Capítulo IV



La verdad

Angela Warren se volvió lentamente. Su mirada, dura y desdeñosa, se paseó por los rostros vueltos hacia ella. Dijo:

—Son ciegos e imbéciles... todos ustedes. ¿No comprenden que si lo hubiera hecho yo, hubiese confesado la verdad? ¡Jamás hubiera consentido que Carolina sufriera las consecuencias de mis actos! ¡Jamás!

Dijo Poirot:

—Pero sí que tocó usted la cerveza.

—¿Yo? ¿Tocar la cerveza?

Poirot se volvió a Meredith Blake.

—Escuche, monsieur. En el relato que hace usted aquí de lo sucedido, describe haber oído ruido en este cuarto, que se encuentra debajo de su alcoba en la mañana del crimen.

Blake asintió con un movimiento de cabeza.

—Pero sólo era un gato.

—¿Cómo sabe usted que era un gato?

—No... no lo recuerdo. Pero sé que era un gato. Estoy completamente seguro de que era un gato. La ventana estaba abierta lo bastante, justamente para dar paso a un gato.

—Pero no estaba fija en esa posición. La ventana se mueve con facilidad. Podía haber sido alzada más para que entrara y saliera un ser humano.

—Sí; pero sé que fue un gato.

—¿Usted no vio a un gato?

Blake dijo, perplejo y con ansiedad:

—No; no lo vi... —hizo una pausa, frunciendo el entrecejo—. Y, no obstante, lo sé.

—Le diré por qué lo sabe, dentro de unos instantes. Entretanto, le expondré una teoría. Alguien pudo haberse acercado a la casa aquella mañana, entrado en el laboratorio, tomado algo de un estante y marcharse sin que usted le viera. Ahora bien, si ese alguien había venido de Alderbury, no podía haber sido Felipe Blake, ni Elsa Greer, ni Amyas Crale, ni Carolina Crale. Sabemos perfectamente lo que estaban haciendo esos cuatro. Así, sólo nos quedan Ángela Warren y la señorita Williams. La señorita Williams estuvo aquí... usted mismo la encontró al salir. Le dijo entonces que andaba buscando a Ángela. Ángela había salido temprano a bañarse, pero la señorita Williams no la vio en el agua ni en las rocas. Podía cruzar a nado a esta orilla sin dificultad... es más, lo hizo más tarde aquella mañana cuando se bañaba en compañía de Felipe Blake. Sugiero que cruzó la caleta, se acercó a la casa, se metió por la ventana y se llevó algo del estante.

Angela Warren dijo:

—No hice tal cosa... no... por lo menos...

— ¡Ah! —Poirot dio un grito de triunfo—. ¡Se ha acordado usted! Me dijo ¿no es cierto?, que para gastarle una broma a Amyas Crale había robado usted lo que llamaba «hierba de gato...», así lo expresó...

Meredith dijo con viveza:

—Valeriana, claro está.

—Justo. Eso fue lo que le hizo sentirse a usted tan seguro de que había estado un gato en el cuarto. Tiene usted un olfato muy fino. Olió el leve y desagradable olor de la valeriana sin darse cuenta, quizá, de que lo hacía... pero ello le sugirió subconscientemente un gato. A los gatos les gusta con delirio la valeriana y son capaces de ir a cualquier parte en su busca. La valeriana tiene un gusto especialmente desagradable y fue la descripción que de ella hizo el día antes lo que indujo a la traviesa Ángela a pensar en introducir valeriana en la cerveza de su cuñado, que ella sabía se bebería, como de costumbre, de un trago.

Ángela Warren murmuró:

—¿Fue ese día de verdad? Recuerdo perfectamente haberlo cogido. Sí; recuerdo haber sacado la cerveza y que Carolina entró y casi me pilló en el acto. Claro que lo recuerdo... Pero no se me había ocurrido nunca relacionarlo con aquel día.

—Claro que no... porque no existía relación alguna entre las dos cosas en su pensamiento. Los dos acontecimientos eran completamente distintos para usted. Uno de ellos era una travesura suya más... el otro fue una tragedia algo así como si hubiese estallado una bomba sin previo aviso, cosa que logró desterrar todos los sucesos de menos importancia de su mente. Pero yo noté cuando habló usted de ella que dijo: «Robé, etcétera, etcétera, para introducirlo en la bebida de Amyas.» Usted no dijo que hubiese llegado a hacerlo.

—No, porque no lo llegué a hacer. Carolina entró en el preciso momento en que iba a destapar la botella. ¡Oh! (Esto fue casi un grito.) Y Carolina pensó... ¡pensó que había sido yo!

Calló. Miró a su alrededor. Dijo con voz serena habitual:

—Supongo que todos ustedes lo creen también.

Hizo una pausa y agregó:

—Yo no maté a Amyas. Ni como resultado de una broma pesada ni de ninguna otra manera. De haberlo hecho, jamás hubiese callado.

La señorita Williams dijo con brusquedad:

—Claro que no hubieras callado, querida. —Miró a Hércules Poirot—. Sólo un imbécil sería capaz de creer eso.

