Capítulo I
Conclusiones
Carla Lemarchant alzó la mirada. Tenía los ojos llenos de fatiga y dolor. Se apartó el cabello de la frente con gesto de cansancio. Dijo:
—¡Es tan desconcertante todo esto! —tocó el montón de manuscritos—. Porque ¡el punto de vista es diferente cada vez! Todos ven a mi madre de una manera distinta, pero los hechos son los mismos. Todos están de acuerdo en lo que a los hechos se refiere.
—¿Le ha desanimado el leerlos?
—Sí; ¿no le ha desanimado a usted?
—No; he encontrado esos documentos de gran valor... y muy informativos.
Poirot hablaba lenta y pensativamente.
Dijo Carla:
—¡Ojalá no los hubiese leído nunca!
Poirot la miró.
—¡Ah...! ¿Conque le producen ese efecto?
Carla dijo con amargura:
—Todos creen que lo hizo ella, todos ellos, menos tía Ángela, y lo que ella piensa no puede ser tenido en cuenta. No tiene razón alguna para creerlo. Es una de esas personas leales a las que nada ni nadie puede hacer flaquear en su lealtad. Se limita a seguir diciendo: «Carolina no puede haberlo hecho.»
—¿Ésa es su impresión?
—¿Qué otra impresión puede producirme? Me he dado cuenta de que, si mi madre no lo hizo, una de estas cinco personas tiene que haberlo hecho. Hasta he tenido mis teorías en lo que se refiere al porqué.
—¡Ah! ¡Eso es interesante! Démelas a conocer.
—¡Oh!, sólo eran teorías. Felipe Blake, por ejemplo. Es agente de Banca y Bolsa; era el mejor amigo de mi padre... probablemente mi padre se fiaba de él. Y los artistas suelen ser despreocupados en cuestiones de dinero. Tal vez se encontraba Felipe Blake en un apuro y usara el dinero de mi padre. Puede haber conseguido que mi padre firmara algo. Luego puede haber estado a punto de descubrirse todo... y sólo la muerte de mi padre podía salvarle. Ésa es una de las cosas que se me ocurrieron.
—No está mal ingeniado desde luego, ni mucho menos. ¿Qué más?
—Tenemos a Elsa... Felipe Blake dice aquí que tenía demasiada inteligencia, o que era demasiado sensata para andar con venenos; pero yo no creo eso ni mucho menos. Supóngase que mi madre hubiera ido a ella y le hubiese dicho que se negaría a divorciarse de mi padre... que nada la induciría a divorciarse. Podrá usted decir lo que quiera, pero yo opino que Elsa tenía mentalidad burguesa... quería estar casada decentemente. Creo que en tal caso Elsa hubiera sido muy capaz de robar el veneno... tuvo tan buena ocasión como los demás aquella tarde... y pudo haber intentado quitar a mi madre del paso envenenándola. Yo creo que eso estaría muy en carácter con ella. Luego, posiblemente, gracias a un accidente, Amyas recibió el veneno en lugar de Carolina.
—Tampoco está mal pensado eso. ¿Qué más?
Carla dijo lentamente:
—Bueno, pues creí... tal vez... ¡Meredith!
—¡Ah...! ¡Meredith Blake?
—Sí. A mí me parece una de esas personas capaces de cometer un asesinato. Quiero decir que era uno de esos hombres indecisos, del que todos se reían y quizás, en el fondo, estaba resentido por ello. Después, mi padre se casó con la muchacha con la que él hubiera querido casarse. Y mi padre era un hombre rico y que había triunfado. Y no se puede negar que preparaba él venenos... Tal vez lo hiciera porque le gustaba la idea de poder matar a alguien algún día. Tenía que llamar la atención hacia el hecho de que le habían robado el veneno para alejar de sí toda sospecha. Pero era mucho más probable que fuera él mismo quien lo hubiese cogido. Hasta es posible que le gustara la idea de hacer ahorcar a Carolina... porque ella le había rechazado por otro, años antes. Se me antoja, ¿sabe?, que es la mar de sospechosa su manera de contar lo sucedido... eso de que la gente hace cosas que no están en consonancia con su carácter. ¿Y si se refiriera a sí mismo al decir eso?
