Capítulo V



Relato de Angela Warren


Querido

monsieur

Poirot:

Cumplo la promesa que le hice y hago constar por escrito todo lo que recuerdo de aquellos terribles días de hace dieciséis años. Pero sólo fue al empezar a hacerlo cuando me di cuenta de cuan poco recordaba en realidad.

Hasta que la cosa llegó a suceder, no hay nada que pudiera servir para fijar los recuerdos.

Recuerdo vagamente días veraniegos... e incidentes aislados... pero no podría asegurar siquiera en qué verano ocurrieron. La muerte de Amyas fue un rayo caído del cielo. Para mí, ocurría sin previo aviso, parece como si se me hubiera pasado por alto todo lo que a su muerte condujo.

He estado intentando pensar si era de esperar o no. ¿Son la mayoría de las muchachas de quince años tan ciegas, sordas y obtusas como parezco haberlo sido yo? Tal vez sí. Era yo rápida en juzgar el humor de las personas; pero nunca me molesté en pensar a qué podían obedecer los mismos.

Además, por aquella época, acababa de empezar a descubrir la intoxicación de las palabras. Cosas que había leído, trozos de poesía, de Shakespeare, repercutían en mi cabeza. Recuerdo ahora que bajaba por el sendero del huerto repitiendo para mis adentros, en una especie de delirio de éxtasis: «...bajo la onda verdosa, vítrea y traslúcida...» Me resultaba tan precioso que no hacía más que repetirlo.

Y mezclados con estos nuevos descubrimientos y emociones, estaban todas las cosas que me habían gustado desde que yo recuerde. Nadar y gatear por los árboles; comer fruta y hacerle jugarretas al mozo de cuadra y dar de comer a los caballos.

Daba por sentada la existencia de Carolina y Amyas. Eran las figuras centrales de mi mundo; pero jamás pensaba en ellos, ni en sus asuntos, ni en lo que pudieran pensar ni sentir.

No presté atención a la llegada de Elsa Greer. Me pareció estúpida, y ni siquiera la creí guapa. La acepté como persona, guapa pero un tanto pesada, a quien Amyas estaba pintando.

En realidad, la primera noticia que tuve yo de todo el asunto fue lo que oí desde la terraza adonde había escapado después de comer un día. ¡Elsa dijo que iba a casarse con Amyas! Me pareció absurdo. Recuerdo que le hablé a Amyas del asunto. Fue en el jardín de Handercross. Le dije:

—¿Por qué dice Elsa que se va a casar contigo? No puede. Nadie puede tener dos mujeres: es bigamia y los meten en la cárcel.

Amyas se enfadó mucho y dijo:

—¿Cómo diablos te enteraste tú de eso?

Le dije que lo había oído por la ventana de la biblioteca.

Se enfureció más que nunca entonces y dijo que iba siendo hora de que me fuera a un colegio y perdiera la costumbre de escuchar conversaciones ajenas.

Aún recuerdo el resentimiento que experimenté cuando dijo él eso. Porque era tan injusto. Completa y absolutamente injusto.

Farfullé, con ira, que yo no había estado escuchando, y de todas formas, dije: ¿Por qué había dicho Elsa una estupidez como ésa?

Amyas dijo que había sido una broma sin importancia, nada más.

Eso debiera de haberme dejado satisfecha. Y lo consiguió casi. Pero no del todo.

Le dije a Elsa, cuando íbamos camino de regreso:

—Le pregunté a Amyas qué querías decir cuando aseguraste que te ibas a casar con él, y él me dijo que sólo había sido una broma.

Me pareció que con eso le bajaría un poco los humos; pero ella se limitó a sonreír.

—No me gustó esa sonrisa suya. Subí al cuarto de Carolina. Era cuando se estaba vistiendo para comer. Le pregunté entonces, sin rodeos, si le era posible a Amyas casarse con Elsa.

Recuerdo la contestación de Carolina como si la estuviera escuchando en este instante. Debió de hablar con mucho énfasis.

—Amyas sólo se casará con Elsa después de haberme muerto yo —dijo.

Eso me tranquilizó por completo. La muerte parecía muy lejos de todos nosotros. No obstante, seguía muy resentida con Amyas por lo que había dicho aquella tarde, y me metí violentamente con él durante toda la cena. Recuerdo que tuvimos una bronca bastante seria y que yo salí corriendo del comedor, subí a mi cuarto, y me quedé dormida a fuerza de berrear.

