Desperté en plena noche y pensé: Pero ¿qué quiere ése? No sé por qué no me había formulado antes esa pregunta, y no sé por qué se me ocurría ahora, tumbado en mi cama calentita al lado de Rita, que roncaba suavemente. Pero allí estaba, dando vueltas en la superficie del lago Dexter, y tenía que hacer algo al respecto. Aún notaba rígido el interior de mi cabeza, como si estuviera rellena de arena mojada, y durante varios minutos fui incapaz de hacer nada con mi pensamiento, salvo repetirlo: ¿Qué quiere ése?
¿Qué quería Weiss? No estaba simplemente alimentando a su propio Pasajero, de eso estaba bastante seguro. No sentía punzadas de empatía del mío cerca de Weiss o de sus trabajos manuales, cosa que ocurriría en circunstancias normales en presencia de otra Presencia.
Y su forma de trabajar, empezando con los cuerpos ya muertos en lugar de crear los suyos propios (hasta que había matado a Deutsch), indicaba que perseguía algo diferente por completo.
Pero ¿qué? Rodaba vídeos de los cuerpos. Rodaba vídeos de la gente mirando los cuerpos. Y había rodado un vídeo de mí en plena faena, unas tomas únicas, sí, pero nada de eso tenía sentido para mí. ¿Dónde estaba la diversión? Yo no veía ninguna, lo cual imposibilitaba que me metiera dentro de la cabeza de Weiss y adivinara sus intenciones. Con psicópatas normales y equilibrados, que mataban porque era preciso y encontraban un placer sencillo y honrado en su trabajo, nunca había tenido ese problema. Les comprendía demasiado bien, puesto que yo era uno de ellos. Pero con Weiss no existía punto de contacto, ningún lugar donde sentir empatía, y por eso no tenía ni idea de adónde iría ni cuál sería su siguiente paso. Tenía el horrible presentimiento de que, fuera cual fuera, no me iba a gustar, pero no presentía cuál sería, y eso no me gustaba nada.
Me quedé un rato más en la cama pensando en ello, o intentando pensar, puesto que el estupendo barco Dexter aún no estaba preparado para zarpar a toda máquina. No se me ocurrió nada. No sabía qué quería. No sabía qué haría a continuación. Coulter iba a por mí. También Salguero y, por supuesto, Doakes nunca había tirado la toalla. Debs seguía en coma.
En el lado positivo, Rita me había preparado un caldo estupendo. Era muy buena conmigo. Se merecía algo mejor, aunque estaba claro que no lo sabía. Pensaba que lo tenía todo, por lo visto, entre un servidor, los niños y nuestro reciente viaje a París. Y aunque ciertamente tenía estas cosas, ninguna se parecía ni remotamente a lo que ella creía que eran. Era como una ovejita entre una manada de lobos, y a su alrededor sólo veía lana esponjosa, cuando en realidad la manada se estaba relamiendo y esperando a que le diera la espalda. Dexter, Cody y Astor eran unos monstruos. Y París… Bien, cierto que hablaban francés allí, tal como ella había esperado. Pero París había demostrado que poseía un tipo de monstruo único, tal como vimos en nuestro maravilloso intervalo en la galería de arte. ¿Cómo se llamaba? La pierna de Jennifer. Muy interesante. Después de tantos años de trabajar en el oficio, aún era posible ver algo que me sorprendiera, y por ese motivo ahora sentía cierta simpatía por París.
Entre Jennifer y su pierna, la excéntrica prestación de Rita, y lo que estuviera haciendo Weiss, la vida estaba llena de sorpresas últimamente, y todas se reducían a lo mismo: la gente recibe lo que se merece, ¿verdad?
Puede que no me conceda mucho mérito, pero consideré aquella idea muy reconfortante, y me volví a dormir poco después.
A la mañana siguiente la cabeza se me había despejado mucho. Fuera por las atenciones de Rita, o por mi risueño metabolismo natural, lo ignoro. En cualquier caso, salté de la cama con un cerebro potente y eficaz a mi servicio de nuevo, lo cual me pareció estupendo.
El lado negativo del asunto era, no obstante, que cualquier cerebro eficaz, al darse cuenta de la situación en que me encontraba, también se encontraría combatiendo una sensación de pánico perentoria, así como el impulso de hacer las maletas y huir hacia la frontera. Pero incluso con mis poderes mentales a pleno rendimiento, no se me ocurría ninguna frontera que pudiera protegerme del lío en que me había metido.
De todos modos, la vida nos depara muy pocas alternativas, y la mayoría son espantosas, de modo que me fui a trabajar, decidido a seguir la pista de Weiss y no cejar hasta encontrarle. Aún no le entendía, ni lo que estaba haciendo, pero eso no significaba que no pudiera encontrarle. No, la verdad. Dexter es mitad perro sabueso y mitad bulldog, y cuando sigue tu rastro, será mejor que te rindas y te ahorres molestias innecesarias. Me pregunté si habría una forma de transmitir ese mensaje a Weiss.