Hércules Poirot dijo sin inmutarse:

—Yo no soy imbécil y no lo creo. Sé perfectamente quién mató a Amyas Crale.

Hizo una pausa:

—Siempre existe el peligro de aceptar como demostrados hechos que no lo han sido ni muchísimo menos. Tomemos la situación en Alderbury. Una situación muy antigua. Dos mujeres y un hombre. Hemos dado por sentado que Amyas Crale tenía la intención de dejar a su esposa por otra mujer. Pero yo les digo ahora que jamás tuvo la intención de hacer semejante cosa.

»Había tenido devaneos con otras mujeres antes. Le obsesionaban mientras duraban; pero se le pasaba muy pronto. Las mujeres de las que se había enamorado eran generalmente mujeres de cierta experiencia... no esperaban demasiado de él. Pero esta vez la mujer sí que esperó mucho. No era en realidad mujer siquiera. Era una niña, y, para hacer uso de las propias palabras de Carolina, era terriblemente sincera... Puede haber sido dura y haber dado la sensación de mujer de experiencia en sus palabras, pero en el amor era espantosamente unilateral. Porque ella sentía una pasión profunda y avasalladora por Amyas Crale, dio por sentado que él abrigarla los mismos sentimientos hacia ella. Dio por sentado que su enamoramiento sería eterno. Dio por sentado, sin consultarle a él, que Amyas iba a abandonar a su esposa.

»Pero preguntarán: ¿por qué no la sacó Amyas Crale de su error? Y me respuesta es: el cuadro. Quería terminar su cuadro.

»A algunas personas eso puede parecerles increíble; pero no a ninguna que conozca algo a los artistas. Y ya hemos aceptado la explicación en principio. La conversación sostenida entre Crale y Meredith resulta más inteligible ahora. Crale experimenta cierto embarazo... le da unos golpecitos a Blake en el hombro y le asegura, optimista mente, que todo va a salir bien. Para Amyas Crale todo es sencillo. Está pintando un cuadro estorbado levemente por lo que él llama un par de mujeres celosas y neuróticas... pero no piensa consentir que ninguna de ellas le eche a perder lo que para él es la cosa más importante en esta vida.

»Si le dijera a Elsa la verdad, ¡adiós cuadro! Tal vez, en los primeros momentos de su devaneo, le hablaba, en efecto, de abandonar a Carolina. Los hombres hacen esas cosas cuando están enamorados. Quizá sólo dejó que se supusiera como está dejando que se suponga ahora. Le tiene sin cuidado lo que suponga Elsa. Que suponga lo que le dé la gana. Cualquier cosa por que se esté callada un día o dos más.

»Luego le dirá la verdad... que todo ha terminado entre ellos. Jamás ha sido hombre a quien hayan molestado los escrúpulos.

»Sí que hizo, creo yo, un esfuerzo por no enredarse con Elsa al principio. La advirtió la clase de hombre que era... pero ella no quiso escuchar la advertencia. Se lanzó de cabeza a su destino. Y para un hombre como Crale, las mujeres eran caza permitida. Si se le hubiera preguntado, hubiese contestado tranquilamente que Elsa era joven y que pronto se le pasaría. Así funcionaba la mente de Amyas Crale.

»A la única persona que quería en realidad era a su mujer. No estaba muy preocupado por su cuenta. Ella sólo tendría que aguantar la situación unos cuantos días más. Estaba furioso con Elsa por haberle dicho aquellas cosas a Carolina; pero seguía creyendo optimistamente que todo saldría bien. Carolina le perdonaría como había hecho tantas veces antes. Y Elsa... Elsa tendría que aguantarse. Así de sencillos son los problemas de la vida para los hombres como Amyas Crale.

»Pero creo que aquella última noche estuvo preocupado de verdad. Por Carolina, no por Elsa. Tal vez fuera a su cuarto y se negara ella a hablarle. Sea como fuere, después de una noche de inquietud, la llamó aparte después del desayuno y le dijo la verdad. Había estado enamorado de Elsa, pero su enamoramiento había pasado ya. En cuanto hubiera terminado el cuadro, no volvería a verla.

»Y fue en contestación a eso por lo que Carolina Crale gritó, indignada: "¡Tú y tus mujeres!" Esa frase, ¿comprenden?, clasificaba a Elsa en la misma categoría que a las demás... aquellas otras que habían seguido su camino sin Amyas. Y agregó indignada: "Un día te mataré."

«Estaba furiosa. Su falta de sentimientos, su crueldad para con la muchacha, la sublevaban. Cuando Felipe Blake la vio en el vestíbulo y le oyó murmurar para sí: "¡Es demasiado cruel!", estaba pensando en Elsa.

»En cuanto a Crale, salió de la biblioteca, encontró a Elsa hablando con Blake y le ordenó bruscamente que bajara a darle otra sesión. Lo que él no sabía era que Elsa Greer había estado sentada junto a la ventana de la biblioteca y lo había oído todo. El relato que hizo más tarde de aquella conversación no fue verdadero. No olviden que nadie puede confirmar o demostrar que fuera falso lo que ella dijo.