Es muy confuso el concepto que tengo de lo ocurrido en casa de Meredith Blake. Aunque sí recuerdo que leyó en voz alta el pasaje del Fedon en que se describe la muerte de Sócrates. Nunca lo había oído hasta entonces. Me pareció que era la cosa más hermosa que había escuchado en mi vida. Recuerdo eso, pero no recuerdo cuándo fue. Que yo recuerde ahora, puede haber sido cualquier día de aquel verano.

No recuerdo nada de lo que sucedió a la mañana siguiente, aunque he pensado y pensado hasta hartarme. Tengo una vaga idea de que debí ir a bañarme y creo que recuerdo que me hicieron coser algo.

Pero todo parece muy nebuloso hasta el momento en que Meredith subió por el camino a la terraza, con la cara muy gris y rara. Recuerdo que una taza de café cayó al suelo y se rompió; eso lo hizo Elsa. Y recuerdo que echó a correr como una desesperada camino abajo... así como recuerdo la expresión terrible de su semblante.

Me puse a repetir para mis adentros: «Amyas ha muerto.» Pero no parecía verosímil.

Recuerdo la llegada del doctor Faussett y la seriedad que reflejaba su semblante. La señorita Williams estaba ocupada cuidando a Carolina. Yo vagué por ahí algo desolada, estorbando a todo el mundo. Experimentaba una sensación muy desagradable. No me querían dejar ir a ver a Amyas. Pero más tarde llegó la policía y anotó cosas en libros y por fin subieron el cuerpo de Amyas en una camilla, cubierto con una sábana.

La señorita Williams me llevó al cuarto de Carolina más tarde. Carolina estaba en el sofá. Parecía muy pálida y enferma.

Me besó y me dijo que quería que me marchase tan pronto como fuera posible, y que todo era horrible, pero que no debiera preocuparme ni pensar en ello, si podía evitarlo. Debía reunirme con Carla en casa de lady Tressilian, porque aquella casa había que conservarla tan vacía como fuera posible.

Me abracé a Carolina y dije que no quería marcharme. Quería quedarme con ella. Ella me contestó que ya lo sabía; pero que era mejor que me marchase y que con ello le quitaría a ella muchas preocupaciones de encima.

Yla señorita Williams intervino y dijo:

—La mejor manera de que ayudes a tu hermana, Ángela, es que hagas lo que ella te pide sin poner dificultades.

Conque contesté que haría lo que Carolina quisiese. Y Carolina dijo: «Así quiero que seas, queridísima Ángela.»

Yme abrazó, y me dije que no había por qué preocupar se, y que hablara y pensara de ello lo menos posible.

Tuve que bajar y hablar con un superintendente de la policía. Fue muy bondadoso, y me preguntó cuándo había visto a Amyas por última vez y la mar de otras cosas que me parecieron sin pies ni cabeza entonces, pero que, claro está, comprendo perfectamente ahora. Se aseguró de que nada podía decirle yo que no se lo hubiese dicho ya alguno de los otros. Conque le dijo a la señorita Williams que no veía razón para impedirme que marchara a Ferrilby Grange, la casa de lady Tresillian.

Fui allí, y Lady Tresillian fue muy bondadosa para conmigo. Pero, claro, pronto tuve que saber la verdad. Detuvieron a Carolina casi inmediatamente. Me horroricé tanto y quedé tan estupefacta que me puse bastante enferma.

Supe después que Carolina estaba la mar de preocupada por mí. Fue a instancias suyas como se me sacó de Inglaterra antes de que se viera la causa. Pero eso se lo he contado ya a usted.

Como verá, lo que tengo que contar es bien poca cosa. Desde que hablé con usted, he repasado lo poco que recuerdo concienzudamente, devanándome los sesos para recordar nada que pudiera denotar culpabilidad. El frenesí de Elena, el semblante preocupado y gris de Meredith, el dolor y la furia de Felipe... todo ello parecía bastante natural. Supongo, sin embargo, que alguien puede haber estado desempeñando un papel, ¿verdad?

Yo sólo sé una cosa: Carolina no lo hizo.

Estoy completamente segura de eso y siempre lo estaré; pero no tengo prueba alguna que ofrecer de ello, salvo mi propio conocimiento de su carácter.


Fin del relato de Ángela Warren

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