Llegué al trabajo temprano, y así conseguí apoderarme de una taza de café casi auténtico y me dispuse a trabajar. O para ser más preciso, me puse a mirar la pantalla de mi ordenador y a tratar de pensar en la forma correcta de ponerme a ello. Había agotado casi todas mis pistas, y me sentía como en un callejón sin salida. Weiss iba siempre un paso por delante de mí, y tenía que admitir que podía estar en cualquier parte, Escondido cerca o incluso en Canadá, no había forma de saberlo. Y si bien había pensado que mi cerebro funcionaba a pleno rendimiento de nuevo, no me estaba ofreciendo ninguna forma de averiguarlo.
Y entonces, muy lejos, en 1a cumbre del pico cubierto de nieve del lejano horizonte de la mente de Dexter, una bandera de señales ascendió a lo alto del poste y ondeó al viento. Miré a la lejanía, intenté leer la señal, y al final lo logré: ¡Cinco!, decía. Parpadeé para defenderme del resplandor y la volví a leer. Cinco.
Un número encantador, cinco. Intenté recordar si era primo, y descubrí que no conseguía recordar qué significaba eso. Pero era un número muy bienvenido en este momento, porque había recordado el motivo de su importancia, fuera o no primo.
Había cinco vídeos en la página de YouTube de Weiss. Uno para cada uno de los sitios en que había dejado sus cadáveres modificados, uno para Dexter en acción… y uno más que todavía no había visto cuando Vince entró como un elefante en una cacharrería y me llevó a trabajar. No podía ser otro espacio publicitario de la «Nueva Miami» protagonizado por el cadáver de Deutsch, porque Weiss aún estaba filmando cuando llegué a la escena del crimen. De modo que contenía otra cosa. Y si bien no esperaba que me dijera cómo llegar hasta él, me informaría casi con absoluta certeza de algo que yo ignoraba.
Agarré el ratón y fui ansioso a YouTube, sin dejarme intimidar por el hecho de que me había visto ahí más a menudo de lo que la modestia permitía. Fui a la página de la «Nueva Miami». No había cambiado: el fondo naranja todavía iluminaba la pantalla detrás de las letras llameantes. Y en el lado derecho había cinco vídeos, alineados en una galería de ventanitas, tal como los recordaba.
El número cinco, el último de abajo, no mostraba imagen en su ventanita, tan sólo una zona de oscuridad borrosa. Moví el cursor por encima y cliqué. Por un momento, no pasó nada. Después, una gruesa línea blanca tembló sobre la pantalla de izquierda a derecha, y sonó una fanfarria de trompetas que me sonó vagamente familiar. Y entonces, apareció una cara en ella (Doncevic, sonriente, con el pelo erizado) y una voz empezó a cantar: «Ésta es la historia…», y comprendí por qué me sonaba familiar.
Era la obertura de La tribu de los Brady.
La espantosa música se me lanzó encima y miré mientras una voz canturreaba «Esta es la historia de un tipo llamado Alex, quien se sentía solo, aburrido y buscaba… un cambio». Después, los tres primeros cuerpos modificados aparecieron a la izquierda de la cara risueña de Doncevic. Los miró y sonrió, mientras la canción proseguía. Incluso le devolvieron la sonrisa, gracias a las máscaras de plástico fijas con pegamento a sus caras.
La línea blanca volvió a recorrer la pantalla, y la voz continuó: «Es la historia de un tipo llamado Brandon, que gozaba de tiempo libre». La foto de la cara de un hombre apareció en el centro. ¿Weiss? Tendría unos treinta años, más o menos la misma edad de Doncevic, pero no sonrió, mientras la canción continuaba: «Eran dos chicos que vivían juntos, hasta que Brandon se quedó solo de repente». Tres ventanitas aparecieron en el lado derecho de la pantalla, y en cada una apareció una imagen oscura y borrosa que se me antojó tan familiar como la canción, pero de una forma algo diferente: eran tres tomas extraídas del vídeo de Dexter en acción.
La primera mostraba el cuerpo de Doncevic tirado en la bañera. La segunda mostraba el brazo de Dexter levantando la sierra, y la tercera era la sierra trinchando a Doncevic. Las tres eran breves, bucles de dos segundos que se repetían una y otra vez, mientras la canción continuaba.
Weiss miró desde la ventanita del centro, en tanto la voz cantaba «Hasta el día que Brandon Weiss pille a este sujeto, y prometo que la suerte no le salvará. No puedes hacer nada para escapar de mí. Porque me has convertido en un cabrón enloquecido».
La alegre tonada prosiguió, mientras Weiss cantaba: «Un cabrón enloquecido. Un cabrón enloquecido. Cuando mataste a Alex me convertí en un cabrón enloquecido».