Dijo Hércules Poirot:
—En una cosa tiene usted razón, por lo menos: en no aceptar lo escrito como un relato verídico necesariamente. Lo que se ha escrito puede haberse escrito con la intención de despistar.
—Oh, ya lo sé. He tenido eso en cuenta.
—¿Tiene alguna otra idea?
—Pensaba... antes de leer esto... en la señorita Williams. Perdió su colocación, ¿comprende?, cuando Ángela fue al colegio. Y si Amyas hubiese muerto de repente, Ángela no hubiera ido, probablemente después de todo. Quiero decir si la cosa hubiera pasado por ser una muerte natural... lo que no hubiese sido difícil si Meredith no hubiera echado de menos la conicina. He leído una descripción de la conicina y sus características. El cadáver no presenta señales que distingan el uso del veneno. Hubiera podido pasar por insolación. Ya sé que el perder una colocación no parece como motivo suficiente para cometer un asesinato. Pero muchos asesinatos se han cometido por razones que parecen absurdamente inadecuadas. Por ínfimas cantidades de dinero a veces. Y una institutriz de edad madura tal vez incompetente, puede haberse asustado y no haber visto claro el porvenir.
»Como digo eso es lo que pensé antes de leer esto. Pero la señorita Williams no parece así ni mucho menos. No fue incompetente...
—Ni lo es. Sigue siendo una mujer muy eficiente e inteligente.
—Ya lo sé. Eso se ve. Y parece de absoluta confianza también. Eso es lo que me ha contrariado en realidad. Oh, usted sabe... usted comprende. A usted no le importa, claro está. Desde el primer momento ha dicho usted bien claro que era la verdad lo que deseaba saber. ¡Supongo que ahora conocemos la verdad! La señorita Williams tiene muchísima razón. Una ha de aceptar la verdad. Nada se adelanta basando la vida en una mentira porque se trata de algo que quiere una creer. Está bien, pues... ¡tengo valor para aceptar los hechos! ¡Mi madre no era inocente! Me escribió esa carta porque se sentía débil y desgraciada y quería ahorrarme ese sufrimiento. Yo no la juzgo. Tal vez sentiría yo lo mismo en su caso. No sé el efecto que produce estar en la cárcel. Y no la culpo tampoco... Si quería tanto a mi padre, supongo que no pudo remediarlo. Pero no culpo a mi padre de todo tampoco. Comprendo... un poquito... lo que sentía él. Tan lleno de vida... deseándolo tanto todo... No lo podía remediar... nació así. Y era un gran pintor. Creo que eso excusa muchas cosas.
Volvió su rostro encendido y excitado hacia Hércules Poirot, con la barbilla alzada en desafío.
Hércules Poirot preguntó:
—Conque..., ¿está usted satisfecha?
—¿Satisfecha? —exclamó Carla Lemarchant.
Y su voz se quebró al pronunciar la palabra.
Poirot se inclinó hacia delante y le dio unos golpecitos paternales en el hombro.
—Escuche —dijo—; renuncia usted a la lucha en el momento en que más vale la pena librarla. En el momento en que yo, Hércules Poirot, tengo una idea bastante aproximada de lo que sucedió.
Carla le miró con asombro. Dijo:
—La señorita Williams amaba a mi madre. Ella la vio... con sus propios ojos... falseando pruebas para que pareciese suicidio. Si usted cree lo que ella dice...
Hércules Poirot se puso en pie. Dijo:
—Mademoiselle, Cecilia Williams dice que vio a su madre poner las huellas de Amyas Crale en la botella de cerveza... en la botella, fíjese bien... Ésa es la única cosa que necesito para saber definitivamente, de una vez para siempre, que su madre no mató a su marido.
Movió la cabeza afirmativamente varias veces y salió del cuarto, dejando a Carla boquiabierta.