»Imagínense la impresión que debió producirle el oír decir la verdad de una forma tan brutal.

«Meredith Blake nos ha dicho que la tarde anterior, mientras aguardaba a que Carolina saliera, estaba él de pie en la puerta y de espaldas al cuarto. Estaba hablando con Elsa Greer. Eso significa que Elsa estaría de cara a él y que ella podía ver exactamente lo que hacía Carolina, mirando por encima del hombro de Meredith. Es más, ella era la única persona que podía verlo.

»Vio a Carolina coger el veneno. Nada dijo; pero lo recordó cuando se hallaba sentada al pie de la ventana de la biblioteca.

«Cuando salió Amyas Crale, dio la excusa de que necesitaba un jersey y subió al cuarto de Carolina a buscar el veneno. Las mujeres saben dónde es probable que otra mujer esconda una cosa. Lo encontró y, teniendo muy buen cuidado de no borrar las huellas que pudiera tener el frasco y de no dejar las suyas, sacó el líquido con una jeringuilla de llenar plumas estilográficas.

«Luego volvió a bajar y marchó con Crale al jardín de la Batería. Y al poco rato, sin duda, le serviría cerveza, que él bebió de un trago, como de costumbre.

«Entretanto, Carolina Crale estaba seriamente preocupada. Cuando vio a Elsa subir a la casa (esta vez para buscar un jersey de verdad), Carolina bajó rápidamente a la Batería y abordó a su esposo. ¡Lo que está haciendo es vergonzoso! ¡No está ella dispuesta a soportarlo! Amyas, irritado al verse interrumpido, dice que todo está decidido: cuando el cuadro esté terminado, despediré a la muchacha: "Todo está decidido... te digo que la despediré."

«Entonces oyeron los pasos de los dos Blake, y Carolina sale y, algo cohibida, dice algo de Ángela y de la escuela y de que tiene mucho que hacer. Y, por natural asociación de ideas, los dos hombres juzgan que las palabras que han escuchado entre marido y mujer se refieren a Angela. Y "la despediré" se convierte en "le haré el equipaje"[4].

»Y Elsa, jersey en mano, baja por el camino, serena y un tanto sonriente, y ocupa de nuevo su puesto en las almenas.

»Ha contado, sin duda, con que se sospechará de Carolina y se encontrará la botella de conicina en su cuarto. Y Carolina, inconscientemente, favorece aún más sus planes. Baja una botella de cerveza fresca y se la sirve a su marido.

»Amyas se la bebe de un trago, hace una mueca y dice: "Todo tiene un gusto horrible hoy."

»¿No se dan cuenta de lo expresivo que resulta este comentario? ¿Todo tiene mal gusto? Se ve que ha habido alguna cosa antes de la cerveza, que ha tenido un gusto desagradable y cuyo gusto persiste en el paladar. Y un punto más. Felipe Blake habla de que Crale se tambaleaba un poco y se preguntaba "si no habría estado bebiendo". Pero ese leve tambaleo era el primer indicio de que estaba obrando la conicina, y ello significa que ya le había sido administrada algún tiempo antes de que Carolina le llevara la cerveza helada.

»Conque Elsa Greer se sentó en las almenas y continuó la sesión y, como era preciso impedir que él concibiese sospechar hasta que fuera demasiado tarde, le habló a Amyas Crale animadamente y con naturalidad. Al poco rato vio a Meredith en el banco de la meseta de arriba y le saludó agitando el brazo, desempeñando su papel más completamente aún para que él lo notara.

»Y Amyas Crale, hombre que odiaba la enfermedad y se negaba a ceder a ella, siguió pintando con determinación hasta que le fallaron los miembros y su voz se espesó y se vio caído en el banco, impotente, pero con el cerebro despejado aún.

»Sonó la campana para la comida y Meredith abandonó su banco para bajar a la Batería. Yo creo que durante ese breve intervalo, Elsa abandonó su sitio y corrió a la mesa, dejando caer las últimas gotas de veneno en el vaso que había contenido la última bebida, inofensiva. Se deshizo de la jeringuilla por el camino que conducía a la casa, dejándola caer y aplastándola. Luego salió al encuentro de Meredith, a la puerta.

»Se deslumbra uno allí al llegar del sombrío exterior. Meredith no vio con claridad... sólo pudo ver a su amigo en una postura que le era habitual y se dio cuenta que sus ojos se apartaban del cuadro, con lo que a él le pareció una mirada malévola.

»¿Cuánto sabía o adivinaba Amyas? No tenemos medio de calcular qué sabía su mente consciente, pero su mano y sus ojos fueron muy fieles. Eran ya el reflejo de la muerte.

Hércules Poirot señaló con un gesto al cuadro que colgaba de la pared.

—Debí haber comprendido la verdad la primera vez que vi ese cuadro. Porque es un cuadro sorprendente. Es el retrato de una muchacha que está viendo morir a su amante...

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