35

El parque al que Cody y Astor iban cada día después de clase estaba a tan sólo unos minutos de casa, pero se encontraba al otro lado de la ciudad desde mi oficina, de modo que tardé algo más de veinte minutos en llegar. Como había tráfico de hora punta, supongo que pude considerarme afortunado por poder llegar. No obstante, tuve cantidad de tiempo para reflexionar sobre lo que le estaría pasando a Rita, y descubrí sorprendido que confiaba en que estuviera bien. Estaba empezando a acostumbrarme a ella. Me gustaba que cocinara cada noche, y yo no podía encargarme de los niños todo el rato y al mismo tiempo gozar de tiempo libre para florecer en la carrera que había elegido. Todavía no; aún faltaban unos cuantos años, cuando hubiera entrenado a los dos.

Por eso confiaba en que Coulter, con apoyos dignos de confianza, hubiera neutralizado a Weiss y Rita estuviera sana y salva, tal vez bebiendo café y envuelta en una manta, como en la televisión.

Pero eso me inspiró un pensamiento interesante, que me embargó de auténtica preocupación durante el, por lo demás, agradable trayecto entre la multitud homicida que regresaba a casa. ¿Y si encontraba a Weiss esposado, tras haberle leído sus legítimos derechos? ¿Qué pasaría cuando empezaran a hacerle preguntas importantes? Cosas como, ¿por qué lo hiciste? Y más importante todavía, ¿por qué se lo hiciste a Dexter? ¿Y sí tenía el mal gusto de decir la verdad? Hasta el momento, había exhibido una atroz disposición a hablar a todo el mundo de mí, y aunque no soy muy tímido, preferiría ocultar mis auténticos logros a la atención del público.

Y si Coulter sumaba lo que Weiss podía soltar a lo que ya sospechaba tras haber visto el vídeo, las cosas podrían ponerse muy feas en Dexterville.

Habría sido mucho mejor que yo me ocupara de plantar cara a Weiss (resolver el problema de una manera cordial, mano a mano, o tal vez cuchilla a cuchilla), y acabar con las ganas de Weiss de comunicarse alimentando a mi Pasajero. Pero no podía elegir. Coulter lo había oído todo, y tenía que seguirle la corriente. Al fin y al cabo, yo era un ciudadano respetuoso de la ley, desde un punto de vista técnico. O sea, todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario en un tribunal, ¿no?

Y cada vez daba más la impresión de que el asunto terminaría en los tribunales, con Dexter de protagonista en mono naranja y con cadenas en los tobillos, cosa que me desagradaba profundamente. El naranja me sienta fatal. Además, una acusación de asesinato significaría un gran obstáculo para mi verdadera felicidad. No me hago grandes ilusiones sobre nuestro sistema legal. Lo veo en el trabajo cada día, y estoy seguro de que podría burlarlo, a menos que me pillaran in fraganti, inmortalizado en película, delante de un autobús lleno de senadores y monjas. Pero hasta una acusación directa me colocaría bajo el tipo de escrutinio que pondría un triste final a mis actividades juguetonas, aunque me declararan inocente. Pensad en el pobre OJ[11]: durante sus últimos años de libertad ni siquiera podía jugar al golf sin que alguien le acusara de algo.

Pero ¿qué podía hacer al respecto? Mis opciones eran muy limitadas. Podía permitir que Weiss hablara, en cuyo caso tendría problemas, o impedir que hablara, en cuyo caso el resultado sería el mismo. No había vuelta de hoja. Dexter estaba hundido, y la marea estaba subiendo. Por lo tanto, fue un Dexter muy pensativo el que aparcó por fin delante del parque. La buena de Megan seguía allí, sujetando de la mano a Cody y a Astor, dando saltitos de impaciencia por librarse de ellos y largarse al excitante mundo de la clase de contabilidad. Todos parecieron muy contentos de verme, cada uno a su manera, algo muy gratificante pues me olvidé de Weiss durante unos tres o cuatro segundos.

—¿Señor Morgan? —dijo Megan—. He de marcharme.

Me alegré de oír una frase completa que no fuera una pregunta. Me limité a asentir y le arrebaté de las manos a Cody y a Astor. La mujer se alejó correteando hacia un baqueteado Chevy y se perdió entre el tráfico nocturno.

—¿Dónde está mamá? —pregunto Astor.

