Capítulo V



Final

En el silencio que siguió, un silencio de horror, de espanto, el sol se retiró lentamente, abandonando la ventana el último rayo que había iluminado la oscura cabeza y las pálidas pieles de la mujer allí sentada.

Elsa Dittisham se movió y habló. Dijo:

—Llévatelos de aquí, Meredith. Déjame sola con monsieur Poirot.

Permaneció sentada, inmóvil, hasta que la puerta se cerró tras ellos. Luego dijo:

—Es usted muy listo, ¿verdad?

Poirot no respondió.

Dijo ella:

—¿Qué espera usted que haga? ¿Confesar?

Él negó con la cabeza.

Elsa dijo:

—¡Porque no pienso hacer cosa que se le parezca! Y no diré la verdad de nada. Pero lo que digamos aquí juntos, no importa. Porque sólo se tratará, después, de la palabra de usted contra la mía.

—Justo.

—Quiero saber lo que piensa hacer usted.

Contestó Poirot:

—Haré todo lo posible por inducir a las autoridades a que absuelvan póstumamente a Carolina Crale.

Elsa se echó a reír. Dijo:

—¡Cuán absurdo! ¡Ser perdonada por lo que una no ha hecho nunca! ¿Y yo?

—Daré a conocer mis conclusiones a la gente que proceda. Si ésa decide que existe la posibilidad de obtener orden de procesamiento, tal vez dé los pasos necesarios. Le diré a usted que, en mi opinión, no hay pruebas suficientes... sólo hay deducciones, no hechos. Por añadidura, no tendrán muchas ganas de proceder contra una persona de su posición social a menos que haya abundante justificación para hacerlo.

Dijo Elsa:

—Me daría igual. Si me hallara en el banquillo, luchando por defender mi vida... pudiera haber en la situación algo... algo vivo... emocionante. Quizá gozara de encontrarme en ese caso.

—No gozaría su esposo.

Ella le miró con fijeza.

—¿Usted cree que me importa a mí un comino lo que mi esposo pudiera sentir?

—No, no lo creo. No creo que le haya importado a usted nunca lo que haya podido sentir otra persona. De lo contrario, hubiera sido usted más feliz.

Preguntó ella con viveza:

—¿Por qué me compadece?

—Porque, hija mía, tiene usted mucho que aprender.

—¿Qué tengo que aprender yo?

—Todas las emociones de las personas mayores... la compasión, la simpatía, la comprensión. Las únicas cosas que usted conoce... que ha conocido jamás son el amor y el odio.

Dijo Elsa:

—Vi a Carolina coger el veneno. Creí que pensaba suicidarse. Eso hubiera simplificado las cosas. Y luego, a la mañana siguiente, descubrí la verdad. Le dijo que yo no le importaba un comino... sí que le había importado, pero había pasado ya. En cuanto terminara el cuadro, me despediría. Ella no tenía por qué preocuparse, le dijo.

»Y ella... me compadeció... ¿Comprende usted el efecto que eso me hizo? Encontré el veneno y se lo di y le vi morir, sentada en las almenas. Jamás me he sentido más llena de vida, más triunfante, más llena de poder. Le vi morir... Le vi morir...

Extendió las manos bruscamente.

—No comprendí que me estaba matando a mí misma... no a él. Más tarde, la vi a ella cogida en una trampa... y de nada sirvió tampoco. Yo no podía hacerle daño... a ella no le importaba... escapó de todo ello... la mitad del tiempo no estaba en el mismo sitio que su cuerpo. Ella y Amyas... los dos escaparon... Marcharon a donde yo no podía alcanzarlos. Pero no murieron. Fui yo quien murió.

Elsa Dittisham se puso en pie. Cruzó hacia la puerta. Dijo otra vez:

Morí...

—Morí...

En el vestíbulo pasó junto a dos jóvenes cuya vida estaba empezando.

El conductor abrió la portezuela del automóvil. Lady Dittisham subió y se sentó, y el conductor le abrigó las piernas con una manta de pieles.

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