Pero entonces, en lugar de una sonrisa feliz y la llegada del primer espacio publicitario, la cara de Weiss llenó toda la pantalla y dijo: «Yo quería a Alex, y tú me lo arrebataste, justo cuando acabábamos de empezar. En cierto modo es muy curioso, porque era él quien decía que no debíamos matar a nadie. Pensaba que sería… más cierto…». Hizo una mueca. «¿Eso es una palabra?» Lanzó una carcajada breve y amarga, y continuó: «Se le ocurrió a Alex la idea de robar cuerpos del depósito de cadáveres, para no tener que matar a nadie. Y cuando tú te lo llevaste, te llevaste lo único que me impedía matar».
Por un momento, se limitó a mirar a la cámara. Después, dijo en voz muy baja: «Gracias. Tienes razón. Es divertido. Voy a hacerlo más veces». Me ofreció una especie de sonrisa torcida, como si hubiera descubierto algo divertido, pero no tuviera ganas de reír. «Te admiro, ¿sabes?»
Entonces, la pantalla se puso en blanco.
Cuando yo era mucho más joven, solía sentirme estafado por mi carencia de sentimientos humanos. Percibía la enorme barrera que me separaba de la humanidad, un muro hecho de sentimientos que yo jamás experimentaría, y lo lamentaba. Pero uno de aquellos sentimientos era la culpa (uno de los más comunes y poderosos, de hecho), y cuando me di cuenta de que Weiss me estaba diciendo que yo le había convertido en un asesino, también me di cuenta de que debería sentir un poco de culpa, y me sentí muy agradecido de que no fuera así.
En lugar de culpa, sentí alivio. Oleadas de alivio, que recorrieron todo mi cuerpo y aliviaron la tensión que se había enroscado en mi interior. Experimentaba un enorme alivio, porque ya sabía lo que él quería. Me quería a mí. No se había verbalizado, pero estaba claro: la próxima vez serás tú y sólo tú. Y tras el alivio llegó una sensación de fría urgencia, un lento despliegue de garras interiores cuando el Oscuro Pasajero recogió el desafío de la voz de Weiss y respondió de la misma guisa.
Eso también significó un gran alivio. Hasta ahora, el Pasajero había guardado silencio, sin nada que decir acerca de cuerpos tomados prestados, incluso cuando los transformaban en muebles de patio o cestas de regalo. Pero ahora existía una amenaza, otro depredador que olfateaba nuestro rastro y amenazaba un territorio que ya habíamos marcado. Era un desafío que no podíamos permitir, ni por un momento. Weiss nos había comunicado la noticia de que se acercaba y, por fin, el Pasajero se estaba levantando de la siesta y sacando brillo a sus dientes. Estaríamos preparados.
Pero ¿preparados para que? No me creía ni por un momento que Weiss fuera a huir. Eso ni siquiera era una pregunta. ¿Qué haría?
El Pasajero susurró una respuesta, una respuesta obvia, pero me di cuenta de que estaba en lo cierto porque era lo que nosotros habríamos hecho. El mismo Weiss me lo había dicho: «Quería a Alex y tú me lo arrebataste…». Por lo tanto, iría a por alguien cercano a mí, y al dejar la foto en el cadáver de Deutsch, me había informado de quién. Serían Cody y Astor, porque eso me heriría de la misma forma que yo le había herido a él, y me conduciría ante su presencia según sus condiciones.
Pero ¿cómo lo haría? Ésta era la gran pregunta, y me parecía que la respuesta era muy evidente. Hasta el momento, Weiss había sido muy directo. Volar una casa no era nada sutil. Yo debía creer que actuaría con rapidez, cuando pensara que las probabilidades le favorecían más. Y como yo sabía que me había estado vigilando, debía dar por sentado que conocía mi rutina diaria… y la rutina de los niños. Serían más vulnerables cuando Rita fuera a recogerlos al colegio, cuando salieran de un entorno seguro al Miami del todo vale. Yo estaría lejos, en el trabajo, y él no tendría problemas en imponerse a una mujer relativamente frágil y confiada con el fin de apoderarse de uno de los niños, como mínimo.
Por lo tanto, lo que yo debía hacer era adelantarme a él y esperar su llegada. Era un plan sencillo, y no exento de riesgos: podía salir mal. Pero el Pasajero estaba susurrando su aprobación, y pocas veces se equivocaba, de modo que decidí salir de trabajar antes, justo después de comer, y apostarme en las inmediaciones de la escuela de enseñanza primaria para interceptar a Weiss.
Y una vez más, mientras me preparaba para el gran salto a la yugular del enemigo inminente…, mi teléfono sonó.
—Hola, colega —dijo Kyle Chutsky—. Se ha despertado, y pregunta por ti.