Estoy seguro de que existe una manera cariñosa, sensible y muy humana de comunicar a los niños que su madre se halla en las garras de un monstruo homicida, pero no sabía cuál era.

—El malo la ha secuestrado. El que se estrelló contra vuestro coche.

—¿El que apuñalé con el lápiz? —preguntó Cody.

—Exacto.

—Yo le pegué en la entrepierna —recordó Astor.

—Tendrías que haberle pegado con más fuerza. Ha secuestrado a tu mamá.

Hizo una mueca para demostrarme que estaba muy decepcionada por mi gilipollez.

—¿Vamos a ir a buscarla?

—Vamos a ayudar. La policía está allí.

Ambos me miraron como si estuviera loco.

—¿La policía? —preguntó Astor—. ¿Has enviado a la policía?

—Tenía que venir a buscaros —repuse, sorprendido de encontrarme a la defensiva tan de repente.

—¿Vas a permitir que este tipo sólo vaya a la cárcel? —insistió la niña.

—Tuve que hacerlo —dije, y de repente experimenté la sensación de estar siendo juzgado y ya condenado—. Un policía lo descubrió, y tuve que venir a buscaros.

Intercambiaron una mirada silenciosa, pero muy significativa.

—¿Nos vas a llevar contigo? —preguntó Astor.

—Hum —dije, y no me pareció justo que, primero Coulter y ahora Astor, redujeran al persuasivo y gallardo Dexter a monosílabos idiotas en el mismo día, pero eso era lo que estaba pasando. Tal como estaban las cosas (de lo más desagradables e inseguras), no había meditado a fondo. Pero no me los podía llevar para acorralar a Weiss. Sabía que toda esta representación era en mi honor, y no empezaría hasta que yo llegara, si él podía evitarlo. No podía estar seguro de que Coulter le tuviera acorralado, y sería demasiado peligroso.

—Ya le hemos vencido una vez —dijo Astor, como si hubiera leído mis pensamientos.

—Pero no se lo esperaba en aquel momento —razoné—. Esta vez, sí.

—Esta vez tendremos algo más que un lápiz —contestó Astor, y lo dijo con tal ferocidad y frialdad que conmovió mi corazón…, pero eso estaba descartado.

—No. Es demasiado peligroso.

—Promete —murmuró Cody.

Astor puso los ojos en blanco a su manera épica y expulsó aire.

—No paras de repetir que no podemos hacer nada. Hasta que nos enseñes. Y nosotros decimos que vale, enséñanos, y no hacemos nada. Y ahora, cuando tenemos la oportunidad de aprender algo real, dices que es demasiado peligroso.

—Es demasiado peligroso —insistí.

—Entonces, ¿qué debemos hacer mientras tú vas a hacer algo peligroso? —preguntó Astor—. ¿Y si no salvas a mamá y no volvéis ninguno de los dos?

La miré, y después a Cody. Ella me estaba mirando con el labio inferior tembloroso, mientras él se había decantado por una expresión glacial de desprecio, y una vez más sólo conseguí abrir la boca unas cuantas veces sin emitir ningún sonido.

Y así fue como terminé conduciendo hacia el Centro de Convenciones, rebasando un poco el límite de velocidad, con dos niños muy nerviosos en el asiento trasero. Salimos de la I-95 en la calle Ocho y nos dirigimos hacia aquel lugar, en Brickell. Había mucho tráfico y ningún hueco para aparcar. Por lo visto, un montón de gente había visto la televisión pública y estaba enterada de la Artextravaganza. Teniendo en cuenta las circunstancias, me pareció un poco tonto perder el tiempo buscando aparcamiento, y justo cuando había decidido aparcar sobre la acera, al estilo de la policía, lo que debía ser el coche de Coulter de la unidad móvil, y me puse sobre la acera a su lado, dejé el letrero de mi departamento en el salpicadero y me volví hacia Cody y Astor.

—No os separéis de mí —dije—, y no hagáis nada sin preguntar antes.

—A menos que haya una emergencia —replicó Astor.

Pensé en lo que habían hecho hasta el momento durante una emergencia. Se habían portado muy bien, en realidad. Además, era muy probable que todo hubiera terminado ya.

—De acuerdo. Sí se produce una emergencia. —Abrí la puerta del coche—. Vamos.

