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«Lo primero es lo primero» había sido siempre mi lema, sobre todo porque es absolutamente absurdo. Al fin y al cabo, si lo primero fuera lo segundo o lo tercero, no sería lo primero, ¿verdad? De todos modos, los tópicos existen para consolar a los zopencos, no para aportar ningún significado. Como en aquel momento no me funcionaba muy bien la olla, me consoló un poco la idea, mientras sacaba la ficha policial de Brandon Weiss.

No había gran cosa. Una multa de tráfico que había pagado y la denuncia presentada contra él por la Oficina de Turismo. No tenía mandamientos judiciales espectaculares, ni permisos especiales, aparte del permiso de conducir, ni permiso para portar armas ocultas, o una sierra eléctrica oculta, a ese respecto. Su dirección era la que yo conocía, donde habían apuñalado a Deborah. Investigando un poco más encontré otra anterior en Syracuse, Nueva York. Antes de eso había vivido en Montreal. Una rápida comprobación demostró que todavía era ciudadano canadiense.

No había ninguna pista que pudiera llamarse tal. Tampoco había esperado nada, pero mi trabajo y mi padre adoptivo me habían enseñado que la diligencia recompensaba de vez en cuando. Esto sólo era el principio.

El siguiente paso, la dirección electrónica de Weiss, fue un poco más difícil. Gracias a cierta cantidad de maniobras ilegales, entré en la lista de suscriptores de AOL y descubrí algo más. La misma dirección de Design District constaba como dirección de su casa, pero también había un número de teléfono móvil. Lo anoté por si lo pudiera necesitar más adelante. Aparte de eso, no encontré nada de ayuda. Algo sorprendente, la verdad, que una organización como AOL fracase a la hora de formular preguntas sencillas y vitales como «¿Dónde se escondería usted si Dexter le persiguiera?»

De todos modos, nunca es fácil lo que vale la pena: otro tópico de una estupidez fascinante. Al fin y al cabo, respirar es bastante fácil, casi siempre, y creo que muchos eruditos estarían de acuerdo en que ofrece espléndidos dividendos. En cualquier caso, no obtuve ninguna información real de los archivos de AOL, salvo el número de teléfono, que guardé por si debía utilizarlo como último recurso. Los registros de la compañía telefónica me dirían lo mismo que AOL, pero existía la posibilidad de que pudiera localizar el emplazamiento del móvil en sí, un truco que ya había utilizado antes, cuando casi estuve a punto de salvar al sargento Doakes de una modificación quirúrgica.

Volví a YouTube por ningún motivo en concreto. Tal vez deseaba verme una vez más, relajarme y ser como soy. Al fin y al cabo, era algo que nunca había visto, y que nunca había esperado ver. Dexter en acción, como sólo él sabía hacerlo. Miré el vídeo una vez más, y me maravillé de la naturalidad y elegancia de mi interpretación. Qué maravilloso estilo el mío cuando alzaba la sierra hacia la cámara. Precioso. Un verdadero artista. Debería dedicarme más al cine.

Y con eso, otro pensamiento alumbró en mi cerebro, que se iba despertando poco a poco. Al lado de la pantalla, había una dirección de correo electrónico resaltada. No sabía gran cosa sobre YouTube, pero si había una dirección de correo electrónico resaltada, eso quería decir que conducía a algún sitio. De modo que cliqué encima, y casi de inmediato apareció un fondo naranja en la pantalla y entré en una página personal de YouTube. Grandes y llameantes letras, en lo alto de la página, rezaban La nueva Miami. Bajé hasta una ventana que anunciaba Videos (5), con una fila de tomas en miniatura de cada vídeo. El que mostraba mi espalda era el número cuatro.

En un esfuerzo por ser metódico y no limitarme a contemplar de nuevo mi cautivadora interpretación, cliqué sobre el primero, que mostró el rostro de un hombre deformado por una mueca de asco. Empezó el vídeo, y de nuevo apareció en la pantalla en letras llameantes, La nueva Miami, N.° 1.

Vi una bonita toma crepuscular de exuberante vegetación tropical (una hilera de encantadoras orquídeas, una fila de pájaros posándose sobre un pequeño lago), y después la cámara retrocedió para mostrar el cuerpo encontrado en los Jardines Fairchild. Se oyó un terrible gemido fuera de cámara, y una voz algo estrangulada que decía, «Oh, Jesús», y después la cámara siguió su espalda mientras un chillido penetrante escapaba del que hablaba. Me sonó extrañamente familiar, y por un momento me quedé desconcertado, así que detuve el vídeo, rebobiné y puse el chillido de nuevo. Entonces, recordé. Era el mismo chillido que salía en el primer vídeo, el que habíamos visto en la Oficina de Turismo. Por alguna extraña razón, Weiss había utilizado el mismo chillido en éste. Quizá fuera por una cuestión de continuidad, como el hecho de que McDonald's utilizara el mismo payaso.

