerse-. Lo siento. Estamos un tanto ocupados. ¿Qué puedo hacer por usted, doctor Stapleton?

– No quisiera ser una molestia -dijo, y mientras hablaba empezó a buscar un taxi, pero no vio ninguno-, pero quería comprobar la situación de Laurie Montgomery. -Por fin vio uno a lo lejos, con su luz de «libre» encendida. Se disponía a bajar de la acera y a hacerle señales cuando Thea lo dejó boquiabierto con su respuesta.

– Aquí no tenemos a ninguna Laurie Montgomery.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Jack, sobresaltado-. Está en una de las camas del fondo. Yo he estado ahí esta noche. Usted incluso me comentó que ella era un encanto.

– ¡Ah! ¡Esa Laurie Montgomery! Le pido disculpas. Durante las últimas horas nos ha llegado una avalancha de gente, víctimas de un accidente. Laurie Montgomery fue trasladada de la UCPA. Estaba evolucionando positivamente, y nosotros necesitábamos su cama.

Jack notó la boca seca.

– ¿Cuándo fue eso?

– Justo después del aviso de desastre de la supervisora. Yo diría que alrededor de las dos y cuarto.

– Yo les dejé el número de mi móvil -farfulló Jack-. Se suponía que debían avisarme si se producía algún cambio en su situación.

– Es que no se produjo ningún cambio. Sus constantes eran firmes como una roca. No la habría dejado marchar si hubiera existido el más mínimo problema. ¡Puede creerme!

– ¿Y adónde la han llevado? -consiguió articular Jack, intentando disimular desesperadamente la furia de su voz-; ¿a Cuidados Intensivos?

– No. No necesitaba estar en Cuidados Intensivos. Además, allí también estaban al completo. La llevaron a la habitación 509, en la planta de cirugía.

Jack cerró el móvil de golpe y escudriñó desesperadamente la oscura, vacía y húmeda avenida. El taxi que había visto antes había desaparecido durante su chocante y ominosa conversación con Thea Papparis. La idea de que Laurie llevara más de dos horas fuera de la UCPA en su delicado estado mientras él se dedicaba a sus estúpidas averiguaciones le resultaba demasiado desagradable de contemplar. La pregunta «¿En qué demonios estabas pensando?» resonaba en su mente como el restallido de unos platillos. Dominado por el pánico, echó a correr hacia el norte por la Primera Avenida, indiferente a los charcos que parecían pozos de negro petróleo. Sabía que tardaría demasiado en llegar corriendo al Manhattan General, pero también sabía que no podía quedarse allí.

Загрузка...