No se movieron.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Cuchillo —dijo Cody en voz baja.

—Quiere un cuchillo —explicó Astor.

—No te voy a dar un cuchillo —contesté.

—Pero ¿y si surge una emergencia? —preguntó Astor—. Dijiste que podríamos hacer algo en caso de emergencia, pero no dejas que llevemos nada para hacerlo.

—No podéis pasearos en público con un cuchillo en la mano.

—No podemos ir totalmente desarmados —insistió ella.

Exhalé un largo suspiro. Estaba bastante seguro de que Rita estaría a salvo hasta que yo llegara, pero a este paso, Weiss moriría de viejo antes de que le encontrara. Así que abrí la guantera y saqué un destornillador de estrella y se lo di a Cody. Al fin y al cabo, la vida es una cuestión de compromisos.

—Toma. Es lo máximo que puedo darte.

—Mejor que un lápiz —comentó. Miró a su hermana y asintió.

—Bien —dije, y abrí de nuevo la puerta—. Vamos.

Esta vez me siguieron por la acera hasta la entrada principal de la gran sala, pero antes de entrar, Astor se paró en seco.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Tengo ganas de mear.

—Astor, hemos de darnos prisa.

—Tengo mucho pipí.

—¿No puedes esperar cinco minutos?

—No —repuso, y sacudió la cabeza vigorosamente—. He de ir ahora.

Respiré muy hondo y me pregunté si Batman habría tenido alguna vez este problema con Robin.

—Muy bien. Deprisa.

Encontramos los lavabos a un lado del vestíbulo y Astor entró corriendo. Cody y yo nos quedamos esperando. Cambió la forma de coger el destornillador varias veces, hasta que por fin adoptó la posición más natural, sujetarlo como si fuera un cuchillo. Me miró en busca de aprobación y yo asentí, justo cuando Astor salía.

—Vamos —dije.

La niña salió corriendo hacia la puerta de la sala principal y nosotros la seguimos. Un hombre fofo con gafas grandes quiso cobrarnos quince dólares a cada uno por dejarnos entrar, pero yo le enseñé mis credenciales de la policía.

—¿Y los críos? —preguntó.

Cody empezó a levantar el destornillador, pero yo le indiqué con un ademán que se contuviera.

—Son testigos. —Dio la impresión de que el hombre tenía ganas de discutir, pero cuando vio la forma en que Cody sujetaba el destornillador, sacudió la cabeza.

—De acuerdo —refunfuñó con un gran suspiro.

—¿Sabe adonde han ido los demás agentes? —pregunté.

Siguió sacudiendo la cabeza.

—Que yo sepa, sólo ha venido un agente, y estoy muy seguro de que sabría si hay más, puesto que todos creen que pueden pasar delante de mí sin pagar. —Sonrió para demostrar que lo decía cono un insulto, y nos dejó entrar con un ademán—. Que disfruten del espectáculo.

Entramos en la sala. Había varias cabinas donde se exhibían cosas reconocibles como arte: esculturas, cuadros y objetos similares. Pero había muchas que daban la impresión de esforzarse en exceso por extender los límites de la experiencia humana hacia nuevas fronteras de la percepción. Una de las primeras que vi era tan sólo una pila de hojas y ramitas con una lata de cerveza descolorida tirada al lado. Dos más contaban con múltiples pantallas de televisión. Una plasmaba u un hombre obeso sentado en un váter, otra un avión estrellándose contra un edificio. Pero no había ni rastro de Weiss, Rita o Coulter.

Nos acercamos al final de la sala y nos volvimos, echando un vistazo a cada pasillo a medida que pasábamos. Había muchas más exposiciones, capaces de ampliar horizontes, pero ninguna protagonizada por Rita. Empecé a preguntarme si me había equivocado al pensar que Coulter albergaba una inteligencia secreta. Había aceptado a ciegas su certeza de que Weiss estaría aquí, pero ¿y si se había equivocado? ¿Y si Weiss estaba en otro lugar, trinchando alegremente a Rita, mientras yo miraba obras de arte que aportaban profundidad y comprensión a un alma que yo no poseía?

Y entonces, Cody se paró en seco y se acercó poco a poco a un punto. Me volví para ver qué estaba mirando, y yo también llegué a un punto.

—Mamá —dijo.

Y allí estaba.

Загрузка...