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—¿Bien?

Elsa Dittisham lo preguntó con avidez, como una criatura.

—Deseo hacerle una pregunta, madame.

—Diga.

—Cuando hubo terminado todo... la vista de la causa quiero decir..., ¿le pidió Meredith Blake que se casara usted con él?

Elsa le miró con fijeza. Parecía desdeñosa, casi hastiada.

—Sí... , ¿por qué?

—¿Le sorprendió?

—¿Me sorprendió? No lo recuerdo.

—¿Qué dijo usted?

Elsa se echó a reír. Contestó:

—¿Qué cree usted que dije? Después de Amyas... ¿Meredith? ¡Hubiera sido absurdo! Fue una estupidez por su parte. Siempre fue algo estúpido. Sonrió de pronto.

—Quería..., ¿sabe...?, «velar por mí...», ¡así dijo! Creyó, como los demás, que la comparecencia ante el tribunal había sido una dura prueba para mí. ¡Y los periodistas! ¡Y la muchedumbre que me silbaba! Y todo el cieno que me echaron encima. Quedó concentrada unos instantes. Luego agregó: —¡Pobre Meredith! ¡Qué atontado más grande! Y volvió a reír.

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