Volví a verlo. La cámara se estaba abriendo paso entre la multitud en el aparcamiento de los Fairchild, enfocando rostros escandalizados, asqueados o sólo curiosos. Y una vez más, la pantalla giró y alineó los rostros expresivos en una fila de ventanitas, sobre el fondo de una toma crepuscular de la vegetación y las letras superpuestas arriba:


La nueva Miami: Perfectamente natural


Al menos, eliminaba cualquier duda que pudiera albergar todavía sobre la culpabilidad de Weiss. Estaba convencido de que los demás vídeos mostrarían a las demás víctimas, junto con tomas de las reacciones de la muchedumbre. Pero para ser minucioso, decidí verlos todos por orden, los cinco…

Pero espera un momento: tendría que haber sólo tres espacios publicitarios, uno por cada uno de los sitios que habíamos encontrado. Uno más para la gran interpretación de Dexter, que serían cuatro… ¿Cuál era el otro? ¿Cabía la posibilidad de que Weiss hubiera incluido algo más, algo más personal, que me aportara alguna pista de dónde podía encontrarle?

Se oyó un ruido fuerte en el laboratorio, y Vince Masuoka gritó «¡Hola, Dexter!», y yo cerré enseguida el navegador. No era tan sólo falsa modestia lo que me impedía compartir mi maravillosa actuación con Vince. Explicar la interpretación sería mucho más difícil. Justo cuando el monitor se quedó en blanco, Vince irrumpió en mi pequeño cubículo, cargado con su maletín forense.

—¿Ya no contestas al teléfono? —me preguntó.

—Debía estar en el lavabo.

—No hay paz para los malvados —dijo— Vamos, hemos de ira trabajar.

—Oh. ¿Qué pasa?

—No lo sé, pero los uniformados que se han personado en el lugar de los hechos están casi histéricos —respondió Vince—. En Kendall.

Siempre ocurren cosas espantosas en Kendall, por supuesto, pero muy pocas exigen mi atención profesional. Ahora que lo pienso, tendría que haber mostrado mayor curiosidad, pero aún estaba distraído por el descubrimiento de mi estrellato involuntario en YouTube, y ardía en deseos de ver los demás vídeos. De modo que acompañé a Vince intercambiando bromas irrelevantes, mientras me preguntaba qué podría haber revelado Weiss en aquel último vídeo inédito. Por consiguiente, reconocí con gran sorpresa nuestro destino, cuando Vince entró en el aparcamiento y apagó el motor.

—Vamos —dijo.

Estábamos aparcados delante de un edificio público grande que ya había visto antes. De hecho, lo había visto hacía tan sólo un día, cuando había acompañado a Cody a su reunión de Lobatos.

Acabábamos de aparcar delante de la Escuela de Enseñanza Primaria Golden Lakes.

Podía ser una simple coincidencia, por supuesto. Siempre y en todo momento están asesinando a gente, incluso en escuelas de enseñanza primaria, y asumir que esto era algo más que una de esas curiosas coincidencias que hacen la vida tan interesante era como creer que todo el mundo giraba alrededor de Dexter…, lo cual era cierto en un sentido bastante limitado, desde luego, pero yo no estaba lo bastante perturbado como para creerlo en un sentido literal.

De modo que un confuso y algo inquieto Dexter siguió a Vince, pasó por debajo de la cinta amarilla de la escena del crimen, y se acercó a la puerta lateral del edificio, donde habían descubierto el cuerpo. Y mientras me aproximaba al lugar celosamente custodiado donde yacía en toda su gloria, oí un extraño y casi idiota silbido, y me di cuenta de que era yo. Porque a pesar de la máscara de plástico transparente fijada con pegamento a su cara, a pesar de la bostezante cavidad corporal que estaba llena de lo que parecían complementos del uniforme y parafernalia de los Lobatos, y a pesar del hecho de que era absolutamente imposible que estuviera en lo cierto, reconocí el cadáver desde tres metros de distancia.

Era Roger Deutsch, el jefe de Lobatos de Cody.

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